lunes, 30 de noviembre de 2015

Mujeres y Política El cambio también es personal



Soledad JARQUÍN EDGAR
En México, como en muchas otras partes del mundo, no han sido suficientes ni las leyes ni las instituciones para eliminar la violencia de la vida de las mujeres, esa es una de la frases más pronunciadas durante esta semana. Cierto, porque la resistencia más importante es de tipo humana, personal. Es fundamental cambiar desde adentro y asumir con consciencia el papel que nos toca desempeñar en la vida, sea en lo personal o en lo público. El más grave problema lo enfrentamos cuando discursivamente se habla de “voluntad política” pero los hechos demuestran que hay un abismo entre del dicho y el hecho.
Así que, contrario a lo que se esperaba en 1979 cuando se crea la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), la violencia no ha disminuido, no hay visos de erradicarla. Lo que sí es cierto es que ahora es más visible. Muchas personas han oído hablar de ella, saben que es un delito, algunos han cambiado, otros no.
Como consecuencia de las circunstancia sociales, políticas y económicas del país, estamos frente a un nuevo y grave panorama, debido a esa regresión terrible que hoy vivimos, como en los tiempos de los forajidos cuando entraban a los pueblos y se robaban a las mujeres, las niñas, las mujeres como parte del botín de los vencedores en las guerras. Ya se ha dicho desde Elena de Troya hasta hoy, en este instante. Pero tenemos un problema, hoy el comercio sexual de mujeres deja enormes dividendos a los perpetradores y la cadena tiene alcances internacionales, pasa frente a nuestros ojos y pasa frente a los ojos de las autoridades.
Pero como se ha dicho hasta el cansancio cada quien debe asumir su propia responsabilidad en la propuesta de ser mejores cada día, sin dejar de lado la enorme responsabilidad que tienen los gobiernos federal, de los estados y por supuesto los municipales. Actores fundamentales para lograr erradicar la violencia y que desafortunadamente para las mujeres no han entendido su papel. Las autoridades, lo hemos dicho hasta el cansancio, son omisas, permisivas, cómplices y promotoras incansables de la impunidad, y por consiguiente de la violencia contra las mujeres.
Un funcionariado que  con el tiempo se va conformando, se vuelven parte de una red de complicidades, les da flojera escuchar esas historias repetidas de mujeres que llegan ante sus escritorios suplicando justicia, pidiendo su intervención porque el señor les ha vuelto a poner la mano encima, porque les niega el dinero, porque les quitó a los hijos, porque les volvió a pegar, porque las amenazó, porque las alejó de su familia y les volvieron a pegar esta vez no fue con el puño cerrado sino con un palo, tanto que ya no pudieron ir a trabajar, es más tuvieron que ir ante un médico, que obviamente se olvidó de aplicar un protocolo, que no se quiso meter en problemas. Ahí frente “a la justicia” tienen que mostrar los moretones, las laceraciones y si no las tienen peor para ellas, las vuelven a regañar porque nada s les hacen perder el tiempo. Son los y las mismas empleadas de gobierno que las revisan minuciosamente, morbosamente, con miradas inquisidoras si lo que sufrieron fue una violación sexual, preguntas inadecuadas que pretenden confirmar dichos, aunque hace mucho tiempo que se terminó eso de que “es tu palabra contra la mía”, pero ahí sí funcionan los no escritos pactos patriarcales y la misoginia. Eso sin medir las horas de espera, el tiempo del que una mujer debe disponer para ser atendida. Y entonces viene lo peor, muchas abandonan sus casos.
Esto que acabo de resumir, no es una misma historia, son cientos las historias de mujeres que cada día obtienen lo mismo en las instituciones pública. No sólo suceden en Oaxaca, el modelito ha existido desde que existen los pactos patriarcales y la misoginia. En las mujeres hay no sólo temor de hacer una denuncia contra su victimario, también hay terror frente a la burocracia, ahí ni los o las titulares cambian y los procuradores se podrán llenar la boca diciendo que han tomado cursos, talleres, diplomados, seminarios pero esta visto de nada sirven si las instituciones siguen revíctimizando a las mujeres.
Por eso el cambio, para que sea real, empieza por cada persona, por cada hombre o mujer. De vez en cuando hay que hacerse ciertas preguntas, ciertos cuestionamientos, sobre todo aquellos que aseguran que no son violentos, que ellos serían incapaces de ponerle la mano encima a su compañera de vida, porque a ellos les enseñaron que las mujeres no se les pega ni con el pétalo de una rosa.
La violencia contra las mujeres o de género se produce en una sociedad desigual  y se funda en la creencia de que las mujeres valen menos que los hombres. Quizá muchas y muchos nos sentimos ajenos a esa práctica aberrante de la violencia, porque nunca en nuestra vida, creemos, hemos sido ni víctimas ni victimarios. Esa sensación, esa creencia, tiene un fundamento en la forma en que hemos sido educados en la casa y, sobre todo, en lo que aprendemos fuera del hogar.
Así, quienes estamos mirando desde afuera este escenario cotidiano tenemos que reflexionar sobre cómo actuamos en el día a día
Cuántas veces hemos pensado que las mujeres maltratadas, -desde las que reciben un regaño o desde las que son castigadas con el silencio, hasta las que son golpeadas, mutiladas o asesinadas, se merecían haber sufrido esa violencia de género por no responder a los mandatos sociales, por ejemplo por no atender a su esposo como él había ordenado, por desobedecer las reglas establecidas, por locas…
Cuántas veces hemos tenido un primer pensamiento, sin ninguna reflexión de por medio, y señalamos a una joven violada como la responsable de sufrir ese aberrante delito porque iba “mal vestida o de forma inapropiada”, porque estaba en la calle a horas no adecuadas para una mujer, porque era adicta o porque se puso a tomar con sus amigos. Cuántas veces de esta forma no vemos el delito cometido y culpabilizamos a la víctima.
