lunes, 10 de marzo de 2014

Palabra de Antígona: Queremos el fin de la supremacía de los hombres


Palabra de Antígona
8 de marzo:
Queremos el fin de la supremacía de los hombres

Por Sara Lovera
El mensaje fue bien claro. Las senadoras enviaron a toda la república un mensaje cifrado al otorgar a la antropóloga feminista Marcela Lagarde y de los Ríos el reconocimiento Elvia Carrillo Puerto, en su primera emisión. Las mujeres que hacen cambios son feministas y socialistas. Han sido ellas, nosotras, las constructoras sí, de teoría, pero como Elvia, llamadas a organizar a los grandes contingentes de mujeres, hoy asunto tan disminuido.

Otro mensaje: es hora de hablar claramente de cómo estamos mujeres y hombres en la sociedad y actuar en consecuencia. Yo creo que es urgente que todos los gobiernos, todos los y las políticas, todas las instancias oficiales que se denominan para el adelanto de las mujeres, se hagan cargo: no hay futuro para este país mientras continúe la exclusión de las mujeres, la violencia contra las mujeres, la discriminación, la corrupción, la misoginia, el doble discurso y una cultura que mantiene la supremacía de los hombres en todos los espacios y todos los procesos.

Se trata de poner “en el más alto nivel”, como diría la senadora Diva Gastélum, dirigente de las mujeres del partido en el poder, los entramados que detienen el progreso y el desarrollo y reconocer que las mujeres están en todos los espacios y contribuyen con su trabajo y su vida al futuro del país. Sin hablar como se dice, de dientes para afuera.

Cuando miré la tribuna, esa de toda la República, donde estaban los señores del poder, incluso el representante del presidente Enrique Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong, Secretario de Gobernación, me pareció que el mensaje era y es: “dejemos de jugar” a la democracia y pongamos voluntad política, recursos económicos, hagamos de las leyes algo real, sustantivo, de práctica cotidiana, que será lo único que realmente valore a las mujeres. Casi podríamos señalar que necesitamos una revolución.

Marcela Lagarde definió con toda claridad el país que queremos las mujeres. Lo hizo con fuerza y firmeza, como lo que ella es: maestra, pedagoga, militante, convencida socialista y feminista. Sin ambages.

La copio. Nada puede agregarse. “Es la hora de decirlo, no sólo debemos cambiar las mujeres, requerimos que los hombres cambien sustancialmente, que cambie nuestra cultura con la eliminación de esta enajenante discriminación de género… La problemática de la desigualdad forma parte de los grandes problemas nacionales.

“¿Qué país necesitamos para saciar el hambre y erradicar la pobreza, para eliminar la mortalidad materna y el embarazo adolescente, el contagio del VIH, la alarmante extensión del papiloma ente las adolescentes y las jóvenes.

“¿Qué país para que adolescentes jóvenes y marginadas no sean insultadas y maltratadas al hacerlas parir en el baño o en el patio o afuera de la clínica que debería albergarlas o para que no se mueran más de una docena de criaturas al nacer en un solo hospital en un estado de nuestro país.

 “La respuesta…construir un país solidario; solidario con las mujeres…con las niñas, las adolescentes, las mujeres de mediana edad, de tercera edad, las viejas, las ancianas.

“Un país que pueda reconocer y valorar la condición humana de las mujeres, no es (pedir) mucho, un país en que su gente sea capaz de sentir empatía y movilizarse por la calidad de vida de las mujeres, en el que las instituciones de justicia hagan justicia…Fin a la impunidad, (agregó) tal como dijimos al tipificar el feminicidio y lo sostenemos.

“¿Qué país para que las periodistas y las defensoras de derechos humanos no sean acosadas, hostigadas, incluso asesinadas, víctimas de feminicidio en el ejercicio de su trabajo.

También es urgente para el país que se cumplan compromisos internacionales, toda vez que  un país democrático debía  cumplir las recomendaciones de la CEDAW, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de Amnistía Internacional, de otros organismos y, desde luego, de todas las redes civiles de mujeres y feministas que damos vida a la defensa de los derechos humanos de las mujeres en nuestra tierra.

“En el país que anhelamos, parece una perogrullada, pero la justicia debe ser justa, a tiempo, sin dilación, sin equivocaciones, sin omisiones, sin colusión, sin negligencia, sin corrupción.

“En la valoración, este país tendrá, como un principio, la valoración de la diversidad por parte de la sociedad y del Estado, que deben ser capaces de igualar a los diferentes y de lograr el respeto a la diversidad.

“Las mujeres indígenas y sus pueblos y comunidades deben ser reconocidos y respetados en su dignidad y derechos; en igualdad y con libertad, como deben serlo las mujeres lesbianas, las mujeres bisexuales, las mujeres transexuales y las mujeres transgénero y cualquier otra categoría de género que se nos antoje inventar, hasta las heterosexuales también; las mujeres enfermas, las mujeres con discapacidades varias, todas nosotras y nuestras familias que podamos vivir investidas de derechos y en convivencia democrática.

Pidió al Estado “dejar de ser parte del problema, para ser parte de las soluciones…queremos que prevalezcan en el Estado y se fortalezcan las tendencias democráticas y de bienestar social, al eliminar estructuras sexistas, clasistas, racistas, discriminatorias y violentas, para dar paso a una sociedad solidaria y a un Estado democratizado, un Estado reformado para el Siglo XXI, transparente.

