Juventud y feminismo, la revolución
inacabada
Noemí
DOMÍNGUEZ GASPAR*
La
edad parece ser una barrera que puede llegar a limitar, e incluso bloquear, el
diálogo de conocimientos (saberes dirían algunas) entre mujeres que compartimos
la misma causa: la reivindicación de los derechos humanos de las mujeres en
distintos ámbitos.
Parece
ser que la juventud −el conocimiento inacabado− se acentúa más como una marca
jerárquica en las mujeres jóvenes, que evidentemente, no tienen los años de
experiencia de las compañeras mayores que han caminado en el feminismo como
posicionamiento de vida y el desafío que ello genera en espacios machistas,
violentos, falocéntricos, etcétera.
Si
bien es cierto hay que reconocer que está problemática no es exclusiva de las
mujeres, todas las personas vivimos inmersas en relaciones de poder marcadas
por nuestro género. La semejanza de género en este orden no significa paridad (es
decir que las mujeres por ser mujeres nos encontramos en igualdad de
circunstancias y trato). Por el contrario, en cada categorías (etnia, clases,
edad, preferencia sexual) hay jerarquías que enfrentan, antagonizan y ubican el dominio a las mujeres sobre otras
mujeres.
Sin
embargo hay mecanismos que nos permiten identificarnos, aliarnos y desarrollar
poderío de género (ya hablaré en otro momento sobre mi experiencia en la sororidad
y acompañamiento con mis maestras de la vida). En el caso de nosotras, las
mujeres, las relaciones de poder (del poder opresivo) se basan en el
extrañamiento y la enemistad.
En
el mundo patriarcal se nos educa que el poderío entre las mujeres se ejerce por
estatuto, por edad, por cualquier posicionamiento de unas sobre otras. Pero,
además, las mujeres competimos y ejercemos formas fragmentarias de dominio
entre nosotras por la manera en que somos mujeres.
Es
decir, desde esta lógica, las mujeres debemos competir por obtener
reconocimiento social porque cualquier mujer es amenazante de quitar el sitio a
la otra: compiten por los espacios sociales y por los vínculos con los hombres
y las instituciones a partir de los cuales pueden existir. Compiten también,
desde la carencia de género, por acceder a bienes, recursos y oportunidades y
por poseer más que las otras. (Lagarde,
Marcela. Género y feminismo. Cuadernos inacabados, España 1997).
La
experiencia personal de la incursión al espacio feminista de América Latina, de
México, de Oaxaca me ha mostrado que la juventud marca un sesgo en los
encuentros y desencuentros con otras mujeres feministas.
Aparentemente
el arribo de mujeres jóvenes al movimiento, a la academia y a los espacios de
discusión emociona a mujeres mayores, a algunas por sus recuerdos “de juventud”
y a otras porque se sienten fortalecidas con las nuevas generaciones; sin
embargo, también observamos con preocupación que para algunas genera
desconfianza, escozor, envidia, alergia, enojo y recelo, compañeras que
reclaman su derecho de antigüedad, de propiedad, que resguardan con
desconfianza y hasta temor los pocos espacios que el patriarcado les ha
otorgado: de trabajo, de puestos en las instituciones públicas, de
reconocimiento a sus trayectoria…
Parecen
temer la pérdida de control y poder ante nuestra llegada tan eufórica a las
estructuras de organización de los distintos feminismos, quizá con la idea de
que arrebataremos lo que ellas con tanto esfuerzo han construido en sus
pequeños círculos, que en algunas ocasiones se han convertido en pequeños cotos
de poder donde reproducen el orden jerárquico del sistema capitalista
patriarcal que sin ser consientes de ello (quiero pensar), se (lo) reproduce (cimos)
una y otra vez.
La
inexperiencia que nos permite imaginar nuevos mundos utópicos, con errores y
aciertos, con la paciencia que implica el método y la adquisición de nuevos
aprendizajes, con la conciencia que esto es −como dice Silvia Federici− “la
revolución feminista inacabada”, sin dogmas ni imposiciones, nos permite
también sobrellevar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad,
de pensar que esta energía y buena voluntad (estrenada) puede concretar los
proyectos anhelados por nuestras ancestras y contemporáneas, quienes a veces nos acompañan, nos guían y animan
nuestro caminar.
