Contra viento y marea
Irma Alma OCHOA TREVIÑO*
Por exclusión
en el lenguaje transcurrieron 36 años para que las mexicanas lograran ser
sujetos políticos constitucionalmente. La ciudadanía plena tal y como la
conocemos ahora no apareció mágicamente, ni es concesión del colectivo hombres.
Es justo admitir
que fueron las mismas mujeres, quienes al ver restringidos sus derechos, exigieron
reparar la omisión de los constituyentes y vindicaron su estatus de ciudadanas.
Su legítima demanda logró el decreto de octubre 17 de 1953, mediante el cual obtuvimos
los derechos políticos. En el 54 mi madre, abuelas y tías votaron en elecciones
federales por primera vez.
Para
enmendar la constante discriminación hacia las mexicanas, se han ido
conquistando algunos derechos cimentados en acuerdos internacionales. Evocamos las
reformas constitucionales, aprobadas pocas semanas antes de celebrarse la
Primera Conferencia Internacional de la Mujer, que disponen la igualdad
jurídica, la libertad de trabajo de hombres y mujeres, y la nacionalidad al
extranjero que celebre matrimonio con mexicana y viva en el país.
Si bien
se han ganado espacios acotados para los hombres, en los hechos aún falta mucho
para que las mujeres ejerzamos la igualdad asentada en las leyes. En términos
de equidad, como principio de la democracia, el
ideal apunta a la distribución del poder. En México no hay tal. El poder
está enquistado en los partidos políticos y es franquicia de unos cuantos
personajes, particularmente hombres.
En
efecto, obtuvimos el derecho al sufragio, sin soslayar los avances notamos que
la desigualdad es enorme. Desde hace
203 años que se fundó la República, ni una mujer la ha presidido, sólo seis han
gobernado en las 32 entidades y de más de 2 mil 400 municipios son contadas las
alcaldías ocupadas por mujeres. Incluso es mínima la representación femenina en
la Cámara de Senadores, en la de Diputados y en los Congresos locales.
Hace una
década se decretaron las cuotas de género, fingieron cumplirlas. A partir de 2007 las leyes electorales obligan
a los partidos a destinar el 2 por ciento de su financiamiento a la
capacitación y promoción del liderazgo político de las mujeres; y a impulsar la
participación política en igualdad de condiciones para mujeres y hombres.
Evidentemente,
estas reformas legislativas subsanan las exclusiones por razones de género,
pero la situación real es otra. Es innegable que unas cuantas mujeres han llegado
a puestos de representación de alto nivel; a ser dirigentes de partido o de organismos
populares, congresistas, asambleístas, gobernadoras, alcaldesas o secretarias
de Estado, solo que al pretender un rango más elevado se topan con el techo de
cristal que acorta las metas. O caminan sobre piso jabonoso que las hace
resbalar. A menudo a las mujeres les ofrecen los distritos en los que reina la
oposición y hay poco margen de triunfo, dejándolas a su suerte a sabiendas que
el escenario es adverso.
Mientras
no exista un ambiente igualitario y de respeto, que rompa el mito de que las
decisiones políticas son función sólo de los hombres, algunos obstáculos seguirán
infranqueables. Sin importar conocimientos, logros, méritos, acciones o
propuestas que las candidatas hagan en beneficio colectivo. Las mujeres siguen
desafiando los estereotipos establecidos, como un día lo hicieron Hermila
Galindo y Elvia Carrillo Puerto.
Las asignaciones
culturales fijan para las mujeres el cuidado de la familia y el mantenimiento
de la casa. Recién el Papa dijo que es: "tarea que a pesar de ser
noble, aparta a las mujeres con todo su potencial de la construcción en
comunidad". Bajo este concepto, la división social del trabajo así
como la falta de corresponsabilidad en los quehaceres del hogar, anclan cualquier
intento de participar en el juego político-electoral.
El
prejuicio opera de igual modo, privando a las mujeres de las oportunidades de
desarrollo personal y restringiendo su ingreso a los espacios de decisión. Se acostumbra
menospreciar, sin argumentos válidos, las capacidades, habilidades o
indumentaria de las mujeres con aspiraciones políticas. No suelen conducirse
así contra los candidatos.
A veces, su
osadía para ocupar un puesto de representación popular es motivo de mofa. Las burlas se agudizan si la candidata enarbola
la agenda de las mujeres. Por ello, la investigadora Margarita Dalton afirma que
las mujeres que buscan cargos políticos "deben ser valientes porque las
dificultades son muchas y los golpes físicos y morales también"
Si bien son
numerosas las militantes de partidos políticos que participan y aportan sus
saberes y capacidades para coadyuvar en el desarrollo de su municipio, estado o
país. Son muy contadas las que obtienen el reconocimiento de su partido, única
vía por el cual se puede contender.
Para
cumplir con las cuotas establecidas, los partidos integran apresurados sus
listas con mujeres no-afiliadas que cuentan con autonomía política e
ideológica. Las invitadas provienen de la academia, del empresariado, de los
medios de comunicación, de los movimientos feministas o derecho-humanistas.
La
mayoría de las mujeres postuladas, aunque tengan prestigio, trayectoria,
reconocimiento social, nociones de los mecanismos y herramientas necesarias
para actuar; que son líderes en su campo y que invierten tiempo y esfuerzo en
su campaña, por diversos motivos no captan el voto del electorado.
Quizás se
deba a que no contaminan visualmente el territorio o que los dirigentes no
suministran los recursos necesarios para que las campañas de sus candidatas
tengan éxito. Las contendientes reciben poca capacitación electoral o a
destiempo, cuando los plazos electorales están encima les facilitan información
útil para echar a andar su campaña.
A la par
de buscar el voto cara a cara, recorriendo el territorio materia de la
contienda, agenciar entrevistas o notas en los medios de comunicación, las
candidatas se encargan de planear las actividades para darse a conocer, diseñar
artículos promocionales o hacerlos por sí mismas, colgar los pendones o cantar
la infaltable lotería.
Por si
fuera poco, son las facultadas para agenciar los recursos para su campaña, se
dan a la tarea de encontrar patrocinios o, como último recurso, buscan autofinanciarse.
Esto, solo para concluir el proceso y honrar el compromiso adquirido. Al
parecer los partidos -conscientes o no- le apuestan al fracaso de sus
contendientes mujeres.
Quizás
con esta estrategia abonan a la diferenciación, atribuyendo el ámbito público como
terreno de exclusividad masculina, manteniendo las relaciones asimétricas de
poder entre los géneros. Aún así, contra viento y marea, las mujeres luchan para
superar los obstáculos y conquistar espacios de poder.
(*Directora general de Arthemisas por la Equidad,
A.C., e integrante del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio)