viernes, 22 de octubre de 2010

Pasado y futuro


Con sororidad a las que son y a las que aspiran ser…

Por Soledad JARQUÍN EDGAR

La conmemoración del 57 aniversario de la reforma al artículo 34 de la Carta Magna mediante la cual las mujeres obtuvimos el derecho a votar y a ser votadas, exige reflexiones. Hoy tenemos nuevos retos, uno se ha dicho es alcanzar la paridad, otro y mejor sería que esa representación popular, paritaria o como es ahora, consolidar las demandas, viejas demandas de las mujeres, que se hagan realidad, que permitan vivir en un país sin inequidades y sin desigualdades. No es una utopía, se puede.

Al menos en teoría, se piensa y se dice que ya nadie discute si los derechos ciudadanos y políticos de las mujeres son o no justos, sin embargo, la cotidianidad nos habla de una situación distinta a la que nuestras leyes federales, estatales o reglamentaciones municipales dictan o señalan sobre la igualdad entre las mexicanas y los mexicanos. Casi todas sabemos que no es así. La representación proporcional de mujeres en la política o cargos de decisión es infinitamente menor no sólo a las ciudadanas con derecho a votar y ser votadas, desde concejalas, presidentas municipales, legisladoras estatales o federales y menos aún como gobernadoras, incluso a 200 años en esta nación ha sido remota la posibilidad de que una mujer ocupe la presidencia de la República.

La realidad ha sido cuantificada: la infra representación de las mujeres en la vida política del país por ejemplo en los gobiernos municipales no supera el 4 por ciento de alcaldías encabezadas por mujeres; en contraste el número de electoras es superior a los electores en 3.5 puntos porcentuales y sobra decir que población femenina mexicana es superior a los hombres.

Frente a esta insuficiente representación en la vida política de México, tras los primeros 57 años de la “ciudadanía plena” de las mexicanas, resulta claro que no hay equidad. Hay muchas sin razones, uno de ellos es que el espacio político ha sido satanizado para las mujeres a través de campañas que infunden miedo con acciones que hacen pensar que todas serán malas políticas y dan ejemplos, muchos ejemplos.

La lupa con que se mira a las mujeres tiene gran aumento no así en la que se ve lo que hacen y dejan hacer los varones de la política, como señala la antropóloga feminista Marta Lamas; sin bases reales se afirma que todas ambicionan el poder para enriquecerse ¿acaso no sucede lo mismo con muchos, muchos hombres? Se descalifica su capacidad para ejercer el poder y yo pregunto ¿de verdad creen los varones que gobiernan que lo han hecho bien y que la pobreza y la violencia que ahogan al país son resultado de efectos extraños y no del equívoco, la ambición, la corrupción…? y, peor aún, utilizan mecanismos para propagar que no debemos gobernar, una de ellas y muy conocida en el medio político es la que dice que las mujeres son las peores enemigas de las mujeres. Otra mentira que no me deja ver con claridad nada y, sí en cambio, opaca los resultados que hacia las mujeres han tenido los varones y que hoy nos mantiene en un estado de desigualdad terrible cuando se hace visible.

Todas estas aseveraciones como si las mujeres hubiéramos sido construidas en un planeta distinto, como si por el hecho de ser mujeres tendríamos o estaríamos obligadas a ser de otra manera, pero hombres y mujeres crecimos y nos educamos en el mismo espacio, somos producto biológico que procede del mismo lugar y la diferencia está en nuestros genitales, sólo ahí; por tanto pueden también equivocarse, de la misma forma que desde hace varias centurias lo hacen los hombres, porque lo aprendimos, lo cual no justifica ni a unos ni a otras.

Este miedo que se infunde sobre si las mujeres pueden o no ejercer el gobierno (sea legislativo, judicial o ejecutivo) tiene mar de fondo, se llama hegemonía patriarcal, que imposibilita que estas instituciones den esa posibilidad a las mujeres para ejercer el llamado poder político, la representación popular.

A pesar de nuestra realidad, esa que es fácil de ver a través de la desigualdad que nos muestran las cifras, muchas personas aseguran que las mujeres no requieren seguir en esa lucha que todo está resuelto, pretenden tapar el sol con un dedo. Las cifras –insisto- nos revelan lo contrario.

