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Infografía: Paulina C. Jarquín |
· Violencia y embarazo
prematuro, sus dos componentes
Soledad Jarquín Edgar, corresponsal
SemMéxico.- Flor tiene ahora 38 años y
cinco hijas e hijos.
Desde los ocho años cuidaba pequeños en
casas ajenas. Un día su madre decidió dejar Pluma Hidalgo, población asentada
en la Sierra Sur de Oaxaca, así que en una mula subió sus pertenencias y caminó
con sus hijos rumbo a la capital oaxaqueña, pero Florecita no iría con ella.
“Tú aquí al menos tienes trabajo”, le dijo. Ella lloró, mientras veía a toda su
familia perderse entre los montes. Florecita se quedó con la familia para la
que trabajaba y recibió toda clase de maltratos.
Dos años después, su mamá mandó por
ella, aunque en realidad era porque una señora necesitaba una niña para que le
ayudara en la casa, esta vez en la capital mexicana. Seis meses después la
devolvió y le pagó por sus servicios 150 pesos “con un montón de monedas”.
Por fin, Florecita se estableció con su
familia, como siempre cuidaba a tres de sus hermanos pequeños, ahí mismo
conoció a su futuro marido, con quien huyó después de que su madre la trató
mal, la golpeó e insultó, al igual que uno de su hermanos mayores, por haber
llegado tarde de un baile la noche anterior, “así ya no sirves”, le dijo su
madre, mientras su hermano la vilipendió. “Yo estaba consciente que no había
pasado nada”, dice tranquila.
Florecita explica que antes de los 13 y
pese a las dificultades que enfrentaba su mundo era de “color rosa”, comparado
con lo que se convirtió su vida cuando a los 13 “huyó con su marido”, entonces
sí, todo se volvió negro, pues el muchacho de apenas 19 tenía desde entonces un
problema de alcoholismo, tanto que la dejaba sola por días, sin dinero para comer
aunque ya estaba embarazada.
Así, en esas horas largas de soledad y
hambre, Florecita soñaba con ser secretaria y trabajar en una oficina, mientras
su vientre crecía cada día. Todavía recuerda cómo el personal médico del IMSS, donde
nació su primera hija en junio de hace 24 años, les decía: Qué van hacer, llora
la niña, llora la mamá y llora el papá, esto no es juego y ahora tienen una muñeca
de carne y hueso.
En Oaxaca durante 2015, de acuerdo con
datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 29 menores de 15 años
contrajeron matrimonio. “Nada, en comparación con las niñas que sin casarse son
obligadas a vivir con un hombre, aún cuando éste tuviera su misma edad”,
expresa Ximena Avellaneda Díaz, Directora del Centro de Capacitación en
Liderazgo y Gestión Comunitaria del GESMujer, quien sostiene que el problema mayor entre las
niñas y adolescentes oaxaqueñas se da en las uniones tempranas, es decir, que
no necesariamente se casaron por alguna de las leyes, la civil o la religiosa,
pero cuentan con el aval de la comunidad, de las autoridades y no son mal
vistas porque así es el uso y la costumbre.
Afirma que las uniones tempranas o, en
su caso, los matrimonios infantiles son un tema recurrente cuando en los
seminarios o talleres estudian uno de los ejes más importantes: los derechos
reproductivos y sexuales.
El problema es que las uniones tempranas
que son más recurrentes que el matrimonio infantil no tiene ningún registro
oficial, pero al margen de las cifras Avellaneda Díaz afirma que muchas de las
niñas adolescentes son obligadas a unirse a personas que generalmente son mucho
mayores que ellas, lo que repercute de forma terrible en su vida, porque hay un
primer embarazo que se da casi de manera inmediata, dejan la escuela
automáticamente y se ven sometidas a tratos violentos con mucha frecuencia.
Ocultas las niñas de 10
y 11
Efectivamente, las estadísticas
oficiales no dan cuenta de las uniones o matrimonios tempranos, las niñas de 12
son puestas en el grupo que va de 12 a 19 años, dejando fuera que en algunos
casos las niñas se unen a una pareja entre los 10 y los 11 años de edad. La
Encuesta Intercensal 2015 destaca que el 6.5 por ciento son solteras, en tanto
que 8.4 por ciento son casadas o unidas, en el grupo de 12 a 19 años de edad.
En es sentido la académica e
investigadora de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, Leticia
Briceño Maas, revela que muchas veces se trata de matrimonios o de uniones
forzados y que se pueden presentar entre los nueve y los 13 años de edad.
Avellaneda Díaz como Briseño Maas
coinciden en que la educación permite a las niñas y jóvenes postergar un
casamiento y también el nacimiento de sus hijos e hijas.
