Soledad
JARQUÍN EDGAR
La peor
tragedia de la humanidad es haber perdido la humanidad. No me refiero al
sentimiento compasivo frente al dolor de las otras o los otros. Lo que hemos
perdido es esa capacidad de ayuda, de solidaridad, de sororidad cuando es entre
mujeres, de acompañamiento y de todo aquello que haga más ligera la carga de
las demás personas, menos peligrosa, menos riesgosa, menos trágica. Por sobre
la humanidad está la propiedad.
Oaxaca,
Chiapas y Guerrero son las entidades visiblemente más pobres, marginadas,
olvidadas, los resultados están a la vista y en ese fenómeno de empobrecimiento
las mujeres son las afectadas, porque históricamente han sido las que menos
oportunidades han tenido.
México vive
tragedias derivadas de la corrupción que toda la población decimos aborrecer
pero que en algunas ocasiones seguimos practicando en medidas pequeñas o tan
grandes, según sea la “oportunidad”. Recuerdo ahora un dicho horripilante que
he escuchado decir a algunas personas: de que lloren en mi casa a que lloren en
la tuya, prefiero lo segundo. Terrible.
El asesinato
de mujeres por ser mujeres. Seres de menor valía sobre las que otra mitad tiene
el poder, un error en la construcción histórica de la humanidad, que crece y se
vierte también sobre los que no tienen poder.
Recién se recordó
en México la desaparición de los estudiantes de la escuela normal Isidro Burgos
de Ayotzinapa, cuya desaparición y asesinato parece no generar sino molestia
entre la clase gobernante surgida de todos los partidos políticos entre quienes
lo importante es el poder, no la justicia.
Y poco antes,
en ese fatídico 2014 en otro lado del mundo, en Chibok, una comunidad
nigeriana, más de 130 jóvenes mujeres de entre 16 y 18 años fueron
secuestradas, sacadas de su escuela por la organización extremista Abubakar
Shekau, cuyo líder Boko Haram advirtió que la vendería en el mercado. Nada se
sabe de ellas.
La violencia
está en México como en Nigeria. Da lo mismo si fueron narcotraficantes o
personajes siniestros, como se califica a Haram, dispuesto a esclavizar a estas
jóvenes cuyo pecado fue aspirar a estudiar, el mismo “error” de los aspirantes
a maestros rurales.
Las
atrocidades se cometen cada cuanto en el mundo, la población migrantes es una
de las peores víctimas. Por años hemos sido testigos de la muerte de migrantes.
Y aborrecemos la conducta de personas tan terribles como Donald Trump y de
otros miles de estadounidenses que consideran que los otros y las otras son
estorbos, delincuentes por no pertenecer a su mismo territorio o por no tener
su mismo color de piel.
El año
pasado, la Organización Internacional de la Migración reveló una estadística
escalofriante, pues en poco más de una década, 40 mil personas habían muerto en
las fronteras del mundo. Más de la sexta parte fallecieron en la frontera
mexicana con el vecino país, Estados Unidos de Norteamérica. No todos eran
mujeres y hombres nacidos en México, también había guatemaltecos, salvadoreños
y hondureños y de otras naciones del continente que buscaban salir de la
violencia y de la pobreza, los dos factores que obligan a la gran mayoría a
buscar otros horizonte, otros modelos de vida.
Nuestro patio
trasero, como bien se le llama a la frontera mexicana con Centroamérica es otra
cloaca de muerte para miles de migrantes que sufren la depredación de los otros
humanos, la explotación, el racismo. La cifras nos revelan la crueldad y es
escalofriante saber que el 80 por ciento de las mujeres y niñas que cruzan la
frontera mexicana sufren violencia sexual. Otras serán explotadas por su
condición de indocumentadas en tugurios
de mala muerte donde la trata de personas con fines de explotación sexual,
prostitución, es un hoyo gigante que nadie quiere ver. Otra vez el machismo que
no castiga a los proxenetas.
Situación que
se repite por años y decenios en la frontera mexicana con el vecino país del
norte. El tráfico de personas en el siglo XXI no es admisible, es imperdonable.
