lunes, 10 de agosto de 2015

Desvíctimizar a las indígenas en la gran capital


Miriam RUIZ
SemMéxico.- Pese a que en la más reciente Encuesta sobre la Discriminación 2013, las indígenas siguen al fondo del imaginario social, en la capital mexicana se impulsan políticas públicas que les permiten dejar de ser las “pobres víctimas” en necesidad de asistencia y convertirse en sujetas de su historia.
En el Distrito Federal, con casi cuatro millones de mujeres habitando sus 16 delegaciones, se hablan al menos 55 de las 68 lenguas indígenas del país, lo que muestra la variedad de pueblos originarios en la ciudad, según datos oficiales. Aunque hay una danza de cifras, casi 123 mil personas, de cinco años en adelante, hablan alguna lengua indígena, en orden decreciente náhuatl (28%), mixteco (11%), otomí (10%), mazateco (9.6%) y zapoteco (8%).
Del total de recursos para apoyar la agricultura citadina y la comercialización de productos agrícolas de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec), 60% fueron a dar a manos de mujeres, incluidas indígenas, muchas de ellas de 143 pueblos y 171 barrios originarios del Distrito Federal.
Rosa Pineda Luna, zapoteca, graduada en Ciencias Políticas y a cargo de Fomento, Promoción e Información de la Interculturalidad y la Ruralidad en la Ciudad de México, rechaza la mirada victimizante que las políticas públicas han tenido hacia las indígenas.
“No concuerdo, no me gusta que me traten como víctima “pobrecita” o tonta por ser indígena”, explica la funcionaria que impulsa el Centro de la Interculturalidad de la Ciudad de México. Las juchitecas “venimos a tomar lo que esta ciudad tiene para ofrecernos y mis paisanas que venden oropeles o tamales afuera de las estaciones vienen acompañando a un hijo o a varios hijos, van y vienen para vender. Son comerciantes.”
La mirada pública cambió desde los años 70, cuando la antropóloga, Lourdes Arizpe, miró quizá por primera vez la situación de las indígenas migrantes y comerciantes en la calle o mendicantes en la capital mexicana en su libro “Indígenas en la ciudad: el caso de las Marías”.
En esos años setenta, El Heraldo reportaba la inauguración de un Centro de Atención a Mujeres Mazahuas y Otomíes y a lo largo de las décadas se dieron otros esfuerzos para dejar de invisibilizar y fortalecer a las mujeres indígenas, pero sin una obligación explícita de las autoridades.
Hasta los ochenta y principios de los noventa, los medios feministas contaban la brutalidad de las razzias u operativos policiacos que detenían a la población callejera, y jalaban de las trenzas de las mujeres indígenas como práctica cotidiana.

Leyes interculturales para acciones públicas en la megalópolis

 El Distrito Federal aprobó en 2011 la ley –y el reglamento– de Interculturalidad, Atención a Migrantes y Movilidad Humana que valida los distintos orígenes de la población y reglamenta el compromiso de las autoridades para combatir prejuicios y asegurar mecanismos que brinden igualdad de oportunidades para que las mujeres y hombres conserven y fortalezcan sus identidades.
Igualmente, este 2015 se presentó en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal un anteproyecto de Iniciativa de Ley de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes del Distrito Federal, discutida en 200 asambleas comunitarias.
“Yo no soy muy de la postura de que la mujer sufre más o se enfrenta a más cosas, pero enfrenta una carga especial, es la que va a sustentar la familia, cuidar a los hijos, y allí enfrenta un problema extra para ella, es muy difícil una escuela nueva. Si vienen de espacios grandes, ¿qué pasa en estas ciudades tan cosmopolitas? Que los espacios se reducen en los departamentos y los niños que jugaban en el exterior se vuelven niños en interiores frente a una televisión”, agrega la zapoteca que llegó al DF a estudiar Filosofía y Ciencia Política en la UNAM.
“Nosotras las indígenas, de venir de jugar en la calle, de hacer todo en los patios de las casas, cuando llegamos a estudiar, rentar un cuarto, el espacio se reducía completamente. Eso te ahoga, violenta tu identidad. La ciudad nos trató bien a las istmeñas, pero nuestro problema es la nostalgia.”

