lunes, 25 de junio de 2012

MUJERES Y POLITICA, la decisión está en el aire


Mujeres y Política
La decisión en el aire

Soledad JARQUÍN EDGAR
Se acaba el tiempo, el próximo domingo 1 de julio se realizarán las terceras elecciones presidenciales del siglo XXI en México y la verdad es que todavía flota en el aire la misma duda: ¿por quién votar?
Especialistas en el tema tienen sus propias aproximaciones sobre la dilación en la decisión, sin duda y siendo súper optimista, quiero pensar que la principal razón está directamente relacionada con la cada vez mayor conciencia de las personas sobre el incalculable valor de su voto y, por tanto, cada vez está más lejana la idea de que votar no tiene importancia y se reduce la ciudadanía que dejará la boleta en blanco o anularán su voto, lo que también es parte de la democracia, de la pluralidad, así es, finalmente es una decisión, lo cierto es que quisiéramos que eso no pasara.
Pero ¿por qué a unos días de las elecciones todavía la ciudadanía no puede decidir su voto con claridad y confianza y tienen miedo de no elegir correctamente?
Efectivamente, no hay vuelta de hoja, las y los propios candidatos han sumado a crear este aire de desconfianza, de incredulidad y de atonía frente a la tercera jornada electoral para elegir a quién gobernará el país en los próximos seis años, en el caso de la Presidencia, y tres o seis años para la representación popular en las cámaras.
Tierra abonada por lo que ya sabemos ha sucedido en los partidos políticos secuestrados por grupos de poder (económicos, religiosos y medios), por ambiciosos proyectos de esos grupos y atravesados por el viejo y lamentable flagelo que llegó para quedarse y que sigue identificando a México en el mundo: la corrupción.
Si vamos por parte lo entenderemos. La militancia partidista es muy pequeña considerando el tamaño de la ciudadanía de este país. Es cuestión de hacer cuentas. Luego, acomodo en esta lista a los simpatizantes de los partidos políticos y también quienes sólo coinciden con aquellas personas que aspiran a ocupar cargos de elección popular, pero tampoco son tantos ni tantas. El tercer grupo del electorado está compuesto por quienes no militan ni simpatizan en partidos políticos y menos coinciden con los abanderados y son ni duda cabe la gran mayoría de los votantes en este proceso electoral 2012.
Por eso, no hay duda, la moneda está en el aire y será el resto de las y los votantes, que son esa mayoría cansada del dispendio partidista, quienes pueden decidir el rumbo del país, cómo queremos que sea el país y qué candidato o candidata se acerca a nuestras aspiraciones ciudadanas. Y ahí está el problema.
PROMETER NO EMPOBRECE
Las campañas políticas nos muestran un candidato del PRI precedido por una historia que nadie puede borrar y que tampoco está en el ánimo de la población mexicana, o al menos en buena parte, repetir los 70 años de gobiernos priistas.
Sobre Enrique Peña Nieto lo supimos todo, especialmente lo peor de su vida personal y vida pública como gobernador del Estado de México.
Quienes están afiliados al PRI y simpatizan con ese partido político lograron escuchar sus propuestas y fueron testigos de que su “oferta” política se firmó ante notario, pero que sabemos no significan nada, no lo obligan a nada.
La pesada losa de los hechos de su gestión en el Estado de México, sus consabidos pecados políticos como la violación a derechos humanos en el caso Atenco, omisión de asuntos como el feminicidio, incluso, recordemos que junto con Guanajuato de las únicas entidades sin un mecanismo institucional para el adelanto de las mujeres y otros tantos hechos concretos cometidos y que son del dominio púbico.
Errores, falta de cálculo de sus operadores, mediocridad propia que fue develándose conforme el candidato priista “avanzaba” y todo se volvió suficiente para hacer de ello circo, maroma y teatro aderezado con humor negro para exhibir las carencias de quien pretende gobernar el país, a veces burdas e increíbles, quizá porque la población mexicana aspira a tener un digno representante en todo sentido. Los ejemplos son lo sucedido en la Feria Internacional del Libro en la ciudad de Guadalajara o su conducta errática y hasta miedosa en la Universidad Ibero, sólo por citar dos hechos, tal vez los más popularizados en la campaña.
Sin embargo, a pesar de todo, los priistas confían en lo que dicen las encuestas. La diferencia, de acuerdo a sus encuestas, será de entre 11 y 7 puntos entre Peña Nieto y quien será su más cercano contrincante político, es decir, Andrés Manuel López Obrador. Si las cosas resultan como lo plantea el priismo oaxaqueño, según una encuesta reciente, habrá varios candidatos y candidatas que resultarán favorecidos por el efecto “Peña Nieto” y con el apenitas, se cree hasta el día de hoy que Elizabeth Acosta del distrito 8 ganará apenas con una diferencia de 4 puntos y, se dice, que el candidato al Senado Eviel Pérez, también, ¿por cuánto? ¡Quién sabe! Eso desde la trinchera priista.
