Palabra de
Antígona
Doris y Elena:
Mujeres Extraordinarias
Por Sara Lovera
Narrar con talento y coraje los desastres de la
humanidad, dar voz a quienes siempre se les excluye, contravenir y denunciar
las injusticias sociales a través de la conversión de textos periodísticos y
literarios, son las herramientas que una diáspora de mujeres en el mundo han
puesto al servicio del acto revolucionario de la lectura. Mujeres que en el
siglo XX y estos años del XXI revelan eso que Elias Canetti llama ser
escritoras de nuestro tiempo, rastreadoras del sistema, cronistas
indispensables.
La semana que acaba de terminar nos dan testimonio, nos
recuerdan esto que digo, con una fuerza que otorga esperanza al momento difícil
por el que atraviesa la humanidad. Una viva, crujiente, encarnada con su
sonrisa de niña inocente, lectora de libros y vida insaciable y, hoy, multi
galardonada. Otra, desconocida en nuestro entorno que a los 94 años se despidió
sin haber sido jamás derrotada. Usó la palabra sin descanso.
Hablo de las dos personajas que cubrieron las noticias de
la semana que terminó. Elenita Poniatowska que recibió el premio Cervantes
2013, calificada simplemente por esa su capacidad de retrotraernos, con
excelente narrativa, historias que no pueden olvidarse, como la de Jesusa
Palancares en Hasta No Verte, Jesús Mío o El Tren que pasa Primero, donde
están en el centro los trabajadores ferrocarrileros y el contexto del México y
su milagro económico fundado en el trabajo y la explotación de sus hijas e
hijos.
La otra, nada menos que Doris Lessing, Premio Nobel de
literatura 2007, autora de un libro fundamental sobre la injusticia humana, la
discriminación de las mujeres y el acento iniciativo de una visión no
dogmática: El Cuaderno Dorado (1969) y su larga narrativa que la hizo,
hasta el final de su vida, una rebelde convicta. Lessing sorprendió con su
literatura y su inteligencia indiscutible; describió en sus novelas la
desgracia de nuestro tiempo. Fue contraria a todo dogmatismo y fundamentalismo.
Una princesa Polaca, la otra inglesa nacida en Irán, la
antigua Persia. Una de origen periodístico que ha sabido tomarle nota a la
historia y romper las fronteras del olvido, la otra según la escritora Marta
Sanz, sacó a la luz los choques de clase, género y cultura, buscando un
territorio común. Ambas en la primera plana diario El País, reconocidas y actuantes.
De Doris Lessing en México y entre los exégetas de la
literatura, ni una línea. Doris nació en Persia en 1919, y vivió en Rodesia.
Murió el 17 de noviembre pasado. Autora de un libro emblemático, El Cuaderno
Dorado que la hizo universal, generadora de una producción literaria
comprometida con la vida sin el temor al rechazo, opositora permanente al
apartheid y la segregación racial en Rodesia, quien hasta el último suspiro, no
pudo callar. Tiene un relato conmovedor, desconocido en castellano, titulado Por
que un niño negro de Zimbabus robó un manual de física superior. Fue la
autora del reportaje African Laughter, fue perseguida, prohibida.
En los años 70, mientras Elenita en México con Jesusa
Palancares nos mostró a esas mujeres del pueblo, sus haceres y sus búsquedas,
armando la crónica de su tiempo, inclusiva y persistente, con esos oídos
magníficos que da el oficio periodístico, empezaba a estremecernos, Doris
era leída profusamente por las nuevas feministas, por su capacidad de mirar y narrar
con un lenguaje revolucionario, las diferencias entre hombres y mujeres, en
medio de las injusticias sociales del sistema capitalista y excluyente.
Doris fue capaz en sus novelas de prefigurar el horizonte
de la solidaridad entre mujeres; ella como Simone de Beauvoir nos narró y puso
en claro reflexiones sobre la repugnancia que sentimos sobre los estragos
de la edad, al final de su vida nos dejó aleccionadoras reflexiones sobre
el drama de la desigualdad, buscando con urgencia que en la sociedad nadie sienta
la culpa del verdugo ni la debilidad despótica de la víctima, como escribió de
ella Marta Sanz en la edición del 18 de noviembre de El País.
Dos enormes narradoras, cronistas, periodistas,
novelistas, escritoras de su tiempo que como en espejo nos devuelven con su
trabajo, esa necesaria, urgente, fundamental necesidad de lectura, de
reflexión, de apropiación de la palabra que sin lucha de sexos se ha entregado
a millones de personas para no olvidar el halo fundamental que es la vida sin
dejar de mirar al otro, a la otra, a los otros, en cada tramo de la historia.
De Elena, la escritora Rosa Beltrán afirma que su obra se
convirtió ya en un referente indispensable para la cultura en México, pasando
de la oralidad a la transtextualidad, con hechos antes que términos nacidos de
su obra mucho antes de que pasaran como términos de la academia. No podemos
dejar de decir lo que aquí en México nadie señaló: Elena documentó el abuso de
niñas violadas y damnificados por el terremoto de 1985.
Y algo más, como escribió Juan Villoro, Elena se adiestró
con el oído en el periodismo. Hace unas semanas, como siempre, la vi tomar nota
en un pequeño cuaderno, respirar abundante con lo que la inspira, retratar lo
que veía, la encontré siempre reportera sin descanso. Me la encontré en un
homenaje a Laura Bonaparte, tras su muerte. Y sí, en efecto Elenita es maestra
en desarrollar, una empatía fundante con sus informadores: se diría los
hechos antes que los adjetivos, tal cual exige ese periodismo, esa escritura,
esa narrativa de la nota a la novela, que encarna realidades.
Y Doris, nos legó entre muchos textos uno abrazador y
dignificante que Seis Barral le publicó en 1962: La Costumbre de Amar un
conjunto de 17 relatos que recrean la vida común, con una veracidad sin tapujos,
de lo que somos hombres y mujeres; del paso del tiempo, sobre las pequeñas
miserias, como escribe y describe sobre ese texto José María Guelbenzu.
Dos ejemplos de lo que la narrativa ligada a nuestro
tiempo, de la misma manera como lo hizo Elena Garro y Rosario Castellanos, son
legados para fortalecer nuestro espíritu, en épocas donde la vulgaridad de la
lucha por el poder, de las mentiras y simulaciones, podrían estrangularnos de
no variar nuestra mirada y no acoger lo humano verdadero que puede salvarnos en
estos tiempos de desazón y desesperanza.
Con ellas me quedo. A leerla voy.