jueves, 12 de febrero de 2015

¿Yo feminista? Angélica Ayala: el feminismo como práctica de libertades



¿Yo feminista?
Angélica Ayala: el feminismo como práctica de libertades

Soledad JARQUÍN EDGAR
Angélica Ayala Ortiz es feminista por convicción, se declara como tal, mientras sus pensamientos hurgan en su pasado reciente para encontrarse con ella. Situada a más de tres mil kilómetros de Oaxaca se encuentra cada día con el mar, con el agitado oceáno pacífico, tan agitado como su errante e inquieta vida, como la mujer camino que es.
A la distancia le pregunto por su vida, por su visión del feminismo, por sus sueños feministas. La recuerdo con su sonrisa a flor de piel, en los años noventa no había acto por terrible que fuera que no encontrara solución en los caminos de Angélica Ayala, le quitaban el sueño, le infundieron algo de temor pero no la sonrisa ni el compromiso.
Nació en la década de los sesenta, década de transformaciones para el mundo en una pequeña comunidad denominada El Pueblito, municipio Ario de Rosales, Michoacán. Es psicóloga social por la Universidad Autónoma de Nuevo León y tiene un Magister en Cooperación Internacional para el Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid.
Su historia inicia en lo que ella llama “el feminismo como práctica de libertades”:

Hace muchos años, una chamana que conocí en la Mixteca oaxaqueña, después de concederme una entrevista para una historia de vida, se despidió de mi con la frase “adiós mujer camino” y yo bromeando le pregunté que si se notaba en mi cuerpo que siempre llevaba una mochila en la espalda, pero ella me dijo que no me confundiera,  que yo no era caminante…Sino mujer camino, al notar mi desconcierto afirmó con una sonrisa condescendiente, tal vez ahora no lo entiendas, pero un día, si preguntas  con sabiduría a tu corazón, se te revelará la respuesta…

Han pasado más de 30 años desde entonces, al mirar hacia atrás me doy cuenta que  he vivido en un constante andar, he renacido a través de experiencias transformadoras en cinco estados de la república, he recorrido valles, sierras, montañas y desiertos, también he cruzado ríos, lagos e incluso océanos y en cada lugar me he encontrado con infinidad de mujeres, niñas, maestras, parteras, indígenas, migrantes, activistas, mujeres sabías de los libros o sabías de la vida, quienes con sus palabras y sus formas de vivir han sido mis iniciadoras en la comprensión de la realidad, así como cómplices de mis afanes como feminista.

