viernes, 31 de diciembre de 2010

Mujeres y política 12 deseos

Soledad JARQUIN EDGAR

Año nuevo, los 12 deseos… un nuevo año y la esperanza de que en él renace una promesa, la que cada quién anida en su corazón.

I) El primer deseo que anhelamos muchas personas, es que en México, este país desigual no se vuelvan a repetir casos como el de Maricela Escobedo, entonces deseo que haya justicia frente al feminicidio.

II) Por ello, con toda la fuerza de las mujeres, con sus voces y sus silencios también, aspiramos a que se tipifique el feminicidio y la violencia feminicida en todos los códigos penales del país, porque asesinar a mujeres es un delito de odio que como humanidad nadie puede permitir, consentir ni omitir.

III) Un tercer deseo es que se termine de una vez y para siempre la violencia, esa que deja huellas en el cuerpo y en el alma, esa que discapacita y minusvalía la fuerza de las mujeres, que las deja muertas de tristeza en el silencio de sus hogares, que las hace sentir solas en el bullicio de la calle o el rumor de las oficinas, sitios donde se cometen de manera cotidiana actos de violencia. Deseamos –incluso- que desaparezcan de la faz de la tierra los niños como “Dieguito Fernández” que usan el poder del padre, cuasi todo poderoso, para actuar de manera cobarde y violenta contra su ex pareja.

IV) Las mujeres deseamos que en 2011, el derecho a decidir y la libertad de las mujeres no sea más un litigio entre el poder de la derecha-la izquierda-del centro, un acto de conveniencia política firmado con la sangre de los vientres de las mujeres, en acuerdos oscuros que hacen políticos doblemoralistas, jueces y sacerdotes que castigan con cárcel o la excomunión a quienes abortan incluso de manera involuntaria, porque no tienen trabajo o futuro promisorio o porque no desean tener un hijo producto de la violencia sexual. Sí, las mujeres queremos y creemos que la maternidad debe ser voluntaria y la libre determinación es sólo de las mujeres.

V) Aspiramos, sin reserva alguna, a la libertad de todas las mujeres presas por abortar en todo el territorio mexicano y que termine la persecución de los gobiernos de la derecha-iglesia, de la izquierda confundida o de quienes usan camuflaje para cubrir su confusión ideológica, para arremeter contra la libertad de las mujeres sobre sus cuerpos, que son sólo de ellas y de nadie más.

VI) Anhelamos con paciencia que los gobiernos sean incluyentes en todo sentido y que ese sentido considere que las mujeres no son convidadas de piedra, que exigen la paridad para hablar de igualdad. Que ellas también quieren gobernar y, mejor aún, pediríamos que las mujeres que gobiernan en los poderes Ejecutivo, Judicial o Legislativo, o desde los Ayuntamientos, lo hagan mirando la condición social del resto de las mujeres, que entiendan el fondo real de la desigualdad y sus terribles consecuencias.

VII) Pediríamos, como lo hacen miles de mujeres en México, a gritos, que ninguna muera como resultado de un embarazo o de su maternidad y que el parto se convirtiera en un acto humanitario que garantice una existencia saludable, porque de lo contrario nos seguiremos llenando de vergüenza al condenar a la muerte a quienes dan vida de manera voluntaria y gozosa.

VIII) Sí, claro que sí, también desearíamos que no existieran las muertes por cánceres de mama y cérvico-uterino, que se aferra a sus cuerpos por falta de atención oportuna y eficiente, porque la prevención es el mecanismo para evitar esas muertes inútiles.

IX) Demandamos que este 2011, la pobreza no siga recayendo sobre los hombros a las mujeres, porque es la pobreza la que marca sus cuerpos con el hierro candente de la desigualdad; que la repartición de despensas no sea la solución “eficaz” de los gobiernos, porque ellas que con su trabajo al cuidar, educar, cultivar, crear y proteger, entre otros cientos de cosas que realizan todos los días, lo que hacen es contribuir en un altísimo porcentaje del producto interno bruto, y por eso, pero sobre todo porque son seres humanos, merecen más que la asistencia social.