Cuántas veces por nuestra mente ha pasado el dicho de que “el hombre llega hasta donde la mujer quiere” y creemos firmemente en esa invención decimonónica que busca perpetuar y justificar la violencia contra las mujeres. Son licencias para matar.
Cuántas veces, cuando estamos solos o en un grupo de amigos, volvemos la mirada para observar el cuerpo de una compañera de trabajo, de una mujer que camina por la calle…otras veces, incluso, les han dicho un piropo casi siempre desagradable o las han tocado, sin imaginar siquiera el daño, la repulsión, el enojo, la indignación que provocan en las mujeres. Por cierto, una violencia que creímos erradicada y que ha vuelto a las calles.
Muchas veces, los hombres concurren a espectáculos para caballeros, como les llaman, sin imaginar de qué forma llegaron esas mujeres a los antros, los cabarets o prostíbulos; pensamos que a ellas les gusta mostrar sus cuerpos, que lo hacen por placer, porque son ninfómanas o locas, cuando en realidad es que son explotadas generalmente por otros hombres, que estamos frente al creciente fenómeno de la esclavitud sexual de mujeres y de niñas para satisfacción de varones que pagan por esos servicios y alimentan un delito grave, cada vez creciente en México y en el mundo, la desaparición de niñas y mujeres. Un negocio millonario para las mafias que han dejado crecer y pasar las autoridades.
Mujeres objeto, mujeres sin nada más que su cuerpo, con historias aterradoras detrás de las sonrisas que esbozan frente a sus clientes a quienes hay que garantizar el placer y sus fantasías, alimentadas desde la adolescencia, cuando se les enseña a ser hombres.
A cuántas personas conocemos que siendo niñas sufrieron violación en su casa por parte de su abuelo, su padre, un tío, un primo o un hermano. Un delito que no se dice, que no se comenta, que está prohibido hablar y por tanto permitido ejecutar. Lo peor es que la víctima está condenada a vivir con su victimario por el resto de sus días o hasta que pueden liberarse. La violación infantil contra niñas se ejecuta en todos los niveles socioeconómicos y casi ninguno llega a tener justicia. Incluso, en Oaxaca, por ejemplo gracias a la iniciativa del médico Alejandro Arias, quien falleció hace unos años, el delito ya no prescribe, es decir, hace menos de una década la impunidad estaba garantizada.
No hay espacio suficiente, pero hay más muchas más formas de violencia que se establece desde la institución, como sucede en las instituciones de salud, cada día más deterioradas, cada día más lejos de garantizar el derecho a la salud de las personas. Y que decir del fenómeno de la violencia política, el último bastión del patriarcado, que hoy por determinación constitucional deberá ser compartido. Una batalla que habrá de librarse a fondo en las elecciones de 2016, un proceso que ya empezó y que niega, hasta hoy, la presencia de mujeres. No es para menos, hay quienes siguen creyendo que las decisiones políticas son exclusividad de los hombres. De ahí que han sido excluidas visiblemente de los gabinetes, de ahí que se piense que deben capacitarse las mujeres, per hasta hoy nadie nos ha dicho ¿quién capacitó a los hombres? Digo para no ir a la misma escuela. Pero la muestra más clara es la exclusión de la paridad horizontal y vertical en ayuntamientos electos por usos y costumbres, exclusión de la que son cómplices desde el gobierno de Gabino Cué, hasta la misoginia, además de la ignorancia, de las y los integrantes de la LXII Legislatura local.
Todo eso y más es violencia de género, violencia sexista, violencia machista o violencia feminicida y todas esas agresiones y otras peores, tienen un fondo común: la construcción social que da a las mujeres un lugar disminuido, un sitio menor, donde los designios de vida son determinados por lo que socialmente le corresponde hacer y que creemos es un asunto natural, qué así está establecido, que no se puede romper, que es inamovible.
Hoy, ejercer violencia denota desconocimiento de los derechos humanos de las mujeres pero también que esa violencia es un delito; es un acto machista, degrada a quien la ejerce; pero sobre todo sabemos es un problema de salud pública, representa la inversión de enormes cantidades de dinero en resarcir sus consecuencias. Muchas de ellas incapacitantes temporal o de por vida y otras que terminan con la vida de las mujeres: un dato que ya conocen revela que desde el año 2000 han ocurrido en el país 23 mil 763 muertes violentas de mujeres -cada día siete mujeres fueron asesinadas en 2014 en México, o como el dato oficial de Oaxaca que nos deja ciertamente perplejas cuando revelan que en los últimos cinco años han sido asesinadas 458 mujeres. Las tres últimas apenas en la víspera de la conmemoración del Día Internacional para Erradicar la Violencia contra las mujeres.


jueves, 26 de noviembre de 2015

Hombres de Corazón, reencuentro con la vida



·      * Presenta Fina Sanz la experiencia de siete hombres en la segunda mitad de la vida

Soledad Jarquín Edgar, corresponsal
SemMéxico. Oaxaca, 22 octubre 2015.-  A los 50 años, hombres y mujeres vivimos un periodo crítico, vemos nuestra vida, vivimos duelos, los hijos e hijas se van de casa, los padres y madres tal vez son dependientes, tienes o no pareja, es la segunda mitad de la vida y sirve para reencontrarnos con ella.
Así se refiere Fina Sanz, psicóloga, pedagoga y sexóloga, al presentar en Oaxaca su libro Hombres de Corazón, donde siete hombres maduros relatan sus experiencias en un encuentro experimental que realiza a lo largo de un año, donde ella, dice, es solo un testigo mudo.
El concepto “la segunda mitad de la vida”, lo tomó de la terapeuta argentina Sara Oltein, y le gustó a partir de un significado de reencontrar la vida, en que una o uno se pregunta ¿Y ahora qué? ¿Qué hago a partir de ahora?
La segunda mitad de la vida, hace crisis existencial, una caída al vacío, donde nos quedamos sin los proyectos que tuvimos en la primera mitad de la vida.
