Palabra de Antígona
Benita Galeana: abril de
primavera
Por Sara Lovera
Voltear a vernos en abril,
que no sé por qué me gusta tanto, es en todo caso hilar fino, no olvidar. Abril
nos obliga a recordar que está en su punto la primavera y ver cómo se
abren las flores y se llenan los verdes de colores. Abril es para las mujeres
de este siglo varias cosas. Enseñanza, libertad del cuerpo, mujeres tomando
conciencia. Muertes y nacimientos, señeros, sustantivos.
El 22 de abril nació Lenin,
pero ese día también nacieron movimientos políticos y obreros en muchas partes del
mundo; el 17 de abril nació Sor Juana Inés de la Cruz y en la misma fecha
varios siglos después murió la inquebrantable activista, luchadora, autónoma y
militante Benita Galeana, quien jamás se rindió y como Sor Juana usó la
palabra, la oratoria, el discurso como recurso sustantivo en el proceso
democrático y de
transformación social.
Es para Benita este abril
en que cumplimos siete años del derecho a la interrupción legal del embarazo en
la capital del país, en el Distrito Federal. Abril de las lunas rojas y los
temblores inesperados, es también un mes especial porque hay una línea de esperanza
en eso de la justicia para las mujeres violentadas: dicen que por fin en
Guanajuato podrá declararse la alerta de género.
Pero Benita
Galeana cerró sus ojos ese
17 de abril de 1995, hace 19 años, firme y entera. Unos días antes de su embolia estaba presta a
denunciar la nueva andanada
económica contra los pobres. Ella fundadora del sindicato de Correos,
activista, convencida, fiel a sus ideas, tenía en su piel y en su espíritu esa
convicción sin barreras de que vale la pena luchar por la justicia y contra
quienes producen la desigualdad y el hambre.
Benita fue mucho más que
una base militante del comunismo de los años 30 y 40 del siglo XX, fue, tomen
nota, la primera mujer mexicana del siglo pasado que dio testimonio de su vida
y su experiencia en una autobiografía sin pantalla, hablando de su
paso por la vida de la infancia a la juventud (Benita, primera edición 1940,
segunda editorial Extemporáneos en 1974).
Ella es quizá el
antecedente más lejano en nuestra memoria, de mujeres que se atreven a contar
su historia y hablar de sí mismas, de su cuerpo violentado por
palizas infinitas y
repetidas durante su infancia; hablar de su cuerpo como uno que le permitió abrirse un camino en la
capital del país, saberse fuerte, capaz, hablar de la fuerza de su cuerpo
para plantar una bandera de huelga en lo alto de un edificio.
Benita Galeana, además,
puede considerarse como un heraldo de la libertad de hablar, de decir, de expresarse,
de esa del artículo 19 de la Carta Universal de los Derechos Humanos, tan
mencionada y aclamada estos días. En su autobiografía todo nos
explicó, todo lo relató y nos dijo cómo en su vida usó su voz y sus palabras
como elementos fundamentales ante las masas, cómo fue que sacó de su alma
la fuerza para convencer y llamar a la revolución y a la justicia. Cómo fue que
desarrolló una rebeldía sustantiva, esa que la hizo transcurrir hasta sus 88
años con una fuerza crítica sin atadura: ella sí autónoma, enamorada de la
palabra y enamorada de la vida.
Por eso recordar a Benita
Galeana, muerta el mismo día que el premio nobel Gabriel García Márquez me parece fundamental.
Benita pudo ser un personaje de Macondo, ella de San Jerónimo, Guerrero
tropical, habladora y descriptora de
ideas y paisajes, ella 58 veces detenida y enviada a la cárcel,
capaz de bailar en un cabaret ondeando sus caderas y
lanzando al cielo sus trenzas, como los personajes de García
Márquez, capaz de transitar por la ciudad de México, entre trolebuses y calles
oscuras repartiendo El Machete,
órgano de difusión del Partido Comunista en los años 40, esos
de persecución a los comunistas, del asesinato entre facciones como
el de Trotsky en México, de la fundación del hoy PRI armonizando más de cien
agrupaciones políticas de todos los signos; ella confiada en el estalinismo,
fue plural, crítica, incorregible se diría.
