Mujeres en
el poder, ¿mujeres espectáculo?
Josefina HERNÁNDEZ TÉLLEZ*
El momento de crisis política y económica (1994)
abrió cauces al reconocimiento, más allá de la justa y real lucha de muchas
mujeres desde siempre, pero también a su utilización como “clientela” política,
pues representamos el 52 por ciento del padrón electoral. La política
“incluyente” estrenada durante la alternancia política del Partido Acción
Nacional fue inaugurada por Vicente Fox y nos creó un imaginario colectivo de
igualdad y que caminábamos en pos de la equidad.
De disidentes y rebeldes pasamos a ser mero “botín
político”. Fox, incluso, banalizó la lucha de las feministas por ser nombradas
en el lenguaje, al referir todo en masculino y femenino. En el mismo sentido,
prometió que su gabinete sería equilibrado respecto al número de mujeres y
hombres. Afirmación incumplida, por supuesto, pues de las 18 carteras sólo tres
las ocuparon mujeres y en dos de ellas apenas si se desempeñaron medio sexenio.
A pesar de las reformas en la legislación electoral
federal que ha ido de las cuotas de género en 1996 a la paridad en 2013, la representación de las mujeres ha sido
paulatina y creciente, más allá de la cifra positiva las iniciativas a favor de
las mujeres no han sido importantes, ni en beneficio de la mitad de la
población que somos.
La cereza del pastel fue su alianza matrimonial con una actriz de Televisa, quien venía de terminar una exitosa telenovela en el Canal de las Estrellas
La política como espectáculo
La política establece estrategias para el posicionamiento
en las preferencias del electorado, del pueblo; éstas no sólo se transparentan
la forma en que se hacen uso de los medios sino también los valores y visiones
del mundo sobre temas y actores sociales. Esto refleja sin duda el pensamiento
patriarcal y la pertenencia a uno u otro género.
De ahí que las personas dedicadas a la vida
política no sólo lleguen con propuestas generales sino con un bagaje cultural
respecto del lugar y papel que deben jugar unas y otros, de acuerdo con la
sociedad patriarcal en la que vivimos.
La evidencia sin réplica la vimos y vivimos las
pasadas elecciones para la presidencia y la contienda del actual presidente
Enrique Peña Nieto, candidato por el PRI, quien apostó su carrera a la presidencia
desde su gubernatura en el Estado de México. Enrique Peña Nieto fue bautizado
por el periodista Villamil como “un candidato de pantalla”, el “golden boy” de
Atlacomulco, que reprodujo y revitalizó valores añejos del sistema político
mexicano e inauguró a todo lo que se puede imaginar de una nueva forma de hacer
política a través de los medios. La cereza del pastel fue su alianza
matrimonial con una actriz de Televisa, Angélica Rivera, quien venía de
terminar una exitosísima telenovela de horario estelar en el Canal de las
Estrellas, Destilando amor, donde representó a una joven, emprendedora, del
pueblo, que se encamina, y obtiene, el éxito a partir de sus virtudes y
cualidades de mujer de lucha, popular, pero sobre todo sensible y enamorada como
debe ser toda mujer que se precie de ser buena.
Contra este antecedente planeado y exitoso a la
larga, las mujeres de la política de esta etapa hicieron un uso moderado de los
medios en comparación con Peña Nieto, sin embargo, marcó un precedente de
banalización de la forma de hacer política, de proyectar imagen. Hecho que tuvo
su influencia e impacto sobre todo en las nuevas camadas de contendientes
políticos de todos los partidos. La influencia en las mujeres de la política de
esta nueva forma de hacer proselitismo tiene su antecedente en la singular
“campaña” de tres jóvenes políticas del Distrito Federal, de partidos de
“izquierda”: Brenda Arenas del Partido Socialdemócrata, Alejandra Barrales y
Lorena Villavicencio, ambas del Partido de la Revolución Democrática, que
posaron para la Revista H para hombres
en paños menores, “sensuales” y como parte de una estrategia para “darse a
conocer” con sus simpatizantes, con su electorado.
La explicación que dio la revista de este tema y
número fue que era un proyecto como "un ejercicio diferente dentro del
nuevo orden de la democracia de México” (Edy, 2006). Razón paradójica por sus
implicaciones y dada justo en un momento coyuntural, de cambios y de inaugurar
el segundo sexenio de alternancia política, proceso que había inaugurado el
sueño de consolidar la verdadera democracia en el país y que en ese momento
inauguraba una “nueva” forma de hacer política de las mujeres.