Briseño Maas, fundadora en la UABJO de
la Dirección de Equidad y Género y ex secretaria Académica de la misma
institución, indica que los matrimonios infantiles son decisiones que las niñas
no toman desde la consciencia plena con implicaciones en su salud por los
embarazos no deseados, problemas de mortalidad materna –en 2011, la Red por los
Derechos Sexuales y Reproductivos (Ddser) informó que la mortalidad materna en
mujeres menores a 20 años era de que 69.1 por cada 100 mil nacidos vivos, en
2015 la tasa de mortalidad materna en general en la entidad fue de 46.7 por
cada cien mil mujeres-; en segundo lugar, plantea, hay una transmisión intergeneracional
de la pobreza; en tercer lugar limita sus posibilidades de futuro, dejan la
escuela, además de ser un factor de riesgo de violencia, desde la emocional y
física hasta la sexual.
Expuso que muchas veces las niñas son
casadas o las juntan porque entre más pequeñas, según la costumbre, es posible
que la dote aminore o que sea más valiosa. Otras veces, las niñas son vistas
como un “bien de cambio”, tienen bajo nivel jerárquico, contribuyen al gasto de
la familia y se convierten en propiedad del esposo. También el matrimonio o la
unión temprana, ante la pobreza, es una alternativa para las familias e,
incluso, se piensa que estarán seguras teniendo un esposo.
Recuerda el caso de una niña de 13 años,
casada con un albañil. Esta unión se hace con la aprobación de las autoridades,
sin embargo, ella es sometida a agresiones sexuales y violencia física. Sin
duda, plantea la investigadora, hay una complicidad de las autoridades, las
iglesias y la sociedad.
Recuerda que en 1999, cuando trabajaba
en Coesida, asistió a una capacitación. “Un médico hizo una exposición sobre
enfermedades de transmisión sexual y presentó el caso de una niña de nueve años
que había contraído el virus del papiloma humano. Éste había sido contagiado
por su esposo, además, dijo el médico, la niña era frecuentemente violentada.
En ese momento pensé que detrás de la historia clínica estaba la historia de
una niña y, sin duda, ese hecho marcó mi trabajo posterior”.
La Directora del Centro de Capacitación
en Liderazgo y Gestión Comunitaria del GESMujer planteó que son muy diversas
las razones que obligan a las niñas y adolescentes a una unión temprana o un
matrimonio infantil, decisión que en ocasiones ni siquiera toman ellas sino su
familia, en otras ocasiones salen por esa puerta debido a las presiones, porque
van mal en la escuela, porque se acostumbra el casamiento temprano o algunas más huyen de la violencia en sus
hogares.
Lo que sí es definitivo es que las niñas
y adolescentes, después de un casamiento temprano, es común que enfrenten un
embarazo para lo cual tampoco estaban preparadas ni en lo físico como tampoco
en lo emocional.
En Oaxaca, de acuerdo al programa de A a
la Z, México sin matrimonio de niñas en la ley y en la práctica, el 25.2 por
ciento de mujeres de 20 a 24 años de edad se unieron antes de los 18 años y es
por tanto uno de los ocho estados con más alto porcentaje de uniones tempranas.
Además ocupa el tercer lugar de matrimonios de menores de 15 años con 5.09 por
ciento, superado sólo por Chiapas y el norteño estado de Coahuila.
18 años, sin excusa ni
pretexto
El 10 de diciembre de 2015, el Congreso
local decretó las reformas al Código Civil para el estado de Oaxaca, las
fracciones II y IV el artículo 105; fracción I y último del artículo 156; se
adicionan las fracciones VIII y IX del artículo 100, y se derogan la fracción
II del artículo 100 y los artículos 151, 152 y 155, con los cuales se establece
que no podrán contraer matrimonio las y los menores de 18 años, además de
eliminar todas las dispensas, permisos o excepciones en las personas que no
sean mayores de edad y que antes de esa reforma podían expedir ambos padres,
solo la madre o el padre, abuelos y tutores.
Alejandro Solalinde, sacerdote católico,
señala que el Derecho Canónico establece como edad mínima para casarse los 18
años, luego de que se ajustaran las leyes católicas con las leyes civiles y en
caso contrario, si se efectuara una boda religiosa entre menores de 18 años es
motivo de nulidad de este sacramento.
Como lo señalaron Briseño Maas y Avellaneda
Díaz, Solalinde agrega que antes de los 18 años, las niñas y los niños no
tienen la madurez suficiente para tomar una decisión de esa naturaleza,
significaría un desastre o un fracaso para ellas y para ellos.
Si se casa a las y los niños se les interrumpe
su proceso de maduración, de individualización, cada uno tiene que ensayar en
la adolescencia su propio espacio, su definición sexual, su sociabilización con
el medio, el hacerse responsables y autónomos, de lo contrario seguirán siendo
niños y niñas casadas, afirmó el sacerdote.
Solalinde reconocido como defensor de
los Derechos Humanos de las y los migrantes opina que si todavía algunos
sacerdotes validan este tipo de matrimonios estarán incumpliendo a lo que
señalan las leyes canónicas.
