· Discriminación,
marginación y segregación algunos de los muchos riesgos en su vida
Luisa Rebeca Garza López es simplemente mujer, pero es una mujer que ha
luchado para ser reconocida social y legalmente como tal. Nació niño pero desde
siempre supo que era una niña, si jugaba con sus hermanos (todos varones) ella
quería ser la mamá. Más tarde recibió recomendaciones sobre su forma de hablar
y expresarse y ella no entendía por qué ni supo nunca como cambiar. Era ella y
punto.
Si la homosexualidad estuvo patologizada hasta el 2009, la identidad
trans sigue clasificada como una enfermedad mental. Eso ha provocado que el
proceso legal de rectificación sexo-genérica sea un tortuoso camino, que en
algunos casos puede llevar años, en otros meses e increíblemente semanas, pero
nunca nada es de un día para otro.
Rebeca Garza da su propia definición y dice que las personas trans son
aquellas cuya identidad de género no esta alineada a su identidad socialmente
asignada. Trans, añade, etimológicamente significa del otro lado, del otro lado
de tu género socialmente asignado.
Las otras y los otros se consideran “normales”, pero apunta que cuando
alguien nombra la diferencia generalmente es para generar una superioridad con
respecto de un grupo. De ahí que “las otras personas”, llamadas cisgénero o
cisexuales, consideren que ser diferentes
es estar enfermo o ser inferior, porque el sistema cultural producto de un
sistema patriarcal ubica a reconoce solamente entre hombre o mujer y no
da cabida a nada más, un sistema binario muy criticado.
La transexualidad es no sólo un asunto de identidad sexual, también es una identidad política. Tenemos la certeza de ser hombres o mujeres porque así nos percibimos y como cada grupo de personas tenemos necesidades específicas como grupo como las tienen las campesinas, las indígenas…y también compartimos coincidencias entre todas porque somos mujeres, no pertenecemos a otro grupo.
Rebeca Garza confía en que la integración de las mujeres trans como
grupo de mujeres sea menos difícil en el futuro ya que habrá una nueva
generación que van a crecer con mujeres y hombres trans desde la infancia, como
sucede ahora con los gays y lesbianas. Es generacional, apunta y pone como
ejemplo el hijo trans de los afamados actores Angelina Jolie y Brad Pitt.
Aunque para muchas mujeres, Garza ha “gozado de los privilegios del
patriarcado por haber nacido hombre”, lo cierto es que no ha sido así, señala
quien a lo largo de la entrevista muestras los diversos momentos y situaciones
de discriminación, marginación, hostigamiento y rechazo que ha sufrido por
sentirse diferente, por ser reconocida social y legalmente como una mujer más.
Su padre, médico de profesión, supo que algo hacía diferente a su hijo.
Entonces le contó la forma en que son discriminados los gays, porque asumía que
su hijo era gay. No tenía ni 10 años cuando encontró en un libro de
endocrinología la palabra transexualidad y al leer la breve descripción supo
que era la suya. Entendió por qué sus referentes eran figuras femeninas, como
Sor Juana Inés de la Cruz o Alfonsina Storni, dice Garza quien transitó a lo
largo de su vida entre personalidades de apariencia gay, andróginas y trans.
Recuerda divertida que alguna vez, en un momento de su proceso de
transición, las personas pensaron que ella era mujer y que pretendía ser
hombre. Lo que sí tuvo claro un día era que no quería borrar su historia ni a
la persona que fue antes de asumirse legal y socialmente como Rebeca, nombre
que obtuvo de un maestro que la nombró como tal en honor a una de las hijas de
Rita Hayworht. Esa, dice, es la verdadera transición, mas allá de las hormonas
y cirugías, lo más importante es la autoaceptación y el reconocimiento.
Fue a los 26 años cuando conoció la página web mexicana denominada
Disforia de Género, término con el que se patologiza la identidad trans, así
conoció la historia de otras mujeres y hombres trans que ya habían demandado al
Registro Civil para rectificar sus actas de nacimiento, lo cual implicaba
términos costosos y la gran mayoría humillantes por parte de jueces y juezas. Semanas
más tarde, conoció al psicoterapeuta sexual David Barrios quien le daría
acompañamiento a su proceso de transición.
