miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Yo feminista? Leticia Briseño Maas



¿Yo feminista?
Leticia Briseño Maas
Identificar la opresión y la dominación para erradicar la desigualdad

Soledad JARQUÍN EDGAR
Leticia Briseño Maas es profesora investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) y es feminista porque identifica las formas de opresión e intenta luchar contra ellas desde su espacio cotidiano y desde el espacio universitario.
Entender que era feminista le llevó varios años. Lo descubre a partir de su vida cotidiana y también desde su quehacer como académica, cuando entiende por qué se generaban las diferencias entre hombres y mujeres, y los por qué de la dominación y la opresión; se los explica a través de los estudios de género y  en el momento que se topó con su propia historia y la historia de su madre.
Como mujer ve la necesidad de defender sus derechos y de pelear por ellos, de revertir la opresión en ella y entre quienes están cerca de ella; como madre -porque ser madre no es una condición que se contraponga con el feminismo, dice-, cuando se descubre reproduciendo los roles de género, su “costal” de enseñanzas aprendidas desde la infancia.
Nació en el corazón del Distrito Federal, hasta donde su padre
José Asunción Briseño y su madre Dionisia Maas habían emigrado en busca de mejores oportunidades.
Su madre, se empleaba en una fábrica de sombreros para señoras propiedad de un tío, su padre en una fábrica que comercializaba cortinas y persianas, mientras ella, la única hija mujer entre varios hermanos, debía asumir las tareas de la casa por el hecho de ser la mujer.
Explica que había sido educada para ser obediente, portarse bien siempre, estar bien peinada,  a no llevar la falda por arriba de la rodilla, debía estar siempre bonita, y de manera reiterada se le recomendaba “conservar” el valor de su ser mujer: la virginidad y la pureza.
Pero servir a los hermanos mientras su madre trabajaba, tareas que realizaba cuando niña-adolescente con reticencias, eran para ella opresivas. No entendía por qué tenía que servir a los demás si como ella también tenían “piernas y brazos”, y porque tenía que hacerlo aún cuando estaba cansada.
Pero hay otro mundo detrás de la puerta de su casa, un mundo que a Leticia Briseño se le reveló a través de los libros que un día su hermano mayor llevó en cajas hasta su casa y que leía escondida entre vestidos para novias y quinceañeras que también vendían sus parientes maternos. Primero eran novelas “rosas”, luego vinieron otros más complicados que hablaban sobre marxismo, adolescencia que se vio impregnada también por las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, la trova, que sus hermanos estudiantes normalistas llevaban a la casa.
Desde María de José Isaac, a otras lecturas de Virginia Woolf, Johann Wolfgang von Goethe y Carlos Marx, y más tarde, en la preparatoria, un libro que la marcó: La Genealogía de la Moral. Estos textos hicieron de ella una mujer distinta a pesar de lo que la educación tradicional le había programado. En cambio surgió una mujer analítica, crítica permanente, capaz de romper la tradición familiar porque a diferencia de sus primas ella sí estudió una carrera universitaria, aún cuando la escuela estuviera lejos de casa y pese a que los patriarcas, sus tíos, vieran con desconfianza su osadía y pidieran a su madre que no lo permitiera.
Tatuada por las letras, explica ella, tiene de manera permanente la idea de despegarse de la familia y hacer su propia historia. No lo dice, pero está en su historia: dos veces el destino le cambió el rumbo. La primera cuando se baja del camión ya de regreso a casa para cambiar su ficha de inscripción a la UAM, para estudiar la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y no Administración de Empresas donde inicialmente había tenido que inscribirse, pues administración era una carrera más conveniente para el negocio que habían emprendido sus padres  y años después cuando solicita ingresar a la Maestría en Pedagogía en la FES Aragón de la UNAM, pero la entrevistadora considera que por su tema debe ser ubicada en el área de Diversidad Cultural y Género y no en Tecnologías Educativas como había pedido.
El principio mágico
No habla maya pero lo entiende, sus padres emigraron a la capital mexicana y llevaron con ellos sus costumbres, su pasado. Desde niña escuchó leyendas y cuentos, las tradiciones mayas, su misticismo. Por eso cuando terminó la carrera decidió hacer su tesis basada en un estudio de los mitos mayas y la cotidianidad de algunos pueblos, trabajo que realizó junto con dos compañeras de la Universidad.