Cómo interpretamos esas crisis del cuerpo y del espíritu, que nos va dando señales durante el tiempo. Cómo nos situamos, qué ocurre con la percepción que tenemos de nosotras y de nosotros mismos y además cuestionamos qué ha pasado con nuestra vida amorosa y sexual, con nuestras amistades viven o se han muerto, con nuestro trabajo o la carencia de este, cómo manejamos nuestros cambios personales.
Por ello consideró importante trabajar, primero con las mujeres, que dio origen a su libro Diálogos con Mujeres Sabias y después con los hombres para escribir Hombres de Corazón, este último donde ellos narran sus experiencias y enseñan a otros hombres.
Un libro que no fue fácil de lograr, porque le costó mucho trabajo conformar el grupo, porque los hombres en general no hablan de cómo se sienten profundamente, porque la mayoría de los hombres no tienen un grupo de hombres con quien comentar, a diferencia de las mujeres para hablar de cómo nos sentíamos en torno a nuestros cambios físicos, emocionales, sexuales, espirituales y sociales.
Fina Sanz entendió, primero, que los hombres no están en la segunda mitad de la vida, porque ninguno se percibe así a diferencia de las mujeres. En ellas hay un hecho que marca un antes y un después, la regla y la ausencia de la menstruación, la menopausia.
Eso no ocurre con los hombres, aunque sean mayores, ellos pueden ser abuelos y padres al mismo tiempo con una segunda o tercera pareja, para ellos es una nueva oportunidad.
En segundo lugar encontró que autopercepción es diferente entre las mujeres y los hombres. Pues aunque a ellos se les caiga el pelo, usen gafas, tengan problemas de oído, dicen que están bien. En cambio, añade como lo escribió en el libro de Conversaciones con Mujeres Sabias, ellas se perciben feas, gordas y viejas.
Incluso, cita el ejemplo de uno de sus entrevistados, quien a pesar de padecer un cáncer de garganta, sostiene que “de no ser por ese puto cáncer de lo demás está bien”.
Es decir, la percepción de los hombres es más positiva que la autopercepción de las mujeres que interiorizamos el modelo social.
“Un hombre vale porque es hombre, una mujer vale si es joven, si mantiene esquemas corporales imposibles después de los 50, 60, es más desde los 40 años, jamás tendrás el cuerpo de los 18, por más dietas que hagas, por más que vayas al gimnasio, por más cremas que te pongas, son etapas de las que tienes que hacer duelos”. Eso da pie al sistema social mercantilista a introducir toda venta de productos cosméticos con la promesa de que serán más jóvenes, perderán arrugas o serán más delgadas.
Sin embargo, cuenta que encontró un secreto, pues nunca había oído hablar de eso, algo que para ellos puede ser el inicio de la pérdida del interés erótico: la gotita. A ellos no les importa que los fastidie la calvicie, pero el asunto de la gotita que les mancha el pantalón si les preocupa. Es tan secreto que para las mujeres anuncian en televisión una forma de protegerse de las pérdidas urinarias, para ellos no. Y cuando lo hablaron colectivamente se quietaron la angustia, pero a todos les pasa.
En suma, agrega la feminista española, los hombres no se desvalorizan por su aspecto físico, pero sienten que pierden valor frente al desempleo y también por la pérdida de su genitalidad.
Uno de los ejes de construcción de la mujer pasa por ser buena y por ser madre, pero en el caso de los hombres, estos ejes pasan por la genitalidad y el trabajo. Un hombre que tiene erección o pene grande siente que vale menos.
Refiere que (los) Hombres con Corazón vivieron su juventud en las décadas de los sesenta, setenta, ochentas y hasta de principios de los noventa, décadas donde hubo importantes cambios sociales y hechos fundamentales históricos, pertenecen a generaciones de la revolución y libertad sexual, de la promiscuidad, tanto en el mundo heterosexual como homosexual.
Ellos hacen una diferencia entre  la práctica sexual habitual y la fidelidad amorosa, una intersección entre lo sexual y el amor, entre el afuera y el adentro, pero en la segunda mitad de la vida ya no desean eso, lo que quieren es una relación de pareja estable tranquila, de intimidad y amigable, lo cual representa unos nuevos.
Su genitalidad es menos prioritaria, menos urgente y menos automática, la erótica se hace más globalizada, que es más difusa, por todo el cuerpo, más suave, mas extendida, no necesariamente los deseos de la relación sexual es otro tipo de placer que no se centra en genitales, como sucedía entre la adolescencia y la adultez.
A partir de la segunda mitad de la vida se invierte, la globalidad pasa a la primer plano y la genitalidad pasa a segundo plano. Se dan cuenta que para ellos es más importante el contacto, la piel, el tiempo, las caricias, la seducción, el cariño, es decir, incorporan el aspecto femenino de la sexualidad, porque aunque la globalidad y la genitalidad la tenemos todos los seres humanos, a nivel de visión de género, aprendemos a dividir que la erótica de la globalidad la tenemos fundamentalmente las mujeres y la genitalidad la desarrollan los hombres.
Fina Sanz sostiene que algunos empiezan a asociar la sexualidad con la meditación, como una manera espiritualidad de relacionarse con la otra persona y consigo mismos, es otra manera de estar en la relación.
Incluso, algunos se preguntan si serán un viejo verde, hablan de las prácticas de sexo por internet, del que se contacta por teléfono y que se compra, prácticas que ya no quieren, al menos los siete Hombres de Corazón.
Otro de los temas que Fina Sanz encontró en su libro fue la dificultad de expresión y comunicación emocional, especialmente con los hijos e hijas. “De los siete, dos tienen rota la comunicación con sus hijas e hijos, cuando hablan de ello se les quiebra la voz y no pueden decir por qué se ha roto, es una herida callada” y otros sienten que ahora que sus hijas e hijos son grandes podrían tener mejor comunicación.
De acuerdo con la autora, esta es una de las heridas secretas, calladas, ahogadas de muchos hombres que a duras penas se pueden expresar y que en estos momentos les gustaría expresarse mejor y es una de sus tareas pendientes.
