¿Yo feminista?
Rosario Villalobos
Rueda:
Entre la proposición
y la confrontación
· “Nació” en la
izquierda mexicana, un día la arrolló el tren del feminismo
Soledad JARQUÍN EDGAR
Soy feminista porque
me gusta. Responde tajante Rosario Villanueva Rueda, para luego añadir que el
feminismo la hace
propositiva,
irreverente, le da energía para estar siempre a la búsqueda del cambio, del
movimiento, pensando, revolucionada, con los nervios de punta, pero también la
confronta, la hace sufrir, llorar y quedarse sola.
Su historia es una
larga trayectoria de luchas. Nació poco después de que su padre, el
ferrocarrilero Longinos Villalobos Rueda, decidiera cambiar el lugar de
residencia de Ixtepec a la capital del país, para seguir a Demetrio Vallejo en
su lucha por mejorar las condiciones salariales de los trabajadores.
Una idea de
revolución siempre le dio vueltas en su cabeza y siendo adolescente se enroló
en las filas del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en la
búsqueda y demanda de justicia para las familias de las y los desaparecidos de
la guerra sucia siguiendo a Rosario Ibarra, hasta tocar con la realidad de las
mujeres que para su gusto chocaba con la teoría aprendida, entonces sintió como
la arrolló el tren del feminismo.
Es la cuarta de los
siete hijos de Leonila Rueda García, nació en el Distrito Federal al final de
los años cincuenta y siendo una adolescente de 17 años se enroló en el PRT. Era
estudiante de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Ixtacala (UNAM),
ahí se formó como socialista, cuando los partidos de izquierda, como el
Comunista Mexicano, el Mexicano de los Trabajadores y el propio PRT, así como
las ligas comunistas y socialistas hacían que sus militantes estudiaran, lo que
ya no sucede, dice.
Se aprendió el ABC de
comunismo y del socialismo, conoció a Carlos Marx a través de los folletos que
le daban para estudiar y no a través de El Capital, “el PRT era el único
partido que se asumía como socialista, feminista e internacionalista”,
conceptos que la atraparon.
Estudió a Rosa de
Luxemburgo, Alexandra Kollontai y a Flora Tristán, una trilogía de
socialistas-comunistas, revolucionarias y, claro, feministas que le dieron el
principio de lo que la vida le enseñaría en carne viva, la cotidianidad de las
mujeres que se empeñó en entender y a veces hasta resolver.
Formó parte de la
sección mexicana de la IV Internacional, lo que le permitió el privilegio, como
ella califica, de conocer a Ernest Mandel, economista belga; a feministas
socialistas de Europa y América del sur, refiere con cierto tono en su voz que
denota alegría por los buenos recuerdos y señala que el aprendizaje le hizo
tener una mirada analítica y ser capaz de debatir con sus compañeros y
compañeras, algo que también hoy extraña.
Pero si está
orgullosa de las feministas de otras latitudes, sin duda lo está más de sus
compañeras de quienes aprendió, entre ellas recuerda a Heather Dashner,
Josefina Chávez, Patricia Mercado, Susana Vidales, Flor Cervantes, Lesli Serna
y otras muchas, mujeres que le dieron importantes lecciones en los años de
militancia en el PRT entre 1979 y 1990.
El trabajo en el
partido no sólo eran lecciones, conferencias o debates, debían actuar, eso la
llevó a crear células en la zona del Bajío entre León, Aguascalientes y
Querétaro, esta última ciudad donde incluso se metió a una fábrica de turbo
reactores, no sin antes tomar un curso en el Conalep donde obtuvo un
certificado como Técnica en Metal-Mecánica, ella y otra compañera llamada Maru,
fueron las primera mujeres en aquella fábrica de reactores para aviones donde
organizaron una huelga para exigir mejores salarios para los obreros que
estaban altamente calificados en contraste con el sueldo que recibían.
De regreso a la
ciudad de México en los ochenta, asume la tarea de acompañar a una joven que
decidió someterse a un aborto en una clínica ubicada en Naucalpan, Estado de
México. Salieron del lugar junto con otras 20 mujeres que no se conocían entre
sí pero que habían acudido con el mismo objetivo. Unas, las más, se subieron a
sus automóviles particulares, Rosario Villalobos y otras siete mujeres a una
pesera, una combi azul y banca. Habían avanzado unas cuantas cuadras cuando el
vehículo se detuvo, sacaron a los hombres y las ocho mujeres fueron sometidas,
obligadas a agacharse. Las órdenes eran dadas por policías que las amagaron con
sus armas y leperadas.
Entonces, dice entre
risas, no había derechos humanos y “los policías eran unos hijos de la
manteca”, sin salir de la desagradable sorpresa y temblando de miedo alzó la
vista para ver a dónde las llevaban, cuando lo supo tembló aún más porque
conocía por Rosario Ibarra de las cárceles clandestinas que había en el D.F. Su
temor fue confirmado cuando una voz masculina ordenó al chofer que se bajara en
Tlaxcuaque.
