¿Yo
feminista?
Angélica
Ayala: el feminismo como práctica de libertades
Soledad JARQUÍN EDGAR
Angélica Ayala Ortiz es feminista por
convicción, se declara como tal, mientras sus pensamientos hurgan en su pasado
reciente para encontrarse con ella. Situada a más de tres mil kilómetros de
Oaxaca se encuentra cada día con el mar, con el agitado oceáno pacífico, tan
agitado como su errante e inquieta vida, como la mujer camino que es.
A la distancia le pregunto por su vida, por
su visión del feminismo, por sus sueños feministas. La recuerdo con su sonrisa
a flor de piel, en los años noventa no había acto por terrible que fuera que no
encontrara solución en los caminos de Angélica Ayala, le quitaban el sueño, le
infundieron algo de temor pero no la sonrisa ni el compromiso.
Nació en la década de los sesenta, década de
transformaciones para el mundo en una pequeña comunidad denominada El Pueblito,
municipio Ario de Rosales, Michoacán. Es psicóloga social por la Universidad
Autónoma de Nuevo León y tiene un Magister en Cooperación Internacional para el
Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid.
Su historia inicia en lo que ella llama “el
feminismo como práctica de libertades”:
Hace muchos años, una chamana que conocí en la Mixteca oaxaqueña, después de concederme una entrevista para una historia de vida, se despidió de mi con la frase “adiós mujer camino” y yo bromeando le pregunté que si se notaba en mi cuerpo que siempre llevaba una mochila en la espalda, pero ella me dijo que no me confundiera, que yo no era caminante…Sino mujer camino, al notar mi desconcierto afirmó con una sonrisa condescendiente, tal vez ahora no lo entiendas, pero un día, si preguntas con sabiduría a tu corazón, se te revelará la respuesta…
Han pasado más de 30 años desde entonces,
al mirar hacia atrás me doy cuenta que he vivido en un constante andar, he renacido a
través de experiencias transformadoras en cinco estados de la república, he
recorrido valles, sierras, montañas y desiertos, también he cruzado ríos, lagos
e incluso océanos y en cada lugar me he encontrado con infinidad de mujeres,
niñas, maestras, parteras, indígenas, migrantes, activistas, mujeres sabías de
los libros o sabías de la vida, quienes con sus palabras y sus formas de vivir
han sido mis iniciadoras en la comprensión de la realidad, así como cómplices de
mis afanes como feminista.
Feminista
por pasión y convicción
Me declaro feminista por pasión y
convicción, pues los años me han enseñado que no puedo negar mi esencia más
primitiva, esa que ante lo que sucede en mi entorno, siente, grita, llora, ríe,
creo que es la energía vital que me hace levantarme cada mañana y me permite
abrazar mis convicciones desde la racionalidad. Soy feminista que siente,
piensa y actúa a favor de las causas que defienden las libertades, desde mi quehacer social,
procuro difundir, apoyar y promover una cultura de respeto, valoración y trato
digno hacia las mujeres, pero creo que el feminismo al cuestionar las
estructuras jerárquicas de un poder patriarcal, autoritario, misógino y
discriminatorio, nos brinda además herramientas para una transformación social
de fondo, no solo en las relaciones de dominación del hombre sobre la mujer.
Sin embargo tomar una posición, asumir una
definición como feminista, ha sido el resultado de un largo camino. Nací en un
pueblo pequeño del estado de Michoacán, donde nacer mujer tenía un destino muy
claro, pues cuenta mi madre que la partera que ayudó en mi nacimiento, depositó
mi ombligo en una ollita de barro y le sugirió a mi madre enterrarlo cerca del
fogón, para que yo fuera una “mujer hacendosa”, pero mi madre le dijo que no,
que mejor lo enterrara al final del solar de la casa, donde corría un río, para
que cuando yo creciera pudiera “ir a donde yo quisiera”. A veces pienso que esa
idea le vino a la mente a mi mamá porque ella no fue a la escuela, pero unas
“monjitas” que visitaban el pueblo para evangelizar le enseñaron a leer y
escribir, lo cual para mi madre era sorprendente, porque decía que eran mujeres,
habían estudiado, andaban de pueblo en pueblo y sin tener un marido.