Y la candidata Josefina Vásquez Mota, candidata del PAN, representó una caja de sorpresas para el propio partido conservador mexicano (de oficio, porque hay otros partidos que son conservadores aunque no corresponda a su guión y por supuesto qué nadie espere que hagan eso).
Josefina Vásquez Mota fue designada, plantean los estudiosos de la materia, para competir con el “producto” priista, confiando en que el hecho de ser mujer daría un giro importante a favor de su partido para seguir en los Pinos.
El resultado no fue el esperado. El panismo no cerró filas como debía y hubo un momento en que la dejaron sola, lo que al paso del tiempo de estos interminables meses de campaña siguió zanjando al partido de la derecha mexicana.
Nadie duda, ella se equivocó al erigirse como la futura madre de la población mexicana, respondiendo a un enmohecido y viejo, pero mutante rol que el contexto social-patriarcal asignó a las mujeres como tarea fundamental y única desde el principio de los tiempos, provocando que otras mujeres pintaran una raya y explicaran que las trampas de la fe-electoral seguían apareciendo: candidatas mujeres en sitios donde los partidos políticos no tenían asegurado el triunfo, caso concreto la capital mexicana, donde PRI-PVEM, PAN y Nueva Alianza asignaron candidatas que compiten en un territorio asegurado para las izquierdas, representadas claro está por un candidato varón.
Aparecieron las esposas, las tías, las primas, hermanas, las novias, cuñadas y las madres para que cumplir con la cuota de género, es decir, le hicieron “manita de puerco” a la jerarquía partidista porque de otra manera no garantizan a las mujeres sus derechos políticos.
Y, finalmente, hubo que explicar que la estrategia del panismo había fracasado porque el hecho de ser mujer no le garantizaría a Vásquez Mota el voto del 53 por ciento de quienes elegirán el próximo domingo, es decir, las mujeres. Eso es mujerismo, dijeron las feministas, por ella y muchas otras candidatas, pero sobre todo, por el partido al que Vásquez Mota representa y que se opone sistemáticamente a la libertad de decisión de las mujeres en relación con sus cuerpos. Recordemos a los alcaldes panistas que prohíben el uso de minifaldas y las entidades gobernadas por la derecha, como Guanajuato, donde varias mujeres han sido acusadas de crímenes en razón de parentesco, es decir, por abortar aún cuando es de forma imprudencial o producto de una violación.
Por otro lado, se escuchan voces que plantean que hay que respaldar a esas mujeres y que hay que ayudar a su sensibilización. Las feministas responden que es cierto ¿cómo hacerlo? si muchas políticas de todos los partidos no comparten ni se quieren comprometer con la agenda de las mujeres, la minimizan o no les importa porque creen que plantear la política desde un contexto social diferente, les restará importancia, las hará menos, porque equivocadamente no tiene ningún caso porque los derechos de las mujeres están debidamente reconocidos y lo cierto es que nada más lejos de la realidad.
Sin embargo, tal vez ahora sí suceda lo que planteó Patricia Mercado, presidenta de Iniciativa Suma, en el sentido de que al haber más diputadas y más senadoras habrá un sentido distinto en las leyes que se requiere para el avance las mujeres. Lo que tal vez haga la diferencia, como decía la campaña del IMO sobre la participación política de las mujeres.
En fin, recuerdo todo esto, porque Josefina Vásquez Mota fue perdiendo fuerza más que por ser mujer porque el camino ya estaba socavado no sólo por su pasado inmediato como servidora pública al frente de la SEP y SEDESOL, su ambigua relación con la lideresa magisterial Elba Esther Gordillo, sino porque detrás de ella hay 12 años de gestión panista que dejan sembrado (con la respectiva contribución priista) todo un baño de sangre para México.
El planteamiento de “Josefina diferente” no se mostró, nunca se deslindó de las acciones de quien hoy todavía ocupa la silla presidencial y el último golpe le será asestado esta semana con la aparición del libro “La debacle del PAN, Josefina Vásquez Mota la candidata de la ruptura”, de Juan Veledíaz, donde de acuerdo con la reseña, se le pinta como una mujer ambiciosa, fría, calculadora y al mismo tiempo “frívola” porque lleva a la peinadora entre su equipo; gasta grandes cantidades en una de sus “debilidades femeninas”, sus aretes de diseñador y su muy costosa ropa, para un país donde lo que sí creció en este sexenio fue la población pobre.
