Palabra de
Antígona
Hablar Claro
Por Sara Lovera
Qué difícil es hablar claro en México. Decir las cosas
por su nombre y evitar las evasivas, con frecuencia teñidas de una
justificación: política o científica. Aunque el ocultamiento derive con
frecuencia de las políticas económicas.
Ahora estamos en puros anuncios y buenos propósitos. Me
puse a pensar en la anunciada Cruzada contra el Hambre, cuyo principal problema
o el primero a atacar es esto de la pobreza alimentaria que atenta contra
la sobrevivencia humana.
Vi en un canal de televisión la entrevista a la
secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles. La vi cómo
explicaba y decía. Cómo sustentaba por qué la pobreza alimentaria
es la arista más dolorosa del hambre que padecen millones de personas en
México, traté de buscar un reflejo, algo que me indicara su verdadera
preocupación.
A Rosario Robles se le olvidó que la cifra fundamental de
esta desgracia se ubica entre la niñez y las mujeres. Que las mujeres siguen
atadas a su condición subordinada en todas las clases sociales, pero que ahí,
donde se padece la marginación y el hambre, ellas son víctimas supremas: ser
madres y cumplir con el ritual hace que no coman de lo poco que pueden
obtener; que trabajen tanto que sus huesos no resistan. Por ello habría
que enfrentar el problema considerando su condición de mujeres y su
condición de pobres, campesinas, indígenas o urbanas de las zonas periféricas.
El tema es central. No hablar directo, no decir y
explicar cómo una cosa está unida a otra parece ingente. Es lo mismo que sucede
cuando se analiza aisladamente y sin contexto la violencia contra las mujeres o
qué sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres. Hoy eso no resiste ni la
justificación política ni la científica: el crecimiento de la violencia
femenina está ligada al modo de producción y al contexto político.
Es igual. Hablar de violencia contra mujeres periodistas,
fuera del contexto y el análisis de cómo se construyen las relaciones de poder
entre prensa y Estado, es como sacarlas de la realidad global: son perseguidas,
hostigadas, amenazadas, por hacer uso de su libertad de expresión, en un
ambiente donde esa libertad está restringida para todas y todos. Y lo que es
cierto es que el impacto tiene diferencias cuantificables y explicables por su
condición de género, pero me deja insatisfecha que eso no se analice en el
marco de la falta de democracia, el abuso de poder y el sistema político
mexicano.
Pareciera que no lo podemos hablar. Que es más sencillo
en todos estos casos ponernos en establecimientos estancos: mujeres, indígenas,
discapacitaciones, infancia, adolescencia, tercera edad, vejez, etc. Y
que mirar en contexto cómo la población mexicana carece de democracia,
está impactada por el capitalismo salvaje y que de acuerdo a las condiciones
específicas se viven situaciones diferenciadas. Nos estamos perdiendo en
los específico y olvidando lo nodal. Una cosa no debe sacrificar a la otra, en
ningún caso.
De la situación que esta viviendo y yo con ellos, todo el
gremio periodístico, no podemos sustraernos. Pero no podemos crear para cada
situación una institución, un recurso, una ley. Necesitamos que se cumpla la
Constitución, que se hagan políticas efectivas y que se rindan cuentas. Si
tenemos un panel de doscientas situaciones diferenciadas, como se diría
coloquialmente, se atiende a tantas cosas que ninguna queda amarrada.
En agosto del año pasado en un reunión de periodistas de
todo el país escuché: En México existe la necesidad establecer medidas para
erradicar la violencia y una política para proteger a aquellas personas cuyo
trabajo es indispensable para hacer frente a situaciones como la
corrupción y a la impunidad del ejercicio del poder y aquella que persiste en
torno a las violaciones a los derechos humanos.
Ahí están globalmente todas y todos. Luego la
especificidad y la realidad: dichas agresiones, de una vez por todas hay que
decirlo: provienen del crimen organizado –que nunca sé a qué se refiere-
y principalmente de cuerpos policiacos, autoridades locales, estatales,
caciques, empresarios, dirigentes políticos y funcionarios
federales. Es decir de un sistema de complicidades, donde ser hombre o ser
mujer, tiene efectos diferenciados, pero el problema principal está en cómo
funciona el sistema, y de ahí partir.