Crecí en Monterrey, así que mi infancia,
como buena migrante, transcurrió en un ir y venir del norte al sur. Fue en esos
ires y venires que me empecé a hacer muchas preguntas para las cuales no
encontraba respuesta, pues mis amigas de la infancia, quienes se quedaron en el
pueblo, a los 13 o 14 años ya estaban casadas, muchas de ellas a la fuerza, embarazadas
y vivían maltratadas…así se vive en los
pueblos decía mi madre, pero en la ciudad también pasaba, pues compañeras de
primaria conforme crecían dejaban de ir a la escuela, así como adolescentes que
en la secundaria resultaban embarazadas por su padrastro o compañeras de prepa
que arriesgaban su vida por tener que hacerse un aborto clandestino. Era como
un dolor en el cuerpo, ahora pienso que la palabra es indignación, pero en
aquel entonces solo pensaba que era injusto, pero no entendía las causas ¿solo
por ser mujeres?
Cuando estudiaba la secundaria se celebró
en México “El Año Internacional de la Mujer”, recuerdo que una de mis maestras
nos pidió hacer un trabajo sobre el tema, fue ahí donde empecé a hilar la
historia del feminismo, pero me encontré con un feminismo teórico, complejo y
sobre todo aislado de lo que sucedía en Monterrey: Rosario Ibarra de Piedra y
su lucha por la presentación con vida de los desaparecidos políticos y el
surgimiento de un movimiento urbano popular que dio cabida a maestras y
maestros universitarios y colectivos maoístas, marxistas, trotskistas: EL Frente Popular Tierra y Libertad.
Fue así que me fui involucrando
en células de estudio trotskistas, en participar en marchas demandando la libertad de los
presos políticos, la presentación con vida de los desaparecidos, así como colaborando
en procesos de educación popular con la propuesta metodológica de Paulo Freire.
Mi formación ideológica fue en
la izquierda, donde desafortunadamente nuestras demandas como mujeres no tenían
cabida, pero lo más importante fue que en el proceso las mujeres ya nos
habíamos encontrado, estudiantes de psicología, filosofía, historia, trabajo
social, pedagogía, nos reconocimos desde una ideología política pero además con
inquietudes derivadas de nuestra propia condición de ser mujeres. Considero que
la revista Fem fue para nosotras una oportunidad de ponerle nombre a un andar
por la vida, en aquellos tiempos promover la revista nos permitió acercarnos a
otras compañeras e ir formando en nuestras facultades los grupos de
autoconciencia, fue a los 21 o 22 años que asumí, por vez primera, mi posición
como feminista.
Vivir de otra manera: El cuerpo, la sexualidad y las
decisiones
Mi encuentro con el feminismo empieza con mirarme desde otra perspectiva redescubro mi cuerpo, como un territorio nuevo lleno de posibilidades para ejercer mi sexualidad de manera placentera, libre de miedos y tabúes, primero conmigo
Mi encuentro con el feminismo empieza con
mirarme desde otra perspectiva redescubro mi cuerpo, como un territorio nuevo
lleno de posibilidades para ejercer mi sexualidad de manera
placentera, libre de miedos y tabúes, primero conmigo, para después tomar
decisiones de con quién y cuándo compartirlo. Decidir además sobre mi
militancia y empeñar mis esfuerzos en las causas en las que creo, transformaron
mi forma de ver la vida. El amor romántico, el matrimonio y la maternidad dejan
de ser mis aspiraciones, pues representan imposiciones culturales de dominación
y control, lo que me lleva a tomar decisiones encaminadas a vivir de otra
manera.
Feminismo y Derechos
Humanos
En Monterrey me formé en espacios
universitarios, desarrollé actividades en colonias urbano populares, pero en
1984 tuve una inmersión total en comunidades indígenas de Chiapas, Oaxaca y
Tabasco, pues al terminar la carrera de psicología me invitan a participar en
la coordinación regional de la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto en los
Hogares. Esta experiencia fue un aprendizaje que me da una nueva mirada a la
vida de las mujeres.