Sanz refiere que los mandatos de género lleva a las mujeres a establecer vínculos diferentes con las y los hijos en relación con los que establecen los hombres. Ellas establecen un vínculo de fusión, donde ellas y sus hijos e hijas son uno, de ahí que sea más dramático el síndrome del nido vacío, se quejan, lloran, se deprimen.
En cambio los hombres y sus hijas e hijos tienen una relación de separación, “yo soy yo, tú eres tú”, de ahí que en ellos no aparezca el síndrome del nido vacío, se alegran de que sus hijos e hijas sean autónomas.
En ese mismo sentido, refiere que los hombres se desentiende de los adultos mayores, son las mujeres las que asumen las responsabilidades del cuidado.
La autora de libros como Los Vínculos amorosos, Los laberintos de la vida cotidiana, Psicoerotismo femenino y masculino y fotobiografía refiere que resulta interesante la crítica que hacen a las feministas, a partir de que cada una y cada uno habla por lo que llama “heridas de género”
La herida de género, explica, se genera a partir del control, el sometimiento, la desvalorización que las mujeres viven en una sociedad patriarcal, de ahí que reaccione frente al colectivo dominante y generalice su opinión sobre todos los hombres sin distinguir entre la persona que tiene delante y la estructura social y frente a esa generalización los hombres responden de la misma manera.
En suma, apunta la investigadora, los hombres reconocen cómo en la segunda mitad de la vida viven aspectos positivos, tienen mayor serenidad, calma, sosiego, lentitud, “valores tradicionalmente femeninos”.
Otros van dejando roles de género tradicionales como la competitividad entre ellos, antes imponían su opinión, eran agresivos, ahora gustan de escuchar. Pero mejor aún, sienten que lo que están viviendo es una oportunidad para cambiar su vida, recapitulan sobre el periodo anterior y toman decisiones para el presente, buscan  recuperar el tiempo perdido, crear nuevas ilusiones o proyectos.
Por eso han querido escribir el libro, piensan en esta nueva oportunidad, aprenden de lo vivido, se transforman, son resilientes, es decir, enseñan a otros.
El texto fue comentado por la doctora e investigadora Concepción Núñez Miranda; Eduardo Bautista, investigador y académico, titular del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la UABJO y Eduardo Liendro, antropólogo y coordinador de Diversidades.

¿Yo feminista? Cristina Galante, reivindicar la maternidad



·      * Cuando sintió los cautiverios buscó la libertad

Soledad JARQUÍN EDGAR
Cristina Galante Di Pace, partera y feminista, italiana de nacimiento, mexicana porque fue este país en el que eligió vivir hace más de un cuarto de siglo. Para ella, el próximo logro del feminismo es reivindicar la maternidad como experiencia de gozo, de intimidad, de consciencia y crecimiento. ¿Dónde está nuestra práctica feminista si ignoramos al útero?
Con una vasta experiencia
A lo largo de los últimos, la mitad de su vida, Cristina Galante puso sus ojos en el momento mismo de la vida, el nacimiento y lidió con todo aquello que podría sugerir una oposición entre la maternidad y el feminismo.
Sin embargo, sostiene que la maternidad es nuestro maravilloso poder creador y paridor usado para callar nuestra participación social y política, nuestra expresión del erotismo y sexualidad, nuestra libertad de movimiento y nuestra independencia. La anticoncepción limitada, el divorcio inexistente, el aborto prohibido y la casa como único lugar de “competencia”.
Ser partera y feminista un gran reto en una sociedad que no ofrecía verdaderas elecciones sobre el matrimonio y la maternidad. Plantear estos temas en las organizaciones feministas era desafiante y me fue muy difícil encontrar espacios de verdadero debate, de escucha, de preguntas profundas sobre el poder de la maternidad, por lo menos en Oaxaca, dice Cristina Galante quien defiende su postura como pequeño barco en medio de una tormenta en el Adriático.
Galante cita a la española Casilda Rodrigañez, que propone el derecho a una maternidad empoderada, consciente, plena, libre de modas, que sea vivida como lo que es, un estadio sexual más del cuerpo. Sitúa la represión y negación de la sexualidad de la mujer en la maternidad en el centro del sistema patriarcal. Explica muy bien la analogía entre violación (un coito doloroso, con miedo) y parto hospitalario medicalizado; ambos son dos experiencias físicas de dolor y humillación que no tendrían porque ser así.
Cristina Galante cree en esa maternidad y rechaza la idea formada a través del tiempo por la medicina hegemónica que ha controlado ese momento de la vida a través del medio, haciendo sentir a las mujeres inseguras e incapaces, inhibiendo las hormonas del placer, interviniendo medicamente en un ambiente frío y hostil. 
“Mantener el parto en los hospitales garantiza la reproducción del miedo, refuerza la idea de incompetencia del cuerpo de las mujeres en el acto de parir, garantiza una experiencia de separación y sufrimiento para los nuevos habitantes de este planeta”, todo ello contrario a las experiencias exitosas de países como Holanda e Inglaterra que tienen las mejores estadísticas de partos satisfactorios y exitosos en casa. En cambio en México se persigue a las parteras, con o sin título, se desincentiva el parto en casa y se disminuye el gasto en salud.
La maternidad libre y gozosa pasa por el cuerpo, por los fluidos y los ríos hormonales que si se dejan libres, producen placer y más placer. Pasa también por nuestro derecho a decidir dónde y cómo queremos parir, por mirar el potencial de nuestro útero, siendo conscientes del conocimiento y sabiduría de nuestro cuerpo.
Infancia es destino
La ciudad donde nació está rodeada de agua. Margherita di Savoia, Italia, está ubicada a orillas del mar Adriático y es también el sitio de desembocadura del segundo río más grande del sur del país en forma de bota, el ´Ofanto.