Lograr el cambio de nombre y sexo en su acta de nacimiento requería de
un perito que determinara que la persona tenía disforia de género, en otros
países todavía se solicita y en algunos estados de México es un trámite
imposible, es decir, se considera que si pides una reasignación sexo es
necesario que un “experto diga que estás loquita y como no le podemos arreglar
el cerebro, aceptamos que se modifique el cuerpo”.
Hoy, todavía es más común obtener estrógenos que andrógenos en una
farmacia, lo cual, apunta está directamente relacionado con lo que la teórica
feminista Beatriz Preciado llama el biopoder, el establecimiento de barreras o
guardias que impiden el acceso a las terapias de reemplazo hormonal, a las
cirugías, pero también que pretenden el control de las mujeres desde sus cuerpos.
Su habitación propia, como sostiene Virginia Woolf, la tuvo cuando entró
a trabajar al IFE, lo cual logró mediante un concurso donde ni siquiera la
habían visto lo cual le evitó ser discriminada de nueva cuenta al momento de
pedir trabajo como ya le había sucedido antes. Además fue ese el escenario de
su transición, cuenta como un Consejero Electoral la identificó como mujer siquiera
necesidad de mayores explicaciones pero sí hubo necesidad de establecer dentro
de la institución un protocolo de transición que se aprobó en 2010, sin duda,
apunta que el IFE abrió brecha, porque hay trámites que se deben hacer desde
las instituciones sin que tengan que pasar por las legislaturas, pero eso
implicaría derrumbar miedos, temores y pisar callos. Lo cierto es que hay una
inclusión y la gente entiende.
El cambio físico en su vida insiste es parte de la transición pero lo
mas importante es asumir la nueva identidad, no es como lo asume la gente, “ya
eres mujer u hombre porque ya te operaste”, pero hay quienes dicen que aunque
te operes tus cromosomas son XX o XY, pero lo que no sabe la mayoría de la
gente es que hay otras variantes genéticas y muchas podrían llevarse sorpresas
si se hicieran estudios sobre sus cromosomas, dice Rebeca Garza. La razón de
todo esto es porque determinamos a las mujeres y a los hombres por sus características físicas, su expresión
sexo-genérica y roles que desempeñan en la sociedad, nunca estamos verificando
las entre piernas o los cromosomas para hacer estas identificaciones.
“Ese afán chingativo se llama cisexismo” y puede ir desde expresiones
como las antes descritas o hasta prohibirte entrar al baño de mujeres o de
hombres, según el caso; el cisexismo llega a ser tan grave como el hecho de
castigar a una mujer trans recluyéndola en una cárcel de varones y también
existen casos de transfeminicidio, cuyos asesinatos suelen ser mucho más
violentos y que por lo general se clasifican como crímenes pasionales y no
forman parte de alguna estadística sumando a esto la violencia de invisibilización.
En suma, apunta, aquí es donde entran las coincidencias con el
feminismo, porque sufrimos la misógina, el cisexismo que equivale al sexismo
pero de una forma que se considera falsa o artificial la identidad trans, la
mal-generización que es decir “el transexual” a una mujer transexual por
ejemplo, la hipersexualidad, la objetivación. Recuerda a otra teórica, Julia
Serano, quien plantea que la identidad trans “pareciera que les da derecho a
hablar de nuestros genitales”, un tema que se les pregunta a otras personas. Un
ejemplo, apunta es cuando les hacen entrevistas y las tomas de video o las
fotografías “fundamentales” se realizan cuando se maquillan, voluntaria o
involuntariamente lo que quieren mostrar es “cómo tu género es artificial y te
construyes a partir del maquillaje, la ropa…”.
El feminismo en su vida ha tenido mucho significado porque apunta que es gracias a esta postura política que se han abierto espacios que les permiten insertarse y generar políticas públicas que les garanticen las mismas oportunidades, como el reconocimiento a la identidad.
El tortuoso camino
de los documentos
Luego de que Rebeca Garza obtuvo una sentencia judicial a su favor
(expediente 677/11) en el juicio especial de levantamiento de acta por
reasignación para la concordancia, sexo-genérica, es decir, que el
Estado mexicano la reconocía como mujer de nombre Luisa Rebeca Garza López, inició
el tortuoso camino de rectificación de sus documentos al enfrentarse a lo que
ella considera eran verdaderos guardianes del patriarcado.
