Lourdes
SANTIAGO
Trasladarse en camiones urbanos
de la ciudad o colectivos de la periferia sufriendo el acoso masculino, hacer
largas colas por un medicamento controlado en una institución de salud, vivir
en una casa llena de goteras por la cual pagamos créditos carísimos, caminar
con solicitud en la mano buscando un empleo mal pagado y con jornada extenuante,
son actividades cotidianas de nosotras las pobres urbanas… y no, no es que no tengamos deseos de
superación, o que nos falte “actitud emprendedora” como aseguran quienes ven a
las personas con carencias sociales como faltas de iniciativa para superar la
pobreza. Lo que sucede es que esta sociedad está conformada sobre una
estructura social, política y, sobre todo económica que provoca, permite y
reproduce las desigualdades, es decir, hace falta que seamos y sigamos siendo
pobres para que otras pocas personas puedan seguir conservando sus privilegios.
La desigualdad económica es la disparidad que hay en la
distribución del recurso que facilita las demás formas de desigualdad,
incluyendo la de género, clase, etnia o
edad. Se manifiesta en la red de
posiciones de las personas en la sociedad, esto poco tiene que ver con
el resultado del esfuerzo propio, más bien se debe a las condiciones del entorno del que formamos
parte y, este modelo económico alienta al dueño de la empresa a costa de los
empleados, sanciona al consumidor y protege al productor. Así, no basta con querer
dejar de ser pobre, sino que no están dadas las condiciones para que sea posible y escasamente
las habrá mientras este sistema permita que la riqueza la acumulen unos cuantos
mediante una distribución injusta de la riqueza. ¿Cómo es eso?
Si una familia de cinco personas,
en el último año ha visto reducido su ingreso y pese a ello tiene que cubrir
las mismas necesidades comprando productos cada vez más caros y pagar más por impuestos y derechos, sin duda
esa familia ha reducido su calidad de vida y sus oportunidades de desarrollo.
Pero ahora pensemos que a pesar de la crisis, uno de los integrantes de la
familia está concentrando y disfrutando de manera individual tres cuartas
partes de ese ingreso y la otra parte se reparte en las cuatro restantes, sin consideración al
trabajo aportado o necesidades de los demás, entonces se puede afirmar que
existe una desigualdad en la distribución de la riqueza.
Una situación similar está
sucediendo en nuestro país, a pesar de reformas y promesas de mejora de las
condiciones sociales, la verdad es que la economía no crece, los precios de los
productos básicos sí lo hacen en mayor proporción al salario y, a pesar de ello
los ricos lo son cada vez más. Según un estudio del economista Gerardo
Esquivel: “podríamos decir que al 1% más rico le corresponde un 21% de los ingresos totales de
la nación, el 10% más rico de México concentra el 64.4% de toda la riqueza del
país y la riqueza de los millonarios
mexicanos excede y por mucho a las fortunas de otros en el resto del mundo. La
cantidad de millonarios en México creció en 32% entre 2007 y 2012 y en el resto
del mundo, en ese mismo periodo, disminuyó un 0.3%” [Oxfam, 2015]. Estas cifras
resultan del todo indignantes, sobre todo si recordamos que, de acuerdo al
Coneval hay en el país 53 millones de personas que viven en pobreza.
Si bien lo política social está orientada a
resarcir las desigualdades sociales, no han sido suficientes los programas y
proyectos porque el recurso se pulveriza al estar orientado a alentar el
consumo inmediato y, muchas veces el de productos y programas chatarra. Los empleos que se ofrecen en el mercado laboral
son muy competidos, mal pagados y sin guarderías ni otras prestaciones sociales.
Para sobrevivir las familias y, sobre todo las mujeres, debemos realizar tareas
multifuncionales que limitan el tiempo libre para la preparación y la
participación, poniendo una barrera más para el propio desarrollo y, en
consecuencia, la brecha de desigualdad se amplía.
Somos nosotras las mujeres, las
que sostenemos día a día con nuestro trabajo la productividad de este país,
pues el 50% de las mujeres de 15 años y más se emplea en los diferentes
sectores productivos y, en el estrato económico más bajo, también realizamos el
trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en un equivalente al 15.5 de la
riqueza nacional o PIB [ENDIREH, 2013]
pero este trabajo permanece invisibilizado y sin reconocimiento formal. Todas
las mujeres padecemos la desigualdad, pero somos las pobres en las que recae el
mayor peso porque la riqueza de nuestro trabajo sirve a la familia, a la pareja,
al patrón, al estado, a otras mujeres mejor posicionadas económicamente, al
modelo capitalista, pero la ganancia no
regresa a las manos de quien la genera.
Revertir la desigualdad, sin duda requiere de
más que una intensión personal, es necesario que los gobiernos realicen una
redistribución del ingreso con una mirada de justicia social. No es concebible
que se sigan exentando de responsabilidades fiscales a los empresarios mientras se aumentan
impuestos de productos básicos. No es
justo que se subsidien obras de uso elitista y se regateen los presupuestos para los servicios
púbicos. No está bien que tengamos en nuestro país 4 hombres que para el año
2014, “podrían haber contratado hasta 3 millones de trabajadores mexicanos
pagándoles el equivalente a un salario mínimo, sin perder un solo peso de su
riqueza” [Esquivel, 2015] y no es ético que ante un Estado sin capacidad
financiera para enfrentar los problemas sociales siga habiendo fugas inmensas
en corrupción.
Es por ello que, hoy más que nunca resulta
importante la participación social para
transformar nuestra realidad tanto en el ámbito público como en el privado
mediante acciones de concientización, tejiendo alternativas y relaciones igualitarias pues sólo así
podremos influir en las decisiones del Estado y equilibrar la balanza en la
sociedad.
Si las condiciones cambian, no dejaremos de
trasladarnos en transporte público, requerir servicios de salud o necesitar
empleo porque nuestro objetivo no es llegar a tener privilegios sino tener
acceso a calidad y condiciones dignas con menos contrastes sociales. Nacemos
iguales y la Constitución así nos considera, entonces necesitamos hacer
efectivo nuestro derecho de vivir una vida plena en una sociedad igualitaria.
@mayelule2