X) Las mujeres también deseamos que todas las niñas, sin excepción de ninguna, puedan acceder a la educación no sólo a programas de alfabetización sino a la educación formal, porque evitar y erradicar el analfabetismo y preparar profesionalmente a las mujeres es condición indispensable para mejorar la vida de toda la comunidad y, al mismo tiempo, le quita al Estado una pesada losa de vergüenza que le debe ocasionar la desigualdad.

XI) Que la libertad de escribir, pensar, expresarse sea el signo del 2011 y por tanto, las mujeres esperamos que los y las trabajadoras de los medios de comunicación laboren con la única condición de la libertad, que ningún micrófono se apague, que no haya una sola pluma aterrada al momento de escribir, que no sea condición vivir con la palabra “empeñada” en el bolsillo de los otros, que no tengamos que despedir a nadie más por lo que opinó, por lo que dijo, por lo que escribió, porque entonces habremos fracasado nuevamente.

XII) En nuestro último deseo de estos 12 para el nuevo año es una conjura con el misticismo de las Diosas, la sabiduría de las científicas llamadas brujas y sacrificadas en todos los tiempos y, sobre todo, con la fuerza del feminismo, para que se acabe esa condición que desde niños engaña a los varones, cuando se les dice que son dueños y señores de personas y haciendas; cuando les enseñan que no se vale llorar, que se aguanten porque tienen que ser valientes, machos, hombres de verdad, por tanto agresivos, sin sentimentalismo ni apegos, escenario cruel que deshumaniza y que los convierte en seres para la guerra, para todas las batallas, dentro de sus hogares, en las calles y carreteras, en las oficinas o fábricas donde laboran y, peor aún, cuando les inculcan que todo lo que es diferente a ellos no tiene valor, incluyendo a las mujeres. El resultado de esa enseñanza retrógrada es lo que vivimos ahora y que conjuramos que se acabe.

Letras violeta 2010, el año de la impunidad

Soledad JARQUIN EDGAR

Muchas malas noticias marcan con desagrado el final de un año difícil para las y los mexicanos. Las informaciones están relacionadas con la violencia, con el poder del machismo, donde sus principales víctimas son las mujeres de todas las edades.

Entre esas noticias desagradables está la violación a dos menores de edad en Chetumal, Quintana Roo, y otra más con el secuestro de centroamericanos a su paso por el país, ahora concretamente en la región del istmo de Tehuantepec, en Oaxaca.

Los datos y las cifras son horribles considerando que lo que más se lastima es la vida de las mujeres. Cinco mujeres son asesinadas a diario en el país, más de 50 personas –mujeres y hombres- viajeros indocumentados son secuestrados cada día a su paso por México, ese es el recuento crudo de la realidad nacional.

El Estado que protege no existe, el Estado obligado a preservar la vida es omiso, negligente y, peor aún, consentidor y con ello provoca impunidad; la estrategia contra la delincuencia organizada, como las acciones para prevenir, erradicar y eliminar la violencia contra las mujeres son inocuas o no existen, así de sencillo. La realidad es la prueba fehaciente.

Vamos por partes, la semana pasada los medios quintanarroenses difundieron la noticia sobre la violación sexual de dos niñas y el responsable de los hechos el cantante Kalimba, de 28 años de edad. El cantante es buscado por las procuradurías de Quintana Roo y del Distrito Federal.

El poder económico se impone. Los hechos que ustedes conocen se cometieron tras la actuación del cantante en un bar propiedad de otro poderoso, el sobrino del ex gobernador Joaquín Hendricks, donde las dos menores eran edecanes honorarias, como la misma empresa llamó a las ahora víctimas. ¿Qué es una edecán honoraria? Bueno según la propia empresa significa trabajar sin salario y, además, trabajar con poca ropa.

Sin duda, estamos frente a otro abuso. ¿En qué país vivimos? ¿Es posible que exista esa clasificación de edecanes honorarias? O estamos frente a la ventana del delito de trata de personas con fines sexuales. Lo sabremos si las investigaciones realmente tocan el fondo de este abismo de corrupción e impunidad, donde el poder financiero y de relaciones de algunos permiten comprar licencias y permisos, pero también los ojos y las conciencias de funcionarios que solapan esta corrupción que facilitó la violación de dos menores y el señalado como abusador es el cantante Kalimba, quien hasta ahora no ha dado la cara.