No tuvo mayor problema para la actualización de datos de la Cédula Única
de Población ni tampoco con el Registro Federal de Contribuyentes, porque claro
paga impuestos, porque la sentencia ordenaba la rectificación tanto del acta de
nacimiento como estos dos documentos y los subsecuentes. Incluso su tarjeta de
crédito también fue cambiada sin perder su historial crediticio, lo cual
ocurrió en tres meses.
Sin embargo, su acta de nacimiento correcta la obtuvo dos años después,
puesto que la primera versión no estaba bien ejecutada, y tras una larga
aventura en su natal Veracruz, cuando ella residía en Mexicali, Baja
California. La sentencia señalaba que la nueva acta debía ser sin anotación al
margen y con un nuevo folio. Pero el Registro Civil de Veracruz no lo hizo de
esa manera. Ella pensó que no habría problema.
Cuando trató de obtener la renovación del pasaporte con su
nueva identidad sexogenérica se enfrentó a “un aparato burocrático cuadrado en
la Secretaría de Relaciones Exteriores”. El titular de la delegación de
Mexicali tenía como adorno en su oficina una enorme Virgen de Guadalupe y muy
poca disposición. Por supuesto le dijeron que no se podía porque tenía
anotación al margen y no tenía un nuevo folio.
Rebeca puso una queja ante la
Comisión de Derechos Humanos de Baja California, quienes año y medio después le
avisaron que la Secretaría de Relaciones Exteriores tenía razón, sin considerar
que en ese periodo estuvo imposibilitada de salir del país, negándole su
derecho al tránsito. Pero le enviaron el
expediente a la Contraloría veracruzana que en diciembre de 2013 le respondía
vía telefónica que le darían seguimiento a su caso. Una sorpresa, dice Rebeca a
quien le empezaba a cansar el papeleo y la insensibilidad del funcionariado.
La Contraloría ordenó al Registro Civil acatar la sentencia tal y cómo
debía ser sino la jueza sería sancionada, en poco tiempo Luisa Rebeca tenía
tras dos años su acta de nacimiento en las manos, enviada por el propio aparato
gubernamental veracruzano.
Para enero de 2014, ya residía en Oaxaca, por lo que tramitó su
pasaporte en las oficinas de la SRE con su nueva acta. Sin embargo, aunque
esperaba que se la otorgaran como al resto de las personas el mismo día, su
pasaporte fue entregado cuatro meses después, se trata –explica- de la
criminalización de la identidad, pues consideraban necesario analizar mi trámite
a pesar de llevar todos los documentos que se le habían originalmente
solicitado.
Su acta llegó en enero de 2014 y finalmente el pasaporte lo tramitó en
Oaxaca y la respuesta no fue la misma que al resto de la gente, que logra su
pasaporte el mismo día que lo solicita.
El pasaporte de Luisa Rebeca fue entregado cuatro meses después. Sin
duda, explica es una forma de criminalizar a quienes viven una su reasignación sexo-genérica, “me
dijeron que tenían que analizarlo porque si no después cualquiera que quisiera
huir de la justicia se cambiaría de sexo, como si eso fuera pintarme el pelo”.
Finalmente, desde hace año y medio empezó uno de los trámites más
importantes, el cambio de nombre y sexo en su título profesional como
licenciada en Administración por la Universidad Nacional Autónoma de Nuevo
León. Ella se convertiría en la segunda persona en logarlo en el país,
aparentemente.
Debo ser paciente, aunque a veces pienso en lo tortuoso que ha sido todo
esto, apunta la entrevistada, quien sostiene que su mayor anhelo es lograr el
cambio de sus documentos para demostrar que sí es posible así como sensibilizar
a las autoridades.
La reasignación sexo-género de Luisa Rebeca Garza López es sin duda un
largo proceso que inició por su aceptación, que enfrentó la empatía humana,
pero sufrió en carne propia la segregación, las sanciones sociales, el chiste
fácil, la burla, el que se hable a sus espaldas, las calificaciones
malgenéricas, la invisibilización y todo cuanto en México todavía representa
ser diferente.