La fuerza del agua mueve a Cristina Galante, la niña que creció escuchando las historias que a la mesa cada día su padre contaba al volver de las minas de sal, historias que se hilvanaron en su memoria como lo hacían su abuela y su abuelo maternos, costurera y sastre, respectivamente.
María Cristina Galante Di Pace creció en una familia tradicional, con la clásica definición de roles para hombres y para mujeres, separada físicamente de los varones tanto de su edad como de los mayores, condición que se repetía en la escuela e incluso donde le estaba prohibido tener amigos varones, lo que logró a la edad de 15 años, bajo la estricta supervisión de su padre.
Titulada en Obstetricia por la Universidad de Florencia, refiere que el único niño cercano era su hermano, dos años menor que ella, con quien el significado de la diferencia biológica no tenía ningún significado para Cristina.
“Él y yo jugábamos a ser el otro, es decir, él a ser yo y yo él. Yo me sentía verdaderamente él en ese juego, me llamaba con su nombre, pensaba como él (eso creía). Así seguimos varios años, enfermándonos juntos, leyendo juntos, sintiendo juntos”.
Pero un día, siempre hay un día, la madre y su abuela decidieron empezar a tratarlos de manera distinta, el juego ya no era divertido para las adultas de su casa. Su hermano se fue lejos de casa a vivir con la abuela porque el abuelo había fallecido y él sería su compañía, lo que para Cristina Galante eso representaba privilegios para su hermano, privilegios que como mujer ella no tendría.
Los roles le asignaron a la adolescente tareas de casa, las mismas que todas conocemos, dice, además de las restricciones que su hermano no tendría: para él, nada en casa y mucho en la calle.
Mientras para mi familia esta decisión tal vez partía del temor de que termináramos confundidos, para mi ese giro traumático que tomó mi vida, representó la pérdida de mi hermano-espejo, el darme cuenta de que esa pequeña diferencia biológica se estaba volviendo la causa del abismo entre nosotros, el inicio de un enojo incontenible que me llevó por una lado a una rebeldía iracunda y, por el otro lado, a darme cuenta que mi vida la dedicaría a insistir y recordar que las mujeres tenemos derechos.
Fue ese día, ese momento sin determinación precisa en el tiempo, el que llevó a Cristina Galante Di Pace “a empezar a sentirme en cautiverio, mientras veía a mi hermano con el gran privilegio de la “libertad” y simplemente no entendía ¿por qué?”.
Con su castellano perfecto y ese tono que denota su lengua materna, narra que en un principio luchó contra mi hermano, “porque era el que estaba a mi  `altura´ simbólica y físicamente hablando; podía golpearlo y gritarle todo lo frustrada que me sentía”.
Con mi madre y mi abuela, católicas, peleaba también porque pensaba que no iban a entender; con mi padre en cambio, socialista y humanista usaba la intelectualidad, intentando hacerle ver la incoherencia entre lo que decía sobre la justicia y la igualdad, y la manera en la que me discriminaba respecto a mi hermano.
Y sí, empezó todo, así empezó su yo feminista.
Aunque estudió Obstetricia en Italia sostiene que su verdadera formación fue con la partera juchiteca Ná María, con las parteras italianas que se salieron del sistema y con parteras tradicionales o re-conectadas con la tradición, dice esta mujer que durante décadas ha luchado por humanizar el parto, el nacimiento, el principio de una vida.
Galante Di Pace identifica momentos claves en su construcción feminista que inicia como relató antes desde la casa materna.
La austeridad familiar la impulsó a realizar un sueño temprano, contribuir a mejorar la condición de su casa, de ahí que entró a trabajar en una empresa de aguas termales que contrataba mujeres para trabajo de temporada.
Cristina Galante identifica ese momento como un segundo impacto de injusticia que no alcanzaba a entender: la explotación de mujeres, madres solteras y ancianas, principalmente, quienes durante 14 horas de trabajo consecutivo, sueldos bajos y sin ninguna clase de prestación social desarrollaban ese extenuante trabajo.
Hoy, apunta, esa situación no sería ninguna novedad visto en un contexto de explotación más amplio, “pero para mi fue una gran sorpresa” y vinieron nuevas preguntas ante la aparente pasividad de las mujeres que no se rebelaban ante esa condición laboral.
De ahí que, al segundo mes de trabajar en ese lugar, formó un sindicato, para alzar la voz, pedí asesoría y convoqué a la primera asamblea de trabajadoras, única en la historia de la empresa. Y como en todo esfuerzo, inició con un grupo pequeño que poco a poco creció, “logramos un contrato de trabajo y garantías”.
Pero Cristina Galante, contratada para acarrear pesadas cubetas de lodo, era menor de edad y fue despedida después de lograr la insurrección laboral, nunca más la contrataron, dice, pero tiene en su memoria el gusto de ver a esas mujeres de otra manera: empoderadas, que la abrazaban gustosas, efusivas.
“Abrazo cuyo significado he ido entendiendo a lo largo de los años, conforme fui creciendo, fui mamá y mujer mayor”.
El tabú de la sexualidad
El tema de la sexualidad en una familia tradicional, “clásica” y católica, fue para Cristina Galante y para las jóvenes de época, como lo fue para su madre y sus abuelas, un tabú. Nadie hablaba de la virginidad y menos aún del acceso a anticonceptivos. Simplemente, añade, en mi pueblo no había ningún espacio donde poder hablar de la sexualidad.
El resultado fue ese cuarto oscuro al que se llega “después de decidir con quién y dónde”, pues en pocos meses se enteró que estaba embarazada, un embarazo no deseado. La única claridad que tenía era la de no querer y no poder tener un hijo, pues ni siquiera ingresaba a la preparatoria.
Se produjo entonces lo que llama “la cruda y dolorosa realidad de un aborto clandestino, en un cuarto de un departamento, en una ciudad a 350 kilómetros de distancia de su casa, haciendo como si nada para que mi madre y mi padre no sospecharan”.
