¿Yo feminista?
Leticia Briseño Maas
Identificar la opresión y la dominación para erradicar
la desigualdad
Soledad JARQUÍN EDGAR
Leticia Briseño Maas es profesora investigadora de
tiempo completo en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) y es
feminista porque identifica las formas de opresión e intenta luchar contra
ellas desde su espacio cotidiano y desde el espacio universitario.
Entender que era feminista le llevó varios años. Lo
descubre a partir de su vida cotidiana y también desde su quehacer como
académica, cuando entiende por qué se generaban las diferencias entre hombres y
mujeres, y los por qué de la dominación y la opresión; se los explica a través
de los estudios de género y en el
momento que se topó con su propia historia y la historia de su madre.
Como mujer ve la necesidad de defender sus derechos y
de pelear por ellos, de revertir la opresión en ella y entre quienes están
cerca de ella; como madre -porque ser madre no es una condición que se
contraponga con el feminismo, dice-, cuando se descubre reproduciendo los roles
de género, su “costal” de enseñanzas aprendidas desde la infancia.
Nació en el corazón del Distrito Federal, hasta donde
su padre
José Asunción Briseño y su madre Dionisia Maas habían
emigrado en busca de mejores oportunidades.
Su madre, se empleaba en una fábrica de sombreros para
señoras propiedad de un tío, su padre en una fábrica que comercializaba cortinas
y persianas, mientras ella, la única hija mujer entre varios hermanos, debía
asumir las tareas de la casa por el hecho de ser la mujer.
Explica que había sido educada para ser obediente,
portarse bien siempre, estar bien peinada,
a no llevar la falda por arriba de la rodilla, debía estar siempre
bonita, y de manera reiterada se le recomendaba “conservar” el valor de su ser
mujer: la virginidad y la pureza.
Pero servir a los hermanos mientras su madre
trabajaba, tareas que realizaba cuando niña-adolescente con reticencias, eran
para ella opresivas. No entendía por qué tenía que servir a los demás si como
ella también tenían “piernas y brazos”, y porque tenía que hacerlo aún cuando
estaba cansada.
Pero hay otro mundo detrás de la puerta de su casa, un
mundo que a Leticia Briseño se le reveló a través de los libros que un día su
hermano mayor llevó en cajas hasta su casa y que leía escondida entre vestidos
para novias y quinceañeras que también vendían sus parientes maternos. Primero
eran novelas “rosas”, luego vinieron otros más complicados que hablaban sobre
marxismo, adolescencia que se vio impregnada también por las canciones de
Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, la trova, que sus hermanos estudiantes
normalistas llevaban a la casa.
Desde María de José Isaac, a otras lecturas de
Virginia Woolf, Johann Wolfgang von
Goethe y Carlos Marx, y más tarde, en la preparatoria, un libro que la marcó:
La Genealogía de la Moral. Estos textos hicieron de ella una mujer distinta a
pesar de lo que la educación tradicional le había programado. En cambio surgió
una mujer analítica, crítica permanente, capaz de romper la tradición familiar
porque a diferencia de sus primas ella sí estudió una carrera universitaria,
aún cuando la escuela estuviera lejos de casa y pese a que los patriarcas, sus
tíos, vieran con desconfianza su osadía y pidieran a su madre que no lo
permitiera.
Tatuada por las letras, explica ella, tiene de manera
permanente la idea de despegarse de la familia y hacer su propia historia. No
lo dice, pero está en su historia: dos veces el destino le cambió el rumbo. La
primera cuando se baja del camión ya de regreso a casa para cambiar su ficha de
inscripción a la UAM, para estudiar la licenciatura en Ciencias de la
Comunicación y no Administración de Empresas donde inicialmente había tenido
que inscribirse, pues administración era una carrera más conveniente para el
negocio que habían emprendido sus padres
y años después cuando solicita ingresar a la Maestría en Pedagogía en la
FES Aragón de la UNAM, pero la entrevistadora considera que por su tema debe
ser ubicada en el área de Diversidad Cultural y Género y no en Tecnologías
Educativas como había pedido.
El principio
mágico
No habla maya pero lo entiende, sus padres emigraron a
la capital mexicana y llevaron con ellos sus costumbres, su pasado. Desde niña
escuchó leyendas y cuentos, las tradiciones mayas, su misticismo. Por eso
cuando terminó la carrera decidió hacer su tesis basada en un estudio de los
mitos mayas y la cotidianidad de algunos pueblos, trabajo que realizó junto con
dos compañeras de la Universidad.
