Infografía INEGI |
Soledad JARQUÍN EDGAR
Con mi admiración para Lupita Ramírez,
Marisela García Caballero y Mina
Fernández
Este lunes 19 es el Día Mundial de lucha contra el Cáncer de Mama y
todo el mes de octubre los gobiernos, asociaciones civiles y otras instancias
realizan actividades para sensibilizar a la población sobre este padecimiento
que cada día cobra la vida de 14 mujeres en este país. Una enfermedad que de
prevenirse de manera temprana aumenta las expectativas de vida, “mejora el
pronóstico y la supervivencia”, plantea la Organización Mundial de la Salud.
Sin embargo, el mismo organismo sostiene que el cáncer de mama está aumentando
en todo el mundo, en especial en los países en desarrollo, dónde la mayoría de
los casos se diagnostican en fases avanzadas. En resumen, no nos tocamos, no
vamos al médico y no hay atención de calidad.
Es decir, según las y los expertos la solución es la educación, no hay
vuelta de hoja y eso requiere de una enorme inversión que los Estados, como el
nuestro no están dispuestos a proporcionar pese a los altísimos costos que
representa el cuidado de las personas que enferman y, en el peor de los casos,
el alto costo emocional -no cuantificable- que representa la pérdida de la vida
de una mujer.
La educación en salud requiere transformar patrones culturales y eso
solo se logra de manera insistente por todos los medios y a cada minuto, no
durante un mes sino durante años. No hay ninguna otra alternativa. Tan solo
pruebe usted. El cáncer de mama ha estado presente en nuestros actos desde hace
19 días y al menos como reflejo, si es usted mujer, se ha tocado las mamas, ha
pensado en ir a una revisión, ha reflexionado sobre sus técnicas de
autoexploración y también ha tomado conciencia que efectivamente no ha ocupado al
mes ni cinco minutos de su vida para autoexplorarse.
Algunos hombres, claro, también han reflexionado sobre el tema, han
preguntado y saben que este no es un padecimiento exclusivo de las mujeres,
aunque la proporción entre mujeres y hombres afectados por este tumor maligno
es abismal. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), por
ejemplo, señala que el cáncer de mama se presentan en promedio en 28.75 mujeres
por cada cien mil habitantes, en tanto que en hombres es de 0.64 por ciento,
datos de 2014.
Entonces, la sensibilización sí funciona, sí tiene resultados. El
nuestro es un país que debería estar en constante sensibilización y
aprendizaje, eso nos llevaría a gastar dinero en prevención y no en curación
pero, ante todas las cosas, eso nos llevará a prevenir el padecimiento y a
evitar de forma significativa que 14 mujeres pierdan cada día la batalla contra
esta enfermedad.
Pero los gobiernos no creen en esa posibilidad, de lo contrario
habrían seguido las campañas para prevenir el VIH-Sida, así como también el
cáncer cérvicouterino, el de ovario, o para disminuir la violencia machista y
el feminicidio, cuyas cifras son cada día más visibles y los resultados son
cada vez más dramáticos, así como también para prevenir el cáncer de próstata
que cobra muchas vidas en nuestro muy machista país. Y todo ello pese a que en
los discursos políticas el dicho es uno que no se refleja en los hechos.
¿Por qué es tan difícil gastar dinero en campañas de prevención de
enfermedades que le arrebatan la vida a las personas, en este caso a las
mujeres y no nos duele gastar en campañas políticas? Se imaginan si en lugar de
candidatos y candidatas echándonos un choro, cantándonos una promesa o
vacilando con sus propuestas, pudiéramos escuchar o ver un mensaje sobre la
importancia de cuidar nuestra salud, de autoexplorarnos las mamas, de ir al
especialista cada año para hacernos el papanicolau o cómo no convertirnos en
las víctimas de la violencia machista y qué tienen que hacer los hombres para
dejar la pistola, el sombrero y su caballo, símbolos no de mexicanidad sino de
violencia. Sin duda mucho cambiarían las cifras que hoy nos revelan.
Sin embargo, para muestras basta un botón como diría mi abuela Lucha,
el año pasado, el presupuesto aprobado para la Secretaría de Salud tuvo una
sensible reducción de 80 millones de pesos menos, en tanto que el Instituto
Nacional Electoral tuvo un aumento de nueve por ciento en comparación con el que
recibía el desaparecido IFE, dinero que se distribuye a los partidos políticos
y “sirve” para las campañas políticas.
La prevención del cáncer de mama no sólo implica la autoexploración,
sino que las instituciones de salud cuenten con los medios necesarios como los
mastógrafos que durante años brillaron por su ausencia y que hay apenas unos
cuantos, sí apenas unos cuantos, para atender a todas las mujeres de más de 20
a 64 años de edad que tendrían que acudir a estos exámenes por lo menos una vez
al año, las de 65 en adelante también acuden, en el sistema mexicano de salud,
solo por indicación del personal médico (inexplicable pues resulta que en este
grupo de población son 48 de cada cien las víctimas). Son pocos los mastógrafos
si consideramos que estamos hablando de más de la mitad de mexicanas de todas
las edades
(INEGI 2010).