Premio Nacional de la Juventud en 2009 y Premio Estatal de Ciencia y Tecnología en 2013, Briseño Maas dice que para entonces su madre era ya una mujer económicamente independiente. Obligados por el terremoto de 1985, la familia Briseño Maas deja el edificio de la calle de República de Chile que compartían con otros parientes maternos y se trasladan a una colonia en la ciudad de México y es ahí donde doña Dionisia decide instalar su “pequeña fábrica” de vestidos de novia. La independencia económica de su madre se empieza a prolongar hacia su hija, de ahí que no tuvo objeción para que Leticia pudiera viajar a Mérida a realizar la investigación de campo lejos de la vigilancia familiar. En el fondo cree que su mamá quería que ella tuviera otro destino.
Viajó a Mérida para encontrarse con los Aluxes y la Ix´Tabay, los primeros duendes guardianes de la selva maya y la segunda una especie de Matlacihua o Llorona.
En realidad, Leticia Briseño había crecido con ellos a través de las historias y en la universidad volvió a encontrar con ellas. Su maestro en la UAM Xochimilco, José Antonio Paoli Bolio, también de origen yucateco, leía cuentos en maya y Leticia tenía que traducirlos a sus compañeros.
Por un lado era su encuentro real con el mundo mágico y por el otro con la historia de su madre quien como ella, era la única mujer de su familia y por tanto era quien hacía las labores de servir la comida, lavar la ropa y alisarla con pesadas planchas calentadas con carbón. Un día Dionisia decidió fugarse con José Asunción, padre de Leticia. Para ser perdonada por su padre, Dionisia fue azotada junto al pozo (una puerta al inframundo según las creencias mayas) con un reata mojada, nadie pudo intervenir, menos la madre de Dionisia porque las mujeres no tenían ni voz ni voto. Esa historia se vuelve una de sus preocupaciones de vida.
Recorren el camino blanco de entrada a la selva de ceibas, espacio habitado por la Ix´Tabay quien se lleva a los hombres, los pierde, los maltrata y ellos ya no pueden regresar porque no encuentran el camino.
Este primer trabajo investigación habla de esas historia, de los mitos que al final se conectan con la morada de los dioses, con los elementos del inframundo y con la sexualidad, que para el mundo cristiano era pecaminoso y sucio, pero que entre algunos pueblos mayas tenía otras concepciones, por ejemplo sobre el tonalli y su relación con la sexualidad.
“Dentro de las creencias mayas, una de las entidades que regía el destino, la vida y la sexualidad de los individuos era el tonalli, entidad que se introducía en el niño o la niña por medio de un ritual y quedaba alojado en el cuerpo durante el resto de su vida. Entre las causas de ausencia del tonalli están la ebriedad, la enfermedad, el sueño y el coito. Se creía que durante el coito los tonalli de los amantes  se abrazaban y volaban juntos y  para que pudieran regresar con seguridad al cuerpo -tanto del hombre como de la mujer- tenían que llegar al orgasmo; ya que sólo así podría restablecerse el equilibrio anterior permitiendo el retorno pacífico del tonalli al cuerpo. El orgasmo para los mayas, contrario a lo que creemos o lo que nos han hecho creer de forma natural en el mundo cristiano occidental, era un regalo de los dioses a los hombres y mujeres ante tanto dolor y sufrimiento en la tierra”

A través de este trabajo Leticia y sus compañeras concluyen que los mitos siempre aterrizan en las prácticas de vida  y que generalmente lo hacen condicionando la experiencia de las mujeres.
Oaxaca, el lugar para vivir
No tenía planeado vivir en Oaxaca, una casualidad la trajo y se quedó a vivir, formó una familia. Trabajó primero impartiendo clases de fotografía y más tarde en el Departamento de Capacitación y Difusión de COESIDA con la doctora Gabriela Velásquez Rosas, donde realizó la imagen institucional y los programas de capacitación; por cuestiones familiares tuvo que renunciar, pues su hijo pequeño delicado de salud demandaba su atención. Dejó COESIDA pero siguió impartiendo clases en el Instituto de Ciencias de la Educación de la UABJO, donde actualmente es maestra investigadora de tiempo completo.
Es en el COESIDA donde se encuentra con los conceptos básicos de género, que relaciona con la realidad cuando es impactada por las historia de vida de los y las pacientes, en específico de una niña de nueve años que había sido víctima de la violencia sexual y que a raíz de esa experiencia estaba contagiada de VIH, “me preguntaba quién era esa niña, por su sufrimiento y su historia”.
Esa experiencia la lleva plantear que se necesitaba una propuesta pedagógica para prevenir el VIH entre las y los jóvenes, propuesta que finalmente fue su trabajo de Maestría en Pedagogía, tesis por la que obtiene en 2009 el Premio Nacional de la Juventud.
Pero esto que se dice rápido y fácil, tiene una historia de esfuerzo para Leticia Briceño Maas, quien debe combinar el ser madre de dos pequeños con el estudio. Finalmente de acuerdo con su pareja quien ya había terminado su tesis de doctorado, decide que ahora le toca a ella y se entrega durante meses a la tarea de terminar la tesis, el último tramo de una etapa que aunque la llena de satisfacción personal le deja un sentimiento de culpa “como parte del costal de cosas que había aprendido desde la infancia y que le decían cómo debía ser una buena madre”.