Pero hay más hechos vergonzosos en México. Hechos que no tienen explicación alguna, por donde quiera que se miren y en cambio nos confirman que el nuestro es un reino de impunidad. La herida más reciente de la sociedad mexicana es el asesinato de Maricela Escobedo, una madre que buscaba justicia para su hija también asesinada. El mensaje de la impunidad es claro, infunde temor eso esperan las autoridades municipales, estatales y federales, los malos funcionarios, los jueces injustos y el mismo crimen organizado.

A diferencia de eso, creo que todavía habrá más Maricelas, muchas más mujeres colocando carteles, cruces en las puertas de los palacios de gobierno, como lo hacía Maricela en Chihuahua cuando fue asesinada. Porque hoy lo único que tenemos es la voz, la denuncia, la inconformidad, la capacidad de indignarnos…y si perdemos eso que nos queda, lo habremos perdido todo.

Pero en medio de todo esto, hay quienes se han vuelto invisibles a los ojos de todo el país, son los y las caminantes sin nombre, sin rostro que vienen de Centroamérica y que lo único que buscan es pasar este país para llegar a la frontera con Estados Unidos, porque ahí, tras la franja 3,326 kilómetros está el sueño americano.

El mismo que persiguen miles de mexicanas y mexicanos, que por pobres e indígenas, viven la misma terrible suerte que padecen los migrantes que proceden de Centroamérica y de otras latitudes, porque en el reino de la impunidad quien paga manda, quien paga salva la vida, quien paga sufre menos…

Hasta hace poco menos de una década, quienes estudian el fenómeno migratorio lo tenían más o menos claro. Sabían sobre las organizaciones de “coyotes” que tranzaban con la vida de las personas, los extorsionaban, los engañaban y los dejaban a su suerte en las frías montañas o en los intensos calores de los desiertos de esa gigantesca frontera.

En Oaxaca, por ejemplo, que ha sido un estado expulsor de mano de obra, tanto hacia el norte del país como más allá de sus fronteras, las historias de las mujeres y los hombres que han migrado casi nunca revelan éxito, están cargadas de dolor, de engaños y cientos y cientos de pérdidas de vidas, de familias dispersas y comunidades que se han convertido en caseríos fantasmas ante la imposibilidad gubernamental de detener a los migrantes, de arraigarlos en sus tierras que sólo producen pobreza y la muerte por inanición, como me decían hace años en un trabajo periodístico un grupo de mujeres que tuvieron que hacer frente a la realidad de vivir sin hombres en sus pueblos, todos se habían ido al norte o al narco, como más tarde nos revelaría la investigación de la maestra Concepción Núñez Miranda.

Al paso del tiempo, las investigaciones del fenómeno migratorio se enfrentan a otro problema, el secuestro de migrantes centroamericanos e, incluso mexicanos, para el servicio del crimen organizado. El más desgarrador panorama que conocimos fue en San Fernando, Tamaulipas, cuando 72 migrantes fueron asesinados, presuntamente por los Zetas, brazo armado del crimen organizado, al negarse a incorporarse a esas organizaciones.

Recuerdo todavía como aquellos hechos nos indignaron, pero pronto algo más nos cubrió de oprobio y luego otro suceso en esta cadena interminable que arrojó más de 30 mil personas asesinadas en sólo un año en este país en guerra, una guerra que no nos pertenece pero que nos daña.

Un hecho más son los 54 migrantes desaparecidos en el Istmo de Tehuantepec, cuya noticia pasa todos los días como se puede ver si recurrimos al recuento hemerográfico de quienes trabajan el tema allá en la zona del Istmo y que nadie ha atendido a fondo, por el contrario y como siempre el problema de la delincuencia se dejó crecer, se dio “manga ancha” a quienes encontraron ahí un filón de oro para el mundo oscuro que es la delincuencia contra migrantes, porque los gobiernos responsables de cuidar la vida de las personas no hicieron su trabajo convirtiendo a las y los centroamericanos en caminantes invisibles a los que no confirieron ninguna oportunidad y borraron.