Sin duda se confirma con este libro que no se rompe la regla: las mujeres que hacen política son las más violentadas, las más juzgadas y sabe por qué, porque ellas trasgreden el terreno de lo público, el que no les pertenece.
Y la tercera y más conocida de las vías, la de las izquierdas representada por Andrés Manuel López Obrador, con quien ya no funcionaron las campañas del descrédito porque antes exhibió a sus detractores, aprendió la lección y ahora acudió un paso delante, pero como a los otros, también lo persiguió su pasado, sobre todo su propia historia priista.
Obrador hizo una campaña del “yo acuso”, así que para cuando lo acusaban el efecto era antídoto. Las propuestas llegarían al final presionado por la propia ciudadanía, la que no es partidista, pero así como llegaron fueron desmentidas, se convirtieron en promesas vacías, por inalcanzables, porque como decía mi abuelita, prometer no empobrece.
El problema de López Obrador, desde la perspectiva de sus más acérrimos críticos, es su actitud mesiánica, su necedad permanente, su ambición de poder y tal vez de una dulce y amorosa venganza, los mismos defectos de los que adolecen quienes aspiran a ocupar un cargo de esa naturaleza, en ello empeñan todo lo que son y lo que no son, lo que tienen y hasta lo que les prestan.
De Gabriel Quadri nada hay que decir, excepto que como en todo proceso electoral, hace la función de comodín y se acomodará como quiera quien lo maneja, la ventrílocua.
La y los dos candidatos tuvieron errores garrafales que mostraron toda escases; se convirtieron en productos mediáticos refinados por el maquillaje, el peinado y el vestuario; candidata y candidatos fueron perseguidos por la sombra de la falta de claridad de recursos para sus campañas, el dispendio, la charola a empresarios o el uso de aviones de narcotraficantes; Josefina, Andrés Manuel y Enrique volvieron a prometernos el oro y el moro y quedaron frente a la imposibilidad de que esos proyectos económico-financieros, sociales y políticos, de seguridad y educativos como falsarios, como mecías de un renacimiento para el México que del “ya merito…” pasa al “ahora sí…”.
Ese es el recuento de quienes aspiran a gobernar desde los Pinos y en ese camino perdimos de vista a quienes quieren llegar a las cámaras alta y baja, nada o casi nada sabemos de ellos y ellas, hay quienes ni siquiera saben los nombres de los aspirantes en sus distritos electorales, no es extraño.
Estamos como al principio sin decisión alguna, la oferta electoral es tal vez la más pobre de toda la historia moderna de los procesos comiciales, pero la cada vez mayor conciencia sobre el valor del voto nos hará tomar la decisión frente a la boleta misma, sin dejar de pensar en la importancia de votar, en el país que queremos.

A RESERVA, Reflexión frente a la boleta electoral


A Reserva
Reflexión frente a la boleta electoral

Bárbara GARCÍA CHÁVEZ
Dos candidaturas, dos perfiles soportados con estigmas sin justificar lo que se dice y se cree, o cuando menos genera condicionamiento de premisas sin referentes ciertos. Los dos candidatos punteros se sitúan en descripciones conexas con personajes políticos que están muy lejos de su alcance real, para bien o para mal, no son ni con mucho cercanos a quienes se consideran ejemplos o moldes propicios para hacer comparaciones incómodas y que verdaderamente les resultan muy pero muy lejanos.
A Peña Nieto del PRI y PVEM se le imputa ser hijo adoptivo del grupo Atlacomulco, que tiene como bastión el Estado de México y como impulsor político a Carlos Salinas de Gortari, adjudicándole una perversa cercanía, amistad, tutoría, complicidad, incluso, hay quien afirma que el innombrable, el más malo de los malos es padrino del candidato. Nada más lejos de la realidad, bastaría revisar historias, fechas, trayectoria de ambos, para darnos cuenta que los tiempos de uno no son los del otro.
En 1988, Peña apenas hacia los mandados en la campaña de Emilio Chuayffet y  para 1995, su tío, Arturo Montiel lo juntó como  subcoordinador financiero de su campaña, hasta el 2003  salta a una diputación por Atlacomulco; para entonces Salinas de Gortari ya estaba autoexiliado en Irlanda. 
No, no son del mismo equipo, aunque eso no quita ni pone más responsabilidades de las que si tiene en su desempeño político: el caso de San Salvador Atenco, represión excesiva,  abuso de la fuerza pública en la que se pisotearon los derechos humanos y se hizo caso omiso a las recomendaciones de la CNDH, el caso Paulette, el alto número de feminicidios, la creciente inseguridad y la impunidad de capos en el Estado de México.