Feminista  por pasión y convicción

Me declaro feminista por pasión y convicción, pues los años me han enseñado que no puedo negar mi esencia más primitiva, esa que ante lo que sucede en mi entorno, siente, grita, llora, ríe, creo que es la energía vital que me hace levantarme cada mañana y me permite abrazar mis convicciones desde la racionalidad. Soy feminista que siente, piensa y actúa a favor de las causas que defienden las libertades, desde mi quehacer social, procuro difundir, apoyar y promover una cultura de respeto, valoración y trato digno hacia las mujeres, pero creo que el feminismo al cuestionar las estructuras jerárquicas de un poder patriarcal, autoritario, misógino y discriminatorio, nos brinda además herramientas para una transformación social de fondo, no solo en las relaciones de dominación del hombre sobre la mujer. 
Sin embargo tomar una posición, asumir una definición como feminista, ha sido el resultado de un largo camino. Nací en un pueblo pequeño del estado de Michoacán, donde nacer mujer tenía un destino muy claro, pues cuenta mi madre que la partera que ayudó en mi nacimiento, depositó mi ombligo en una ollita de barro y le sugirió a mi madre enterrarlo cerca del fogón, para que yo fuera una “mujer hacendosa”, pero mi madre le dijo que no, que mejor lo enterrara al final del solar de la casa, donde corría un río, para que cuando yo creciera pudiera “ir a donde yo quisiera”. A veces pienso que esa idea le vino a la mente a mi mamá porque ella no fue a la escuela, pero unas “monjitas” que visitaban el pueblo para evangelizar le enseñaron a leer y escribir, lo cual para mi madre era sorprendente, porque decía que eran mujeres, habían estudiado, andaban de pueblo en pueblo y sin tener un marido.
Crecí en Monterrey, así que mi infancia, como buena migrante, transcurrió en un ir y venir del norte al sur. Fue en esos ires y venires que me empecé a hacer muchas preguntas para las cuales no encontraba respuesta, pues mis amigas de la infancia, quienes se quedaron en el pueblo, a los 13 o 14 años ya estaban casadas, muchas de ellas a la fuerza, embarazadas y vivían  maltratadas…así se vive en los pueblos decía mi madre, pero en la ciudad también pasaba, pues compañeras de primaria conforme crecían dejaban de ir a la escuela, así como adolescentes que en la secundaria resultaban embarazadas por su padrastro o compañeras de prepa que arriesgaban su vida por tener que hacerse un aborto clandestino. Era como un dolor en el cuerpo, ahora pienso que la palabra es indignación, pero en aquel entonces solo pensaba que era injusto, pero no entendía las causas ¿solo por ser mujeres? 
Cuando estudiaba la secundaria se celebró en México “El Año Internacional de la Mujer”, recuerdo que una de mis maestras nos pidió hacer un trabajo sobre el tema, fue ahí donde empecé a hilar la historia del feminismo, pero me encontré con un feminismo teórico, complejo y sobre todo aislado de lo que sucedía en Monterrey: Rosario Ibarra de Piedra y su lucha por la presentación con vida de los desaparecidos políticos y el surgimiento de un movimiento urbano popular que dio cabida a maestras y maestros universitarios y colectivos maoístas, marxistas, trotskistas: EL Frente Popular Tierra y Libertad.
Fue así que me fui involucrando en células de estudio trotskistas, en participar en marchas demandando la libertad de los presos políticos, la presentación con vida de los desaparecidos, así como colaborando en procesos de educación popular con la propuesta metodológica de Paulo Freire.
Mi formación ideológica fue en la izquierda, donde desafortunadamente nuestras demandas como mujeres no tenían cabida, pero lo más importante fue que en el proceso las mujeres ya nos habíamos encontrado, estudiantes de psicología, filosofía, historia, trabajo social, pedagogía, nos reconocimos desde una ideología política pero además con inquietudes derivadas de nuestra propia condición de ser mujeres. Considero que la revista Fem fue para nosotras una oportunidad de ponerle nombre a un andar por la vida, en aquellos tiempos promover la revista nos permitió acercarnos a otras compañeras e ir formando en nuestras facultades los grupos de autoconciencia, fue a los 21 o 22 años que asumí, por vez primera, mi posición como feminista.       

Vivir de otra manera: El cuerpo, la sexualidad y las decisiones

Mi encuentro con el feminismo empieza con mirarme desde otra perspectiva redescubro mi cuerpo, como un territorio nuevo lleno de posibilidades para ejercer mi sexualidad de manera placentera, libre de miedos y tabúes, primero conmigo

Mi encuentro con el feminismo empieza con mirarme desde otra perspectiva redescubro mi cuerpo, como un territorio nuevo lleno de posibilidades para ejercer mi sexualidad de manera placentera, libre de miedos y tabúes, primero conmigo, para después tomar decisiones de con quién y cuándo compartirlo. Decidir además sobre mi militancia y empeñar mis esfuerzos en las causas en las que creo, transformaron mi forma de ver la vida. El amor romántico, el matrimonio y la maternidad dejan de ser mis aspiraciones, pues representan imposiciones culturales de dominación y control, lo que me lleva a tomar decisiones encaminadas a vivir de otra manera.

