La costumbre en nombre de la
cultura:
Controlar la sexualidad de las
mujeres
Norma
REYES TERÁN*
La cultura política del país está retrasando el cumplimiento de las libertades y los derechos de las mujeres. Los cambios que anhelamos requieren forzosamente el convencimiento de los actores políticos. En México, las feministas aún no hemos podido producirlo.
La cultura política del país está retrasando el cumplimiento de las libertades y los derechos de las mujeres. Los cambios que anhelamos requieren forzosamente el convencimiento de los actores políticos. En México, las feministas aún no hemos podido producirlo.
Desde luego, parece lógico y elemental que la clase
política de un país deba conocer y respetar los compromisos internacionales de
su nación, no obstante, frente a las desigualdades de las mujeres, los partidos
políticos sólo han sido capaces de mostrar apatía e indiferencia.
Por eso vuelco mis esperanzas en el activismo
feminista, pensando que, si los sujetos obligados no han sabido responder a las
mujeres, tendremos nosotras que encontrar la manera de influir y propiciar el
reconocimiento de nuestros derechos de ciudadanía.
No hacerlo, significa que nuestros derechos
continuarán postergados quien sabe para qué época del porvenir. Pero el
recrudecimiento de la violencia machista y la escasa participación de las
mujeres en todos los niveles de gobierno y en muchos otros ámbitos, nos llaman
a romper ya con el orden establecido.
Entonces, si los dueños del poder no son nuestros
aliados, ¿con quiénes contamos en para lograr esta titánica empresa? Con la
opinión pública, no; con los empresarios, no; con la sociedad civil organizada,
no; con la academia, no; con las religiones, no. ¿Con quiénes, entonces? Es
lamentable, pero no lo sé.
Existen países que han tenido ciertos logros y quisiera
tomar prestados ciertos rasgos de esa cultura política para abreviar pasos y
hacer que los días felices de las mujeres lleguen más temprano de lo que
llegarán.
Al paso que vamos, ni la generación actual ni la
que sigue alcanzarán a mirar el desenlace de esta utopía. No obstante, es necesario
construir un gran acuerdo político que redunde en los cambios que requerimos.
Lograrlo, significa estar al corriente en cuanto al pensamiento feminista se
refiere, de donde muchas hemos abrevado y al cual hemos decidió ser leales por
convicción.
En relación con el multiculturalismo, compartimos
con el pensamiento feminista que en lugar de hablar de prácticas culturales,
debiéramos hablar de abusos patriarcales, porque aquellos hechos que se pueden
entender desde cierta lógica como choques culturales o como violencia cultural,
tienen en realidad un trasfondo androcéntrico que legitima y reproduce una
cierta posición de poder, el poder de los hombres sobre las mujeres.
Esto tratemos de aplicarlo en Oaxaca, el estado más
multicultural de México: con 17 pueblos indígenas, entre zapotecos, mixtecos,
nahuas, chocholtecos, zoques, chinantecos, huaves, triquis, mixes,
afrodescendientes y más.
Es el único estado cuya legislación reconoce a los
pueblos y comunidades indígenas, su derecho de regirse bajo el régimen de
"usos y costumbres", es decir, mantener sus formas de organización
social y gobierno no importando si estas se apegan o no a la cultura
democrática que rige al resto de la ciudadanía.
El movimiento indigenista oaxaqueño, organizaciones
sociales e incluso organizaciones no gubernamentales de mujeres han conseguido
legitimar un salto bestial hacia el comunitarismo y la posmodernidad, sin darle
oportunidad a la Modernidad de establecerse plenamente, borrando los derechos
individuales en perjuicio mayoritariamente de las mujeres.
Por todo ello, Oaxaca se asemeja con un laboratorio
de pruebas que reta al planeta entero, en cuanto a la promoción de la
democracia y el respeto de los derechos humanos se refiere. El debate sobre las
relaciones entre las culturas y el respeto que les debemos por el simple hecho
de serlo, no debe impedirnos enjuiciar aquellas prácticas culturales que
vulneren los derechos humanos, implique trato discriminatorio para las mujeres
o erosionen e impidan la igualdad.