Por eso sostiene que la luz siempre será la información. Buscó información para cambiar esa realidad, y como el que busca encuentra, ella halló una asociación que proporcionaba esa información que en su pueblo no existía. Fundó el primer grupo para encender la luz de la información y defender los que después serían llamados derechos reproductivos.
Vinieron las décadas de los setenta y ochentas con sus marcas generacionales, sus movimientos políticos y sociales, las décadas de los grupos extremistas, los atentados, la radicalización de la lucha política.
Para ella, el feminismo era un lugar aún lejano, un movimiento citadino que no llegaba. “Desde el pueblo sureño veíamos el feminismo como un referente, una fuerza que permitía sentirse acompañadas, para mi una confirmación del “no soy la única”.
El feminismo, desde los referentes intelectuales llegaron después con la entrada a la Universidad de Bari, terminando los setenta, añade Cristina Galante.
En esa institución, empezó sus estudios en Ciencias Políticas y a sus manos llegó El segundo sexo, el libro emblemático y transformador de Simone de Beauvoir y como tal  “irrumpió en mi vida dándole a mi sentir las palabras que necesitaba, mientras se empezaba a teorizar con las herramientas del marxismo y el psicoanálisis sobre las relaciones de poder dentro de la familia y la sexualidad”.
Luego el contexto social dio un giro. Las acciones-luchas concretas y sentidas, pasaban por un territorio que iba a ser fundamental para el resto de mi vida: el cuerpo de las mujeres, explica y refiere los hechos fundamentales como fueron las leyes en favor del divorcio y de la despenalización del aborto.
Explica que para ambas cosas, en particular el aborto, la lucha fue larga, difícil, profunda. Creo que fue un momento de gran maduración para el movimiento porque amplió la acción política involucrando un amplio número de mujeres que empezaban a vislumbrar la posibilidad de poder decidir sobre su cuerpo, tanto afuera (con quién estar casada), como adentro (si tener hijas o hijos y cuándo).
En mi historia, aún ligada a mi país de origen, estos fueron momentos fundamentales aunque estaba todavía bien alejada de mi la idea de volverme partera, dice esta mujer de amplia sonrisa, de aparente tranquilidad y de muchas ideas.
México, país es destino
El destino trajo a Cristina Galante a México y su destino fue Oaxaca donde reside desde los años ochenta. Ahí se encontró a un grupo de feministas, que entonces se contaban con los dedos de la mano, pero además no eran bien vistas, y el clima social era distinto.
Pero vivir en Oaxaca no fue vivir en la ciudad. Cristina Galante empezó un periplo por las comunidades, donde encontró el verdadero parteaguas de su vida, la sacudida, dice, cuando se refiere a las temporadas que pasó las comunidades indígenas, ahí descubrió otro lenguaje y una fortaleza que se expresaba de manera muy distinta, muchas veces sin palabras, profunda e indescifrable, confiesa con un brillo distinto en su mirada.
Describe que las indígenas buscaban su propio camino hacia la dignidad con otro ritmo, con otra intención, en tiempos en que las reivindicaciones que el movimiento feminista creía importantes para el mundo de las mujeres indígenas y campesinas y lo que ellas mismas querían y podían empezar a plantearse en una organización política y social que tenía su lógica y su razón de ser.
Conoce el trabajo intelectual de mujeres como Margarita Dalton y Josefina (Chepa) Aranda en Oaxaca, y de Marcela Lagarde y Marta Lamas ambas en el Distrito Federal, sólo por mencionar algunas y, al mismo tiempo, “quedaba capturada por la profundidad reflexiva de curanderas y parteras que despertaron mi parte espiritual, intuitiva, mágica, sabia”.
De mujer a mujer
Se refiere a Doña Ángela, la curandera, y Ná María, la partera, con su mundo de plantas y rituales, de cuidados y sanación, me mostraron un poder femenino que no pasaba por la reivindicación sino por el saber ancestral, el que es trasmitido de mujer a mujer, el que se susurra, el que se guarda en el corazón, el que se comunica con la naturaleza. Lenguajes distintos, mismo territorio. Otra forma de empoderamiento.
Esos lenguajes, apunta, son los que han nutrido su “ser feminista”, para fortalecer mi camino y situarme en el territorio del cuerpo de las mujeres, su salud, sus emociones, su expresión.
En 1994, junto con Clara Sherer y Antonieta Vizcaíno Cook, fundamos el Centro de Estudios de la Mujer y la Familia (CEMyF) que cinco años después se volvió CEMyF–Género y Salud. Así su trabajo se centró en una visión de la salud totalmente relacionada con la educación de género y el efecto que los distintos roles tienen en el nivel emocional y físico.
Diez años después, en 2004, junto con Araceli Gil, funda Nueve Lunas, organización centrada en el ejercicio y promoción de la partería y del derecho a un parto digno, libre y consciente.
“Es así como mi ser feminista ha estado directamente ligado al cuerpo de las mujeres, a las formas de explotación y sometimiento, al ejercicio del poder que pasa por/con/a través del cuerpo, a sus formas de expresión y potenciales”.
Su recorrido comprende, además las colonias populares de la capital oaxaqueña, donde ha formado círculos de reflexión con mujeres, donde a partir de las dolencias y malestares, las mujeres toman consciencia, se construyen fragmento a fragmento, y a través del cuerpo y su lenguaje, hablaban generaciones enteras de mujeres que pedían expresar su vitalidad, su creatividad, su alegría más allá de las paredes domésticas.
Experiencia que sostiene es conmovedora y que le permitió crecer con ellas en la capacidad de “saborear” el poder de decidir, el poder decir “no” a lo que no hace bien y “si” a la vida, el poder de sentirse personas y pronunciar fuerte la palabra dignidad.
En CEMyF durante 10 años trabajó con grupos de hombres y mujeres, con otras organizaciones sociales y con el funcionariado, “hasta que la “visión de género” se institucionalizó y se volvió parte del discurso gubernamental aportando por un lado algunos cambios importantes, justificando programas que tenían intereses bien distintos por el otro”.
