El Feminismo en mi Vida, Hitos, claves y topías
* “Hay libros que ayudan a vivir, y hay libros que salvan la vidas”
Anel FLORES CRUZ
Marcela Lagarde dice en
el libro “El Feminismo en mi Vida, Hitos, claves y topias” que “una escoge su
genealogía” y para mí ella es un referente genealógico importante. Debo decir
que la primera vez que escuché a Marcela Lagarde, hace 12 años, en un
diplomado, me impactó significativamente, Marcela se convirtió en ese momento,
y hasta la fecha, en un ícono fundante de mi relación con el feminismo. Fui su
alumna en ese entonces y 10 años más tarde en el “Diplomado Estudios de las
Mujeres Género, Feminismo y Descolonización”.
Marcela Lagarde es una
mujer imprescindible en el pensamiento y práctica feminista no sólo de América
Latina, también de otros continentes. Ha sido maestras de muchas mujeres y a
muchas, como dijo alguna vez Amelia Valcárcel de ella, “nos ha enseñado a
amarnos, y esto es una de las cosas que pocas personas saben hacer”. Marcela
también nos ha enseñado a vivir el feminismo de las maneras menos amargas, más
éticas, con creatividad y sobre todo con amor a la vida.
Tengo la fortuna de
compartir el cariño y admiración por Marcela Lagarde con amigas feministas y en
los momentos más oscuros, cuando nos hemos enfrentamos a fracturas dolorosas,
desde nuestras sincréticas vidas, hemos recurrido a sus claves para deconstruir
el amor romántico, la hemos releído juntas, incluso entre mezcales, y hemos
hecho también nuestro “itacate” (como ella lo dice) con los mínimos irrenunciables
en una agenda amorosa.
Las categorías conceptuales que ella nos ha regalado a lo largo de su trayectoria feminista nos ha dotado de posibilidades a muchas mujeres para comunicarnos con otras mujeres y también para comunicarnos con el mundo.
Las categorías
conceptuales que ella nos ha regalado a lo largo de su trayectoria feminista
nos ha dotado de posibilidades a muchas mujeres para comunicarnos con otras mujeres
y también para comunicarnos con el mundo.
Este libro: El feminismo en mi vida, hitos, claves y
topías es particularmente especial, porque, como ella misma dice “hay
libros que ayudan a vivir, y hay libros que salvan la vidas” y este libro
—tengo entendido— le ayudó a salir adelante en un momento difícil de su vida. Y
a su vez —estoy segura— ayudará a muchas mujeres a comprender el sentido de ser
una mujer feminista.
Los textos que se
agrupan en este libro se encuentran divididos en seis capítulos: las
mentalidades y la cultura; Ciudadanía de las mujeres; Derechos humanos de las
mujeres; La ciudad de lo derechos; El paradigma feminista y Feminismo en
primera persona. Todos imperdibles. No podría hablar de todos, pero me atrevo a
decir que a mí particularmente el que se me hizo casi un tratado y un texto con
urgencia de ser leído fue el texto “Feminismo en primera persona”.
Y creo que esta
importancia se debe a lo que yo he observado en los últimos años con el
feminismo en mi vida y de algunas mujeres cercanas, y las repercusiones que
tiene en nuestros colectivos. Sin ánimos, claro, de aplicar el feministómetro
ni convertirme en patrullera feminista, creo que existe una necesidad de
continuar dialogando desde nuestros feminismos, conocerlos antes de
enjuiciarlos, ser autocríticas y también intentar dejar de vernos unas a otras
como “las malas temibles”, como señala Marcela.
Y en este sentido, me
gustaría citar algunas partes del libro que me ayudaron mucho a aclarar mi panorama:
Comenzaré por citar “La
escisión del género” sostenido en la ideología de la feminidad. La escisión de
género es el extrañamiento entre las mujeres: aquellas barreras infranqueables
que las distancia hasta el grado de impedirles reconocerse e identificarse. Las
mujeres, dice Marcela, hacen a un lado lo común y recalcan, para interiorizar a
las otras y justificar su dominio, las diferencias de clase, de edad, de
posición social, de sabiduría de creencias, de preferencias eróticas, de
conocimientos, de color, de estatura, de medidas de busto, cintura, cadera y
piernas; de lengua, de trabajo, de riqueza, de posibilidades de vida, de
relación con los hombres, con los dioses, con el poder.
En otras palabras, dice
Marcela Lagarde, se subrayan las diferencias significativas en el mundo
ordenado, jerarquizado, antagonizado por el poder, que ubica a las mujeres de
manera devaluada frente al hombre. Así las mujeres viven enormes dificultades
para identificarse entre ellas, porque en su admiración de lo que no son y de
lo que no tienen, en su necesidad de poder, intentan identificarse con los hombres.
No se trata de que, por su voluntad las mujeres se afanen en el desencuentro.
La vida de las mujeres
está definidas por el poder clasista y patriarcal, está marcada por la
competencia, la exclusión, la propiedad, el racismo, la discriminación y todas
las formas de opresión. Al vivir, ellas las reproducen, son la portadoras,
señala Lagarde.
