jueves, 26 de noviembre de 2015

¿Yo feminista? Cristina Galante, reivindicar la maternidad



·      * Cuando sintió los cautiverios buscó la libertad

Soledad JARQUÍN EDGAR
Cristina Galante Di Pace, partera y feminista, italiana de nacimiento, mexicana porque fue este país en el que eligió vivir hace más de un cuarto de siglo. Para ella, el próximo logro del feminismo es reivindicar la maternidad como experiencia de gozo, de intimidad, de consciencia y crecimiento. ¿Dónde está nuestra práctica feminista si ignoramos al útero?
Con una vasta experiencia
A lo largo de los últimos, la mitad de su vida, Cristina Galante puso sus ojos en el momento mismo de la vida, el nacimiento y lidió con todo aquello que podría sugerir una oposición entre la maternidad y el feminismo.
Sin embargo, sostiene que la maternidad es nuestro maravilloso poder creador y paridor usado para callar nuestra participación social y política, nuestra expresión del erotismo y sexualidad, nuestra libertad de movimiento y nuestra independencia. La anticoncepción limitada, el divorcio inexistente, el aborto prohibido y la casa como único lugar de “competencia”.
Ser partera y feminista un gran reto en una sociedad que no ofrecía verdaderas elecciones sobre el matrimonio y la maternidad. Plantear estos temas en las organizaciones feministas era desafiante y me fue muy difícil encontrar espacios de verdadero debate, de escucha, de preguntas profundas sobre el poder de la maternidad, por lo menos en Oaxaca, dice Cristina Galante quien defiende su postura como pequeño barco en medio de una tormenta en el Adriático.
Galante cita a la española Casilda Rodrigañez, que propone el derecho a una maternidad empoderada, consciente, plena, libre de modas, que sea vivida como lo que es, un estadio sexual más del cuerpo. Sitúa la represión y negación de la sexualidad de la mujer en la maternidad en el centro del sistema patriarcal. Explica muy bien la analogía entre violación (un coito doloroso, con miedo) y parto hospitalario medicalizado; ambos son dos experiencias físicas de dolor y humillación que no tendrían porque ser así.
Cristina Galante cree en esa maternidad y rechaza la idea formada a través del tiempo por la medicina hegemónica que ha controlado ese momento de la vida a través del medio, haciendo sentir a las mujeres inseguras e incapaces, inhibiendo las hormonas del placer, interviniendo medicamente en un ambiente frío y hostil. 
“Mantener el parto en los hospitales garantiza la reproducción del miedo, refuerza la idea de incompetencia del cuerpo de las mujeres en el acto de parir, garantiza una experiencia de separación y sufrimiento para los nuevos habitantes de este planeta”, todo ello contrario a las experiencias exitosas de países como Holanda e Inglaterra que tienen las mejores estadísticas de partos satisfactorios y exitosos en casa. En cambio en México se persigue a las parteras, con o sin título, se desincentiva el parto en casa y se disminuye el gasto en salud.
La maternidad libre y gozosa pasa por el cuerpo, por los fluidos y los ríos hormonales que si se dejan libres, producen placer y más placer. Pasa también por nuestro derecho a decidir dónde y cómo queremos parir, por mirar el potencial de nuestro útero, siendo conscientes del conocimiento y sabiduría de nuestro cuerpo.
Infancia es destino
La ciudad donde nació está rodeada de agua. Margherita di Savoia, Italia, está ubicada a orillas del mar Adriático y es también el sitio de desembocadura del segundo río más grande del sur del país en forma de bota, el ´Ofanto.
La fuerza del agua mueve a Cristina Galante, la niña que creció escuchando las historias que a la mesa cada día su padre contaba al volver de las minas de sal, historias que se hilvanaron en su memoria como lo hacían su abuela y su abuelo maternos, costurera y sastre, respectivamente.
María Cristina Galante Di Pace creció en una familia tradicional, con la clásica definición de roles para hombres y para mujeres, separada físicamente de los varones tanto de su edad como de los mayores, condición que se repetía en la escuela e incluso donde le estaba prohibido tener amigos varones, lo que logró a la edad de 15 años, bajo la estricta supervisión de su padre.
Titulada en Obstetricia por la Universidad de Florencia, refiere que el único niño cercano era su hermano, dos años menor que ella, con quien el significado de la diferencia biológica no tenía ningún significado para Cristina.
“Él y yo jugábamos a ser el otro, es decir, él a ser yo y yo él. Yo me sentía verdaderamente él en ese juego, me llamaba con su nombre, pensaba como él (eso creía). Así seguimos varios años, enfermándonos juntos, leyendo juntos, sintiendo juntos”.