Pero Cristina Galante que viene de un mundo de agua, volvió al mundo de la partería, “el mundo de las mujeres sanadoras, de las curanderas, de las que a través del cuerpo se comunicaban con los misterios de la vida, con lo no visible y no razonable, con la fuerza de la vida que quiere vivir, con la tierra que tiene su lenguaje y sus dones, con la luna que se embaraza cada mes, con el poder femenino y transformador”.  Fue encontrar su pasión inicial, a los partos, al potencial revolucionario de la maternidad, ahí nació Nueve Lunas.
Violencia obstétrica
En Oaxaca, hace cuatro años fue Nueve Lunas quien puso el dedo en una herida putrefacta: la violencia obstétrica. Un tema que costó trabajo entender y la pregunta era ¿de qué carajos estás hablando?.
“Los cautiverios de las mujeres (citando el subtítulo del libro de Marcela Lagarde) aún no incluían las salas de parto; la violencia se expresaba de muchas maneras, existía en la ley, pero nadie hablaba de la violencia institucional durante el embarazo y parto, de las mutilaciones de genitales con las episiotomías, del dolor por maniobras innecesarias, del ser privadas de la comunicación con el exterior, de la ropa, del alimento, del agua e incluso de la identidad al recibir un número de cama…Nadie hablaba de la soledad, de las palabras ofensivas, del no poder decidir, de vivir en silencio con un cuerpo cortado, intervenido, adolorido, maltratado”. Cristina Galante suelta cada palabra y le da a cada una dimensión, tanto que entonces le preguntaban si acaso no estaba exagerando.
El resultado fue una propuesta para tipificar la violencia obstétrica como violencia de género como parte del paquete de reformas a la Ley de Acceso a una vida libre de violencia para las mujeres y al Código Penal, “era el 2011 y aún había esperanza de cambio en Oaxaca”, dice y recuerda que el mismo poder Ejecutivo firmó la propuesta de ley.
La iniciativa se presentó al Congreso local.  El mismo gobierno, representado en la “finísima persona del secretario de salud en turno”, organizó la oleada de protestas del gremio médico en contra de la iniciativa que elegantemente fue enviada al fondo del cajón a dormir el sueño eterno.
La violencia obstétrica fue retomada en otros estados y se han publicado incluso informes sobre el tamaño del problema y las posibles formas de abordajes. Una de ellas es que el actuar médico no se castigue de forma penal sino administrativa, a pesar de que se demuestre que va en contra de los derechos humanos de las mujeres.
Pero Cristina Galante sostiene que si bien es muy importante que desde la política pública se tomen las medidas necesarias para prevenir y modificar los actos de violencia obstétrica, existe el derecho humano innegable a recibir la mejor atención disponible. Esto implica que el personal de salud esté constantemente actualizado y actúe de acuerdo a las evidencias científicas más recientes; si no lo hace así y perjudica de manera temporal o permanente a la mujer debe incurrir en sanciones también de tipo penal.


A 62 años del voto, las mujeres en la cuesta




·      * Rememoran tres mujeres cómo han vivido la política sin ser políticas

Soledad Jarquín Edgar
SemMéxico. Oaxaca, 16 octubre 2015.- El 17 de octubre de 1953, al publicarse la aprobación de la reforma constitucional del artículo 34 de la Carta Magna, las mexicanas adquirieron la ciudadanía y con ello el derecho a votar, ser votadas y a ocupar un cargo dentro de la administración pública.
Los diarios de aquel entonces auguraban un cambio en el panorama político nacional, eran los tiempos en que este país era gobernado por el presidente Adolfo Ruiz Cortines (1889-1973), quien se había comprometido desde su campaña política a hacer realidad este viejo sueño por el que muchas mujeres habían estado pugnando desde el nacimiento de la nación mexicana.
A 62 años de aquel suceso que llevó a las mexicanas a las urnas dos años después y a iniciar el que ha sido un camino pausado y difícil, una cuesta, para quienes determinaron incursionar por el camino de la vida pública, Luz María González Esperón,  Angélica Cancino Martínez y María del Socorro Castillejos del Pino rememoran su ascenso a la ciudadanía sin ser políticas.
Luz María González Esperón, es escritora, una cronista de la capital oaxaqueña donde nació un 16 de noviembre de 1930.  Tenía 25 años cuando votó por primera vez en una casilla instalada en las céntricas calles de la ciudad de Oaxaca y desde entonces nunca ha dejado de participar en los procesos electorales.
Yo sabía, explica, que el voto estaba casi listo cuando Lázaro Cárdenas era presidente, pero no cuajó sino hasta 1953 con Ruiz Cortines y aquel día cuando fui a votar por primera vez yo me sentía feliz, sabía que era una gran cosa, sostiene con un cierto aire de alegría en sus palabras, que la llevan a recordar también aquel día fue a votar acompañada de su papá, Serafín González.
Al igual que la obtención de la ciudadanía para las mujeres, González Esperón considera que la Paridad, sesenta años después, fue un avance muy importante en la larga lucha de las mujeres, pero reconoce que a veces las políticas le han decepcionado, cuando llegan a diputadas no se acuerdan de las otras mujeres y seguimos viendo condiciones muy desfavorables.
Siempre he dicho que las leyes fueron hecha por hombres y están hechas para ellos, dice esta mujer sin considerar que su aseveración podría ser un claro precepto de género, luego agrega que legislaturas van y vienen, cada vez con mayor presencia de mujeres pero pocas acciones legislativas que realmente cambien la condición de las mexicanas, pese a que muchas veces las promesas de campaña están basadas en mejoras para la vida de las ciudadanas.
La autora de varios libros de historia de Oaxaca, entre ellos su más reciente publicación, la Trilogía de Esposas Inolvidables, donde rememora la vida de las compañeras de tres gobernantes oaxaqueños Amalia Alfaro, María Robledo y María Luisa de la Peña, dice que lo que más le molesta de las políticas es que actúen como los hombres, caen en los mismos vicios y en todo lo que a ellos les hemos criticado.