Devota del general
Lázaro Cárdenas, fue siempre la misma que desde temprano reaccionó en
contra de quien quisiera tocarla y usarla sexualmente. Aunque el gusto por los
hombres le acompañara hasta la muerte. Su vitalidad tenía que ver con su
apertura al amor, al sexo, a la aventura, al no tener miedo y adorar su vida,
al mismo nivel que adorar su máquina de escribir, cuando la descubrió como
instrumento de la palabra.
Tal vez por ello Benita
Galeana al final, ya en los años 80, decidió apoyar las luchas feministas,
aquellas que le fueron indiferentes cuando se formó el Frente Único Pro
Derechos de la Mujer (1935), pero como era disciplinada, comunista, amiga de
Consuelo Uranga y de Cuca García, seguramente estuvo en algunas asambleas del
Frente. Pero nada más. En cambio en los 80 fue candidata y diputada suplente de
la ex comunista, ex
gobernadora y hoy diputada Amalia
García Medina.
Y hablando de abril, de
Benita y esas mujeres históricas, precisamente María Refugio (Cuca) García
Martínez nació en Taretan, Michoacán, un 2 de abril de 1889,
profesora, feminista, sufragista y activista mexicana en pro de los derechos de
las mujeres.
Efectivamente abril es un
mes asombroso, siempre lo pensé y ahora averiguo que significa apertura,
festividad, frescura, vigor, lozanía. Nada que ver con las catilinarias
políticas y es también nombre propio de muchas mujeres en el mundo.
Un 10 de abril de 1789
nació Leona Vicario, la independentista y primera periodista mexicana; el día
15 de 1452 nació el genio Leonardo da Vinci, el 17 de 1695 nació la insumisa
sor Juana Inés de la Cruz y el 19 de 1861, Benito Juárez decretó la Ley de
Instrucción Pública para México, dando forma y fondo a nuestro herido laicismo.
Abril, el primer mes del
calendario francés hasta 1564, tenía que ver con ese sol de primavera que
anuncia vigor y recomienzo. Que anuncia apertura y camino. Por algo nació el 23
de abril de 1564 William Shakespeare, una de las figuras más célebres de la
literatura universal que nos llevó a hilar fino sobre las relaciones familiares
y puso el dedo en la llaga sobre la libre opción sexual. El 22 de abril de 1870
nació Vladímir Ilich Ulyanov, Lenin, el operador de la Revolución soviética.
Vaya mes, ¡qué historia! En
abril el 10 de 1919 fue asesinado por traición el héroe del campesinado
mexicano Emiliano Zapata, del mismo modo que el 15 de abril de 1865 fue muerto
a mansalva Abraham Lincoln, el presidente de Estados Unidos que se opuso a la
esclavitud humana. También un 18 de abril murió el científico Albert Einstein,
quien dijera un día que es más difícil destruir un prejuicio que desbaratar el
átomo, y un día 19 murió Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura en 1990. Por
algo será, me digo.
Festivo puede resultar que
en 1945, el 28 de abril fue asesinado el dictador Benito Mussolini y apenas dos
días después se suicidó junto a Eva Braun el otro fascista, Adolfo Hitler.
Terminaré las efemérides,
que no por sencillas, sean simples o vacías, recordando que este mes ya no
será más que memoria infinita. Un hecho sin precedentes es que en abril, en la
República Dominicana de 1965, un nutrido grupo de mujeres participaron en la
guerra civil que desató la invasión de Estados Unidos en ese territorio y
derrocó al presidente Juan Bosch. Existe un libro emblemático y testimonial de aquella lucha,
escrito por la periodista Margarita Cordero, que he querido recordar por el
siempre significado histórico de cómo las mujeres protagonizan los procesos
democráticos y alentadores.
Abril viene de aprilis como le llamaron los antiguos romanos
o del verbo aperire que significa abrir la tierra, las flores, dejar entrar al
sol o bien puede venir de aphoros que significa espuma a través de la forma de
aphrilis, parecido a aphrodite, palabra griega que lleva dentro la palabra
espuma y significa
Afrodita, la misma diosa que los romanos llamaron Venus, o sea el amor en
primavera, para sembrar los caminos de otro modo de vivir, de esperanza, un
abril que empieza a pasar y se va, como todos los abriles de cada año. Penélope
y el tejido del tiempo.