Palabra de Antígona
Las
Patronas
Por
Sara Lovera
El
29 de julio el diario, La Opinión de Los Ángeles difundió un aturdidor video
sobre la actividad de un grupo de mujeres que a instancias de doña Leonila
Romero, hoy llamada la Abuela, se organizaron hace 19 años para dar un poco de
lo que tenían en sus familias a migrantes que transitan por México subidos en
“La Bestia”.
Lo
vi de casualidad navegando en internet. Me escalofrió, como hace dos décadas,
la labor que por humanidad realizan Las Patronas, un núcleo de mujeres que con
su práctica adquirieron conciencia y responsabilidad ciudadana. Sin
altisonancias ni gastados discursos.
El
breve pero sustancioso relato de Norma Romero describe perfectamente
el problema: “primero nos conmovió que los muchachos que venían en La Bestia,
tenían hambre”. Hoy “sabemos que es un asunto profundo: la búsqueda de trabajo,
al que toda persona tiene derecho”, y explica como fue su proceso individual,
pasando de dar sin recibir nada a cambio a comprender que el drama
de estos jóvenes, es hoy el drama de familias completas que huyen de miserables
condiciones de vida.
Con
orgullo y claridad explicó: hoy no somos estas hermanas preocupadas
por preparar unos “lonchecitos” de arroz, un poco de tortillas y frijoles, sino
64 refugios en todo el país, para mitigar momentáneamente una desgracia social
de México y Centroamérica, de un mundo desigual. Nosotras que no habíamos hecho
nada en la vida: “crecimos y estamos dispuestas a luchar”.
Además
encontré dos docenas de videos, cientos de notas y reportajes sobre la labor de
Las Patrona, “admiradas por su sensibilidad” quienes anunciaron,
hace dos décadas lo que hoy asusta y sorprende: åbebés,
niños y niñas, mujeres, ancianos que se arriesgan y buscan reunirse
con sus familias en Estados Unidos, que huyen de la violencia
vivida en sus países, que buscan un cambio en su vida y
que lamentablemente son objeto de abusos y vejaciones.
Las
primeras experiencias de conmiseración en 1995, son hoy la revelación de una
tarea que hay que seguir haciendo ante la ausencia de gobiernos y la
indiferencia de una gran mayoría de la sociedad.
Mujeres
que luego de “servir” sin esperar, estuvieron llenas de miedo porque no sabían
que ayudar a los migrantes podía ser un delito, no sabían nada del Instituto de
Migración ni de los abusos. Norma Romero explica: “empezamos a investigar, a
leer las leyes, a preguntar de dónde venían y por qué venían”, cuáles eran las
consecuencias y cuánto era necesario no sólo “atenderlos”, sino defenderlos.
Las
Patronas de la comunidad que lleva el nombre de Guadalupe la Patrona, en las
faldas montañosas de Amatlán de los Reyes, en el centro veracruzano, herederas
de aquellas mujeres de Río Blanco que detonaron el proceso
revolucionario de 1910, se han convertido en un núcleo ciudadano que ya sabe
defender los derechos, los de ellas también, como se dice.
“No
somos un ejemplo servicial, hicimos lo que teníamos que hacer, porque nos
enseñaron a ayudar”, pero eso es hoy totalmente insuficiente.
Su
tarea, nublada por el discurso y los sesudos análisis, las denuncias
discursivas y los golpes de pecho que chorrean tinta, hoy se sitúa en otro
espacio: documentar lo que ojos y cabezas oficiales no quisieron ver durante
días y noches lluviosas, el hambre y la persecución, el abandono y la
violencia.
Sí
es como dicen las autoridades “una crisis de humanidad” que nadie detuvo. En
1995 estaban solas. Hoy hasta les dieron un premio en la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos, pero no se ha resuelto su problema de hambre y trabajo en
sus países. Norma Romero agrega a su relato: “un día vi a un joven de Chiapas y
me di cuenta que tampoco hay trabajo en México y muchos de nuestros hermanos
sufren exactamente lo mismo. Por eso no me voy a detener”.
Los
videos reflejan la sencillez, por no decir la escasez, en que sigue realizando
esa labor humanitaria: una cocina donde todavía hay una estufa de carbón,
peroles desgastados pero limpios de tanto producir toneladas de arroz, donde
reciben el pan frío de una importante cadena de tiendas y las tortillas también
frías de harina de maíz, las frutas abandonadas en las fincas, las botellas de
plástico recicladas que sirven como contenedores de agua limpia y cuando se
puede hasta con algún sabor.
A
veces hay frijoles calientes y nopales en salsa. Estas mujeres producen montones
de “lonches”. Norma explica “nos dimos cuenta que no bastaba la comida, había
que organizar un refugio con catres y elementales instrumentos de primeros
auxilios, porque muchos tienen accidentes, quedan mutilados y hay que atenderlos”.
Una
familia, siete hermanas, la madre Leonila, los niños hoy adultos que han
crecido en la solidaridad. Las Patronas veracruzanas, en el sentido literal de
defensoras y protectoras y no en el sentido de quien manda, dirige o explota a
otros en un negocio, una comunidad o una fábrica. Patronas que ya comprendieron
que se trata de un conflicto social, económico, político y de urgente atención
por quienes forman el Estado.
Estas
mujeres perdieron el miedo. Reciben a tesistas, “que nos estudian”, a creadores
de imagen, periodistas y toda clase de aprendices de antropología, hoy dan
talleres, reciben formación legal, practican la solidaridad ciudadana y no
quieren...realmente contribuir a cambiar el mundo.