Por otra parte, y en
otro momento de la lectura, menciona que a diferencia de la ideología de la
feminidad, la ideología feminista concibe que las mujeres por el hecho de serlo
–y en particular las feministas-, no tengan contradicciones. De acuerdo con
esta visión, comparten además de la condición genérica, una causa común y sus
relaciones no producen ni la enemistad ni el poder tradicional. En esta
perspectiva, se llega al extremo de creer en la afinidad de las mujeres como
algo dado, inherente a todas ellas e incuestionable.
Se cree que el feminismo
no es parte de la feminidad, que vuelve diferentes a las mujeres que en ese
nuevo ser (la feminista) ha trascendido los problemas y las formas “inferiores
y tradicionales” de relación y de trato que impera en LAS otras.
Y entonces se hace un
chilaque, porque tanto el discurso ideal como “LAS otras mujeres” (o sea las
tradicionales) no se reconocen plenamente en las feministas, las últimas
recalcan sus diferencias en las demás adjudicando a tales diferencias una
valoración de superioridad.
El temor y el
desencuentro, producto de la competencia, el desprecio, la envidia y la
admiración generan sentimientos de desigualdad. Caracterizan la relación entre
mujeres y mujeres feministas, impiden el despliegue del feminismo, y desembocan
en la imposibilidad de convencer a todas aquellas que por su condición podrían
hacer suyas algunas propuestas feministas. Esto ocurre porque las más
reticentes ante el feminismo son las mujeres, que consideran a las feministas
prepotentes, traidoras y amenazantes.
La reacción es
inexplicable, porque el feminismo sí es una agresión a la feminidad de las
mujeres. Pero también abre expectativas, invita a hurgar en recovecos y a
buscar caminos: es espacio de encuentro entre pares. ¿Por qué, entonces, existe
tanta dificultad para que unas nos identifiquemos con las otras?
Marcela Lagarde
encuentra en el prejuicio una de las razones y cita a Ágnes Heller.
Más adelante en este
mismo capítulo dice que en el feminismo se ha desarrollado una tendencia
ilusionista: las mujeres creen vivir lo que proponen. De manera fantasiosa se
confunden las tesis ideológicas con la realidad.
Vivimos en una especie
de esquizofrenia, dice Ágnes Heller.
Lagarde menciona también —para continuar con la
complejidad— “La enemistad histórica” que viven las feministas. Por ejemplo
cuando se desea obtener poder a partir de comparar quién es más o menos
feminista (o sea cuando sacamos el feministómetro).
Lagarde apunta que el
feminismo no es democracia por definición. Por el contrario puede constituirse
en otro espacio opresivo. Por ejemplo, algunos de sus discursos incendiarios
son antidemocráticos por excluyentes y jerarquizadores; entre otros, los que
reproducen ideológica y políticamente las jerarquías descalificadoras a partir
de valoraciones que ponderan superiores algunas cualidades de grupos, de
actividades, de espacio sobre otras, con ese rasero cuando menos inadecuadas:
“sólo lo popular es revolucionario”, “si no hay movimiento el feminismo no
existe”, “lo que se necesita es trabajo de base y menos verborrea”.
En las consideraciones
de este grupo hay marcas ideológicas de populismo y movimientismo, tan
inadecuadas como las teoricistas o diletantes. El feminismo no es sólo un
movimiento social y político, ni es una ideología, ni son unas cuantas
organizaciones, ni acciones de masa, es todo eso y mucho más; es una cultura.
Me gustaría señalar que
Marcela Lagarde en este libro nos brinda recursos teóricos, analíticos y de
conocimientos a las mujeres que podrían ampliarnos nuestras perspectivas
políticas y elevar nuestra calidad de participación en el feminismo.
También me gustaría
invitarles (y me incluyo) a que rompamos con la idea antagónica de que la
teoría y la práctica no se llevan, que evitemos el desprecio por la formación y
el anti-intelectualismo, porque esto preserva a las mujeres en la ignorancia
tradicional (y Lagarde lo menciona en este libro muy claro), esta ignorancia ha
sido objeto de críticas en los movimientos de mujeres. No podemos, creo, ir por
la vida pensando que estamos descubriendo el hilo negro, porque nos quita
tiempo y porque además debemos comenzar a reconocer el aporte de otras mujeres.
Saber qué desconocemos es también un ejercicio de empoderamiento.
También es importante,
y esto lo retomo textual: “dejar de considerar que el adelanto y progreso de
las mujeres son atentados contra la unidad de las comunidades, los clanes, las
familias y los pueblos. Es necesario eliminar la interpretación porque es
falsa. Que no se nos olvide que las mujeres, todas, somos las otras del
patriarcado y que la clave está en el feminismo.
(Texto a propósito de
la presentación de El Feminismo en mi vida, de Marcela Lagarde, en la I Feria
Internacional del Libro de Estudios de las Mujeres y Feminismo).