Pero un día, siempre hay un día, la madre y su abuela decidieron empezar a tratarlos de manera distinta, el juego ya no era divertido para las adultas de su casa. Su hermano se fue lejos de casa a vivir con la abuela porque el abuelo había fallecido y él sería su compañía, lo que para Cristina Galante eso representaba privilegios para su hermano, privilegios que como mujer ella no tendría.
Los roles le asignaron a la adolescente tareas de casa, las mismas que todas conocemos, dice, además de las restricciones que su hermano no tendría: para él, nada en casa y mucho en la calle.
Mientras para mi familia esta decisión tal vez partía del temor de que termináramos confundidos, para mi ese giro traumático que tomó mi vida, representó la pérdida de mi hermano-espejo, el darme cuenta de que esa pequeña diferencia biológica se estaba volviendo la causa del abismo entre nosotros, el inicio de un enojo incontenible que me llevó por una lado a una rebeldía iracunda y, por el otro lado, a darme cuenta que mi vida la dedicaría a insistir y recordar que las mujeres tenemos derechos.
Fue ese día, ese momento sin determinación precisa en el tiempo, el que llevó a Cristina Galante Di Pace “a empezar a sentirme en cautiverio, mientras veía a mi hermano con el gran privilegio de la “libertad” y simplemente no entendía ¿por qué?”.
Con su castellano perfecto y ese tono que denota su lengua materna, narra que en un principio luchó contra mi hermano, “porque era el que estaba a mi  `altura´ simbólica y físicamente hablando; podía golpearlo y gritarle todo lo frustrada que me sentía”.
Con mi madre y mi abuela, católicas, peleaba también porque pensaba que no iban a entender; con mi padre en cambio, socialista y humanista usaba la intelectualidad, intentando hacerle ver la incoherencia entre lo que decía sobre la justicia y la igualdad, y la manera en la que me discriminaba respecto a mi hermano.
Y sí, empezó todo, así empezó su yo feminista.
Aunque estudió Obstetricia en Italia sostiene que su verdadera formación fue con la partera juchiteca Ná María, con las parteras italianas que se salieron del sistema y con parteras tradicionales o re-conectadas con la tradición, dice esta mujer que durante décadas ha luchado por humanizar el parto, el nacimiento, el principio de una vida.
Galante Di Pace identifica momentos claves en su construcción feminista que inicia como relató antes desde la casa materna.
La austeridad familiar la impulsó a realizar un sueño temprano, contribuir a mejorar la condición de su casa, de ahí que entró a trabajar en una empresa de aguas termales que contrataba mujeres para trabajo de temporada.
Cristina Galante identifica ese momento como un segundo impacto de injusticia que no alcanzaba a entender: la explotación de mujeres, madres solteras y ancianas, principalmente, quienes durante 14 horas de trabajo consecutivo, sueldos bajos y sin ninguna clase de prestación social desarrollaban ese extenuante trabajo.
Hoy, apunta, esa situación no sería ninguna novedad visto en un contexto de explotación más amplio, “pero para mi fue una gran sorpresa” y vinieron nuevas preguntas ante la aparente pasividad de las mujeres que no se rebelaban ante esa condición laboral.
De ahí que, al segundo mes de trabajar en ese lugar, formó un sindicato, para alzar la voz, pedí asesoría y convoqué a la primera asamblea de trabajadoras, única en la historia de la empresa. Y como en todo esfuerzo, inició con un grupo pequeño que poco a poco creció, “logramos un contrato de trabajo y garantías”.
Pero Cristina Galante, contratada para acarrear pesadas cubetas de lodo, era menor de edad y fue despedida después de lograr la insurrección laboral, nunca más la contrataron, dice, pero tiene en su memoria el gusto de ver a esas mujeres de otra manera: empoderadas, que la abrazaban gustosas, efusivas.
“Abrazo cuyo significado he ido entendiendo a lo largo de los años, conforme fui creciendo, fui mamá y mujer mayor”.
El tabú de la sexualidad
El tema de la sexualidad en una familia tradicional, “clásica” y católica, fue para Cristina Galante y para las jóvenes de época, como lo fue para su madre y sus abuelas, un tabú. Nadie hablaba de la virginidad y menos aún del acceso a anticonceptivos. Simplemente, añade, en mi pueblo no había ningún espacio donde poder hablar de la sexualidad.
El resultado fue ese cuarto oscuro al que se llega “después de decidir con quién y dónde”, pues en pocos meses se enteró que estaba embarazada, un embarazo no deseado. La única claridad que tenía era la de no querer y no poder tener un hijo, pues ni siquiera ingresaba a la preparatoria.