“Queremos un Estado transparente, compuesto por instituciones efectivas, profesionales, honorables y confiables que superen la ilegalidad y haga prevalecer el estado de derecho en nuestro país.

 “Queremos una sociedad que por fin pueda vivir en paz y desplegar una cultura de paz…un país, un mundo global de cooperación solidaria, todo ello basado en ese desarrollo comprometido por lo sostenible con el planeta, pero por lo sustentable con la gente, con las personas que estamos en ese planeta.

“Una sociedad que pueda comprometerse con lo que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 que estipula en su parágrafo 28: Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta declaración se hagan plenamente efectivos. Es un derecho humano donde se creen… condiciones para la vida”.

El recinto del Senado de la República, símbolo de la unión, retumbó. Lagarde, con 36 años en la academia, que ha recorrido el país dando enseñanzas a las mujeres, que ha estado con las que recuperaron su espacio tras las dictaduras de Centro América, que va como heraldo a nutrirse con las mujeres de Europa. La constructora de la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida sin Violencia, parecía pedir a cada senador y senadora, a cada invitada de la administración pública, de las organizaciones de mujeres, de la diplomacia, de manera sutil, argumentada, que ya dejen de hablar nada más. Porque como recordó el 7 de marzo en Yucatán, Lorena Cruz Sánchez, presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres, los gobernadores han recibido entre 2008 y 2014, 20 veces más recursos para parar la violencia. Yo pregunto ¿y qué hacen?

Puso sólo unos cuantos ejemplos de la estulticia. Evangelina Ascencio, indígena violada y asesinada por un puño de soldados, que según el ex presidente Felipe Calderón murió de gastritis y el caso ahora está en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; les dijo a las y los senadores que hay mujeres en México amenazadas por exigir sus derechos, por participar en política, por ser defensoras de mujeres víctimas de violencia. Habló de Yakiri que por defenderse fue a dar a la cárcel y ahora le están cobrando una multa de 420 mil pesos, porque no la exculparon sino que se usó la figura de exceso de defensa propia, porque no se reconoce su derecho a no ser violada.

A lo largo del discurso, en el recinto, que si hubiera buen periodismo sabríamos que se hizo el acto más importante del 8 de marzo, Lagarde reconoció que  hay cambios, “pero éstos siempre (son) parciales, siempre intermitentes y frágiles (para las) mujeres de franjas sociales populares. Indígenas, campesinas, obreras con salarios disminuidos.
Dio cátedra. Como lo hace siempre cuando explicó a los legisladoras y a las legisladoras que  la mayor parte de las mexicanas vive en pobreza, como quiera que se mida, con altos grados de marginación, explotación y violencia, e hizo notar que esas mujeres siguen siendo únicas  responsables del trabajo doméstico, sumado al trabajo público, casi siempre informal con la mitad del pago que se hace a los hombres, sin derechos sociales, con grandes cargas familiares de cuidado. Tal como lo hizo notar INEGI este año.

Apreció que no hay sin visos de que eso cambie, “a menos de que haya voluntad política por el empoderamiento de las mujeres”. Llamó a plantear el fin de la doble jornada de trabajo y la ampliación de lo público en el soporte de los cuidados. Es decir que se haga cargo el Estado y se dejen de repetir esas frases de que las mujeres son grandiosas porque son el soporte de las familias.

Consideró que los derechos sexuales y reproductivos deben ocupar un lugar central y sin restricción…“la libertad sexual también, el amor libre, desde luego, de pensamiento, libertad de creencias, libertad de afiliación política, libertad de participación; libertad de comunicación, libertad de tránsito en este país; libertad horaria para las mujeres que no podemos salir después de las ocho de la noche de nuestra casa.

Lagarde hizo gala de sus conocimientos, como diciendo a todas las mujeres que sin ellos no podemos ir a ninguna parte. Habló de la filósofa española María Zambrano, que situó la posibilidad humana sólo en ser persona; de Molina Enríquez que explicó los grandes problemas nacionales, para señalar que la exclusión y la violencia contra las mujeres es un problema nacional.

Y, por supuesto, habló de Elvia Carrillo Puerto, recordó que sus anhelos políticos y los de sus contemporáneas, allá en los años 20 del Socialismo del Sureste, en   movimientos feministas en los que participó la llamada Monja Roja, fue partidista, socialista, feminista, y pidió el acceso de las mujeres a la educación; a la educación sexual, al control de la natalidad, a la libertad sexual, al amor libre. Y esas mujeres pidieron   trabajo digno y participación política: “Nosotras también somos sufragistas, seguimos luchando por el derecho pleno al sufragio”.

Este no es un premio común, con la voz de la maestra Lagarde, en el Senado quedó bien claro. No se puede poner impunemente en la tercera línea del Plan Nacional de Desarrollo, el impulso a la comprensión de todos estos problemas, con una perspectiva de justicia a las mujeres y luego seguir pensando que las cosas pueden cambiar por decreto. Se trata como está en boga señalar de una igualdad sustantiva, real, en la vida cotidiana. No más demagogia concluyo yo.