Feminismo y Derechos Humanos

En Monterrey me formé en espacios universitarios, desarrollé actividades en colonias urbano populares, pero en 1984 tuve una inmersión total en comunidades indígenas de Chiapas, Oaxaca y Tabasco, pues al terminar la carrera de psicología me invitan a participar en la coordinación regional de la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto en los Hogares. Esta experiencia fue un aprendizaje que me da una nueva mirada a la vida de las mujeres.
En 1985, cuando terminó la ENIGH, decidimos no regresar a Monterrey, fue así que mi compañero y yo establecimos residencia en Oaxaca. En aquellos años el Teatro Juan Rulfo promovía actividades culturales en el centro de la ciudad y fue en los Foros de la Mujer donde conocí a Guadalupe Musalem y Esperanza Aguilar, con quienes inicié una relación de amistad y me motivaron a participar con algunos temas como conferencista, fueron ellas las que me invitaron a conocer a las compañeras que años después abrirían la Casa de la Mujer “Rosario Castellanos”, un poco antes ya brindábamos asesoría y acompañamiento a mujeres que nos conocían en las conferencias, yo participaba en la Red de Psicología que coordinaba mi amiga Ximena Avellaneda.
Mientras colaboraba en el COBAO como orientadora educativa siempre busqué oportunidades para formarme, fui a cursos y congresos presentando ponencias relacionados con el impacto del Género en la educación, participé en Cuba, en Puerto Rico y en 1994 obtuve una beca para realizar un Magister en Cooperación Internacional para el Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid. Ahora entiendo que tuve muchos privilegios mientras me mantuve estrictamente en la academia, pues de ser una psicóloga altamente valorada en la institución, pasé a ser despedida cuando solicité que se hicieran investigaciones y se fijara una postura institucional frente a las denuncias de acoso sexual en contra de maestros por parte de algunas alumnas.  
Así que mi llegada a la Limeddh fue a partir de una experiencia personal, pues ante un despido injustificado, empecé un proceso para mi restitución, pero sobre todo quise que fuera una experiencia para mis alumnas y alumnos, sobre la importancia de defender sus derechos. Sin embargo durante ese andar recorriendo instancias gubernamentales, fui conociendo infinidad de casos de personas buscando justicia, casos verdaderamente graves que me hicieron reflexionar sobre la vulnerabilidad de dar la lucha de manera aislada, razón por la cual pensé en abrir un espacio de defensa de los derechos humanos, sin imaginar los retos ante los que me enfrentaría.

La Limeddh fue el espacio que me permitió abordar los dos temas que han definido mi vida, los derechos de las mujeres y acompañar los movimientos sociales, además hacerlo desde mi condición de feminista, psicóloga y activista.

La Limeddh fue el espacio que me permitió abordar los dos temas que han definido mi vida, los derechos de las mujeres y acompañar los movimientos sociales, además hacerlo desde mi condición de feminista, psicóloga y activista, le daba un sello característico, pues todos los casos que defendimos lo hacíamos de manera integral, no solo desde el aspecto jurídico, sino desde la sensibilización social, incluso a veces de manera provocadora, para colocar los temas en la discusión pública.
Fueron años en los que abordar los temas de las mujeres asesinadas, hoy feminicidios, las cárceles clandestinas, la tortura, los desaparecidos políticos, la denuncia de funcionarios públicos por acoso sexual o por violación, la denuncia por acciones o por omisiones de las instituciones gubernamentales de derechos humanos, fueron solo algunos de los casos que colocaron a la Limeddh como un espacio de reconocimiento social…Pero también como objeto de campañas de desprestigio, de intimidación y de una larga cadena de allanamientos a nuestras oficinas, delitos que a la fecha permanecen en la impunidad.