Los buenos frutos de su trabajo, propician que reciba una recomendación para estudiar un doctorado en Pedagogía también en la UNAM y que desarrolló –otra vez- en medio de agotadoras jornadas de trabajo académico, investigación de campo y viajes permanentes a la ciudad de México. Ya para entonces tenía en casa a una chica y un chico que entraban a la adolescencia y que le demandaban atención. A pesar de los sentimientos encontrados, ella sabía que también era su derecho alcanzar el doctorado en Pedagogía.
¿Yo feminista?
A esas alturas, dice, se preguntaba si era feminista. Tenía trabajo académico, se había involucrado con las organizaciones no gubernamentales que trabajaban desde la perspectiva de género, tenía todo un bagaje de lecturas sobre la condición social de las mujeres, revisaba a pie juntillas la historia de los movimientos de las mujeres y comprendía que era feminista porque defendía sus derechos y se revelaba antes las desigualdades.
Hoy, cuenta con orgullo, mi hija es feminista, lo dice desde que era chiquita, creció escuchando sobre teoría de género y los discursos sobre derechos humanos de las mujeres.
“Tiene su propia idea de su ser mujer, a mi me costó trabajo porque yo venía impregnada por una cultura tradicional, crecí con una información, que se introyecta, que está sedimentada en la cultura tradicional, que aprendí desde niña y que me ha resultado difícil erradicar”.
“La cultura de la igualdad te lleva a apropiarte de tus derechos, sabes que es correcta, porque transforma la vida, pero que choca por lo que aprendiste en la infancia que te dice no, no, las cosas deben ser de esa manera...Porque reconoces la opresión y dices la teoría es muy bonita, pero cuando lavas trastes, atiendes a los niños y tienes un libro a lado… y dices la teoría es padre pero la realidad que vivo es distinta y en ocasiones sabes cómo resolver ese conflicto pero en otras no, señala seria.
A pesar de todo, opina que es fundamental seguir adelante y asegura que seguirá aprendiendo, porque es un proceso que no terminará aún cuando sea viejita, y plantea que como maestra está consciente que el futuro se construye ahora”.
Actualmente, Leticia Briceño, la primera mujer en ocupar la Secretaría Académica en la UABJO, se encuentra trabajando con grupos de mujeres indígenas, dentro y fuera de la institución, y lo que observa, dice, es que éstas mujeres no están esperando dádivas, no están esperando los programas asistenciales, intentan buscar mejores oportunidades para transformar su vida y la de sus familias.
Tenemos que trabajar por reconocer que todas las personas tenemos derechos y que esos derechos no se aplican igual para mujeres y hombres, que hay mujeres en mayor vulnerabilidad, como las indígenas con necesidades específicas, “no se trata de apoyar a una mujer indígena porque un programa asistencial de corto alcance así lo quiere, sino apoyar a una mujer indígena porque de esa manera se le puede retribuir en ella, en su familia, en sus comunidades”.
Necesitamos trabajar desde lo que ellas saben que necesitan, son feminismos que se construyen de diferente manera y que van a impactar de forma positiva a las mujeres.
Leticia Briceño Maas plantea que las mujeres trabajan desde distintos ámbitos para conseguir mejores condiciones de vida. Unas en la academia, otras en las organizaciones no gubernamentales y otras en las instituciones de gobierno, son diferentes parcelas de trabajo, pero advierte que hacer esa división y perder de vista el conjunto puede resultar peligroso.
Por ello, la también ex coordinadora del Programa de Interdisciplinario de Estudios de Equidad y Género en la UABJO que más tarde se convirtió en dirección, sostiene que es necesario no hacer esas divisiones, al final todas trabajamos por lo mismo.
La integrante del Sistema Nacional de Investigadores, trabaja actualmente en los detalles finales de un nuevo libro sobre jóvenes y sexualidad, producto de la tesis de doctorado, sostiene que muchas veces pensamos que una sola persona puede realizar los cambios que la sociedad requiere, pero la sociedad necesita de una cultura política que le permita ser un contrapeso real de los gobiernos y mientras eso no ocurra seguiremos teniendo figuras opresivas, patriarcales.
La historia de Leticia es la de muchas mujeres que crecen en familias en donde se inculcan valores tradicionales, pero ¿en dónde está la resistencia para pensar las cosas de manera diferente? ¿en dónde está posibilidad para interrumpir el ciclo y emprender una vida distinta? ¿en dónde está el punto para decidir ser feminista?