Sin duda, ese evento, además de la polémica,
refrendó la cultura de las mujeres respecto al poder: ninguna de las tres
políticas mexicanas cobraron dinero alguno por posar. Abatiendo la posibilidad
de demostrar que lo habían hecho con toda su convicción de hacer proselitismo
político, porque una posibilidad fue “vender” la idea de que hasta podían usar
el cuerpo si conseguían recursos para su electorado, es decir, cobrar para
financiar obras, proyectos o cualquier acción social.
El revuelo que provocaron Villavicencio, Arenas y
Barrales fue en los medios, en el congreso mismo, pero poco impacto tuvo en la
percepción ciudadana sobre la “bondad” de este ejercicio.
La reacción en los medios fue inmediata: las
entrevistaron, les dieron amplio foro pero nunca les preguntaron sobre su
desempeño o planes como políticas. Todo se centro en su “atractivo” para ser
más galanteadas, en su glamour sensual, en su “éxito” femenino con esta acción.
La
opinión de algunas legisladoras fue de disentimiento pero al mismo tiempo de
respeto. Mariana Gómez, diputada local del Partido Acción Nacional (PAN),
señaló que a ella la invitaron a posar pero que no vio relación de esta
propuesta con su trabajo legislativo y Maricela
Contreras, quien en ese momento era presidenta de la Comisión de Equidad y Género,
externó que la decisión de estas legisladoras no contradecía los principios de
la izquierda, que no ubica a la mujer como objeto sexual, y que era común en
Europa por lo que no debía magnificar políticamente el hecho, en una clara
solidaridad partidista, sin embargo, la priista Claudia Esqueda aclaró que pese
a que tienen libertad de hacerlo no está de acuerdo porque tienen una
representación popular (Crónica, 2006).
Sin
duda, el evento tiene relación directa con la asociación de las mujeres y la
naturaleza, las mujeres y la pasión, las mujeres y el cuerpo para el placer o
la reproducción, una combinación añeja y sempiterna que justifica un orden
patriarcal (Ortner, 1972) y que en pleno siglo XXI no se ha superado y antes se
ha restituido con nuevas formas y discursos superficiales que ocultan detrás de
la libertad y poder de decisión de la mujer, mandatos que la ubican y colocan
como objeto, que no sujeto.
Otros casos y ejemplo de este fenómeno en mujeres
públicas, políticas, que marcaría una influencia y pauta pocos años después fue
el caso de la gobernadora de Yucatán Ivonne Ortega, quien ha pasado por
múltiples cirugías y dieta que la han transformado radicalmente y cuya
justificación pública es que la razón de ello es la búsqueda del agrado y
aceptación de su pueblo.
El de la senadora por el PRD, Purificación
Carpinteyro, es otro precedente. Ella subió un video en youtube sobre un día de
trabajo como legisladora. La musicalización, las imágenes y la composición refieren
una vida de glamour, sencilla respecto a la preparación y responsabilidad que
debe tener una congresista.
Por último está el caso de la ex procuradora
general de la República, Marisela Morales, quien durante su ejercicio político
en los últimos 6 años fue de transformación física. A ella no se le cuestionó
pero en columnas bien se señalaban los cambios, adulando antes que
reflexionando o cuestionando el por qué de esta conducta de mujeres en el
poder.
Antes de poder descartar o
trascender, las cuotas de género y la paridad, el uso de los medios para hacer
proselitismo marca un nuevo fenómeno a explicar y superar porque demuestra que
la presencia de mujeres en el ámbito legislativo no garantiza políticas
incluyentes, pues llegan y se mantienen en el poder para evidenciar que quienes
están con un cuerpo no garantizan beneficios para las mujeres, pues arrastran y
expresan una mentalidad de mujeres-objeto que deben agradar, lucir, ser
aceptadas desde el estereotipo de la mujer-objeto.
Tema a reflexión sobre todo
ahora que se ha decretado el 50/50 por ciento en las fórmulas y que dada la
experiencia podría significar un retroceso en la percepción ciudadana sobre la
capacidad y derecho que tenemos las mujeres de acceder al poder.
*Resumen de la Ponencia
presentada por Dra. Josefina Hernández Téllez, Profesora
Investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, en el V
Congreso de Género en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, octubre 2014.