Miedos, desafíos y aprendizajes   
 
La Limeddh surgió como un espacio que se planteo al “puro estilo trasnochado de los setenta un espacio del pueblo y para el pueblo”, de manera que quiénes colaboramos ahí lo hacíamos desde la militancia, desde el activismo por los derechos humanos, aportábamos nuestro trabajo, mientras otras personas colaboraban para pagar los gastos básicos de renta, luz y teléfono. Recuerdo con profundo agradecimiento a la Red de reconocidas personalidades que apoyaban moral y económicamente a la Casa de la Limeddh, porque en los momentos más difíciles de perseguimiento hacia la organización, se quedaron a nuestro lado porque conocieron desde adentro nuestras convicciones y nuestro quehacer social.
Especialmente reconozco a mis compañeras del Grupo de Estudios sobre la Mujer “Rosario Castellanos”, ya que mientras coordinaba la Limeddh, me abrieron un espacio para colaborar en importantes proyectos como facilitadora de talleres de Equidad de Género, de Salud Sexual y Reproductiva, de prevención y atención a la violencia, de salud materna, pues en esos espacios renovaba mi energía.
Al mirar hacia atrás y recordar la primera vez que  las mujeres de Loxicha llegaron a  nuestra organización no puedo evitar llorar de impotencia. Recordarlas con sus pequeños cuerpos, sus caras escondidas tras los rebozos con los que lo mismo se secaban las lágrimas que cargaban a sus criaturas, hablando en su zapoteco entre ellas y traduciendo para nosotras de manera atropellada lo que pedían, porque solo lográbamos comprender en español palabras como ejército, presos, guerrilleros, aquellas palabras sin traducción al zapoteco. 

Ahora pienso que en su momento no se valoró la resistencia de esas mujeres, pues la guerra que le declararon a los pueblos de Loxicha, quiénes la enfrentaron en realidad fueron ellas, mujeres descalzas, con hambre, sin saber leer e incluso sin hablar el español, cargadas de hijos e hijas, con miedo en la mirada pero con una fuerza que hasta la fecha me desconcierta.


Tomar la decisión de acompañarlas no tenía discusión, ya después conoceríamos a sus esposos, hijos, padres, quienes fueron declarados presos políticos de Loxicha, pero de inicio esas mujeres no estarían solas. Al principio llegaron una treintena, pero a medida que pasaban los días llegaron a ser más de cien, con sus hijos e hijas.
Y digo que ellas enfrentaron la guerra porque fueron quienes sostuvieron por casi cinco años un “plantón” desde el cual se organizaron para luchar por la libertad de los presos políticos, la presentación con vida de los desaparecidos y  justicia para sus muertos. En torno a su movimiento estuvo el apoyo jurídico y otras organizaciones civiles además de nosotras, pero la parte de dar voz y vida a su lucha la dieron las mujeres de Loxicha.
Loxicha y su presunta vinculación con el EPR nos colocó en el escenario nacional e incluso internacional, pero también en una situación de riesgo cuya dimensión fuimos enfrentando, desde los allanamientos, las amenazas de muerte, los golpes y el tener un arma apuntando a mi cabeza más de una vez. En un primer momento no sentía miedo sino coraje, el miedo viene mucho después, cuando tomo conciencia de lo que “hubiera pasado”, pienso que tener convicciones era lo que me daba fuerza, saber que en la vida lo que da sentido es hacer lo que considero que es correcto y asumir que el costo puede ser alto.
Sin embargo en la Limeddh acompañamos muchos otros casos, recuerdo especialmente un grupo de siete familias cuyas hijas o madres habían sido asesinadas y demandaban justicia, en ese entonces nos reuníamos mes con mes con el Procurador de Justicia para ejercer presión, pero cada vez llegaban menos familias, algunas abandonaron por cansancio. Recuerdo a una de las madres que llegó llorando a la organización para decirme que se retiraba, policías judiciales la seguían para intimidarla, en una ocasión la abordaron para decirle que pensara en sus otras hijas, en la que asistía a la secundaria y en la de iba en  primaria, porque su otra hija ya estaba muerta y al “gobierno” le estaba cansando verla a cada rato en la “Procu” ¿qué se podía hacer, garantizarle la vida de sus hijas? Imposible, son esos casos en los que tienes que entender que la decisión última es de ellas y la nuestra acompañarlas asumiendo los riesgos, porque nunca se dio un caso en que nosotras abandonáramos por miedo.
Finalmente el único caso que llegó hasta la conclusión, dejaron libre al hombre que asesinó a la mujer “por un error” legal, porque declaró que había arrojado el cuerpo en el río salado y el cuerpo había sido encontrado en otro río.
Lidiar con la impunidad es difícil, enfrentar la represión también lo es, personalmente lo que me mantiene con fuerza es haber acompañado a muchos casos en los que declaramos victoria, tal vez no fueron de gran cobertura mediática, pero hoy no se les hace firmar a las estudiantes de las normales que tienen que abandonar sus estudios por embarazo, mujeres indígenas acusadas injustamente obtuvieron su libertad, aparecieron con vida muchos desaparecidos políticos, además de casos de violencia grave que llevaron a la cárcel a los responsables. 
La imeddh fue un semillero de defensoras de derechos humanos, mujeres que van construyendo sus espacios, tomando decisiones sobre sus vidas, incluso de quienes fueron las niñas de Loxicha hoy son mujeres que lograron salir adelante, algunas ya terminaron carreras universitarias, solteras o emparejadas, algunas con  hijos otras no, pero finalmente la vida les dio una oportunidad y ellas la tomaron.