Guardianas de identidades

Los programas educativos de interculturalidad en predios donde habitan indígenas que ofrece Sederec toma los aportes de las mujeres. “Las mujeres son guardianas de la fuerza identitaria”, explica Rosa Pineda, una de las impulsoras del Centro de la Interculturalidad en la capital mexicana.
Una necesidad es evitar la deserción escolar de niñas y niños. Y “uno de los problemas que enfrentan las mujeres son las tareas, -¿cómo les ayudamos si no sabemos?, nos dicen. E hicimos grupos de tareas con las mamás. Después mencionaron que tenían problemas entre vecinas y se hizo un taller de identidad y acercamiento vecinal”.
Los deseos de estas mujeres pueden estar en línea o no con el programa gubernamental. Sus sueños pueden ser terminar un diplomado o ir a conocer un restaurante chino y poderse arreglar para la ocasión como a ellas les guste.
El Centro de Interculturalidad de la ciudad de México, que tendrá pronto una sede en el Centro Histórico, es el segundo que se inaugura en su tipo. Entre sus objetivos está fortalecer una oferta educativa con pertinencia social y lingüística: educación básica, computación para adultos mayores, costura y bordado pero con actualización de diseños para que se comercialicen mejor los productos. Y clases por correspondencia, porque no se puede asumir que todas las personas llegarán o tienen ya una computadora.
Si las políticas públicas no te pueden devolver el verdor de la montaña o el aroma de la lluvia, por lo menos pueden facilitarles a las mujeres de medio centenar de pueblos lo mejor de la ciudad. Rosa Pineda resume el sentido de las políticas: “No dar el pescado, sino enseñar a pescar.”



Cuerpos-territorio de guerra, heridas que no cierran


Drina ERGUETA
SemMéxico.- Algunos testimonios señalan que las mujeres y las criaturas eran separadas de los hombres, una vez agrupadas las elegían de acuerdo a si consideraban que estaban en edad de procrear, un abanico que abarcaba desde niñas de 13 o 14 años hasta mujeres de…
Con la presencia de personalidades, autoridades y representantes de varias partes del mundo, se ha realizado en Bosnia-Herzegovina un acto de conmemoración al cumplirse los 20 años de la masacre de ocho mil 372 personas bosnias musulmanas en la población de Srebrenica. Un genocidio en toda regla por razones étnico-religiosas que da pie a hablar del otro tipo de genocidio que no siempre recibe actos de resarcimiento social ni justicia: las violaciones a mujeres como arma de guerra.
Es precisamente en la Guerra de los Balcanes, entre 1991 y 1995, que se produjeron miles de violaciones masivas de mujeres, que ha llevado, luego de un largo esfuerzo de organizaciones de las víctimas y de juristas feministas, entre ellas Catharine A. MacKinnon, a que tribunales internacionales reconozcan que estos actos también sean considerados como genocidio.
“… a las mujeres elegidas se las separaba del grupo, algunas se las apartaba de sus hijos bajo amenazas, y se las llevaba a lugares que ellas mismas debían acondicionar, a veces eran hoteles o casas con varias habitaciones…”
La investigadora social Susan Grayzel señala que “en situaciones de guerra el cuerpo femenino se convierte en un campo de batalla simbólico en el que diferencias culturales y geopolíticas históricas son representadas, y donde nuevas formas de odio se implantan como combustible de un deseo de venganza para el futuro”.
En la II Guerra Mundial, la violación de mujeres también fue parte de la violencia contra las mujeres de poblaciones consideradas inferiores por los nazis y japoneses, además de otros actos atroces como esterilizaciones, feticidio y muerte. Se difundió bastante información de las violaciones cometidas por los soldados rusos del Ejército Rojo sobre las mujeres alemanas tras la caída de Hitler y hace poco la alemana Miriam Gebhardt dio a conocer que también los aliados occidentales realizaron estas violaciones masivas, al menos 860 mil, de las cuales 190 mil las habrían cometido soldados estadounidenses.
“… las mujeres eran golpeadas y violadas por los soldados constantemente, de día y de noche, durante semanas. No todas sobrevivieron y uno de los objetivos era embarazarlas, cosa que ocurrió en muchos casos…”
“La violación, la prostitución y el embarazo forzado son también actos de genocidio, muchas veces ignorado”, dice MacKinnon que representó a las mujeres bosnias y croatas supervivientes de los horrores y violaciones sexuales de serbios, como forma de limpieza étnica.
La consideración de genocidio se establece porque se trata de un acto, que si bien es personal, tiene un carácter social, con efectos de terror y humillación para una población civil considerada enemiga. La agresión busca dañar a las mujeres que la sufren y principalmente a su comunidad. Se trata además de un acto de violencia patriarcal, donde se ataca a lo que se considera propiedad del otro grupo de hombres, el cuerpo de sus mujeres.
Es en 1998 cuando el Tribunal Penal Internacional falla y, por primera vez en el derecho internacional, conceptualiza al delito de violación, bajo determinadas condiciones, como genocidio y ocurre con el caso de Ruanda a favor de las mujeres tutsis, violadas y martirizadas en público, en una guerra tribal en la que los hutus provocaron 800 mil muertes.
Por lo ocurrido en la Guerra de los Balcanes, donde hubo más de 200 mil muertes y al menos más de 14 mil violaciones hay varios juicios realizados y sanciones; sin embargo, se trata de altos cargos con responsabilidades. La mayoría de los que llevaron a cabo las violaciones están libres y, en algunos casos, en Bosnia, son vecinos de las sobrevivientes.