El reto es producir un discurso crítico y
políticamente coherente que haga coincidir la igualdad de género y el respeto a
las comunidades culturales y, a las minorías oprimidas. Seguramente todas las
culturas son valiosas, pero NO las prácticas patriarcales ni los privilegios
masculinos confundidos y justificados de tradiciones culturales que atropellan los
derechos humanos de las mujeres, por más que éstas se encuentren reconocidas e
institucionalizadas.
Si bien la idea que sustenta el multiculturalismo
es la necesidad de reconocer las diferencias y las identidades culturales, eso
no supone que todas las culturas contengan aportaciones valiosas para el
bienestar, la libertad y la igualdad de los humanos. La diversidad cultural y
las ideas multiculturalistas son aceptables sólo si amplían la libertad y la
igualdad de las personas: mujeres y hombres.
Entendemos por derechos culturales, el derecho a la
libertad creativa, el derecho a la memoria histórica hasta los derechos
colectivos y los derechos de las minorías culturales, desde ese punto de vista,
el primer derecho cultural de las mujeres es el derecho a una vida libre de
violencia, a partir de él, se puede empezar a identificar cuáles prácticas
debemos o no preservar, no olvidemos que todas las culturas han tejido un
universo simbólico y también de hecho, de violencia contra las mujeres.
Si por derecho cultural entendemos la libertad
creativa, podemos testificar que una buena parte de la carencia imaginativa de
las creadoras y creadores se suplanta con una presentación vejatoria y
estereotipada de las mujeres, es decir, desde la libertad creativa se ejerce
violencia contra las mujeres.
Si por derecho cultural se entiende la memoria
histórica, desafortunadamente, podemos dar cuenta que una buena parte ha
invisibilizado de manera permanente las aportaciones de las mujeres,
consecuentemente, se ejerce violencia sobre la memoria histórica de lo que las
mujeres somos y hemos sido.
Sobre los derechos colectivos -que forman parte
del reclamo de las minorías culturales-, necesariamente tenemos que hacer
referencia al concepto de identidad. Si bien, este concepto es clave para
visibilizar a las minorías culturales, al mismo tiempo, es un concepto reactivo
o contrario a la igualdad y la libertad de las mujeres; incluso de las mujeres
de esas minorías. Haciendo una revisión del concepto de ciudadanía junto al de
identidad, encontramos que el concepto de ciudadanía transitaba entre los
rasgos de elección y participación. La ciudadanía se entendía como el derecho
de las personas a elegir y ser electas, y participar de la construcción de la
sociedad.
En los últimos años este concepto clásico ha sido
sustituido por una ciudadanía que se mueve en torno al reconocimiento y a la
identidad. Y el concepto de identidad es reactivo para las mujeres, debido a
que todas las mujeres hemos sido reconocidas identitariamente no como personas
con derechos, sino como “mujeres”.
Las minorías y las mayorías culturales reconocen
esa identidad “ser mujer”, como específica y propia de todas las mujeres para
ordenar los sexos en torno a la noción de complementariedad, es decir, a través
de esa noción de complementariedad se transmiten y refuerzan todos los
mecanismos de desigualdad. La complementariedad ha de ser sustituida por la
igualdad.
Los atuendos
de las indígenas representan una clave de identidad importantísima y
constituyen un prodigio artesanal; para su elaboración se aplican técnicas
milenarias de fabricación de hilos o en la producción de tintas vegetales y
animales.
En los aparadores, los atuendos van muy bien, pero
en la realidad las telas, los colores, los holanes y hasta el peinado,
representan en muchos de los casos, señales que dicen a los hombres de la
comunidad si la portadora del folklórico traje es viuda, casada o soltera; si
está disponible o comprometida.
La "Guelaguetza", considerada la máxima
fiesta del estado, se significa como la celebración nacional más importante, se
trata de una mezcla en términos de diversidad cultural y religión; ocurre cada
año durante el mes de julio. Es un espectáculo emblemático.
Guelaguetza significa ofrecer, compartir y esa es
la premisa de la celebración. Danza, música, productos y atuendos de los 17
pueblos indígenas de la entidad que se presentan en el nuestro auditorio de
cantera estilo teatro griego, con 10 mil asientos para turistas de todo el
mundo.