El sacerdote expone que en 1982, cuando
llegó a Oaxaca, fue enviado a servir en la parroquia de San Pedro Amuzgos. Era
común que las madres y padres presentaran a parejas de jovencitos y jovencitas
para casarse. Pero el caso que más recuerda es el de Betito, un niño de 12 años
a quien su familia quería casar con otra niña de su edad.
“Yo me negué y les explique que estaban
tan chiquitos que ni siquiera podrían tener relaciones sexuales. La mujer me
contestó que no era así, que empezarían a dormir juntos como hermano y hermana,
y que cuando llegara el momento tendrían relaciones, a pesar de eso, me negué y
la familia se molestó mucho”, refiere Solalinde.
Salto generacional
Ana María Emeterio
Martínez, coordinadora del Centro de Atención Integral de la Mujer Ayuuk,
señala en entrevista que a ella le tocó romper con “una costumbre” que sí vivieron
su madre y su abuela. En las dos generaciones anteriores a la de ella, una
mujer de 15 años era considerada una quedada en la gran mayoría de las
comunidades mixes. Su abuela se casó poco antes de los 15, su mamá a los 12.
Cuando su abuela era
niña o adolescente no había escuela. La generación de su mamá pudo estudiar
hasta tercer grado de primaria, pero su abuelo decía que no necesitaba ir, que
bastaba con “buscarle un buen hombre”. Ana María Emeterio tuvo más
posibilidades y estudió una licenciatura, tiene poco más de 30 años, lleva dos
años casada y espera a su primer hijo.
En la década de los
cincuenta las niñas no la tenían fácil. Los maestros no querían a las niñas en
la escuela, no les hacían caso, no les revisaban las tareas y no las tomaban en
cuenta, solo se dedicaban a atender a los niños, explica Ana María Emeterio.
“Algunas mujeres me
contaron que esa fue una de las razones por las que dejaron de ir a la escuela,
pues muchas de ellas tenían que caminar mucho para llegar a la escuela y
sentían que su esfuerzo no era valorado, dejaron la escuela y pronto terminaron
casadas”.
Sus antecesoras tenían
como destino casarse, tener hijos y vivir cuidando su casa. La generación de
Ana María Emeterio, compuesta por apenas 27 muchachas y muchachos tuvieron más
oportunidades de ir a la escuela. Al menos cinco terminaron una carrera
universitaria fuera de la Sierra Norte de Oaxaca, todas mujeres, dice llena de
orgullo. Aunque dos más se casaron terminando la Secundaria y otras dos se
embarazaron en ese lapso y dejaron la escuela.
Ana María Emeterio
refiere que la historia de su abuela y de su madre estuvo a punto de repetirse,
si no hubiera sido porque su papá le preguntó si ella quería casarse con el
muchacho que había pedido su mano cuando ella apenas estaba estudiando la
secundaria. “Le respondí enojada que ni siquiera conocía al muchacho. Mi papá
se sintió tranquilo y me dijo, no te preocupes, si no quieres casarte no te vas
a casar”.
Con su madre la
historia es distinta. Su abuelo tenía propiedades y tierras y decía que a sus
hijas nada les iba a faltar y que ni siquiera era necesario que fueran a la
escuela. Pero el abuelo es asesinado por órdenes de un cacique de la región,
cuando su mamá tenía 12 años.
Apareció un hombre ante
las autoridades para decir que quería casarse con mi mamá que tenía tres años
trabajando en las tierras de mi abuelo, era una especie de demanda. Mi abuela
respondió que sí, que trabajaba en la finca cafetalera pero que no había ningún
compromiso, que se le pagaba por su trabajo. La autoridad le dio la razón a mi
abuela, pero apareció otro hombre diciendo que ya hasta le había entregado el
anillo de compromiso, algo que ni siquiera se usaba en esas poblaciones
asentadas en la Sierra Norte de Oaxaca. Mi abuela negó tal compromiso.
Entonces las
autoridades decidieron apresar a mi mamá, pero mi abuela dijo que sería ella la
que se iría a la cárcel mientras se aclaraban las cosas pues la niña no sabía
nada. Cuando finalmente la dejaron libre, unos días después, ella determina que
es necesario encontrarle un marido a su hija, porque al estar “solas” corrían
peligro. Así que hicieron un trato con la familia de mi papá, que era un poco
mayor.
Ana María Emeterio
explica que tuvieron tiempo de conocerse, sus padres se casaron primero por la
iglesia y después por lo civil, pero ella tenía apenas 12 años. Sobrevivieron
13 hijas e hijos, tres o cuatro más murieron en los primeros años de vida.
Mi madre me contó que
le hubiera encantado ir a la escuela, pero su abuelo pensaba que no tenía
ninguna necesidad de aprender, pues iba a heredar sus bienes. “Para qué
estudias, le dijo, solo tenemos que fijarnos en un buen hombre que te pueda
mantener y pueda mantener todo lo que yo he construido”. Sin embargo, con la
muerte de su abuelo, la historia de su madre cambió, señala Ana María Emeterio.