Ahí estuvo detenida
durante 24 horas acuda de abortar, ella explicó que no, que sólo acompañaba a
una mujer, como otras dos de las ocho detenidas de manera arbitraria. Todas
permanecieron horas sin tomar sus medicamentos ni agua, forzadas a declarar el
nombre el médico y a decir que habían abortado, sometidas a golpes y gritos.
Finalmente fue
liberada, las otras mujeres no corrieron la misma suerte en ese mismo momento.
Piensa que revisaron su libreta y pensaron que tal vez trabajaba para alguien
importante. Era de noche, corrió cuanto pudo para llegar directo a la casa de
Lesli Serna, le contó lo que había pasado.
Al día siguiente
Rosario Ibarra solicitó una entrevista con Ignacio Morales Lechuga, procurador
del Distrito Federal. Le exigió la desaparición de las cárceles clandestinas,
el funcionario negó la existencia de ellas. Ibarra le respondió que sí existían
y que Rosario Villalobos, quien estaba ahí sentada escucnado, era una testigo.
Este hecho, del que
la periodista Sara Lovera hizo una crónica para el suplemento Doblejornada,
abrió la discusión sobre el derecho a decidir de las mujeres e hizo que las
feministas cerraran filas y exigieran la no criminalización del aborto.
En tanto que para
Rosario Villalobos, las 24 horas en una prisión clandestina en el corazón de la
capital mexicana, le hicieron entender que existía una brecha entre el discurso
de la igualdad, la libertad y la realidad de las mujeres.
“Me vuelvo criticona,
rebelde y le decía Heatler, quien estaba al frente de la Comisión de la Mujer
en el PRT, que era una pequeña burguesa, que debía ir con las mujeres, a las
colonias, con las mujeres de carne y hueso, las amas de casa, las estudiantes,
las trabajadoras”, dice mientras acepta que así salió de la burbuja en la que
estaba para pisar la realidad.
Rosario Villalobos
recuerda que a Rosario Ibarra la conoció en el PRT, con ella estuvo en su
campaña en 1982 cuando fue designada candidata presidencial, era de la
avanzada, recorrió gran parte del país en la unidad móvil, donde llevaban desde
el mimiógrafo y la máquina de escribir hasta las brochas y la pintura; lo mismo
organizaban una conferencia de prensa que pintaban las bardas, así era
entonces.
Con Ibarra tiene
entrañables momentos, días aciagos, en plantones, marchas, la toma del Senado o
del Campo Militar 1, como parte del trabajo desarrollado por la dirigente del
Comité ¡Eureka! así como días en convivencia con su familia, todavía guarda las
muchas fotografías que Carlos Piedra Ibarra le tomó durante las marchas y
plantones.
Fuera del PRT, por
decisión propia, inicia su capacitación en feminismo, conoce a Martha Lamas en
el movimiento feminista; pero también se alía a otras luchas como el movimiento
lésbico y por la diversidad sexual.
Durante años, afirma,
su familia fue el PRT, cuando deja el partido va en busca de su pasado, viaja a
Ciudad Ixtepec, pero también empieza a construir su futuro, ahí conoce al padre
de sus hijos, Félix Serrano, una relación intermitente porque ella sigue
viviendo en la ciudad de México y él, miembro de la COCEI, no deja Ixtepec.
Tras un tiempo se establecen como pareja en la ciudad istmeña.
En esa ciudad forma
un primer grupo llamado Mujeres Paradas sobre la Tierra, entre talleres de
bordado, clases de regularización para los hijos de las asistentes y una
curiosa actividad de la que ella misma era la instructora: tarjetería española,
les enseña sobre feminismo, sexualidad, salud reproductiva y va más allá de la
casa prestada que durante casi cuatro años ocuparon las ixtepecanas para
transformar sus vidas, se mete a las escuelas y en el internado Santos Degollado
les habla sobre prevención de abuso sexual infantil.
Un tanto adelantada,
Mujeres Paradas sobre la Tierra enviaron una carta al Congreso, cuya copia aún
conserva, en ella pedían que se instalara la comisión de equidad y género, la
respuesta vendría algunos años después y ella, otra vez, sería protagonista
fundamental.
En la región del
istmo, Rosario Villalobos no era bien vista por ser feminista, las mujeres de
la COCEI, algunas de ellas hoy connotadas defensoras de los derechos humanos de
las mujeres, recibían incluso instrucciones de que no entablaran ninguna
relación con la recién llegada y su familia política apenas la aceptaba, pero
nada la incomodó estaba lo suficientemente curtida para rendirse a las primeras
de cambio.