En 1985, cuando terminó la ENIGH, decidimos
no regresar a Monterrey, fue así que mi compañero y yo establecimos residencia
en Oaxaca. En aquellos años el Teatro Juan Rulfo promovía actividades
culturales en el centro de la ciudad y fue en los Foros de la Mujer donde
conocí a Guadalupe Musalem y Esperanza Aguilar, con quienes inicié una relación
de amistad y me motivaron a participar con algunos temas como conferencista,
fueron ellas las que me invitaron a conocer a las compañeras que años después
abrirían la Casa de la Mujer “Rosario Castellanos”, un poco antes ya brindábamos
asesoría y acompañamiento a mujeres que nos conocían en las conferencias, yo
participaba en la Red de Psicología que coordinaba mi amiga Ximena Avellaneda.
Mientras colaboraba en el COBAO como
orientadora educativa siempre busqué oportunidades para formarme, fui a cursos
y congresos presentando ponencias relacionados con el impacto del Género en la
educación, participé en Cuba, en Puerto Rico y en 1994 obtuve una beca para
realizar un Magister en Cooperación Internacional para el Desarrollo por la
Universidad Complutense de Madrid. Ahora entiendo que tuve muchos privilegios
mientras me mantuve estrictamente en la academia, pues de ser una psicóloga
altamente valorada en la institución, pasé a ser despedida cuando solicité que
se hicieran investigaciones y se fijara una postura institucional frente a las
denuncias de acoso sexual en contra de maestros por parte de algunas
alumnas.
Así que mi llegada a la Limeddh fue a
partir de una experiencia personal, pues ante un despido injustificado, empecé
un proceso para mi restitución, pero sobre todo quise que fuera una experiencia
para mis alumnas y alumnos, sobre la importancia de defender sus derechos. Sin
embargo durante ese andar recorriendo instancias gubernamentales, fui
conociendo infinidad de casos de personas buscando justicia, casos
verdaderamente graves que me hicieron reflexionar sobre la vulnerabilidad de
dar la lucha de manera aislada, razón por la cual pensé en abrir un espacio de
defensa de los derechos humanos, sin imaginar los retos ante los que me
enfrentaría.
La Limeddh fue el espacio que me permitió abordar los dos temas que han definido mi vida, los derechos de las mujeres y acompañar los movimientos sociales, además hacerlo desde mi condición de feminista, psicóloga y activista.
La Limeddh fue el espacio que me permitió
abordar los dos temas que han definido mi vida, los derechos de las mujeres y
acompañar los movimientos sociales, además hacerlo desde mi condición de
feminista, psicóloga y activista, le daba un sello característico, pues todos
los casos que defendimos lo hacíamos de manera integral, no solo desde el
aspecto jurídico, sino desde la sensibilización social, incluso a veces de
manera provocadora, para colocar los temas en la discusión pública.
Fueron años en los que abordar los temas de
las mujeres asesinadas, hoy feminicidios, las cárceles clandestinas, la tortura,
los desaparecidos políticos, la denuncia de funcionarios públicos por acoso
sexual o por violación, la denuncia por acciones o por omisiones de las
instituciones gubernamentales de derechos humanos, fueron solo algunos de los
casos que colocaron a la Limeddh como un espacio de reconocimiento social…Pero
también como objeto de campañas de desprestigio, de intimidación y de una larga
cadena de allanamientos a nuestras oficinas, delitos que a la fecha permanecen
en la impunidad.
Miedos,
desafíos y aprendizajes
La Limeddh surgió como un espacio que se
planteo al “puro estilo trasnochado de los setenta un espacio del pueblo y para
el pueblo”, de manera que quiénes colaboramos ahí lo hacíamos desde la
militancia, desde el activismo por los derechos humanos, aportábamos nuestro
trabajo, mientras otras personas colaboraban para pagar los gastos básicos de
renta, luz y teléfono. Recuerdo con profundo agradecimiento a la Red de
reconocidas personalidades que apoyaban moral y económicamente a la Casa de la
Limeddh, porque en los momentos más difíciles de perseguimiento hacia la
organización, se quedaron a nuestro lado porque conocieron desde adentro
nuestras convicciones y nuestro quehacer social.
