El delito de llamarse Escolástica Martínez y vivir en México
Anel
FLORES CRUZ
En
México sabemos que hablar de libertad puede resultar satírico, mientras más se
habla de libertad más lejano resulta el concepto para la realidad de muchas
personas. Cuando se trata de mujeres, la libertad aparece como una utopía y
como principio lucha. En el caso de las mujeres presas, “la libertad” se
constriñe, se condiciona, se intercambia, se compra, o en muchos casos, se
olvida.
Este
es el caso de Escolástica Martínez Gutiérrez, originaria de Palomares, Matías
Romero, de 41 años de edad, con cuatro hijos y una hija, madre soltera, pobre e
indígena, condiciones sociales que resultan vulnerables en un país en donde
existen seres humanos de primera y de segunda. Este es un claro ejemplo de un
paquidérmico sistema de justicia, que no escucha, que no ve y que atropella sin
menoscabo a quien intenta levantarse de la afrenta cotidiana.
En
enero de 2012, mientras Escolástica cuidaba a Miguel Ángel, su hijo, que en ese
entonces tenía 9 años y que se encontraba en estado de coma internado en el
Hospital General Aurelio Valdivieso, fue arrestada por el presunto delito de
violencia intrafamiliar y lesiones calificadas. Las “razones” de su detención
fueron, por una parte, que los médicos que atendían al niño la señalaron como
responsable de un golpe que tenía el menor en la cabeza y que como consecuencia
le había provocado una lesión traumática en el cerebro, aunado a otros golpes en
el cuerpo que, de acuerdo a este diagnóstico, configuraba el Síndrome del niño
maltratado.
La
segunda “razón”, por la que se le dictó auto de formal prisión a Escolásticas,
sin que hasta la fecha ─a casi tres años─ tenga resolución jurídica por un juez, y tampoco una
averiguación con suficiente sustento jurídico, fue que, según
la Procuraduría de la Defensa del Menor, la Mujer y la Familia, en la
averiguación previa, un grupo de niños, compañeros de Miguel Ángel en la
escuela Patria Libre, comentaron que una niña de la misma escuela había visto
por una ventana a Escolástica azotar a Miguel Ángel en la pared.
De
acuerdo a un grupo de profesionistas que de manera voluntaria se han
involucrado en el caso y han estudiado el expediente, además de ofrecer apoyo
jurídico, médico y psicológico, el caso de Escolástica ha dado elementos con
muchas irregularidades que evidencian no solo una cultura burocrática lastimosa
y una encarnada misoginia por parte de quienes en teoría debían servir al
estado, sino también una serie de expresiones discriminatorias que devastaron al
menos seis vidas, la de Escolástica y la de sus cinco hijos.
¿Un caso de Bullyng no atendido?
Semanas
antes de que Miguel
Ángel cayera en estado de coma, como señala Escolástica, él menor había sido golpeado por compañeros de su
escuela: “vieron que lo arrastraron y golpearon. Cada día que iba a la escuela
le sacaban su dinero (…) supuestamente
me había dicho el maestro que al niño que lo molestaba lo iban a
expulsar y nunca lo hicieron, ellos se lavan las manos y me culpan a mí”.
Este hecho, de acuerdo a Misael
Antonio Silva,
uno de los abogados que estudia el caso, pone en entredicho la actuación y la
falta de sensibilidad de la Procuraduría, en primer lugar porque las
acusaciones tienen que tener una denuncia formal y testigos, y en este caso no
existe. En segundo lugar, cuando Escolástica compareció, sin saber de leyes,
dijo que sabía que le habían pegado a su hijo y la Procuraduría no actúo en
consecuencia, pues ellos, que sí saben de derecho y de leyes, no le propusieron
una querella, por lo tanto cometieron una omisión.
Aunado a esto, existen
contradicciones en los dichos de los menores de edad, en el director de la
escuela y en la niña que supuestamente vio a Escolástica golpear a Miguel
Ángel, pues ella declara no haber visto nada y en el momento de hacer una
descripción de Escolástica la describe totalmente diferente. Entre otras anomalías,
en la averiguación no se señala el hecho de que la casa de Escolástica no tiene
ventanas que den a la calle.