Con el tiempo, agrega, los procesos electorales han mejorado, pero no dejan de pasar chanchuyos que alteran el rumbo de las votaciones, porque aclara que la ciudadanía más que elegir vota por aquellas personas que ya antes han elegido los partidos políticos.
Hay mujeres bien preparadas para gobernar México
En tanto Angélica Cancino Martínez, quien nació en Tapachula, Chiapas, pero que vive en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, desde 1956, es una asidua lectora que disfruta de su vida en Ixtepec, Oaxaca, analiza a sus 83 años los avances de las mujeres en la política.
No tiene en su memoria con toda precisión aquella primera vez que fue a votar en su natal Tapachula, pero lo que sí tiene claro es que entonces hubo un gran revuelo social por la publicación de las reformas que reconocían a las mexicanas como ciudadanas, y lo tiene bien presente porque fue en 1953 cuando se casó.
Entonces llegabas a la casilla, dabas tu nombre y firmabas, quizá incluso ponías tu huella, dice en referencia a que en aquel entonces no  había credenciales para votar. Para aquellos años, sostiene, eran pocas las mujeres que íbamos a votar, con el tiempo hemos ido adquiriendo consciencia de la importancia del voto, de lo muy importante que es, sobre todo si hacemos caso al dicho ese que sostiene que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen y si no votamos dejamos en manos de los otros las decisiones.
Cansino Martínez afirma que la paridad en política es otro gran avance, porque en México hay muchas mujeres y muy bien preparadas, incluso más que muchos hombres y listas para ser gobernantes.
Lectora de diarios y libros, doña Angélica Cansino no deja de estar pendiente de los acontecimientos del mundo, “ayer estuve viendo el debate entre los precandidatos demócratas de Estados Unidos, yo creo que la mejor es la señora Hilary Clinton, sería bueno que ese país fuera gobernado por una mujer”, sostiene.
Luego afirma que en México hay muy buenos prospectos para gobernar la Nación, “a mi me gusta mucho Patricia Mercado,  es una mujer muy bien preparada para gobernar México”.
Como Luz María González Esperón, Angélica Cansino Martínez opina que sin embargo las mujeres que aspiran a gobernar deben tener consciencia de lo que ocurre con el resto de las mujeres y también dice que alguna vez votó por una presidenta municipal en Ixtepec, y ganó, lo malo es que salió muy mala como munícipe.
Pero así son las cosas, hay que seguir avanzando, algunas serán buenas y otras no lo serán tanto.
Buen servicio y mal pago
María del Socorro Castillejos del Pino, quien nació en la capital de Chiapas, ha estado siempre muy cerca de líderes priistas y gobernadores, pero el poder no ha sido nunca de ella y menos los bienes que en muchos servidores públicos tienen abundantes resultados. Aunque es contadora privada de profesión, desde los años sesenta ha sido secretaria.
Desde muy joven estuvo involucrada en diversas actividades del Partido Revolucionario Institucional (PRI) dentro de un grupo de mujeres, que para entonces ya gozaban de la ciudadanía otorgada en 1953.
En los años sesenta, incluso, siendo muy joven fue directora del sector femenil de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares y más tarde en 1962, por dedazo, reconoce, fue nombrada regidora del Cabildo de Tuxtla Gutiérrez, por el sector campesino.
Pero el destino le daría una vuelta a su vida y a la que prometía una carrera política, cuando en 1964 se convierte en la secretaria del entonces presidente del PRI en esa ciudad, Rafael Gamboa Cano, con quien se quedó a lo largo de mucho tiempo y lo siguió a petición del mismo político durante su gestión como dirigente del PRI en el Distrito Federal.
Entonces dice, con Gustavo Díaz Ordaz los cargos sí duraban seis años, cuando llegó Luis Echeverría los políticos se dormían con el cargo pero a veces despertaban sin sus puestos.
Orgullosa muestra su charola como secretaria privada del Presidente del Comité Directivo del PRI en el Distrito Federal, expedida en febrero de 1966, posición en la que permaneció durante largo tiempo y llegó incluso a las grandes ligas del PRI Nacional donde recuerda los liderazgos de mujeres como Hilda Anderson una destacada dirigente de la Confederación de Trabajadores de México; a Ofelia Castilla, en la CNOP y a Martha Andrade del Rosal, en el PRI del DF.
Aunque Coquito, como se conoce cariñosamente a María del Socorro Castillejos del Pino, no recuerda con exactitud como fueron aquellos años cuando se reconoció la ciudadanía de las mujeres, expone que entonces ellas militaban en el tricolor pero no ocupaban grandes cargos, aunque siempre han sido una gran mayoría de las militantes y por tanto votantes de su partido.
Entonces era difícil que las mujeres destacaran en política, el ambiente era de puros hombres y poco a poco empezaron a surgir algunos liderazgos de mujeres, pero todo eso ocurrió ya mucho tiempo después, refiere.
Ahora, es verdad, hay muchas mujeres en política, pero no todas resultan buenas políticas, igual que como sucede con los hombres, “diría que son malos tiempos para hacer política para las mujeres, por el desgaste que existe, por los intereses que ahora persiguen que no siempre son los de la gente”.
Coquito vivió en la capital del país y por su escritorio circularon muchos hombres y también mujeres que hoy serían los viejos de la política, incluso durante su trabajo ahora fortuitamente ha colaborado con hijos de algunos de esos políticos. Desde 1986 reside en Oaxaca, fue secretaria del ex gobernador Heladio Ramírez López y terminó con él la gestión de seis años.
A diferencia de muchos colaboradores del ex mandatario, Coquito renta una casa, porque nadie le ayudó a tener una casa propia de interés social, y a sus 73 años de edad sigue trabajando cada día en las oficinas de gobierno, sin que le reconozcan sus años de servicio, por lo que ve lejana la posibilidad de una jubilación.