El hambre proviene de un sistema de reparto inequitativo,
que además impacta de forma particular a las mujeres. No me gustaría ver pronto
una ley para combatir el hambre y luego 40 reglamentos que combatan la del sur,
la del norte, la de zonas indígenas y así, leyes hasta el infinito, pero si
necesito coordinar y atender globalmente con políticas públicas que involucren
a los tres poderes y a los tres niveles del Estado. En eso Rosario Robles hizo
muy bien el análisis.
Lo que le faltó es analizar las situaciones diferenciadas
que deben tener políticas específicas. En eso consiste, según yo, la visión de
género. Lo primario es eso, pero lo otro requiere de presupuestos, programas y
políticas, las que no pudo, no quiso o está impedida políticamente
impedida para nombrarlas.
Un día escuché a una política que las mujeres, con tantas
leyes, ya estábamos recompensadas y que no habría porque hacer políticas
específicas. Es decir hemos legislado tanto y en pequeñas dosis para la salud
del país y la democracia que hay sectores amplios que creen que las mujeres
estamos en el paraíso. Igual pasó con la situación de los trabajadores, ahora
resulta que sus derechos conquistados son prebendas y tras el reparto de la
tierra se creyó que se había hecho justicia al campesinado.
Yo creo que la culpa la tiene la mala explicación. Por
una parte es una maravilla que sean las mujeres mayoría en las redacciones de
los medios, porque esa es una oportunidad y por la otra es una desgracia porque
se trata, la del periodismo, una de las profesiones de alto y tremendo riesgo.
O sea: ¿ya no participamos? O ¿sí participamos? En esta, como en otras
profesiones de alto riesgo, como la industria minera, la militar o la del sexo.
Creo que hemos exagerado en las reglamentaciones y los
análisis particulares, porque sabemos que las mujeres sufren estragos en
su vida completa, alimentaria, política y social en forma diferente que los
hombres. Y que tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones, que
necesitamos políticas específicas que hay que reconocer y que nos urge una
mirada abarcadora y concreta al mismo tiempo. En palabras del viejo Marx: ir de
lo global a lo particular y viceversa, de la teoría a la práctica y al revés;
de la comprensión global y sus especificidades.
Borrar una u otra es erróneo. No se puede hablar de
libertad de expresión sin considerar los intereses de los dueños o dueñas de
los medios, de lo que se habla poco; no se puede hacer una cruzada contra el
hambre, con despensas, pero tampoco se puede hacer eso sin presupuesto y visión
integradora: con género y todo.
¿Y saben por qué? Porque en la administración de Enrique
Peña Nieto de lo que se trata es de borrar la política de género, con el engaño
de todo global y nada particular. Porque hay algo en el pasado de él y su
equipo de trabajo, que les impide ver; porque no es sólo el machismo y la
explicación científica del patriarcado lo que expone esta situación. Hay que
indagar, hay que ver de qué se trata y por qué.
Lo que duele un poco es que quienes han estado en el lado
opuesto ni chistan. Rosario Robles, como jefa del gobierno de la ciudad de
México, creó un sistema para localizar a estas mujeres marginadas, pobres y de
salud disminuida para atender su especificidad y, al mismo tiempo, crear un
sistema de salud integral para la ciudadanía, con becas, seguro de desempleo,
empleo, etc. Por ejemplo, quién puede recordar que se organizó a las costureras
para confeccionar los uniformes de todas las escuelas, en cooperativas
productivas y no sólo se reconoció su desempleo y marginación.
Me preocupa que estas cuestiones no se estén debatiendo;
que haya silencio, porque sucede en todas partes, porque sucede en el Distrito
Federal, donde creíamos que habíamos avanzado en este sentido, porque sucede en
Chiapas, el lugar donde el gobierno habló de gobernar con el eje de las Metas
del Milenio - la falacia internacional- que suena bonito; porque empezamos a
perder la enjundia para detectar que volvimos al sistema de muchas palabras,
esas que por más que se elaboren, no dicen, no explican, no son sinceras y no
vienen de la realidad.
Y nada más.