Y vemos cada día las noticias, las que ciertamente dejan de causar estupor o
quizá nos revelan impotentes. Miles de mujeres en el mundo desaparecen, son
robadas para ese mismo fin, degradante estado de descomposición que heredamos
sí de las más bárbaras civilizaciones, que se remontan a las primeras épocas de
la “humanidad” y que no hemos sido capaces de corregir y donde esta visto,
ellas son botín, trofeos, como los bárbaros, reitero.
Noticias que
nos indignan e impotentes solo vemos pasar, no nos sucede a nosotros o a
nosotras, sino a otras personas, a las que no conocemos y por tanto ignoramos,
deseando que nunca nos pase.
El
crecimiento de la ciencia y la tecnología no ha favorecido a las sociedades
para hacerlas más humanas, apenas los derechos humanos, que decimos son
universales no cuajan. Las aprendemos de memoria y las repetimos como si
fuéramos a una clase en la escuela primaria. Quienes nos gobiernan igual
repiten pero no entiende. Se hacen leyes que no operan en las instituciones,
donde lo que impera es pasar sobre los otros y las otras.
Una parte de
las sociedades vive en condiciones de modernidad y civilización, hemos avanzado
en las tecnologías, tenemos hoy más claro lo que sucede en el mundo pero no
avanzamos en la importancia de ser mejores personas. Mientras no nos alcancen
las desgracias de las otras personas no importa lo que con ellos pasen.
La movilidad
humana ha sido condición desde tiempos remotos en una cuestión de
sobrevivencia, conquistamos territorios, aprendimos agricultura, nos asentamos,
pero luego nació la ambición de poseer nuevos territorios. Entonces las
movilizaciones vinieron del norte.
Los europeos
conquistaron el mundo, los otros mundo, saquearon sus riquezas, colonizaron y
gobernaron a su antojo y arbitrio. Apenas han pasado 200 años desde que muchas
naciones del sur nos sacudimos a los del norte.
Hoy la
movilidad humana va en sentido contrario, se huye de la violencia y de la
pobreza en países centroamericanos, africanos y asiáticos, vamos hacia los
menos violentos, se piensa. Pero Europa no está dispuesta a recibir a nadie.
Esta semana
tenemos noticias funestas de migrantes buscando un pedazo de tierra para su
sobrevivencia. Pero un número, otra vez escalofriante se ha quedado en los
mares, en la orilla. Hoy, como hace siglos, el mar Mediterráneo es una fosa
común. En 2014, se estima que más de tres mil personas perdieron la vida y
hasta agosto de este año la cantidad es superior a dos mil, y la organización
Internacional para las Migraciones teme que la cifra pueda alcanzar la
horripilante cifra de 30 mil personas muertas.
Por mar o por
tierra la historia se repite, solo que ahora podemos observar de manera inmediata
los resultado como resultado de los “avances” en las tecnologías de la
información y la comunicación que siguen contrastando con los avances en las
cosas sociales y humanas.
Con horror en
Austria descubrieron un camión con decenas de cuerpos en descomposición, en
tanto dos barcos más se hunden frente a las costas de Libia, en abril fue en
Italia y antes había ocurrido frente a las costas españolas.
¿Cuál es la
respuesta? La respuesta es igual en todos lados, como sucede en la frontera
mexicana con Estados Unidos y en la frontera con Centroamérica, en Europa se
criminaliza a la población que migra hacia sus territorios. Estos hechos son
reales actos genocidas.
Que cambien
las políticas económicas demandan muchas voces en el mundo desde hace mucho tiempo
pero los las empresas que hoy gobiernan no están dispuestas a ceder, por tanto
solo nos queda, como un acto de humanidad, no acostumbrarnos frente a la
violencia atroz, no dejar de indignarnos frente a esta infamia que nos revela
vergonzosamente como una humanidad civilizada pero ciertamente indiferente,
cruzando los dedos para que ese destino, el de los pobres, nunca nos alcance.
¿Será posible?
@jarquinedgar