miércoles, 5 de marzo de 2014

Literatura de autoría femenina (Primera Parte)


Literatura de autoría femenina
(Primera Parte)

Aurea CEJA ALBANÉS*
El objetivo de estas líneas es hacer una reflexión en torno a la escritura de autoría femenina y su impacto en las mujeres como lectoras, principalmente. La intención es visibilizar el sesgo de género histórico presente en la literatura, algo que se puede observar, de inicio, si el lector o lectora piensa en su libro favorito, luego en sus dos libros favoritos y en sus tres libros favoritos. Probablemente la mayoría de las y los lectores pensarán en libros escritos por varones, o la mayoría de los libros en que pensaron han sido escritos por ellos: como ejemplo, El principito, Rayuela, Cien años de soledad, La insoportable levedad del ser, Pedro Páramo –por nombrar algunos de los libros más populares y leídos–, tienen autoría masculina.
Esto no es una mera casualidad: a lo que llamo sesgo de género es una tendencia, en todos los campos del conocimiento, del arte y de la vida pública, a invisibilizar a las mujeres. Históricamente se les ha relegado, se les ha restado importancia o se ha negado que existen. Para empezar, las dificultades que han enfrentado para poder participar en espacios considerados tradicionalmente masculinos limita la producción de textos de mujeres; en segunda, muchas veces los temas que aborda la literatura femenina son considerados “temas de mujeres”, lo que resta relevancia a sus escritos, ya que lo tradicionalmente femenino, está devaluado socialmente. En tercera, estas mujeres han sido omitidas, a veces intencionalmente, de los espacios educativos y de difusión cultural y artística.
Dice Celia Amorós (Hacia una crítica de la razón patriarcal. 1991), filósofa y feminista española, que leer a las mujeres es un asunto de cultura general; las mujeres somos la mitad de la población mundial, y no saber qué piensan las mujeres, cuáles son sus ideas y sus letras, es ignorancia. Es igual a no saber qué dijo Aristóteles, dice ella, o qué escribió Miguel de Cervantes, agregamos nosotras.
Se podría pensar que hay solo unas cuantas mujeres escritoras, que apenas comienza a haber un impacto de las mujeres en la literatura, o que no existen y que por eso no las leemos. Lo real es que las mujeres han estado presentes en todos los campos de conocimiento desde hace siglos ensombrecidas por la cultura patriarcal.
Como ejemplos, en el campo de las matemáticas tenemos a Ada Lovelace en el siglo XIX, quien creó la primera máquina analítica a partir del código binario, antecedente directo de las computadoras. En la química, Marie Curie, ganadora de dos premios Nobel. En la psicología está Barbel Inhelder, compañera de Piaget, a quien no suele darse crédito por elaborar el estadio de operaciones formales en la teoría genética del desarrollo, o a Joan Mowat, quien escribió con Erik Erikson, su esposo, toda su teoría del desarrollo pero nunca recibió crédito como coautora.
En el caso de las artes también se encuentran muchos ejemplos: mujeres que se disfrazaban de varones, firmaban con nombres masculinos o entregaban sus obras a autores reconocidos para legitimar sus obras bajo la firma de ellos. A quienes “osaban” transgredir las normas, a menudo se les señalaba y reprimía, acusándoles de locas o inmorales.
Como muestra de lo anterior en la literatura, se puede mencionar a Sor Juana Inés de la Cruz, a George Sand y a Virginia Woolf. Sor Juana es considerada pionera en las letras en la Nueva España, con quien da inicio la intelectualidad latinoamericana; decidió tomar los hábitos y no casarse para poder dedicarse a las letras y el conocimiento. Fue fuertemente cuestionada por personas como el obispo Manuel Fernández de la Cruz por no dedicarse a los “deberes” religiosos.
George Sand se vistió de varón para poder acceder a espacios culturales que les estaban prohibidos a las mujeres y adoptó un nombre masculino (su nombre verdadero era Aurora Douphin o Aurora Doudevant). Fue también seriamente señalada en su tiempo no solo por su decisión de escribir, sino por sus decisiones amorosas, por separarse de su marido e involucrarse sentimentalmente con otros hombres.
Virginia Woolf, a comienzos de siglo XX enfrentó una serie de dificultades para ser comprendida como persona, como mujer y como escritora en su época, que la llevaron a la depresión, lo que hizo que terminara con su vida. Ella denuncia en sus libros la situación de las mujeres de la época y observa el hecho de que las mujeres no aparecen en la literatura como protagonistas, sino como objetos, definidas desde los varones, lo que las excluye del imaginario colectivo y hace que no se reconozcan en las letras. En sus palabras “algunas de las mejores obras de los mejores escritores vivientes caen en saco roto. Haga lo que haga, una mujer no puede encontrar en ellas esta fuente de vida eterna que los críticos le aseguran que está allí. No sólo celebran virtudes masculinas, imponen valores masculinos y describen el mundo de los hombres; la emoción, además, que impregna estos libros es incomprensible para una mujer”. ( Woolf, Virginia. Una habitación propia. Ed. Seix Barral, Barcelona, 2008)
Esta falta de reconocimiento en la literatura de autoría masculina dificulta la posibilidad de que se piensen a sí mismas, algo que solo puede ser posible si cuentan con un espacio propio para hacerlo. Cuestiona también los privilegios de la clase alta al mismo tiempo que los de los varones, hablando de las dificultades de las mujeres pobres para pensar en algo que no sea el día a día de su condición.
Como estas tres autoras, podríamos añadir a la lista a muchas más, Christine de Pizan, Mary Shelley, Jane Austen, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Luisa May Alcott, las hermanas Brontë, las mujeres poetas negadas por la llamada Generación del 27 y la lista se engrosa con sólo pensar un poco.
En la actualidad, las transformaciones sociales –empujadas en gran medida por las mujeres, por el feminismo– han permitido que exista un gran número de escritoras provenientes de todo el mundo, pero el sesgo de género en la lectura prevalece, pues aún carecen de espacios para la difusión de sus obras y hay una serie de prejuicios y descalificaciones hacia las mismas.
·      Psicóloga social, educadora de la sexualidad, tallerista y docente universitaria.