Nallely Tello*
Suele ser frívola pero
necesaria la tarea de contabilizar, de revisar todos los días los periódicos y
enfrentarnos con una de las muchas realidades que nos hiere como sociedad: el
feminicidio.
Más allá de las
cifras que, organizaciones como Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la
Equidad Oaxaca AC tienen documentadas: 39 feminicidios de enero a junio de
2015, 390 en lo que va del gobierno de Gabino Cué, 1,100 mujeres asesinadas
durante los sexenios de José Murat, Ulises Ruiz y Gabino Cué, vale la pena
preguntarse qué se expresa a través de ellas.
Evidentemente se
trasluce el menosprecio a la vida de las mujeres, que se conjuga con otra serie
de delitos y circunstancias. Por ejemplo, si se considera que, según datos del
Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, OCNF (2014), el 50 por ciento
de los asesinatos de mujeres cometidos en Oaxaca son con arma de fuego,
deberíamos preguntarnos por qué existe un alto porcentaje de posesión ilegal de
estas armas en nuestro estado.
Si se parte de que
existe un incremento en el número de feminicidios en Oaxaca -durante el
gobierno de Ulises Ruiz se cometieron 283 mientras que aun faltando año y medio
para concluir el gobierno de Cué van 390-, se evidencia que no basta la
voluntad política o la creación de leyes para frenar este fenómeno pues, vale
la pena recordar que el tipo penal de feminicidio entró en vigor en este último
sexenio y que no ha contenido ni el asesinato de las mujeres ni ha garantizado
justicia.
Rita Segato,
estudiosa de este tema, señala en su libro Las
nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres (2014) que en
contextos en los que hay una violencia creciente, los feminicidios no son daños
colaterales si no el mensaje de poder que entre grupos del crimen organizado se
envían a través de la crueldad inscrita en el cuerpo de las mujeres. Es necesario
apuntar que aun en el marco de la violencia que hoy vivimos en México, los
feminicidios no son monocausales, por ejemplo, en Oaxaca el 46.4% de las
asesinadas son amas de casa de acuerdo con el OCNF.
En Las estructuras elementales de la violencia
(2003), Segato señala que las leyes no cambian de facto los afectos y las formas de relación y que no obstante son
necesarias para nombrar lo deseable. Al respecto, creo que también habría que
reflexionar y diferenciar entre “lo ideal y lo real”.
A todas luces se ha
hecho evidente la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de la
población, y ello es más claro en el caso de las mujeres. Por lo tanto, no es
de sorprender que por más que salgan notas en la prensa exigiendo que responda
y señalando la necesidad de que dicte justicia, esto no se verá pronto –si es
que algún día pasa- pues no por nada el 98 por ciento de los delitos en este
país permanecen en la impunidad.
Sin embargo, éstos
–por sus características- no deberían ser los tiempos de la descalificación.
Para quienes quieran seguir exigiéndole al Estado su efectividad en la
impartición de justicia, en la creación de leyes, etc., el camino aun es largo
como lo es para quienes prefieren motivar la autodefensa como forma de resistir
y defender la vida. Recordemos que si algo salvó a Yakiri de su agresor fue
justamente defenderse a sí misma y si algo la sacó de la cárcel posteriormente
fue la solidaridad y la indignación que su caso generó en la opinión pública.
Se dice que somos
una sociedad adormecida, que ve pasar los hechos violentos, las muertes de las
mujeres, sin tener la suficiente fuerza para levantarse de su sopor y
organizarse. Cuando el Estado no puede garantizar el derecho a la vida y a la
justicia -por citar algunos-, voltear a mirar nuestras formas de organización,
dignificarnos como interlocutoras desde la posición política que tengamos, se
vuelve primordial pues gran parte de la labor de prevención y de defensa de la
vida, tendrá que estar a cargo de las mujeres y hombres solidarios de a pie.
Ante la crisis del “Estado de Derecho”, que el conjunto de movimientos sociales
hacen tambalear, las feministas no deberíamos olvidar que el Estado es
patriarcal y el Derecho, coercitivo y que, por lo tanto, no deberíamos perder
nuestra capacidad de soñar más allá de la legislación.
La solidaridad no
es tampoco univoca, gracias a eso expresiones de indignación ante los
feminicidios, no dejan de aparecer: marchas, conferencias de prensa, stenciles,
carteles, perfomances, etc., que generalmente vienen luego de la muerte de otra
mujer, si bien evidencian la impunidad, misoginia, machismo, etc., que permean
en los feminicidios, deben ser acompañadas de otras acciones que no solo
pertenezcan a la reacción sino que fortalezcan la construcción de nuevas formas
de relación, de nuevas maneras de manejar las emociones, de abatir la pobreza,
de combatir la impunidad, etc., es decir, de atacar las causas y no sólo los
efectos de los asesinatos de las mujeres. Estas tareas por supuesto no les
corresponden a ningún sector específico sino son parte de una construcción
colectiva y social que pasa por la revalorización de la vida misma.
Si el todo es la
suma de sus partes y en cada parte se encuentra el todo, entonces el asesinato
de una mujer es por sí solo una tragedia.
Es junio, el junio
de las 1,100 mujeres asesinadas a lo largo de tres sexenios en Oaxaca, es el
junio que se expresa en la mirada de cada uno los familiares y amigos de las
víctimas de feminicidio. Es junio y la tragedia no tiene fin.
*Integrante de
Consorcio-Oaxaca.