Especialmente reconozco a mis compañeras
del Grupo de Estudios sobre la Mujer “Rosario Castellanos”, ya que mientras
coordinaba la Limeddh, me abrieron un espacio para colaborar en importantes
proyectos como facilitadora de talleres de Equidad de Género, de Salud Sexual y
Reproductiva, de prevención y atención a la violencia, de salud materna, pues
en esos espacios renovaba mi energía.
Al mirar hacia atrás y recordar la primera
vez que las mujeres de Loxicha llegaron
a nuestra organización no puedo evitar
llorar de impotencia. Recordarlas con sus pequeños cuerpos, sus caras
escondidas tras los rebozos con los que lo mismo se secaban las lágrimas que
cargaban a sus criaturas, hablando en su zapoteco entre ellas y traduciendo
para nosotras de manera atropellada lo que pedían, porque solo lográbamos
comprender en español palabras como
ejército, presos, guerrilleros, aquellas palabras sin traducción al zapoteco.
Ahora pienso que en su momento no se valoró la resistencia de esas mujeres, pues la guerra que le declararon a los pueblos de Loxicha, quiénes la enfrentaron en realidad fueron ellas, mujeres descalzas, con hambre, sin saber leer e incluso sin hablar el español, cargadas de hijos e hijas, con miedo en la mirada pero con una fuerza que hasta la fecha me desconcierta.
Tomar la decisión de acompañarlas no tenía
discusión, ya después conoceríamos a sus esposos, hijos, padres, quienes fueron
declarados presos políticos de Loxicha, pero de inicio esas mujeres no estarían
solas. Al principio llegaron una treintena, pero a medida que pasaban los días
llegaron a ser más de cien, con sus hijos e hijas.
Y digo que ellas enfrentaron la guerra
porque fueron quienes sostuvieron por casi cinco años un “plantón” desde el
cual se organizaron para luchar por la libertad de los presos políticos, la
presentación con vida de los desaparecidos y
justicia para sus muertos. En torno a su movimiento estuvo el apoyo jurídico
y otras organizaciones civiles además de nosotras, pero la parte de dar voz y
vida a su lucha la dieron las mujeres de Loxicha.
Loxicha y su presunta vinculación con el
EPR nos colocó en el escenario nacional e incluso internacional, pero también
en una situación de riesgo cuya dimensión fuimos enfrentando, desde los
allanamientos, las amenazas de muerte, los golpes y el tener un arma apuntando
a mi cabeza más de una vez. En un primer momento no sentía miedo sino coraje,
el miedo viene mucho después, cuando tomo conciencia de lo que “hubiera
pasado”, pienso que tener convicciones era lo que me daba fuerza, saber que en
la vida lo que da sentido es hacer lo que considero que es correcto y asumir
que el costo puede ser alto.
Sin embargo en la Limeddh acompañamos
muchos otros casos, recuerdo especialmente un grupo de siete familias cuyas
hijas o madres habían sido asesinadas y demandaban justicia, en ese entonces
nos reuníamos mes con mes con el Procurador de Justicia para ejercer presión,
pero cada vez llegaban menos familias, algunas abandonaron por cansancio. Recuerdo
a una de las madres que llegó llorando a la organización para decirme que se
retiraba, policías judiciales la seguían para intimidarla, en una ocasión la
abordaron para decirle que pensara en sus otras hijas, en la que asistía a la
secundaria y en la de iba en primaria,
porque su otra hija ya estaba muerta y al “gobierno” le estaba cansando verla a
cada rato en la “Procu” ¿qué se podía hacer, garantizarle la vida de sus hijas?
Imposible, son esos casos en los que tienes que entender que la decisión última
es de ellas y la nuestra acompañarlas asumiendo los riesgos, porque nunca se
dio un caso en que nosotras abandonáramos por miedo.
Finalmente el único caso que llegó hasta la
conclusión, dejaron libre al hombre que asesinó a la mujer “por un error”
legal, porque declaró que había arrojado el cuerpo en el río salado y el cuerpo
había sido encontrado en otro río.
