miércoles, 31 de agosto de 2016

Madre a los 12

Madre a los 12, violencia sexual delito impune

·      La niña ha tenido que dejar la escuela, ninguna autoridad ha respondido

Soledad Jarquín Edgar, corresponsal
SemMéxico, Tlaxiaco, Oax.- “Lilia” todavía no aparece, su madre, María, su madre nos recibe tímida y trae dos cubetas de plástico que alguna vez fueron de pintura. Los voltea y con voz que apenas se escucha nos ofrece sentarnos. La casa es de madera, el techo de lámina y una ligera capa de cemento cubre la tierra, en esa loma inclinada de Santa Catarina Tayata.
Alrededor un envidiable paisaje: ocotes, encinos, enebros y madroños refrescan el viento que mece la milpa del terreno contiguo, mientras el sol calienta la tierra, de un camino polvoriento que contrasta con el verdor de la zona.
Lilia aparece, tiene 12 años, va de un lado a otro, busca el peine se alisa el cabello recién bañado. Se detiene, nos mira, su mirada es tierna y en su rostro hay tristeza. Pero sus palabras son certeras, pero no deberían ser las palabras de una niña de 12 años.
Sueña que un día será doctora, hace poco más de un año terminó su quinto grado de primaria con 9,5 de promedio, el porvenir en medio de precariedades le habían hecho prometer a su mamá que la “sacaría adelante…”.
El llanto de Lenin interrumpe sus pensamientos, el bebé de apenas tres meses reclama por hambre. Esa es ahora su realidad, un hombre conocido por su familia, el padrino de su mamá, la violó y ella, que entonces tenía 11 años, terminó embarazada. Hoy es una niña con un muñeco de carne y hueso.
El miedo de que Federico Cruz Juárez, a quien la pequeña Lilia señaló como su agresor sexual, cumpliera su palabra de matarla y matar a su mamá, paralizó por meses a la niña que ignoraba las consecuencias de la agresión sexual aquella tarde de agosto de 2015.
“Quiero justicia, que lo metan a la cárcel. Que esté en el reclusorio para que no le haga daño a otras niñas como yo”, dice mientras juega con su pelo largo. A diferencia de María, su madre, Lilia habla más rápido, ahora no tiene temor y dice las cosas sin tapujos, como si estuviera leyendo la vida de una extraña y no la suya, mientras habla recargada en la pared de madera.
Recuerda que faltaban dos semanas para terminar las vacaciones de verano, las que como era costumbre pasaba con la familia de la madrina de su mamá en Tlaxiaco, a unos 25 minutos de su casa.
Lilia entró a la recámara para jugar con la “Tablet”.  De pronto escuchó que cerraron la puerta, “era el señor Federico”. Se llenó de temor porque la nieta de Federico le había advertido “que se cuidara de su abuelo, nunca le pregunté por qué”, dice la pequeña que no tenía idea alguna de lo que podía pasar.
Le preguntó por qué cerraba la puerta. No hubo ninguna respuesta, de un vilo fue arrinconada contra la pared, se golpeó la cabeza y se desmayó. Cuando despertó el hombre estaba encima de ella y éste la volvió a golpear lo que de nuevo la dejó inconsciente por breves minutos.
Cuando despertó se sintió adolorida del cuerpo, pero no tuvo tiempo de más, porque vino la amenaza de Federico. Cuando llegó la hija de Federico le pidió que la llevara de regreso a Santa Catarina Tayata, ella le dijo que no, que todavía faltaban dos semana para terminar las vacaciones, entonces le pidió que la llevara a su casa, lo que la libró de estar bajo el mismo techo que su agresor por los siguientes 15 días.
Lilia había acompañado a la hija de Federico durante su embarazo y cuando nació la niña se encargaba de jugar con ella. Era normal que se encontrara entre esa familia, donde nunca le pagaron por la tarea de cuidados de la bebé y a cambió le daban fruta y en una ocasión sus útiles escolares.
María dice que Lilia regresó muy callada, muy triste, empezó a bajar sus calificaciones y se volvió retraída. Lo que confirma Lilia, quien asegura que sus tíos más chicos se dieron cuenta de que algo le había pasado pero tampoco tuvo valor de contarles.
En enero pasado, a 20 días de cumplir sus 12 años, la niña sintió un fuerte dolor en el estómago. Lilia y María acuden al doctor en la clínica, pero el médico no estaba. Las atendió una enfermera, quien sin más le dice a la madre que sospecha que la niña está embarazada. La enfermera no pregunta más y solo le da paracetamol para el dolor.