Premio Nacional de la Juventud en 2009 y Premio
Estatal de Ciencia y Tecnología en 2013, Briseño Maas dice que para entonces su
madre era ya una mujer económicamente independiente. Obligados por el terremoto
de 1985, la familia Briseño Maas deja el edificio de la calle de República de
Chile que compartían con otros parientes maternos y se trasladan a una colonia
en la ciudad de México y es ahí donde doña Dionisia decide instalar su “pequeña
fábrica” de vestidos de novia. La independencia económica de su madre se
empieza a prolongar hacia su hija, de ahí que no tuvo objeción para que Leticia
pudiera viajar a Mérida a realizar la investigación de campo lejos de la
vigilancia familiar. En el fondo cree que su mamá quería que ella tuviera otro
destino.
Viajó a Mérida para encontrarse con los Aluxes y la
Ix´Tabay, los primeros duendes guardianes de la selva maya y la segunda una
especie de Matlacihua o Llorona.
En realidad, Leticia Briseño había crecido con ellos a
través de las historias y en la universidad volvió a encontrar con ellas. Su
maestro en la UAM Xochimilco, José Antonio Paoli Bolio, también de origen
yucateco, leía cuentos en maya y Leticia tenía que traducirlos a sus compañeros.
Por un lado era su encuentro real con el mundo mágico
y por el otro con la historia de su madre quien como ella, era la única mujer
de su familia y por tanto era quien hacía las labores de servir la comida,
lavar la ropa y alisarla con pesadas planchas calentadas con carbón. Un día
Dionisia decidió fugarse con José Asunción, padre de Leticia. Para ser
perdonada por su padre, Dionisia fue azotada junto al pozo (una puerta al
inframundo según las creencias mayas) con un reata mojada, nadie pudo intervenir,
menos la madre de Dionisia porque las mujeres no tenían ni voz ni voto. Esa
historia se vuelve una de sus preocupaciones de vida.
Recorren el camino blanco de entrada a la selva de
ceibas, espacio habitado por la Ix´Tabay quien se lleva a los hombres, los
pierde, los maltrata y ellos ya no pueden regresar porque no encuentran el
camino.
Este primer trabajo investigación habla de esas
historia, de los mitos que al final se conectan con la morada de los dioses,
con los elementos del inframundo y con la sexualidad, que para el mundo
cristiano era pecaminoso y sucio, pero que entre algunos pueblos mayas tenía
otras concepciones, por ejemplo sobre el tonalli
y su relación con la sexualidad.
“Dentro de las creencias mayas, una de las entidades
que regía el destino, la vida y la sexualidad de los individuos era el tonalli,
entidad que se introducía en el niño o la niña por medio de un ritual y quedaba
alojado en el cuerpo durante el resto de su vida. Entre las causas de ausencia
del tonalli están la ebriedad, la
enfermedad, el sueño y el coito. Se creía que durante el coito los tonalli de los amantes se abrazaban y volaban juntos y para que pudieran regresar con seguridad al
cuerpo -tanto del hombre como de la mujer- tenían que llegar al orgasmo; ya que
sólo así podría restablecerse el equilibrio anterior permitiendo el retorno
pacífico del tonalli al cuerpo. El
orgasmo para los mayas, contrario a lo que creemos o lo que nos han hecho creer
de forma natural en el mundo cristiano occidental, era un regalo de los dioses
a los hombres y mujeres ante tanto dolor y sufrimiento en la tierra”
A través de este trabajo Leticia y sus compañeras
concluyen que los mitos siempre aterrizan en las prácticas de vida y que generalmente lo hacen condicionando la
experiencia de las mujeres.
Oaxaca, el
lugar para vivir
No tenía planeado vivir en Oaxaca, una casualidad la
trajo y se quedó a vivir, formó una familia. Trabajó primero impartiendo clases
de fotografía y más tarde en el Departamento de Capacitación y Difusión de
COESIDA con la doctora Gabriela Velásquez Rosas, donde realizó la imagen
institucional y los programas de capacitación; por cuestiones familiares tuvo
que renunciar, pues su hijo pequeño delicado de salud demandaba su atención.
Dejó COESIDA pero siguió impartiendo clases en el Instituto de Ciencias de la
Educación de la UABJO, donde actualmente es maestra investigadora de tiempo
completo.
Es en el COESIDA donde se encuentra con los conceptos
básicos de género, que relaciona con la realidad cuando es impactada por las
historia de vida de los y las pacientes, en específico de una niña de nueve
años que había sido víctima de la violencia sexual y que a raíz de esa
experiencia estaba contagiada de VIH, “me preguntaba quién era esa niña, por su
sufrimiento y su historia”.
Esa experiencia la lleva plantear que se necesitaba
una propuesta pedagógica para prevenir el VIH entre las y los jóvenes,
propuesta que finalmente fue su trabajo de Maestría en Pedagogía, tesis por la
que obtiene en 2009 el Premio Nacional de la Juventud.
Pero esto que se dice rápido y fácil, tiene una
historia de esfuerzo para Leticia Briceño Maas, quien debe combinar el ser
madre de dos pequeños con el estudio. Finalmente de acuerdo con su pareja quien
ya había terminado su tesis de doctorado, decide que ahora le toca a ella y se
entrega durante meses a la tarea de terminar la tesis, el último tramo de una
etapa que aunque la llena de satisfacción personal le deja un sentimiento de
culpa “como parte del costal de cosas que había aprendido desde la infancia y
que le decían cómo debía ser una buena madre”.