Un hecho que tampoco fue
averiguado es que Miguel Ángel tenía cuatro meses de haber regresado con su
mamá, pues durante aproximadamente cinco años permaneció en la Ciudad de los
Niños, un orfanato que además de recibir niños huérfanos, también resguarda a
menores indígenas que no pueden ser mantenidos por sus familias ─y en donde
también trabajó por un tiempo como costurera Escolástica cuando llegó a la
capital─. Este dato resulta interesante cuando en entrevista ella señala que
Miguel Ángel tuvo repercusiones en su conducta tras permanecer en este albergue:
“ahí lo lastimaban, tenía una cortadura grande y cicatrices, decía que porque
no obedeció le dieron con la escoba (…); le decían ′que se vayan al diablo tu
mamá porque por ella estas aquí′”. Pero, ¿quién se atrevería a cuestionar esta
institución?
En cuanto a la conclusión médica que
apunta que Miguel Ángel padecía el Síndrome del niño maltratado, el doctor Jorge
Ayala Villareal, neurólogo y neurocirujano que también estudia el caso, expresa
que, dada las características y lugares en donde el menor tiene los golpes, no
es posible que Escolástica haya provocado el estado de su hijo, además de que ella no es agresiva y no tiene problemas graves
de conducta ni de personalidad. Entre otras cosas, el doctor apunta que los
otros hijos de Escolástica no tienen ningún problema de salud ni señas de
maltrato: “Escolástica lo quiere mucho y estuvo pendiente de él, pero los
médicos por prejuicio dijeron que el peligro era la mamá”.
¿Por qué a nadie le interesó la vida de Escolástica?
Detrás del caso existen muchas anomalías,
rumores, abusos y preguntas que tendrían que responder las personas
involucradas. Por ejemplo, se menciona que los menores que golpearon a Miguel Ángel
son hijos de “Las pájaras”, lideresas de la Central de Abastos. También se
menciona que días después de que el caso fue mediatizado (en diciembre de 2011),
Luis Ugartechea, presidente municipal de Oaxaca de Juárez en ese entonces,
visitó la colonia donde vivía Escolástica y sus hijos y en ese momento un grupo
de niños se acercó para decirle que se habían enterado de que su compañero estaba
hospitalizado y que creían que era porque su mamá lo golpeaba; gracias a este
hecho, Ugartechea le habló al procurador y le dijo que atendiera el asunto, lo
cual podría explicar el hecho de que el proceso fue más rápido de lo que generalmente
tarda un caso, pues en menos de 15 días armaron la averiguación, cuando
generalmente el proceso dura tres meses. También se dice que existe la
posibilidad de que ante el miedo de que el niño falleciera y pudiera señalarse
una negligencia médica por no atenderlo pronto, los médicos concluyeron que el
niño fue golpeado fuertemente por su madre.
Al parecer todos saben lo que
sucedió, todos se sacudieron las manos, todos señalaron, todos se deslindaron.
A nadie le importó la vida de Escolástica y sus 5 hijos. Los profesores, los
médicos, la Ministerio Público, la procuradora que después de enterarse del
caso no pidió que se averiguaran las arbitrariedades, los agentes que le
robaron mil pesos a Escolástica cuando la detuvieron; los abogados de oficio
que no se esmeraron en continuar con el caso; los medios de comunicación que se
dedicaron a linchar mediáticamente sin corroborar los hechos… Escolástica se
convierte ahora en un botón de prueba que expone los múltiples nexos entre la
condición de género, la pobreza y el racismo, parece ser que la vida de
escolástica no tuvo valor en ningún espacio.
Mientras tanto Miguel Ángel sigue
en coma en el DIF sin ninguna posibilidad de que se recupere; sus hermanos padeciendo
la ausencia de su madre con una tía que no cuenta con recursos suficientes para
poder alimentarlos, y Escolástica con estragos de un encierro injusto, esperando
que el juez dicte su sentencia. Para ella “la libertad se consigue con dinero”.