Si las críticas no la
hicieron doblegarse, tuvo que salir del istmo para enfrentar un desafío de la
vida. Su pequeña hija, Rosario había nacido con el síndrome de Arnold Chiari,
tipo 2. Emprendió una nueva batalla que con el tiempo ha visto ganada contra
muchos pronósticos. Pasó meses entre consultorios y pasillos del Hospital
Federico Gómez en la ciudad de México y a mediados de los noventa decide vivir
definitivamente en Oaxaca, para entonces su compañero, el padre de sus hijos ya
no estaba con ella.
Trabaja en el DIF en
los tiempos “de la gobernadora”, dice con una leve sonrisa en la boca, se
refiere a Clara Sherer Castillo quien daría una visión diferente a las
políticas públicas con equidad de género. Por primera vez tomó un curso formal
sobre género siguiendo la propuesta metodológica de Martha Lamas, de igual
forma asiste a un seminario impartido por Teresita de Barbieri, ambos
promovidos por la titular del DIF Oaxaca.
En aquellos días, se
gestó el Comité Estatal de Mujeres, entre sus integrantes recuerda a Flor
Cervantes y Guadalupe Carmona, ambas de GAEM; Angélica Ayala y Aline
Castellanos, de la LIMEDDH; Pilar Monterrubio y Martha Castañeda y otras.
Cuando José Murat ya
era gobernador, Rosario Villalobos se destaca por desarrollar un liderazgo que
llevó a la realización del Movimiento Amplio de Mujeres. Trabajó como asesora
en de la diputada María de las Nieves García Fernández, en la LVII Legislatura,
entre los logros destaca la creación de la Comisión Permanente de Equidad y
Género, misma que como “especial” se había conformado desde la anterior
legislatura.
En 2003, formó la
asociación civil Mujeres Unidas en torno al Género, la Equidad y la
Reivindicación (MUGER), organismo que desarrolló en 2009 un programa piloto de
un modelo de refugio para mujeres violentadas.
Ese mismo año, es una
de las mujeres que dirige la creación del Pacto para la Equidad y la
Participación Política de las Mujeres, creado en torno al cincuentenario del
voto de la mujer mexicana. Y al año siguiente, contra todo lo que se esperaba,
acepta la Subsecretaría de Derechos Humanos del Gobierno del Estado, cargo que
concluyó en 2010.
En esa instancia,
dice con orgullo, impulsamos que el Legislativo elevara a rango constitucional
la no discriminación, junto con el movimiento gay se estableció el Día Estatal de
Lucha contra la Homofobia (17 de mayo) y promovió la entonces Comisión Estatal
de Derechos Humanos, la no prescripción del abuso sexual infantil.
Pero la decisión de
Rosario Villalobos fue la confrontación más difícil que ha tenido. “No era la
primera feminista que aceptaba trabajar para un gobierno, otras lo habían hecho
para gobiernos emanados del PAN en el ámbito federal y otras estaban en el
gobierno del D.F., pero para el resto de las feministas de Oaxaca resultó
imposible entender mi decisión, les pareció antinatural por venir de la
izquierda, por tener un liderazgo en el movimiento feminista.
Aceptar el cargo en
la Subsecretaría de Derechos Humanos “me costó mucho llanto, horas dolorosas,
pero ahora lo entiendo, para las otras fue como si una de ellas se hubiera
pasado al bando contrario, lo catalogaron como una traición”.
“Entonces perdí
amigas, conocidas, simpatías que al tiempo recuperas pero el daño queda. Fue
muy triste para mi”. En contraparte se cuestionó muchas veces ¿Acaso no
queremos el poder? ¡Rayos! Fue doloroso, ya no lo es.
La verdad es que sí
queremos el poder y lo tenemos que ir construyendo. No hay que olvidar que
muchas han pasado y hacen buen trabajo, ese es el caso de Norma Reyes Terán en
el IMO.
Seria y pensativa,
reflexiona sobre su quehacer feminista, sobre el espacio que te tocó vivir, en
cómo el feminismo la lleva a cuestionar su propia vida, la forma en que fue
educada, en la forma en cómo cambiar las cosas que no le gustan y cómo remontar
las que le son adversas…piensa en cómo no repetir ciertos aprendizajes con su
hija y su hijo. En suma, dice, si eres feminista no puedes dejar de cuestionar,
le caes mal a las otras personas, te vuelves antipática, pero vives todo con
pasión y a veces te gana la tripa.
Los días difíciles parecen
estar muy lejos. Los años le han dado respuestas y armas para enfrentar las
adversidades, ha aprendido mucho, su tenacidad y esfuerzo son una demostración
permanente, recién concluyó la licenciatura en Derecho, en octubre próximo
podría titularse por promedio, tiene en
mente litigar desde la perspectiva feminista, no le costará trabajo, a través
de MUGER lleva años haciendo que algunos juzgados tengan una visión distinta
del ser mujer.