Sin
embargo, es en algunos momentos desalentador ver, sentir, vivir la enemistad
entre las mujeres, la rivalidad, que se utilice el discurso feminista
políticamente correcto y pragmáticamente incoherente (recordando que la
sororidad es una práctica-pacto político a favor de las mujeres y no un club
del optimismo), soy testiga de como en torno al “feminismo y género” se ha
creado todo un mercado de eventos, reuniones, seminarios, diplomados a los
cuales concurren sin falta “las mismas de siempre”, que se conocen y reconocen,
a las que pertenecen a un exclusivo gremio y no aceptan desertoras ni
disidencias que movilicen el status
quo en el cual ya se encuentran posicionadas, con tristeza se mira, muchas
veces, la desgana por el diálogo y el respeto a lo diferente, lo que se sale
del scrip, lo que no les da la razón.
Ser
disidente dentro de la disidencia no es una labor pionera ni exclusiva de
nadie, sin embargo resulta ser un posicionamiento complejo de sostener, sobre
todo si no se tienen los años de vivencia (ni el poder para imponer) que puedan respaldar el ánimo de
seguir y sostener lo que se tímidamente se comienza a plantear.
Revisando
algunos documentos, encontré que certeramente (aunque muy lejos de ser
ejercida) la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia
(ignorada no sólo por autoridades si no por hasta portavoces de la defensa de
los derechos de las mujeres), menciona lo siguiente:
“Artículo 10. Violencia laboral y
docente: Se ejerce por las personas que tienen vínculo laboral, docente o
análogo con la víctima, independientemente de la relación jerárquica,
consistente en un acto o una omisión en abuso de poder que daña la autoestima,
salud, integridad, libertad y seguridad de la víctima, e impide su desarrollo y
atenta contra la igualdad.
“Artículo 11. Constituye
violencia laboral: la negativa ilegal a contratar a la víctima o a respetar su
permanencia o condiciones generales de trabajo; la descalificación del
trabajo realizado, las amenazas, la intimidación, las humillaciones, la
explotación y todo tipo de discriminación por condición de género. (Ley General de Acceso de las
Mujeres a una Vida Libre de Violencia y tipificación del feminicidio como
delito de lesa humanidad).
Acceder
al conocimiento (como el de está ley), a diversos escritos-experiencias de
otras colegas, al acompañamiento de otras mujeres con verdadera sororidad,
ayudan no sólo a reconocer y a nombrar a la violencia sino que además se nos
otorgan herramientas para nunca más permitir acciones que legitimadas en la
“tradición y costumbre”, dañen o vulneren no sólo a las jóvenes, sino a las
mujeres en general a razón del “trabajo bien hecho”.
Esto
relato, da cuenta que le pasa a muchas jóvenes , que nos apropiamos del
feminismo sin pedir permiso, sin subsumirnos a una tribu o clan, es difícil y
complicado de abordar por que en el camino también cometemos errores que
juzgados por los máximos tribunales son imperdonables a causa de nuestra
inexperiencia y juventud, cosa que no se permite en una sociedad del consumo
despersonalizada.
¿Qué
podrían compartirnos las niñas, las adolescentes, mujeres sin voz que tienen el
germen de la rebeldía, y que no tienen las redes o bagaje que nosotras como
jóvenes comenzamos a teje/construir/aportar? No lo sabemos, y tampoco la
intención es convertirnos en víctimas de una historia de desengaños, por que
estos procesos no son así, binarios, son complejos, de muchos matices.
Este
ejercicio de auto-reflexión tampoco pretende denostar los aportes de las
feministas de generaciones anteriores, mucho menos del movimiento feminista,
es, más bien, una crítica a las subordinaciones múltiples que se replican al
interior de movimientos “de avanzada”, jerarquías que a veces pueden resultar
violentadoras y opresivas, desde las diferencias entre los grados académicos
que replican el autoritarismo, o hasta
el hecho de obtener el certificado de calidad o legitimidad de quien si es ”una
verdadera feminista”, de la complejidad que provoca para otras mujeres. Nos
falta mucho por aprender y desaprender.
“Juventud,
¿sabes que la tuya no es la primera generación que anhela una vida plena de
belleza y libertad?...”, nos diría Albert Eistein.
(*La
autora es Licenciada en Etnología por la UMAN y feminista).