Los buenos frutos de su trabajo, propician que reciba
una recomendación para estudiar un doctorado en Pedagogía también en la UNAM y
que desarrolló –otra vez- en medio de agotadoras jornadas de trabajo académico,
investigación de campo y viajes permanentes a la ciudad de México. Ya para
entonces tenía en casa a una chica y un chico que entraban a la adolescencia y
que le demandaban atención. A pesar de los sentimientos encontrados, ella sabía
que también era su derecho alcanzar el doctorado en Pedagogía.
¿Yo
feminista?
A esas alturas, dice, se preguntaba si era feminista.
Tenía trabajo académico, se había involucrado con las organizaciones no
gubernamentales que trabajaban desde la perspectiva de género, tenía todo un
bagaje de lecturas sobre la condición social de las mujeres, revisaba a pie
juntillas la historia de los movimientos de las mujeres y comprendía que era
feminista porque defendía sus derechos y se revelaba antes las desigualdades.
Hoy, cuenta con orgullo, mi hija es feminista, lo dice
desde que era chiquita, creció escuchando sobre teoría de género y los
discursos sobre derechos humanos de las mujeres.
“Tiene su propia idea de su ser mujer, a mi me costó
trabajo porque yo venía impregnada por una cultura tradicional, crecí con una
información, que se introyecta, que está sedimentada en la cultura tradicional,
que aprendí desde niña y que me ha resultado difícil erradicar”.
“La cultura de la igualdad te lleva a apropiarte de
tus derechos, sabes que es correcta, porque transforma la vida, pero que choca
por lo que aprendiste en la infancia que te dice no, no, las cosas deben ser de
esa manera...Porque reconoces la opresión y dices la teoría es muy bonita, pero
cuando lavas trastes, atiendes a los niños y tienes un libro a lado… y dices la
teoría es padre pero la realidad que vivo es distinta y en ocasiones sabes cómo
resolver ese conflicto pero en otras no, señala seria.
A pesar de todo, opina que es fundamental seguir
adelante y asegura que seguirá aprendiendo, porque es un proceso que no
terminará aún cuando sea viejita, y plantea que como maestra está consciente
que el futuro se construye ahora”.
Actualmente, Leticia Briceño, la primera mujer en
ocupar la Secretaría Académica en la UABJO, se encuentra trabajando con grupos
de mujeres indígenas, dentro y fuera de la institución, y lo que observa, dice,
es que éstas mujeres no están esperando dádivas, no están esperando los
programas asistenciales, intentan buscar mejores oportunidades para transformar
su vida y la de sus familias.
Tenemos que trabajar por reconocer que todas las
personas tenemos derechos y que esos derechos no se aplican igual para mujeres
y hombres, que hay mujeres en mayor vulnerabilidad, como las indígenas con
necesidades específicas, “no se trata de apoyar a una mujer indígena porque un
programa asistencial de corto alcance así lo quiere, sino apoyar a una mujer
indígena porque de esa manera se le puede retribuir en ella, en su familia, en
sus comunidades”.
Necesitamos trabajar desde lo que ellas saben que
necesitan, son feminismos que se construyen de diferente manera y que van a
impactar de forma positiva a las mujeres.
Leticia Briceño Maas plantea que las mujeres trabajan
desde distintos ámbitos para conseguir mejores condiciones de vida. Unas en la
academia, otras en las organizaciones no gubernamentales y otras en las
instituciones de gobierno, son diferentes parcelas de trabajo, pero advierte
que hacer esa división y perder de vista el conjunto puede resultar peligroso.
Por ello, la también ex
coordinadora del Programa de Interdisciplinario de Estudios de Equidad y Género
en la UABJO que más tarde se convirtió en dirección, sostiene que es necesario
no hacer esas divisiones, al final todas trabajamos por lo mismo.
La integrante del Sistema
Nacional de Investigadores, trabaja actualmente en los detalles finales de un
nuevo libro sobre jóvenes y sexualidad, producto de la tesis de doctorado,
sostiene que muchas veces pensamos que una sola persona puede realizar los
cambios que la sociedad requiere, pero la sociedad necesita de una cultura
política que le permita ser un contrapeso real de los gobiernos y mientras eso
no ocurra seguiremos teniendo figuras opresivas, patriarcales.
La historia de Leticia es la de
muchas mujeres que crecen en familias en donde se inculcan valores
tradicionales, pero ¿en dónde está la resistencia para pensar las cosas de
manera diferente? ¿en dónde está posibilidad para interrumpir el ciclo y
emprender una vida distinta? ¿en dónde está el punto para decidir ser
feminista?