Como sociedad hacemos exactamente lo mismo que hacen los gobiernos, que como decía al principio, juntos se convierten en un Estado que no protege, omiso porque se olvida de su obligación de proteger la vida de las personas, incluso de aquellos que no nacieron en México, como esos caminantes que pasan por este territorio sin ley ni autoridad en lo que se convierte este país ante nuestros ojos y tan es así que es posible que sucedan estos hechos donde la gente simple y sencillamente desaparece o es asesinada y como si nada pasara.

La única respuesta factible es la confirmación de lo también dicho: aquí reina la impunidad y a la impunidad la protegen los señores del poder, como es el caso del gobierno panista de Felipe Calderón, los gobiernos estatales de todos los colores por donde pasan hasta la frontera con Estados Unidos y qué decir de la mayoría de los presidentes de todos esos municipios.

La impunidad que convierte a policías en delincuentes, a agentes migratorios en parte de los carteles o al menos en los vigías de quienes más tarde o más adelante habrán de asaltar, secuestrar, violar sexualmente a las mujeres y hasta asesinar.

Ellos serán vendidos como esclavos, serán destinados al cultivo de estupefacientes, a ser parte de esa cadena que busca pasar la droga hacia otras latitudes, especialmente hacia el mayor mercado de consumo: Estados Unidos.

Ellas, serán vendidas para el comercio sexual o de servidumbre que requieren esas organizaciones criminales. Un millonario negocio negro, tan oscuro que curiosamente tampoco ven las autoridades del país. Yo, en lo personal, me niego a aceptar vivir en un país así.

Lo único que nos queda como sociedad es no dejar de decir las cosas. Frente al crimen organizado una sociedad organizada, porque lo que está visto es que no hay gobierno.

lunes, 27 de diciembre de 2010

A reserva: ¿Será que exista un Estado Derecho a medias?


Bárbara García Chávez

Desde 1764 el italiano Cesare Bonesana, marqués de Beccaria, en su obra Dei delitti e delle pene, consideró el garantismo como un principio jurídico básico dentro de las modernas formas de organización social. Valorado peligroso y revolucionario, sujeto al pecado, el libro de Beccaria fue calificado por la Iglesia católica como prohibición inquisitorial, donde lo mantuvo cerca de 200 años. De forma paralela, la Ilustración convertía esa obra en un emblema de la defensa de libertades por tratarse de un programa jurídico alternativo al del antiguo régimen oponiéndole al absolutismo la noción de “Estado limitado”, donde los jueces eran limitados por la ley y, a la vez, el legislador lo era por la necesidad social (Principio de soberanía). En adelante, el garantismo se afirmaría como corriente reguladora de los poderes del Estado.

En los orígenes del garantismo, Beccaria sentó las bases de un principio fundamental: la pena no podía justificarse en la venganza sino en la utilidad, es decir, en la prevención de otros delitos. Asociado a ello surgía una defensa del contrato social, en la idea de que lo justo debía ser socialmente útil.

El liberalismo naciente en el siglo XIX, acotó severamente el poder controlador del Estado absolutista, reduciéndolo a regular y proteger los privilegios económicos de una nueva clase económica, que estableció la creciente desigualdad entre clases sociales, sustentando criterios de explotación a partir del uso indiscriminado de la fuerza de trabajo.

La justicia y la igualdad, como valores supremos adjudican al estado la obligación de garantizarlos a partir de su inserción en leyes supremas, constituyéndolos en derechos universalmente reconocidos.

La evolución histórica de la libertad y demás derechos humanos fundamentales, que fueron desarrollados a la par con el modelo de Estado y que, finalmente, lograron que cumpla con las condiciones básicas de un Estado garantista de derechos constitucionales y sociales.