Termina un ciclo

Tomar la decisión de dejar la Limeddh fue muy difícil, desde el principio la propuesta era que fuera un espacio de formación, que diera cabida a la generación de nuevos liderazgos, pero intercambiando con otras posiciones de menor perfil, esa era mi responsabilidad pero en la práctica no funcionó, así que fue necesaria mi salida para abrir el espacio, porque respeto mucho a quienes dedican su vida a una organización, pero personalmente yo sentía que ya no aportaba a la organización la energía del inicio.
Recuerdo que la siguiente vez que me invitaron a ir a Washington a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el 2005, decliné, ofreciendo una lista de cuatro defensoras de derechos humanos jóvenes, mencioné a Aline Castellanos, Yésica Sánchez Maya, Erika Lilí Díaz Cruz y Y´aha Sandoval, al hacer la lista me di cuenta que la Limeddh si había sido un buen semillero y quizá no había que abandonar esos foros, sino abrirlos para que otras vivieran la experiencia y ser partícipe de los cambios generacionales.

El Grupo de la Mujer Rosario Castellanos

Mi relación con las compañeras del Ges mujer es lo más permanente que hay en mi vida, casi 20 años de socia en la organización me hacen decir que es donde he crecido como mujer y como feminista. Me siento muy orgullosa de ser parte de un proyecto pionero en Oaxaca que supo colocar los temas que hoy dan vida a muchas otras organizaciones y colectivos, ha sido lugar de confluencia, de reuniones desde donde se han impulsado infinidad de iniciativas. A nivel personal me han permitido participar en proyectos que me llevaron a las comunidades más lejanas de Oaxaca, donde he aprendido de la sabiduría de las mujeres, que después de participar en procesos de formación, saben decir de manera sencilla lo que años de teoría feminista han construido.
Además con el proyecto “Paso a paso cuida el embarazo”, proyecto de salud materna dirigido a mujeres indígenas migrantes, fue que conocí esa cara otra de la migración, desde las zonas de expulsión de los municipios más pobres de Oaxaca, como Coicoyán de las Flores y San Martín Peras en la mixteca, hasta su llegada a San Quintín, Maneadero y Tijuana en Baja California.

Volver a sembrar

Baja California es el quinto estado en el que vivo,  para mi sorpresa cuando creí que a mi edad, no me volvería a “enamorar” descubrí un lugar donde se concentran tantas y tan diferentes culturas, una de ellas la oaxaqueña, fue así que me re encontré con mi esencia migrante, de “mujer camino”. He desarrollado varios proyectos con mujeres indígenas de Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Michoacán y nativas Kumiai. Actualmente estoy acompañando a un grupo de 10 mujeres indígenas, nueve oaxaqueñas y una guerrerense, quienes acaban de abrir La casa de la mujer indígena en Tijuana, mi labor es asesorarlas para que sean defensoras de derechos humanos y brinden atención con enfoque de género e intercultural a las mujeres indígenas, migrantes, residentes y nativas. Es cierto que es como volver a empezar, pero quizá eso es lo estimulante, sembrar semilla para después ver la cosecha.