La imagen de las mujeres en la Guelaguetza



Noemí DOMÍNGUEZ GASPAR
Ha pasado ya la época de “la máxima fiesta de los Oaxaqueños”, en medio de un conflicto político y una crisis social donde la población de la capital del estado de Oaxaca se encuentra desarrollando de la vida en “temporada alta”, calles transitadas por miles de turistas,  policías federal y miembros de la gendarmería intimidando con su sola presencia cualquier acción de protesta social indeseable en esté ambiente festivo que suele ser señalado como apolítico, pues se trata de una fiesta, que cómo la navidad, es época de amor y paz y no habría porqué empañarla con nimiedades, cómo las injusticias, los feminicidios, la discriminación cotidiana con múltiples matices  y otras “nimiedades” que demandan “gente revoltosa y sin quehacer”.
Ante eso pudimos ver el despliegue de representaciones, el consumo del folklor, la fiesta y el ensueño de la puesta en escena de una “hermandad” entre los pueblos originarios de Oaxaca y turistas locales, nacionales y extranjeros. Un performance montado en tiempos y formas que han sido establecidos por quienes organizan y dirigen la Guelaguetza “oficial” y “popular”,  que si bien es cierto difieren en objetivos políticos, siguen avalando y reproduciendo imágenes y representaciones populares de las mujeres de acuerdo a “la tradición”.
Ejemplo de ello es que en ambas Guelguetzas se siguen representando a las mujeres tal cual lo marca su costumbre y sus características “naturales” de acuerdo a su poblado de origen, las serranas del norte siguen siendo bailando en algunas delegaciones cabizbajas por que”en el principio de los tiempos” eran muy tímidas y abnegadas, la imagen que corresponde a su condición “histórica”, en cambio las mujeres  representantes de la región de la costa en absoluto ejecutan sumisión alguna, son “por naturaleza” sensuales, alegres y pícaras, todas gustan de la seducción masculina y disfrutan lanzar versos sexistas a sus parejas de baile, las vashistas presentan diferentes estilos de su jarabe del valle y bien podrían ser personajes de alguna película de Ismael Rodríguez o el Indio Fernández,  las istmeñas en cambio siempre son altivas y galantes, no hay otra concepción de mujeres istmeñas-zapotecas, los otros pueblos que no tienen participación en ambas Guelaguetza quedan anuladas/os de la fiesta de la “diversa e incluyente máxima fiesta del folklor”.
Tengo que aclarar que particularmente no tengo nada en contra de ninguna Guelaguetza escénica, yo misma participe en algún grupo de danza folklórica, tengo amistades que participan de delegaciones y nunca me pierdo ningún lunes del cero (aunque sea por internet pero lo veo), pero mi gafas feministas me impiden omitir cualquier expresión que naturalice ciertas representaciones que naturalicen el “deber ser” y la corporalidad de mujeres y hombres, se me ocurre que por ejemplo las mazatecas podrían bailar sin la cabeza agachada, que las chinantecas podrían cantar bellos versos al amor y a la diverso ecosistema que les rodea en vez de un triste relato de violencia y alcoholismo, pienso que las costeñas podrían divertirse con sus compañeros sin tanta alusión a la hipersexualización a la cual son destinadas.
No se trata de una reflexión mojigata, ultra o antiGuelaguetza, sólo pienso que si seguimos reproduciendo mitos “inventados”  a través del relato oral, de soportes musicales, de la danza y el teatro, lo único que  obtendremos es la naturalización de condiciones que han sido adversas para la vida de mujeres y hombres a nivel individual y colectivo.
Y es que ahora me parece percibir algunas posturas ProGuelaguetza o AntiGuelaguetza, quienes le detestan y quienes le disfrutan, y no me identifico con ninguna, disfruto el ambiente de esos días en la ciudad (si trabajará en el sector servicios opinaría lo contrarío) es un gusto culposo, lo asumo sin perder de vista todo aquello que no me parece, pienso que la Guelaguetza no desaparecerá a pesar de que reproduzca en diversos matices el racismo, clasismo, homofobia y otras formas de segregación social, mi posicionamiento podría parecer tibio, pero cómo mi misión en el mundo no es mesiánica, lo que puedo aportar son pensamientos e ideas que tal vez podrían generar otro tipo de representaciones, corporalidades y formas de estar en la vida, o al menos, contribuir al cuestionamiento del status quo, consciente soy que gozo de un privilegio que me permite escribir y cuestionar estos temas que podrían parecer banales, pero que justo son importantes pues no quedan pocos espacios en los que se nos permita expresar nuestros sentires y pensares, como la fiesta y la vacación.
Vendrán mas Guelaguetza y usos políticos con ellas, también acciones retrogradas guardianas del deber  ser y la buena moral ¿Cuál será el punto medio que no haga realmente solidarizarnos en la fiesta-espectáculo?