Un primo de María sugiere que mejor la lleven a un hospital particular. En Tlaxiaco primero acuden a Farmapronto, donde le hacen una prueba de embarazo y confirman la sospecha de la enfermera de Santa Catarina Tayata.
De inmediato se trasladan al hospital Hidalgo, María no puede creer, la historia de su vida se volvía a repetir en su pequeña Lilia.
En el hospital la doctora María Cristina Cortés Tlalolini realiza un ultrasonido. La médica pregunta a María si estaba enterada y si sabe qué ha pasado. Ahí, las preguntas de la doctora le dan las respuestas a María, escucha de su hija la narración y se entera que para entonces la niña tiene cinco meses de embarazo.
Cortés Tlalolini sugiere terapia psicológica y les indica que deben denunciar. Les indica además que vayan con el doctor de la clínica de Tayata para que les extienda un certificado médico diciendo que Lilia tiene un tumor en el estómago, para que no la molesten en el pueblo. Pero en pueblo chico el infierno es grande.
También le sugieren a María que vea si ven posible dar en adopción al niño. María le preguntó a Lilia, ella asegura que no podría dejar que eso pasara.
Unos días después el Comité de Padres de Familia y el director de la Escuela “Apolonio Hernández”, de apenas seis decenas de alumnos y alumnas, mandan un citatorio a María para que explique qué ha sucedido “porque los niños andan diciendo que Lilia está embarazada”.
¿Son rumores? La cuestionan los padres y madres de familia. Ella lleva el documento que señalaba que era un tumor, pero decide guardarlo y decir la verdad. No, explica, mi hija está embarazada, la violaron. Suelta de tajo y asegura a SemMéxico que aunque iba dispuesta a decir una mentira reflexionó que no era justo, “que más valía decir la verdad, para que su niña no se quedará ahí…sin denunciar”.
Un grupo de familias y el director la acompañan a ver al síndico para exponer el caso, de ahí se trasladaron a Tlaxiaco ante la Fiscalía. “Declaramos las dos”, dice Lilia, con esa serenidad que denota una carga profunda de tristeza. De la Fiscalía salieron varias horas después, sin copia de su denuncia y desde entonces nada saben sobre los avances de la investigación, excepto que cuando “el pueblo se enteró”, Federico Cruz Juárez puso pies en pólvora.
El parto de una niña
Entrada la madrugada del 7 de mayo, la niña Lilia se convirtió en madre. Su mamá la llevó al hospital de Tlaxiaco, todo estaba listo para que se hiciera la cesárea, pero no tenían material adecuado para recibir al niño que por su peso y tamaño temían podría necesitar.
Al filo de las 13 horas una ambulancia traslada a la niña que en horas se convertirá en madre hasta la ciudad de Oaxaca, los 165 kilómetros, son recorridos en un promedio de tres horas, en una carretera que atraviesa la difícil orografía de la región mixteca y se enfrenta al pésimo estado de la extensos tramos de carretera.
Es el tiempo y es la distancia, es la edad de Lilia, es su cuerpo no preparado para un alumbramiento lo que la traicionan y llega al hospital general Dr. Aurelio Valdivieso en un estado eclampsia.
La intervención quirúrgica finalmente ocurre antes de la media noche.
La historia se repite
María a diferencia de Lilia evade las preguntas. Se escapa entre los recuerdos. Se muerde las lágrimas.
Como Lilia, ella también era estudiante de primaria cuando un pariente cercano de quien no quiso revelar su nombre abusó de ella.
Su familia no le dio la espalda, pero tuvo que abandonar la escuela. 12 años después logró terminar la secundaria en el sistema abierto. Le hubiera gustado estudiar, pero con una niña en su vida desde muy joven el mundo se complicó.
Su hermana y en ocasiones un tío le ayudaban con los gastos, pero luego con el tiempo la ayuda desapareció.
A pesar de que al principio no sabían qué hacer, el hombre que abusó de ella sí estuvo en la cárcel, había sido sentenciado a 12 años de prisión “pero salió luego por buena conducta”.
Lilia pasó muchos días en la espalda de su madre, envuelta en un reboso, mientras ella trabajaba en el campo o lavaba ajeno.
La niña salió buena estudiante, incluso, hasta hoy lo único que les queda es su beca de Oportunidades.
Una vez más
Lilia sabe que la historia de su madre, que es la suya, se ha vuelto a repetir, por eso quiere no vuelva a pasar y asegura que aunque le cueste trabajo va a cumplir su promesa: un día será doctora y va a sacar adelante a su mamá…y ahora a Lenin.
Por lo pronto ninguna autoridad ha atendido el caso de Lilia.