Se produjo entonces lo que llama “la cruda y dolorosa realidad de un aborto clandestino, en un cuarto de un departamento, en una ciudad a 350 kilómetros de distancia de su casa, haciendo como si nada para que mi madre y mi padre no sospecharan”.
Por eso sostiene que la luz siempre será la información. Buscó información para cambiar esa realidad, y como el que busca encuentra, ella halló una asociación que proporcionaba esa información que en su pueblo no existía. Fundó el primer grupo para encender la luz de la información y defender los que después serían llamados derechos reproductivos.
Vinieron las décadas de los setenta y ochentas con sus marcas generacionales, sus movimientos políticos y sociales, las décadas de los grupos extremistas, los atentados, la radicalización de la lucha política.
Para ella, el feminismo era un lugar aún lejano, un movimiento citadino que no llegaba. “Desde el pueblo sureño veíamos el feminismo como un referente, una fuerza que permitía sentirse acompañadas, para mi una confirmación del “no soy la única”.
El feminismo, desde los referentes intelectuales llegaron después con la entrada a la Universidad de Bari, terminando los setenta, añade Cristina Galante.
En esa institución, empezó sus estudios en Ciencias Políticas y a sus manos llegó El segundo sexo, el libro emblemático y transformador de Simone de Beauvoir y como tal  “irrumpió en mi vida dándole a mi sentir las palabras que necesitaba, mientras se empezaba a teorizar con las herramientas del marxismo y el psicoanálisis sobre las relaciones de poder dentro de la familia y la sexualidad”.
Luego el contexto social dio un giro. Las acciones-luchas concretas y sentidas, pasaban por un territorio que iba a ser fundamental para el resto de mi vida: el cuerpo de las mujeres, explica y refiere los hechos fundamentales como fueron las leyes en favor del divorcio y de la despenalización del aborto.
Explica que para ambas cosas, en particular el aborto, la lucha fue larga, difícil, profunda. Creo que fue un momento de gran maduración para el movimiento porque amplió la acción política involucrando un amplio número de mujeres que empezaban a vislumbrar la posibilidad de poder decidir sobre su cuerpo, tanto afuera (con quién estar casada), como adentro (si tener hijas o hijos y cuándo).
En mi historia, aún ligada a mi país de origen, estos fueron momentos fundamentales aunque estaba todavía bien alejada de mi la idea de volverme partera, dice esta mujer de amplia sonrisa, de aparente tranquilidad y de muchas ideas.
México, país es destino
El destino trajo a Cristina Galante a México y su destino fue Oaxaca donde reside desde los años ochenta. Ahí se encontró a un grupo de feministas, que entonces se contaban con los dedos de la mano, pero además no eran bien vistas, y el clima social era distinto.
Pero vivir en Oaxaca no fue vivir en la ciudad. Cristina Galante empezó un periplo por las comunidades, donde encontró el verdadero parteaguas de su vida, la sacudida, dice, cuando se refiere a las temporadas que pasó las comunidades indígenas, ahí descubrió otro lenguaje y una fortaleza que se expresaba de manera muy distinta, muchas veces sin palabras, profunda e indescifrable, confiesa con un brillo distinto en su mirada.
Describe que las indígenas buscaban su propio camino hacia la dignidad con otro ritmo, con otra intención, en tiempos en que las reivindicaciones que el movimiento feminista creía importantes para el mundo de las mujeres indígenas y campesinas y lo que ellas mismas querían y podían empezar a plantearse en una organización política y social que tenía su lógica y su razón de ser.
Conoce el trabajo intelectual de mujeres como Margarita Dalton y Josefina (Chepa) Aranda en Oaxaca, y de Marcela Lagarde y Marta Lamas ambas en el Distrito Federal, sólo por mencionar algunas y, al mismo tiempo, “quedaba capturada por la profundidad reflexiva de curanderas y parteras que despertaron mi parte espiritual, intuitiva, mágica, sabia”.
De mujer a mujer
Se refiere a Doña Ángela, la curandera, y Ná María, la partera, con su mundo de plantas y rituales, de cuidados y sanación, me mostraron un poder femenino que no pasaba por la reivindicación sino por el saber ancestral, el que es trasmitido de mujer a mujer, el que se susurra, el que se guarda en el corazón, el que se comunica con la naturaleza. Lenguajes distintos, mismo territorio. Otra forma de empoderamiento.
Esos lenguajes, apunta, son los que han nutrido su “ser feminista”, para fortalecer mi camino y situarme en el territorio del cuerpo de las mujeres, su salud, sus emociones, su expresión.