¿Yo feminista? Yamille Gómez Hernández



El feminismo la única apuesta que nos reconoce
* Me ha dado una dimensión placentera de la vida

Soledad JARQUÍN EDGAR
Si pudiera describir la intensidad de una sonrisa, tendría que decir que la de Niz Yamille Gómez Hernández parece a ratos tenue, pero de pronto sus ojos se pueden abrir y entonces su sonrisa empieza brillar con gran intensidad. Ella es feminista desde muy temprana edad, integrante y fundadora de la Colectiva Feminista Mujeres Lilas y ahora de la Red de Mujeres Tejiendo Saberes (MUTESA).
Es feminista porque asegura que es la única apuesta político-personal que nos reconoce -a las mujeres- como sujetas de derechos en puntos neurálgicos del análisis y la propuesta.
De inmediato añade que es feminista porque está a favor de la igualdad, de ser dueñas de nuestras vidas, del derecho a decidir en libertad nuestro destino, de que tengamos acceso a la educación, salarios justos, espacios de participación incluidos los espacios propios que nos han sido negados. Lo cual, son mínimos necesario para construir igualdad, justicia, paz y “desarrollo” en el mundo.
Seguiré militando para que las mujeres seamos las protagonistas de nuestra propia historia, dice con esa sobriedad que la caracteriza a esta mujer que nació en los ochenta en Manzanillo, Colima, pero que se crió en la región del Istmo de Tehuantepec desde muy pequeña, donde vivían su madre Juliana Hernández García, su padre de crianza, Gualo Vicenteño, y sus hermanas Danae y Arianna.
Yamille tiene en sus venas sangre indígena por el lado materno y del lado paterno es descendiente de migrantes turcos, radicados en el norte del país, “yo nací en Manzanillo porque mi mamá trabajaba y estudiaba Enfermería en ese lugar, pero desde edad preescolar viví en Salina Cruz de donde migré a la ciudad de Oaxaca hace 18 años”.
Cuento esto último porque considero que eso me ha permitido estar abierta al mundo y conservar una raíz indígena oaxaqueña.
Por su infancia corren aires de libertad que aprendió, luego de que su niñez fue impactada “por una serie de acontecimientos indeseables”, que dieron nacimiento a lo que ella llama “mi parte intrépida y soñadora”. La libertad hizo de Niz Yamille Margarita, sus nombres de pila, una niña  inquieta e inconforme.
De sus recuerdos de aquellos primeros años vienen a su memoria, sin duda fresca aún, los días en que con vecinos se iba a los cerros a recolectar “nanches”, la pequeña fruta que define como “olorosa, amarilla y pulposa”, que ineludiblemente la arraiga al terruño donde creció: el Istmo, sitio en el que también aprendió a volar papalotes y disfrutar aquella sensación de libertad que produce el aire en la cara cuando corría para que el artefacto de papel alcanzara el cielo o el espacio y ella, tal vez, soñaba con volar.
Para concluir su último grado de preparatoria, Yamile Gómez Hernández emigró de Salina Cruz a la capital oaxaqueña y posteriormente estudió Ciencias de la Comunicación en la UNIVAS, a partir de ese momento ha realizado una serie de diplomados sobre género y feminismo en instituciones públicas de Oaxaca, como el Instituto de la Mujer Oaxaqueña, la Universidad Vasconcelos, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y en otras instancias como UNICEF-IEPAAC.
El reconocimiento de Gómez Hernández como feminista es calificado por ella como un proceso natural y crucial, que se dio “cuando aprendí a ponerle nombre a inquietudes, sentires y saberes”. Inquietudes de la infancia y adolescencia que tomaron sentido cuando leyó y escuchó por primera vez a la doctora Marcela Lagarde, “mi primera maestra feminista”.
Entonces estaba en la Universidad y un amigo me invitó a participar en el Diplomado en Investigación desde la Perspectiva de Género del IMO, ahí supe que había toda una filosofía de práctica y pensamiento. Me encantó. El día que escuché por primera vez a Marcela Largade me fui llena de dudas, revuelta, emocionada y a la vez confiada de que se habría una nueva puerta.