Hace más de 200 años, a partir de la Revolución Francesa, en la mayoría de las antiguas monarquías absolutas europeas, influenciadas por el viraje que tuvo la Francia absolutista hacia un Estado liberal, se concibió el Estado de Derecho como garante de la libertad, girando otros derechos a su alrededor. Un cambio radical en el sistema político, económico y social.
A través de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se reconocían las mínimas libertades a los individuos varones y su dignidad como personas, otorgándoles la capacidad de elegir y ser elegidos, enmarcados en los derechos civiles y políticos, pero restringidamente.
Durante el siglo pasado el Estado Constitucional ha ejercido una influencia en la garantía de la aplicación de los llamados derechos sociales, ha sufrido una evolución a la par del modelo de Estado, que sin los movimientos sociales y los cambios socio-políticos, no se hubieran convertido en factores reales de poder en los modelos de Estado.

El Estado Social de Derecho no sólo se encarga de proporcionar a los ciudadanos condiciones básicas de vida, en el marco de las libertades, sino también la aplicación de los derechos económicos, sociales y culturales, que son inherentes de la realidad social y buscan satisfacer las necesidades básicas de salud, educación, alimentación y vivienda; derechos que garantizan la vida de hombres y mujeres sin discriminación y marginación; la libre expresión cultural y determinación de los pueblos que han sido oprimidos por potencias extranjeras.

El Estado Social y Democrático de Derecho, que incluye la Tercera Generación de Derechos Humanos, es aquel en que el Estado asegura que todos los ciudadanos tengan condiciones básicas de vida y existan condiciones para la democracia representativa y diversas libertades ciudadanas.
Se trata de una visión política- jurídica que plantea que las normas deben delimitar estrictamente los poderes estatales y proteger con claridad los derechos fundamentales. De esta forma pasa de un Estado de Derecho a un Estado Garantista de Derechos Constitucionales y Sociales.
Las Constituciones que han recibido la influencia de esta forma conceptual de entender su propio rol e importancia, tienen en sus contenidos y en su estructura, una presencia importante de principios ético-jurídicos.

El más alto deber del Estado garantista consiste en respetar y hacer respetar los derechos establecidos en la Constitución.

El Estado, sus delegatarios, concesionarios y toda persona que actúe en ejercicio de una potestad pública, estarán obligados a reparar las violaciones a los derechos de los particulares por la falta o deficiencia en la prestación de los servicios públicos, o por las acciones u omisiones del funcionariado, así como empleadas y empleados públicos en el desempeño de sus cargos.
El Estado será responsable por detención arbitraria, error judicial, retardo injustificado o inadecuada administración de justicia y por las violaciones de los principios del debido proceso.
Cuando una sentencia condenatoria sea reformada o revocada, el Estado reparará a la persona que haya sufrido pena como resultado de tal sentencia y, declarada la responsabilidad por tales actos de servidoras o servidores públicos, administrativos o judiciales.

Se ha llegado a un nuevo paradigma que determina al Estado garantista, en que todos sus sujetos contenidos y actuantes, deben estar estrictamente sujetos a la ley, asegurando la protección de los derechos individuales y sociales, sin excusa ni pretexto, su actuar debe suscribirse en la dura letra de la ley asegurándose que es justa y responde a las necesidades de su población, o modificándola si hay duda de ello.

En el Estado de Derecho, las normas constitucionales no son meramente declarativas, son vinculantes, de efectiva e inmediata aplicación; la exigibilidad del cumplimiento de los derechos fundamentales debe regir la actuación del propio Estado en todos los ámbitos de su competencia, para que sea cumplido el deber máximo del Estado Garantista y así avanzar un paso más hacia el fin último del Derecho: garantizar la convivencia social.

En teoría México se define en los principios constitucionales como un Estado democrático de Derecho, reconociendo en sus leyes fundamentales los derechos humanos, individuales y sociales de las tres generaciones y se obliga a garantizarlos de acuerdo a los tratados internacionales que ha suscrito y ratificado ¿será que exista un Estado de Derecho a medias? ¿Sabrán nuestros gobernantes por lo menos lo que significa Estado de Derecho?

El pueblo sí sabe lo que no le garantiza el gobierno.

