jueves, 15 de octubre de 2015

Caracolas, 18 años después


Bárbara GARCÍA CHÁVEZ
Sobre el papel de estas páginas hay muchas historias escritas, cantidad de análisis feministas, noticias que tienen que ver con las mujeres. Muchas horas de día y otras de desvelos.
 ¿Se puede entender el mundo sólo desde una mirada? No, eso me dijeron, lo pensé y entendí. La nuestra es una sociedad basada en supuestos construidos desde hace miles de años, “desde que el hombre es hombre”, plantearía el patriarcado desde su objetividad, por cierto “la objetividad es el nombre que da la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina”, señaló hace muchos años  la poeta y activista Adrienne Rich. La mirada solo del varón que se rompe a través de los laberintos del feminismo que no acaba de crearse, que evoluciona, que se transforma en la búsqueda permanente de construir un mundo igualitario, un mundo mejor.
Hace apenas poco tiempo se hace visible el mundo de las mujeres, porque las mujeres también tomaron la palabra y la escritura, a veces con su nombre, a veces con el nombre de los otros y a veces con un nombre distinto al suyo porque por muchos años la palabra les estaba prohibida.
Su palabra muchas veces vituperada, criticada, como reclamaba esa mujer que tomó la palabra cuando le era prohibida: Christine de Pizan
Las Caracolas es una hija de esas mujeres. Una hija pequeña que alcanza 18 años, donde se escriben renglones necesarios para dar paso a ideas, a pensamientos, a propuestas, a sus anhelos.
Es una ciudadana que tiene vida y que ha crecido bajo la sombra y, a la vez, a la luz de El Imparcial, ese abuelo de letras que la cobija. Caracolas tiene su libertad, se hace humana.
Las Caracolas pueden ser un barco de papel periódico que surcó un océano de aguas de un solo color, entre millones de letras, que como peces van y vienen, se devoran entre si. Es un barco de papel periódico que pregona una voz, la tuya.
Las frases que esas palabras forman son sus venas donde corre la tinta y su corazón está formado por las ideas feministas, la sombra de un árbol de hojas de papel, la sombra de una sombrilla de papel que sirve para cubrirse del Sol a veces abrazador.
Caracolas es un río de voces que exige todo menos silencio y aún con su silencio vocifera, grita, reclama el lugar de las que al tomar la palabra rompieron la marca de la prudencia y rechazan la tolerancia.
Todos los derechos para todas las mujeres, es una premisa a partir de la cual se escribe para las mujeres, para leerse, para reconocerse.
Las palabras son pequeños engranes, todos necesarios, todos elementales en la construcción de la visibilidad de alguna parte de las mujeres; a través de una filosofía: el feminismo. Lejos de los prejuicios contra los que alguna vez se declaró Mary Wollstonecraf, la autora de Vindicación, donde abogaba por su sexo y por ella misma, por la independencia como bendición de la vida.
Una libertad que ya conocimos, que ya pisamos y de la cual no nos iremos, como sostiene Amelia Varcárcel.

Las Caracolas llegaron con esa ola, ese tsunami de palabras, de voces que quieren ser escuchadas, leídas y reescritas porque aunque son innegables los avances, el cruce de caminos, la apertura de las puertas, lo cierto es que aún no hay igualdad, no hay pisos parejos ni techos sin cristales. Esta vigente el feminismo y con ello, aunque parezca que han pasado muchos años, es actual este espacio, las caracolas de mar por donde siguen escapándose los rumores cada vez más fuertes de las mujeres que creen en la posibilidad de un mundo diferente, más libre, menos opresivo, sin discriminación ni condicionamientos para las mujeres.