Así, con el feminismo en la bolsa de sus pensamientos diarios, Yamille Gómez ha sido una activista de las causas a favor de los derechos de las mujeres y las niñas, aunque no ha militado desde una organización como tal, “sino como parte de mi desarrollo personal y profesional combinando colaboraciones a título individual y desde la Colectiva Feminista Mujeres Lilas con diversas organizaciones de la sociedad civil, como GAEM, DDESER, DIVERSIDADES, PROSA, MUJER NUEVA, MUTESA, CATÓLICAS POR EL DERECHO A DECIDIR, AMIO, entre otras. En estas organizaciones he realizado acciones muy puntuales”.
El principio como feminista viene de 2006, entonces ese recuerdo hace que de nueva cuenta sus ojos se agranden y su sonrisa brille, se trata del inicio de Mujeres Lilas, como denominaron en el verano de 2006 a un colectivo que inició un  círculo de lectura y autoconciencia feminista de reflexión y análisis social, el cual estaba conformado por activistas, académicas, servidoras públicas y en general mujeres interesadas en el tema.
La mayoría de nosotras participábamos en el Diplomado “Estandarización de bases y procedimientos para la atención de la violencia de género contra las mujeres”, el cual se vio interrumpido por cuestiones institucionales frente a las movilizaciones sociales que se gestaban entonces en Oaxaca.
El nombre de Mujeres Lilas fue escogido en memoria de las mujeres trabajadoras de una fábrica que a finales del siglo XIX exigieron mejores condiciones laborales en Estados Unidos y que por ello fueron incendiadas al interior de la fábrica de telas, se dice que el humo era violeta, color que retomó el movimiento feminista y nosotras decidimos llamar a así a la agrupación. Ese fue el inicio de mi militancia como feminista.
En resumen, apunta, desde la mirada compartida en la Colectiva, impulsamos un movimiento en dónde el quehacer, las ideas y acciones de las mujeres, las y los jóvenes, las niñas y niños cobren un papel central ante las profundas desigualdades entre hombres y mujeres.
Yamille Gómez Hernández es ahora una joven madura que ve en cada acción feminista una enorme responsabilidad pero sobre todo valora su importancia. “No cambiaría nada”, señala en relación a lo vivido dentro de las organizaciones con las que ha colaborado.
Luego explica que estas experiencias le han resultado significativas, en especial aquellas cercanas con niñas, adolescentes y mujeres que viven en lugares distintos o lejanos de la cuidad, porque cada aproximación me hace caer en cuenta que en muchas ocasiones el discurso político feminista no puede con esta realidad concreta que experimentan niñas y mujeres en diversas regiones del estado.
Situación que afirma “me ha obligado a salir de mi zona de confort y acércame a esa realidad dura y compleja. No sé si lo he logrado pero considero que este es el camino”.
La consciencia feminista no admite demora, hay mucho trabajo por delante, parece ser la consigna de la generación de feministas a la que pertenece Yamille Gómez Hernández quien en un tris enumera las actividades que desde la Colectiva Feminista Mujeres Lilas han articulado, encaminadas a llamar la atención y reflexión de la ciudadanía, para ello han echado mano de acciones llamativas como la instalación de “altares de sensibilización”, convivencia con nuestras madres, foros, talleres, ciclos de cine, teatro callejero, lecturas de cuentos muy de la mano con los círculos de estudios feministas de autoconciencia entre participantes.
Desde la conclusión reciente de su penúltimo diplomado se integró a la Red de Mujeres Tejiendo Saberes (MUTESA) conformada por mujeres con distintos perfiles y procedentes de diversas regiones del estado.