En 1994, junto con Clara Sherer y Antonieta Vizcaíno Cook, fundamos el Centro de Estudios de la Mujer y la Familia (CEMyF) que cinco años después se volvió CEMyF–Género y Salud. Así su trabajo se centró en una visión de la salud totalmente relacionada con la educación de género y el efecto que los distintos roles tienen en el nivel emocional y físico.
Diez años después, en 2004, junto con Araceli Gil, funda Nueve Lunas, organización centrada en el ejercicio y promoción de la partería y del derecho a un parto digno, libre y consciente.
“Es así como mi ser feminista ha estado directamente ligado al cuerpo de las mujeres, a las formas de explotación y sometimiento, al ejercicio del poder que pasa por/con/a través del cuerpo, a sus formas de expresión y potenciales”.
Su recorrido comprende, además las colonias populares de la capital oaxaqueña, donde ha formado círculos de reflexión con mujeres, donde a partir de las dolencias y malestares, las mujeres toman consciencia, se construyen fragmento a fragmento, y a través del cuerpo y su lenguaje, hablaban generaciones enteras de mujeres que pedían expresar su vitalidad, su creatividad, su alegría más allá de las paredes domésticas.
Experiencia que sostiene es conmovedora y que le permitió crecer con ellas en la capacidad de “saborear” el poder de decidir, el poder decir “no” a lo que no hace bien y “si” a la vida, el poder de sentirse personas y pronunciar fuerte la palabra dignidad.
En CEMyF durante 10 años trabajó con grupos de hombres y mujeres, con otras organizaciones sociales y con el funcionariado, “hasta que la “visión de género” se institucionalizó y se volvió parte del discurso gubernamental aportando por un lado algunos cambios importantes, justificando programas que tenían intereses bien distintos por el otro”.
Pero Cristina Galante que viene de un mundo de agua, volvió al mundo de la partería, “el mundo de las mujeres sanadoras, de las curanderas, de las que a través del cuerpo se comunicaban con los misterios de la vida, con lo no visible y no razonable, con la fuerza de la vida que quiere vivir, con la tierra que tiene su lenguaje y sus dones, con la luna que se embaraza cada mes, con el poder femenino y transformador”.  Fue encontrar su pasión inicial, a los partos, al potencial revolucionario de la maternidad, ahí nació Nueve Lunas.
Violencia obstétrica
En Oaxaca, hace cuatro años fue Nueve Lunas quien puso el dedo en una herida putrefacta: la violencia obstétrica. Un tema que costó trabajo entender y la pregunta era ¿de qué carajos estás hablando?.
“Los cautiverios de las mujeres (citando el subtítulo del libro de Marcela Lagarde) aún no incluían las salas de parto; la violencia se expresaba de muchas maneras, existía en la ley, pero nadie hablaba de la violencia institucional durante el embarazo y parto, de las mutilaciones de genitales con las episiotomías, del dolor por maniobras innecesarias, del ser privadas de la comunicación con el exterior, de la ropa, del alimento, del agua e incluso de la identidad al recibir un número de cama…Nadie hablaba de la soledad, de las palabras ofensivas, del no poder decidir, de vivir en silencio con un cuerpo cortado, intervenido, adolorido, maltratado”. Cristina Galante suelta cada palabra y le da a cada una dimensión, tanto que entonces le preguntaban si acaso no estaba exagerando.
El resultado fue una propuesta para tipificar la violencia obstétrica como violencia de género como parte del paquete de reformas a la Ley de Acceso a una vida libre de violencia para las mujeres y al Código Penal, “era el 2011 y aún había esperanza de cambio en Oaxaca”, dice y recuerda que el mismo poder Ejecutivo firmó la propuesta de ley.
La iniciativa se presentó al Congreso local.  El mismo gobierno, representado en la “finísima persona del secretario de salud en turno”, organizó la oleada de protestas del gremio médico en contra de la iniciativa que elegantemente fue enviada al fondo del cajón a dormir el sueño eterno.
La violencia obstétrica fue retomada en otros estados y se han publicado incluso informes sobre el tamaño del problema y las posibles formas de abordajes. Una de ellas es que el actuar médico no se castigue de forma penal sino administrativa, a pesar de que se demuestre que va en contra de los derechos humanos de las mujeres.
Pero Cristina Galante sostiene que si bien es muy importante que desde la política pública se tomen las medidas necesarias para prevenir y modificar los actos de violencia obstétrica, existe el derecho humano innegable a recibir la mejor atención disponible. Esto implica que el personal de salud esté constantemente actualizado y actúe de acuerdo a las evidencias científicas más recientes; si no lo hace así y perjudica de manera temporal o permanente a la mujer debe incurrir en sanciones también de tipo penal.