Se puede tener en un solo golpe de vista una visión
panorámica de cada cultura y del mestizaje, ambas mezcladas con la religión.
Pero al analizar los rituales que ofrecen, el resultado es terriblemente
abrumador:
En un baile las mujeres son literalmente capoteadas
por el hombre; hacen de bestias para burla, simulando el astado con sus dedos
índices a la altura de las sienes; verónicas, medias verónicas, gaoneras y
chicuelinas se festejan en el graderío. Es la representación de las relaciones
de pareja, habrá infidelidad, violencia, desigualdad en el trato; sólo uno tendrá
reconocimiento y honor.
En otro baile, el hombre persigue a la mujer a lo
largo de toda la pista hasta forzarla a recibir un beso. Llanamente, es
hostigamiento sexual. En otro, le cantan a las mujeres "...te amarras bien tu calzón, te bañas con
agua fría si mucha es la comezón", afirmo que es violencia de género.
En otro de los bailes, las mujeres recorren la
pista con la cabeza gacha, ordenadas de la más vieja a la más joven, tirando
pétalos de rosa en su camino; así es todo el tiempo, nunca les vemos el rostro,
nunca sabremos quienes son. Allí van las idénticas, me digo, recordando pasajes
filosóficos de Celia Amorós.
La mujer es una guajolota en una de las danzas de
la costa oaxaqueña; tras un breve cortejo termina arrodillada en el piso para
que el macho la pueda "calzar" o "pisar", es decir,
poseerla sexualmente, opino por lo que se mira en el baile que sin producirle
gran placer.
La danza de la pluma, acto cumbre de la
celebración, representa la conquista de América; la bailan hombres que encarnan
a emperadores indígenas, todos muy amistosos y felices hasta que, en el segundo
acto, llega una mujer, la Malinche, para traicionarlos y facilitar el acceso de
los españoles a sus pueblos.
Hay más representaciones canónicas de lo femenino
en las culturas de Oaxaca, sólo he descrito unas cuantas. Muchas ancladas en
las épocas prehispánicas y otras en la colonia. En ambos casos perduran y
coinciden en ratificar que las mujeres somos “identitariamente mujeres” no
somos personas libres con derechos, sino animales, ornato (como en los bailes
del Istmo) o accesorios de los hombres. En cuanto a papeles, pues nos dejan la
traición, la sumisión y el depósito de esperma.
Curiosamente, el atuendo de los hombres es el mismo
en prácticamente todos los bailes: camisa y pantalón blanco con un pañuelo rojo,
a veces en la cabeza, a veces en la cintura, a veces en la mano, a veces en la
cola. ¿No se trataba, pues, de culturas distintas? La Guelaguetza 2014, ha sido
una de las mas misóginas y violentas contra las mujeres.
De la orografía de su territorio a su sistema
electoral mixto; de su megadiversidad biológica a la megadiversidad cultural;
de la exclusión de las mujeres en la elección de autoridades locales en más de
cien municipios, al incremento de los feminicidios. La única constante en
Oaxaca es la complejidad.
Más de 400 municipios de Oaxaca se rigen por usos y
costumbres y en un centenar de ellos prevalece la costumbre de no permitir el
acceso de las mujeres a las asambleas generales donde se determina quienes
representarán a la comunidad. No votan ni pueden ser electas, no estudian porque
hacerlo es un privilegio de los hombres y, en algunos casos, no pueden elegir
pareja ya que tendrán que vivir con quien su padre disponga previo arreglo
económico.
Estamos presenciando un uso político distorsionado
de la defensa de los derechos de igualdad de las mujeres; estamos presenciando
cómo, en nombre de la opresión de mujeres, se convoca, se moviliza y se
reclama; pero no encontramos congruencia entre esos actos y la vida interna de
las organizaciones sindicales, los partidos políticos, los gobiernos emanados
de cualquier signo o incluso las organizaciones civiles.
En Oaxaca, habremos de seguir exigiendo revisar los
usos y costumbres pero no existe consenso para forzar dicho proceso. Nuestro reto
es impulsar el reconocimiento político y social de las mujeres como sujetos
políticos, con base en ello, construyamos un pacto político distinto, por ahora
imposible.
Fotos: Tehuanas. Foto: Juan Carlos REYES