Pero en su andar Yamille Gómez muestra su militancia  comprometida, como ella llama a las actividades en las que participa como las campañas por el Derecho a Decidir de las mujeres, y por la Interrupción Legal del Embarazo en el estado, particularmente sobre la norma 046 en casos de Violación (ILEV). La realización de una propuesta de agenda de género y el proyecto de bando de policía y buen gobierno para el Instituto Municipal de la Mujer de Yosondua.
Además ha contribuido en la elaboración de la ley que rige actualmente la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca y el proyecto “diagnóstico de género” para el Instituto de la Mujer en San Bartolo Coyotepec. Así como la propuesta de Teatro Callejero para evidenciar problemáticas sociales de las mujeres desde la perspectiva de género.
No es cualquier cosa ni cualquier trabajo, incidir en la tarea de gobierno desde la sociedad civil o de manera independiente como lo ha hecho Niz Yamile Gómez involucrada, casi de manera personal con propuestas que modificarían el marco jurídico para la Ley de la Defensoría, o la Agenda por los derechos sexuales y reproductivos, educación sexual, acceso a servicios de calidad y calidez en el sistema de salud, salud materna, garantías para el derecho a decidir de las mujeres y la despenalización del aborto en el estado y recientemente en la prevención y atención de la violencia de las niñas, niños y adolescentes.
Además de acciones que tienen como finalidad una mayor conciencia ciudadana y respuestas efectivas por parte del Estado para la prevención, atención y reducción de la violencia hacia las mujeres, desde la infancia, en el noviazgo y en el ámbito familiar.   Y la necesidad de promovernos autocuidado, respeto y espacios propios entre mujeres, como ella misma lo destaca.
Desafortunadamente, apunta, la deuda por el reconocimiento pleno de los derechos de las mujeres en la todos los contextos sigue siendo un tema actual. Y en problemáticas como el feminicidio los retos se han agudizado.
No estamos en las mismas, hemos avanzado, ese es el planteamiento de Yamille Gómez, quien afirma que a lo largo de la historia, las mujeres siempre hemos estado activas, creativas y sabedoras. Hay que reconocernos. Y muchos de lo ganado para nosotras a sido gracias al movimiento feminista.
Sin embargo, mientras se sigan cometiendo injusticias, se nos violente y niegue lo que nos es legítimo, tenemos que seguir con las “mismas exigencias” y las que de acuerdo a las adversidades se vayan presentando. Considero que todas las propuestas se valen…Lo que no se vale es no hacer nada.
En ese sentido agrega que el movimiento se ha diversificado cada vez hay más mujeres jóvenes interesadas en defender y hacer valer sus derechos, y  no necesariamente desde espacios de la sociedad civil pero sí activas y propositivas desde las nuevas tecnologías de la información y comunicación, en ámbitos escolares, académicos, artísticos, culturales y comunitarios.
Ahora, explica, el desafío es mantenernos juntas en la lucha, reconocer nuestras coincidencias frente a las diferencias. Pero, sobre todo, recordar que las feministas queremos libertad, justicia, igualdad y derechos fundamentales que no son negociables, olvidar esto último, es lo que a veces nos ha distanciado.
El movimiento feminista llegó para quedarse, está vivo, fuerte para seguir favoreciendo a que las mujeres tengamos mejores condiciones de vida. A pesar de las crisis que se pudiera presentar siempre va a haber más feminismo y más mujeres involucradas haciendo todo tipo de propuestas.
Los resultados son más visibles desde la academia, la acción social, el periodismo, la salud holística, en comunidades indígenas y afromexicanas, en el movimiento por la diversidad sexual, espacios artísticos y culturales, aun incipientes en la efectividad de leyes, en espacios públicos y de participación política.
Acciones contundentes frente a la violencia de género, los feminicidios y muerte materna, la despenalización del aborto, entre otros, están pendientes.
Lo importante ahora es seguir trabajando y resolver los retos, para ello propone: tejer redes, impulsar espacios de participación para las niñas, adolescentes y jóvenes, confiar en sus propios procesos.