No cabe duda que el estigma Carlos Salinas, pretende ensombrecer al candidato presidencial del PRI que por sí mismo arrastra sus propias tinieblas, que no logra maquillar con su fuerte campaña mediática, frente a un electorado convulsionado y evidentemente dividido.
A Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD, PT y MC, se le vincula con el presidente venezolano Hugo Chávez, se dice que así son los de izquierda, se le atribuyen calificativos como populista, radical, autoritario, expropiador sin ton ni son y hay quien lo acusa incluso de “hereje”.
El mismo candidato López Obrador se deslinda de esta perversa comparación, “ni lo conozco, es una campaña de desprestigio”, dice y tiene razón. Muy poco tienen en común Chávez y AMLO, casi nada.
AMLO no es socialista, aunque si populista, nunca ha hablado del proyecto Bolivariano ni de los mecanismos anti neoliberales que modifiquen de fondo la política económica capitalista; AMLO tiene acuerdos con grandes empresarios, habrá pactos con jerarcas religiosos que impedirán de facto un verdadero estado laico; aunque sus reacciones son radicales no se traducirán en cambios estructurales; en fin, Chávez nunca negó su propuesta política socialista, con lo que esta implica frente al poder globalizador.
En ambos casos los candidatos niegan la relación y argumentan expresamente no tener relación de dominio político con los personajes con quien se les pretende relacionar en perjuicio de sus respectivas postulaciones; claro que no es real la supuesta incidencia ni en los alcances políticos ni en los principios ideológicos.
Salinas de Gortari es un político determinantemente conocedor de la política económica neoliberal, funcionalista de Estado, que implicó las bases teóricas de Parsons en un modelo neocapitalista con políticas sociales novedosas que le permitieron legitimarse en el ejercicio del poder alcanzado impositivamente. 
La astucia política de Peña Nieto no alcanza estos niveles,  por lo que acude a su imagen y a las fructíferas alianzas con los poderes mediáticos monopólicos y a la retórica del nuevo PRI.
Hugo Chávez, militar de carrera y convencido socialista, basa su política de Estado en el cambio social a través de la revolución Bolivariana y la permanente transición democrática desde los principios del nacionalismo y la justicia social. Las nuevas alianzas con los núcleos más desprotegidos, la autodeterminación del pueblo a partir de la educación popular y la cultura de solidaridad que combate las viejas expresiones oligárquicas, las concentraciones criminales de la riqueza y el poder manipulador de la jerarquía eclesiástica.
El discurso maniqueo de López Obrador no asume posiciones teóricas ideológicas, sin aludir al socialismo como tal, solo se queda en el populismo y la soberanía tan aludida se basa únicamente en la renovación de votos de amor y perdón con el objetivo fundamental de “serenar” al país.
Ambos candidatos e incluso la candidata del PAN – Josefina Vásquez Mota, con sus pocas posibilidades- han caminado electoralmente desde el poder de los medios de comunicación -los de siempre y los de ahora- frente a las masas (teoría estructural funcionalista de Lasswell) persuadiendo por medio de las siguientes preguntas: quién dice que, a través de qué medio, a quién y con qué efecto, preguntas referidas al poder político de los medios y al análisis de contenidos de lo que transmitan. La transmisión es superficial y alude al aspecto noticioso que permiten capitalizar los discursos en un primer momento. Es decir, las campañas son mercancía, juego del mercado mediático.
Y mientras los estigmatizados candidatos endurecen sus campañas con insultos frenéticos o subrepticios, descalificaciones y hasta amenazas abiertas o veladas, con propuestas populistas superficiales sin fondo político, sin sustento en agendas que realmente respondan a las múltiples necesidades sociales y económicas que refrenden su compromiso serio en rubros trascendentales, la ciudadanía divide sus preferencias con una serie de interferencias mediáticas, que a pocos días de la elección se percibe confusión y hartazgo por un lado, y por otro, decisión irrevocable del electorado duro que se manifiesta intolerante y dispuesto a todo por “el cambio” que ambos candidatos ofrecen.
Las opciones se diluyen, impactan razonamientos individuales y colectivos hay quienes opinan que Peña Nieto representa la corrupción y la intolerancia autoritaria del viejo PRI, alguien más  arguye el mesianismo y la soberbia obstinada de López Obrador, ¿quién piensa en el mujerismo conservador de la derecha representada por Vásquez Mota? ¿quién representa un mal menor? y claro también está la tercera vía, anular el voto considerando que es indigno conformarnos y avalar lo menos peor, decisión personal que solo requiere del respeto y la propia convicción.