Alcanzar la ciudadanía plena para las mujeres implica abarcar un trecho más amplio, es ir más allá del ámbito político y público, es decir, donde se toman las decisiones. Demanda observar el cumplimiento de los otros derechos; los derechos que se ejercen dentro del ámbito que para muchos es privado, pero por sus repercusiones sin duda tienen una implicación del Estado mexicano: me refiero a la falta de seguridad y la permanente violencia que sigue costando vidas y contando historias de violencia extrema, difíciles de entender cometidas contra las mujeres; así como su derecho a decidir y no a confiscar ese derecho como si eso fuera posible.

Nadie puede negar que hoy mismo se siga discutiendo el derecho de las mujeres a abortar en condiciones de seguridad, sin arriesgar sus vidas y se condiciona la decisión personal a la voluntad política y los cónclaves que existen entre esa componenda llamada derecha-izquierda, la que forman derecha-centro-izquierda, la verdadera derecha y clero mexicano.

Hoy muchas mujeres siguen padeciendo violencia, esa agresión que impone el machismo y que lleva a cometer actos de tortura contra ellas, porque la violencia cobra carta de naturalidad en esa otra idea equivocada que plantea que ellas deben estar subordinadas a ellos y que los varones son superiores a las mujeres, como si fuera un designio divino.

Lo cierto es que en la vida de las personas no hay designios divinos ni destinos impuestos, si así fuera estaríamos en el Paraíso como los personajes bíblicos. Nuestro mundo es construido puede modificarse, transformarse. Se requiere cambiar la composición social, la relación entre mujeres y hombres hacia una más igualitaria y para ello es necesario que más mujeres ocupen sitios dentro de la administración pública y en los puestos de elección popular, la condición claro está es que estén convencidas de que esa condición social desigual cambie; que tengan claro que la violencia no es natural; que sean capaces de impulsar reformas que castiguen la violencia feminicida y que favorezcan el ejercicio pleno de los derechos humanos de más de la mitad de quienes habitamos el mundo.

Pero no sólo en aquellos que tienen que ver con las mujeres de manera directa como los institutos, las regidurías de género o las procuradurías especializadas, programas especiales que se crean… no estas mujeres conscientes de la necesaria igualdad, mujeres con conciencia feminista y no mujeril, deben estar en todos los ámbitos de gobierno.

Es increíble que hoy, en el siglo XXI se estén haciendo las normatividades en los estados para que las mujeres puedan interrumpir un embarazo, abortar pues, cuando la gestación es producto de una violación ¿A qué clase de justicia hemos estado sometidas las mujeres? ¿Qué esperan las y los legisladores para castigar en serio la violencia feminicida, esa que todos los días leemos en la prensa amarillista de nuestras localidades? ¿Cómo hacer entender a los gobernantes que una mayoría de mujeres están en desigualdad de condiciones por el hecho de ser mujeres? ¿Cómo decirles que esa desigualdad provoca asesinatos y muertes por toda clase de enfermedades prevenibles? ¿Cómo hacer para que se enteren que se gastan miles de millones de pesos como resultado de la violencia y que puede evitarse? ¿Qué sepan que se hace necesario reconocer las aportaciones que las mujeres realizan en todos los ámbitos? En suma ¿Qué se enteren que las mujeres existen, que son sujetos y no objetos?

Es muy fuerte lo que pasa y seguirá pasando si ellas –las convencidas de que es necesario cambiar la condición social de todas las mujeres y con ello transformar a la sociedad- no llegan a ocupar un sitio en el poder político y público. Es difícil pero se puede hacer. Siempre y cuando en el mundo patriarcal en el que vivimos, el de los dirigentes partidistas, legisladores, gobernadores, presidentes municipales y toda clase de tomadores de decisiones, aflore el machismo y la misoginia que impide esa posibilidad.

De lo contrario, ningún cambio político tendrá efectos positivos nunca, serán más de lo mismo, es decir, seguiremos viviendo en una sociedad violenta y seguiremos reproduciendo pobreza ¿acaso no son estos dos de los grandes problemas del país?

Han pasado 57 años desde que las mujeres –por decreto- podemos votar y ser electas, las mujeres cambiamos, estamos en todos los ámbitos de la vida, con muchas dificultades pero ahí estamos; no pocas siguen rezagadas, sin voz ni voto y mientras eso exista ningún gobierno podrá decir que ha avanzado en sus políticas de género. Las mujeres ya cambiamos, ¿por qué los hombres no?

jarquinedgar@gmail.com