Yamile Gómez no puede dejar de mencionar a las maestras de las que aprendió y destaca un momento fundamental: la primera vez que escuchó a Estela Serret, filósofa mexicana que había sido invitada por el IMO, después tuvo que leer su libro de “Género, Identidad y Democracia”.
Más adelante durante el Diplomado de Investigación desde la Perspectiva de Género después de las sesiones con Marcela Lagarde compré mi primer libro feminista: Identidad de Género y Derechos Humanos...Esos momentos iluminaron mi camino. 
En su trayecto han sido muchas las mujeres que la han influenciado, recuerda que cuando era estudiante de Secundaria vio una entrevista a Julieta Fierro, astrónoma mexicana, y sintió una enorme admiración por una mujer tan destacada y sabia.
Luego vinieron las ya mencionadas Marcela Lagarde y Estela Serret, así como Celia Amorós, Julieta Paredes, Simone de Beauvoir, Julia Monárrez, Luisa Muraro, Virginia Woolf, Graciela Atencio, Jules Flaquet, Alda Facio, Patricia Mercado, Francesca Gargallo, Nuria Varela, Marta Lamas, Graciela Hierro, Rosario Castellanos, Judit Butler y Sor Juana Inés, entre otras mujeres que han sido fuente de inspiración, “que he leído y/o escuchado en el Círculo de Lecturas de Lilas, procesos de formación y/o seguido a través de los medios de comunicación.
Pero además ha aprendido de mujeres como Flor Cervantes, Ita Bico Cruz, Beatriz Ramírez, Lidia Aguilar, Evlin Aragón, Mayra Morales, Anel Flores, Susana Chía, Yesica Sanchéz, Sofía Robles, Ximena Avellaneda, María Cristina Salazar, Valentina Jaso, Maricela Zurita, Rosario Sánchez, Mare Advertencia “y muchas más mujeres que no terminaría de nombrar en estas páginas”. 
Mención especial tiene en la vida de Yamille Gómez la feminista Graciela Atencio, de la que se refiere como “mi primera referencia (vivencial) porque es una mujer inteligente, aguerrida y propositiva a quien vi asumir el discurso y la teoría en una práctica cotidiana, la recuerdo sincera y compartida de sus saberes sin mayores pretensiones.
Entre las entrañables se refiere a su madre Juliana Hernández García, a su tía Silvina Avendaño y a sus abuelas Margarita García Espinoza y Trinidad Gualo y todas las mujeres de su familia. “A todas las feministas y no feministas, solo mujeres”.
Yamille Gómez “invoca” entonces a la primera gran feminista de su vida, su abuela materna Margarita García Espinoza de casi 90 años de edad, chontal originaria de San Pedro Huamelula municipio entre la región de la Costa y el Istmo, “ella migró a los 16 años a Salina Cruz, con su primera hija en brazos, rompió el ciclo de la violencia, ahí conoció a mi abuelo originario de Matatlán con quien se casó, pero nunca vivió con él, tuvo en total nueve hijas e hijos, le sobrevivieron siete. Una mujer trabajadora e inteligente, me enseñó a “valerme por mi misma” (en palabras de ella) eso que no se aprende en los libros, ella no fue a la escuela pero posee una sabiduría ancestral que me hace sentir orgullosa”.
El bagaje del feminismo le ha dado “certezas en la vida y varias sacudidas, considero que es un proceso que no termina, siempre se aprenden cosas nuevas. Gracias al feminismo me reconcilié con mi madre, con mi ser mujer y las mujeres en mi vida de ahí que me asuma como lesbiana política. Gracias al feminismo he ido ganando autonomía”.
El feminismo me ha brindado herramientas que busco aplicar en el ámbito laboral, profesional y político, y me motiva aprender más.
Me ha permitido conocer a muchas personas defensoras de los derechos humanos y a un buen de banda feminista, apunta con alegría, para luego añadir que también le ha servido para tener claro que la maternidad no es el fin del ser mujer. Me ha motivado para construir relaciones saludables con las mujeres, con la familia, con la comunidad, incluso con mi pareja.
Sin duda, el feminismo, me ha dado una dimensión placentera de la vida.