Lidiar con la impunidad es difícil, enfrentar
la represión también lo es, personalmente lo que me mantiene con fuerza es
haber acompañado a muchos casos en los que declaramos victoria, tal vez no
fueron de gran cobertura mediática, pero hoy no se les hace firmar a las
estudiantes de las normales que tienen que abandonar sus estudios por embarazo,
mujeres indígenas acusadas injustamente obtuvieron su libertad, aparecieron con
vida muchos desaparecidos políticos, además de casos de violencia grave que
llevaron a la cárcel a los responsables.
La imeddh fue un semillero de defensoras de
derechos humanos, mujeres que van construyendo sus espacios, tomando decisiones
sobre sus vidas, incluso de quienes fueron las niñas de Loxicha hoy son mujeres
que lograron salir adelante, algunas ya terminaron carreras universitarias,
solteras o emparejadas, algunas con
hijos otras no, pero finalmente la vida les dio una oportunidad y ellas
la tomaron.
Termina
un ciclo
Tomar la decisión de dejar la Limeddh fue
muy difícil, desde el principio la propuesta era que fuera un espacio de
formación, que diera cabida a la generación de nuevos liderazgos, pero
intercambiando con otras posiciones de menor perfil, esa era mi responsabilidad
pero en la práctica no funcionó, así que fue necesaria mi salida para abrir el
espacio, porque respeto mucho a quienes dedican su vida a una organización,
pero personalmente yo sentía que ya no aportaba a la organización la energía
del inicio.
Recuerdo que la siguiente vez que me
invitaron a ir a Washington a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
en el 2005, decliné, ofreciendo una lista de cuatro defensoras de derechos
humanos jóvenes, mencioné a Aline Castellanos, Yésica Sánchez Maya, Erika Lilí
Díaz Cruz y Y´aha Sandoval, al hacer la lista me di cuenta que la Limeddh si
había sido un buen semillero y quizá no había que abandonar esos foros, sino
abrirlos para que otras vivieran la experiencia y ser partícipe de los cambios
generacionales.
El Grupo de la Mujer Rosario Castellanos
Mi relación con las compañeras del Ges
mujer es lo más permanente que hay en mi vida, casi 20 años de socia en la
organización me hacen decir que es donde he crecido como mujer y como
feminista. Me siento muy orgullosa de ser parte de un proyecto pionero en
Oaxaca que supo colocar los temas que hoy dan vida a muchas otras
organizaciones y colectivos, ha sido lugar de confluencia, de reuniones desde
donde se han impulsado infinidad de iniciativas. A nivel personal me han
permitido participar en proyectos que me llevaron a las comunidades más lejanas
de Oaxaca, donde he aprendido de la sabiduría de las mujeres, que después de
participar en procesos de formación, saben decir de manera sencilla lo que años
de teoría feminista han construido.
Además con el proyecto “Paso a paso cuida
el embarazo”, proyecto de salud materna dirigido a mujeres indígenas migrantes,
fue que conocí esa cara otra de la migración, desde las zonas de expulsión de
los municipios más pobres de Oaxaca, como Coicoyán de las Flores y San Martín
Peras en la mixteca, hasta su llegada a San Quintín, Maneadero y Tijuana en
Baja California.
Volver
a sembrar
Baja California es el quinto estado en el
que vivo, para mi sorpresa cuando creí
que a mi edad, no me volvería a “enamorar” descubrí un lugar donde se
concentran tantas y tan diferentes culturas, una de ellas la oaxaqueña, fue así
que me re encontré con mi esencia migrante, de “mujer camino”. He desarrollado
varios proyectos con mujeres indígenas de Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Michoacán
y nativas Kumiai. Actualmente estoy acompañando a un grupo de 10 mujeres
indígenas, nueve oaxaqueñas y una guerrerense, quienes acaban de abrir La casa
de la mujer indígena en Tijuana, mi labor es asesorarlas para que sean
defensoras de derechos humanos y brinden atención con enfoque de género e
intercultural a las mujeres indígenas, migrantes, residentes y nativas. Es
cierto que es como volver a empezar, pero quizá eso es lo estimulante, sembrar
semilla para después ver la cosecha.