Hay quienes aseguramos que en México, simplemente, no hay Estado.






viernes, 24 de diciembre de 2010

Prohumanismo

Soledad JARQUIN EDGAR

En sólo unos días habrá terminado el año y esta noche el mundo cristiano celebra la Navidad. La Navidad que es el recordatorio de un nacimiento que cambió la historia, por eso pienso que la Navidad es una propuesta para nuestro propio nacimiento o renacimiento.

En esa reflexión estoy esta mañana. Vivimos en un mundo desigual y pretendemos ser iguales. Entonces es difícil avanzar y enfrentamos dificultades para compartir el planeta tierra con millones de seres humanos que piensan y hacen cosas diferentes a lo que como sociedad esperamos.

Habitamos nuestro planeta, la tierra, donde lamentablemente algunas personas, sí, sólo algunas, concentran y administran la riqueza y la mayoría está desposeída, una mayoría que tiene mucho menos que otros y otras o quizá no tienen nada, absolutamente nada. El rostro de esa pobreza está en la hambruna que recorre el mundo y eso “es inhumano”, decimos con frecuencia.

Seguimos sorprendidos e indignados, porque a pesar de los avances en muchos de los ámbitos del quehacer social, político, científico, artístico y en todo el quehacer humano, persisten las guerras y quienes menos tienen que ver con esos odios, son quienes pagan los altos costos de la violencia.

La muerte de “civiles” –como dicen los partes de guerra, cuando se refieren a mujeres de todas las edades, a los niños y adultos mayores-, se cuentan por miles y millones a lo largo de la historia, son tantas que hay quienes creen que la muerte de personas en la guerra “es natural, que ya éramos muchos”. Es curioso, pero después de una guerra, sea entre naciones distintas o dentro de un mismo país, al final no vemos al vencedor, vemos gente derrotada, devastada, vidas terminadas.

Somos reflejo de la formación que hemos recibido por generaciones bajo un mismo patrón de conducta, siguiendo una misma línea e idénticas reglas, de ahí la intolerancia con quienes no son iguales a nuestro color de piel, edad, costumbres, preferencias sexuales, sexo o porque físicamente las capacidades de esos otros y otras son distintas y, aún peor, porque las otras personas piensan de un modo distinto. Por eso rechazamos, juzgamos, condenamos, excluimos y asesinamos.

Seguimos estereotipando a las personas por lo que hacen, por cómo visten, por lo que dicen y piensan, por la forma en que viven o por la manera en que aman y, curiosamente, con nosotros y nosotras, con nuestro núcleo social o comunitario inmediato sucede lo mismo, alguien siempre nos verá por ser de otra forma y terminará por marginarnos, por discriminarnos en algún momento.

Es esa condición, del poder que no es para servir, donde se piensa, que unos pueden disponer de todos los derechos de quienes son distintos.

Por siglos, se creyó que el color de la piel determinaba poder o esclavitud y a pesar de que se ha demostrado que somos iguales unas y otros, hay necios terribles que siguen esclavizando mujeres y hombres para el comercio sexual o el trabajo forzado. Eso sucede frente a nuestros ojos, en la misma colonia en que vivimos, en el municipio que habitamos, en el bar que frecuentamos.

La diferencia por sexo ha excluido a las mujeres de sus derechos fundamentales y hoy, en este siglo XXI, se escuchan las voces de la misoginia en chistes, atestiguamos el feminicidio, nos horrorizamos frente a la mutilación genital, sentimos la impotencia que produce una violación sexual y la violencia que degrada, que sojuzga, que mata a las mujeres por ser mujeres o se les encarcela porque decidieron tomar, apropiarse de su derecho al cuerpo, transgrediendo con ello la voluntad de los otros, los otros que por siempre han violentado sus cuerpos.

Hoy, discutimos si ser gay, lesbiana, bisexual o persona transgénero es ir contra “natura”, si tienen derecho o no a vivir juntos, si deben o no tener o adoptar hijos e hijas. Y seguimos escuchando necedades que llevan no sólo a señalar, no sólo a criticar, no sólo a condenar, a excluir o marginar, también, como en el caso de las mujeres, se asesina a quienes optan por amar a las personas de su mismo sexo, se llama homofobia.