Aunado a ello, otra realidad, es el muy dilatado proceso de
diagnóstico y en consecuencia el tratamiento, derivado como ya sabemos de un
sistema de salud en crisis por decir lo menos. La misma fuente revela que en el
Distrito Federal se realizan 30 de cada 100 mastografías, pero después de la
capital del país, esta cifra decaé 23.3 por ciento en la entidad que le sigue,
es decir, Baja California, donde se realizan menos del siete por ciento de
estos exámenes. En el extremo se ubica Quintana Roo, donde por cierto existe el
más importante desarrollo turístico del país, lo que tendría que reflejarse en
una mejor calidad de vida de sus habitantes, pero ahí, en 2013 se realizaron
0.5 por ciento de mastografías.
¿Qué es lo que pasa? ¿Las mujeres no acuden a la consulta preventiva?
¿No existen estos aparatos de manera suficiente? ¿Seguimos teniendo pena las
mexicanas? ¿Es tan grande el mito del dolor de una mastografía que preferimos
no pasar 10 minutos de incomodidad?
Como sea, lo cierto es que la distribución porcentual de mastografías
realizadas en instituciones públicas de salud me parecen un escándalo si vemos,
como muestra el cuadro estadístico de INEGI que en 16 entidades del país la
cantidad de mastografía por cada cien es menor a dos mastografías, es decir,
entre 1.9 a 0.5. Estamos hablando de Chiapas, Morelos, Oaxaca, Hidalgo, Puebla,
Nayarit, Sonora, Zacatecas, Baja California Sur, Tabasco, Colima, Querétaro,
Aguascalientes, Campeche, Tlaxcala y Quintana Roo.
Porcentualmente, las otras entidades apenas van entre el 6.1 y 3.5,
son: Jalisco, Veracruz, México, Guanajuato, Nuevo León, Yucatán, y en medio
están San Luis Potosí, Sinaloa, Chihuahua, Coahuila, Guerrero, Michoacán,
Durango, y Tamaulipas, donde las mastografías van de 2.7 a 2.1 por ciento.
Prevenir el cáncer de mama, como otras enfermedades, insisto es un
asunto de educación, de consciencia, para ello se requiere caminar en dos vías
paralelos que se cruzan en algún momento de nuestras vidas: por un lado las
campañas y por el otro la inversión, no hay otro modo. Servicios para todas las
mujeres, en todo momento. Pero lograr eso es un asunto que está en manos de
quienes planean los políticas públicas y de quienes aprueban los presupuestos.
Esa es la grave responsabilidad de una diputada o diputado. Se requiere de perspectiva
de género, de mirar la condición de las mujeres. Y a veces esto resulta
demasiado pedir. Y no estoy diciendo las cosas solo porque sí, sino porque los
resultados están a la vista.
Es increíble, de verdad increíble, que los gobiernos, a través de los
tres poderes, sigan dando más prioridad a lo político que a la salud y, en
específico, a la salud de las mujeres.
Porque no podemos perder de vista que dos enfermedades prevenibles, el
cáncer de mama y el cérvicouterino, cobran cada año el 25 por ciento de muertes
en mujeres por cánceres. Cifras que tienen nombre y apellido. En 2014, las
muertes por estos padecimientos en conjunto sumaron cerca de 10 mil -60 por
ciento por cáncer de mama y el resto por cervicouterino-, una condición que
tiene otras estadísticas dependiendo de la región. Por ejemplo, mientras Oaxaca
“históricamente” ha ocupado uno de los tres primeros lugares de muerte con
cáncer cérvicouterino (ya saben con sus hermanitos del mal de la pobreza y la
cultura machista, Chiapas y Guerrero), el cáncer de mama tiene la más baja tasa
de mortalidad, según INEGI esta va del 7.45 a 10.47.
Los políticos, como lo reveló el Tercer Informe, echan sus campanas al
vuelo, son menos las muertes con respecto al 2000, en relación con el cáncer
cérvicouterino, pero reconocen que el de mama va en ascenso. Por eso pensamos
que se necesita hacer más.
Sea como sea ya vimos qué responsabilidad tienen diputadas y diputados
al aprobar el presupuesto, de sus decisiones depende la vida de miles de
mujeres en este país. Lo mismo entre quienes hacen y entre quienes aplican las
políticas públicas, que siguen haciendo como que aplican la perspectiva de
género pero que luego resulta que no porque simplemente no se entiende. Los
resultados están a la vista.
@jarquinedgar