La paridad, derecho fundamental



 Bárbara GARCÍA CHÁVEZ

A veces se olvida que hay derechos humanos que son intrínsecamente fundamentales, universales per se, es decir, se tienen y ya, mujeres y hombres, no requieren activarse y son irrenunciables, y el Estado es quien a través de sus instituciones debe garantizarlos adjetiva y sustantivamente de manera efectiva.
Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.
La paridad en el ámbito electoral está englobada en los derechos políticos, que se constituyen como derechos fundamentales, confluyendo  el derecho a la participación política (votar y ser votada) y el derecho de acceder a la anterior prerrogativa en condiciones de igualdad. Así queda dispuesta la reforma constitucional federal y su ley reglamentaria, para garantizar la paridad entre los géneros y las jurisprudencias que ha dictado la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TRIFE) en defensa de los derechos políticos de las mujeres.
En estricto derecho, la reforma constitucional  federal en esta materia, obliga a las legislaturas locales a  armonizar el orden jurídico en las entidades de la república mexicana para realizar adecuaciones que impulsen el avance de las mujeres en materia política, considerando su exclusión histórica y las condiciones fácticas que han limitado su presencia igualitaria en la toma de decisiones públicas.
En Oaxaca, como en todo el país, se vivió el proceso electoral para elegir diputadas y diputados federales tanto de mayoría relativa como de representación proporcional, adecuándolo por primera vez a los criterios de paridad, igual que en todo el país se sortearon las trampas y artilugios de los partidos políticos, que se resisten desde sus direcciones de control patriarcal.
Desde esta óptica y ante la realidad local, fue para muchas sorpresivo e indignante que las y los legisladores de Oaxaca, del PRI y PAN, regatearan la paridad como derecho fundamental de las mujeres, en tanto se lo escatimaron a las mujeres que residen en los municipios donde la elección de sus autoridades es mediante los sistemas normativos internos o, como se denominaban antes, de usos y costumbres, la mayoría de origen indígena, para contender en igualdad como concejales de sus ayuntamientos.
Esa decisión muestra un aberrante desconocimiento de lo que implican los derechos humanos, el apego a la convencionalidad y los principios constitucionales pro persona y, en la más estricta interpretación de su actuación, justificaron su proceder, argumentando que en esas poblaciones la violencia machista es tradición y debe ser respetada. El colmo de la ignorancia llegó cuando desde las curules se alegaba que en esas comunidades se debía ir con calma “…al fin que los derechos humanos son progresivos, poco a poco”.
Y así quedo en la constitución oaxaqueña y en la nueva Ley de Instituciones y Procedimientos Electorales del Estado de Oaxaca. Bien mirado, esto es pura discriminación, para estos legisladores las mujeres de los 417 municipios de sistemas normativos internos son menos, no tienen calidad humana, en consecuencia requieren tutela de sus hombres. En  estricto sentido común, mientras no participen en la toma de decisiones que las afectan, alguien más las impone; prevaleciendo un férreo dominio sobre ellas, esto es lo que se busca la opresión que dé continuidad al poder patriarcal más rancio.
En fin, no se ha perdido nada aún, solo se complica el camino. A un lado, en el mismo sureste del país, con condiciones muy similares, las mujeres de Chiapas libran la batalla, primero ganaron su espacio en los tribunales, agresiones antes de la elección, y hoy sin someterse se enfrentan a las amenazas y denostaciones antes de protestar en las alcaldías y regidurías; nada debe ser paulatino, el golpe ha sido certero y no hay tregua, el gobierno y los tribunales tendrán que hacer lo suyo porque las mujeres feministas han formado una valla, una trinchera y no se paran.
Parafraseando a Amelia Valcárcel en reconocimiento a sus aportes en la teoría feminista:
“…Y el camino de la libertad y el camino de la democracia son el mismo, pero lo estamos empezando. Hemos adquirido lugar en lo público-político y tenemos que utilizarlo. Y va a ser muy difícil porque estos ámbitos, que han de serlo de paridad, son extraordinariamente resistentes. Ahora se refugiarán en la excelencia. Pero vean entonces, para lograr lo que logran, la cantidad de talento que trituran, que avergüenzan y que destrozan. No solo es cierto sino que a veces lo decimos: «Es que la Humanidad no puede vivir sin la mitad del talento femenino.» ¡Vamos que si puede! Puede perfectamente y es lo que ha hecho siempre. Y hay mucha gente que sigue pensando que se puede seguir así. Claro que puede, pero no debe porque, para lograr esto, se pone en marcha una máquina trituradora que está acabando con las mejores. Y realmente castigándolas a ser y a vivirse y a entenderse como unas amargadas, y siendo menos de lo que son y menos de lo que merecen. Hay mucha amargura en esta dinámica del poder que es tan perversa. Y no hay derecho, no hay derecho a ello”. (IV Encuentro De Mujeres Lideres Iberoamericanas.- ¿A qué llamamos paridad?)