De igual forma, construimos un mundo, una ciudad, un salón de clases, un centro comercial, un automóvil y todo lo que nos rodea para personas “normales” como nos llamamos a quienes podemos hablar, ver, caminar, escuchar o pensar al mismo tiempo, pretendiendo con ello desechar la presencia de quienes no pueden hacer lo mismo porque están sujetos a una cama, a una silla de ruedas, a la oscuridad o al silencio absoluto. Seguimos ocupando los cajones de los estacionamientos para personas con capacidades diferentes o personas adultas… sólo por recordar que de esa forma queremos ignorar, omitir, ocultar.

Es el mundo común, sin embargo, siempre habrá quienes tienen la esperanza de que algo cambie y luchan por alcanzar ese objetivo. Hay quienes están construyendo una forma de ser diferentes y creen en la posibilidad de transformar la manera de medir la vida, la existencia humana. Lo hacen a diario, ensayan esa otra forma de vida todos los días, nunca se olvidan de hacerlo.

Sí, a pesar del mundo desigual, se elabora desde hace décadas y quizá cientos de años, una nueva fórmula de convivencia. En ella se han depositado pócimas de amor convertidas en hermosas piezas musicales, obras literarias, fantásticas obras visuales sobre lienzos de tela, en piedra o metal…

La naturaleza misma, aún cuando la hemos lastimado sin medida, nos regala hermosos paisajes o esas pequeñas cosas que nuestra virulenta y agitada vida nos imposibilitan ver, sentir, escuchar y admirar.

Nuestras diferencias no deben ser el campo de batalla sino el molde para hacer la nueva receta.

La historia lo cuenta: el racismo, el sexismo, la discriminación, la exclusión o la violencia, escenarios descarnados del dolor que suponemos ajenos, porque le pasa a gente que en la gran mayoría de los casos no conocemos o que vive lejos en Ciudad Juárez, en Tamaulipas, en Monterrey, en Centroamérica o tal vez al otro lado del mundo; violencia que despierta al monstruo morboso que llevamos dentro, cuando durante el día la observamos en la calle rumbo a nuestros hogares, cuando viajamos al trabajo o a través de las muchas versiones de las cajas electrónicas desde la comodidad, que nos da también, el suponer que son otros y otras quienes orquestan estos espectáculos que todavía nos alteran el pensamiento, los sentimientos y preguntamos en silencio y no a gritos ¿por qué?.

Pero no siempre son otros ni siempre somos sólo espectadoras. Cuando nos llega la conciencia y nos obligamos por voluntad a cambiar el mundo, cuando sentimos la necesidad de que debemos invertir la forma de medir al resto, a los diferentes, a quienes no son iguales, entonces dejamos de ser sólo una parte individual y nos convertimos en prohumanas y en prohumanos, así, una sola palabra, sin guiones, sin que nada las separe.

Porque todavía tenemos esa sustancia llamada “posibilidad”. Eso que tiene muchos nombres, pero que juntas se convierten en una sola sustancia: hay quienes le llaman esperanza, le llaman amor, le llaman paz, le llaman solidaridad, le llaman concordia... pócimas intangibles, le llaman enamorase de la vida o enamorar a la vida, le llaman creación humana de lo verdaderamente humano y somos -estos y estas que somos-, quienes poseemos la llave para abrir esa puerta de un mundo mejor, un mundo donde todo puede ser de otra manera:

Practiquemos la tolerancia sin que eso signifique rendirse ante el fanatismo.

Practiquemos la paz sin que ello implique ceder nuestra batalla por vivir.

Practiquemos el amor y que ese amor haga crecer nuestra existencia, nuestra ilusión, nuestra posibilidad.

Practiquemos la esperanza para que la hendidura por donde hoy se cuela esa luz se convierta en una puerta por donde pueda pasar la posibilidad, el amor, la ilusión, la tolerancia.

Practiquemos todos los días, quizá echemos a perder algunas fórmulas, probemos con otras, tendremos que encontrar como revertir el sistema de dolor por un sistema donde la igualdad sea la medida perfecta del prohumanismo.

Entonces sólo así nuestro nacimiento o renacimiento contribuirá a cambiar el mundo.