De Josie Chávez |
Palabra de Antígona
Contrastes del Encuentro Feminista
Sara Lovera
Cientos de mujeres en Guadalajara, Jalisco. En un hotel
de cinco estrellas enorme y con todos los servicios. Empoderadas y campantes,
caminaron de un salón a otro durante tres días, discutiendo el futuro de México
con las mujeres en el centro. Casi nada indica que se tratara de las antiguas,
de las de la tercera ola que comenzaron como contestatarias.
Mujeres indígenas que venden sus productos y duermen en
el suelo, venidas de las montañas y zonas de refugio del occidente del país;
una orquesta maravillosa de Santa María Tlahuitoltepec con jóvenes de 10 años a
21, orquesta llamada Mujeres del Viento Florido, que estremece nuestros
sentidos, ellas si empoderadas por el arte; jóvenes rebeldes y contestatarias,
más preocupadas por la consigna que por el feminismo, en fin, una diáspora tan
enorme, que en los 80 hubiéramos dicho: no es feminismo, es movimiento amplio
de mujeres.
Acudieron mujeres de organizaciones sociales, alumnas de
estudios de género, estudiantes de todas las universidades, trabajadoras y
dirigentes de los institutos de las mujeres y otras instituciones oficiales y
particulares. Mujeres mayores recién llegadas al feminismo.
Lo que más me llamó la atención es que la palabra,
feminismo, no ahuyentó a nadie, más bien convocó a cientos de
mujeres que por jóvenes, muy jóvenes quieren saber por qué su cuerpo está
encapsulado por el poder y mujeres de mediana edad que no se asustan con la
denominación de feministas y quieren saber de qué se trata.
Todas confluyen en una cuestión fundamental: reconocer
que a pesar de todo, los años, las leyes, los discursos, los miles y miles de
conversatorios, talleres y seminarios sobre la condición social de las mujeres,
aún se vive discriminación, injusticia y sobre todo violencia, esa que se
práctica dentro de la casa y aquella que ejerce el patriarcado, en todos los
espacios.
Llama la atención que a estas cientos de mujeres de todo
el país, no las limita nada. Dentro de la reunión usan y ejercen su libertad.
Bailan, se reúnen en la piscina a discutir su autocuidado, disfrutan y se
sorprenden de lo que muchas personas dan por sentado: que las mujeres caminan
por un espacio seguro y al éxito. Nada de eso.
También en este encuentro, el Noveno desde que en los
años 80 se reunieron en Acapulco, reveló que estamos, otra vez, en dos grandes
y abultadas corrientes. Las empoderadas, sus organizaciones no gubernamentales,
sus proyectos que ya no tienen necesidad de discutir nada ni de encontrarse y
esas miles de mujeres levantadas en pueblos y comunidades; que organizan
asociaciones sociales y se preocupan al mismo tiempo por su pueblo, el hambre y
todo lo que propagandizan los hombres, pero empiezan a verse a sí mismas.
En ese comienzo muchas quedarán por el camino, otras no.
Vi, ahí a las mujeres del sindicato de costureras que en 1985 sólo buscaban
mejorar su trabajo y ahora encabezan una organización o un grupo de conciencia
feminista.
Dirían las expertas: es que ya cundió la cultura feminista
y es imposible que las mujeres, al menos esas, politizadas, organizadas,
rebeldes, no sepan que tienen derechos. A veces no lo saben con certeza, no han
leído ni reflexionado, pero tienen la piel sensible y saben que algo anda mal.
Ahí, en Guadalajara estuvieron. Son esa masa inmensa que se ha ido
multiplicando con los años.
Lo que preocupa, en todo caso, es que de ellas, tan
diversas, una nueva fuerza necesita convicciones y un piso básico de
conocimientos, inquietudes y claridad. El feminismo atenta contra las
instituciones patriarcales; no se refiere sólo a temas o asuntos, sino que
propone otro tipo de sociedad, con otras coordenadas y nuevos principios. Donde
es verdad que se pelea por el respeto a los Derechos Humanos, pero no se queda
ahí, busca las libertades fundamentales y amplias de las mujeres; pone en jaque
a la familia tradicional y patriarcal; sospecha que la esclavitud de las
mujeres comienza con el matrimonio y ha hecho crítica profunda a lo que se
llama amor romántico; pone en crisis la maternidad tradicional que no se reduce
al pago de alimentos, y no es sólo autoestima, es recuperación de la
libertad.
Bueno todo ese titipuchal de transformaciones traíamos en
la bolsa las de los años 70. Lo traen un montón de jóvenes universitarias y
contestatarias -por suerte-, pero hay muchas mujeres que se confunden entre sí
mismas y como siempre, las penalidades de otras y otros; los pescadores, el
abuso de las compañías mineras en campos y desiertos; los presos de todas las luchas,
sus esposos, hijos, maridos, pero también integrantes de sus organizaciones,
donde ellas son excluidas en la práctica.
Es este el nudo, el principal nudo para construir una
fuerza. A nosotras, las de antes, que fuimos descubriendo la subordinación
femenina, nuestra fuerza venía de ahí, del cuerpo y la urgencia de nuestra
libertad. Venía del significado de un sistema de poderes jerarquizado. Algunas
por eso están conformes con avances sustantivos; otras sospechan de sus
límites; algunas mas no creen en nada de eso. Y como en una rueca permanente,
hay que volver al principio, cuando una escucha, mil veces repetidos, los temas
sociales de siempre, la injusticia y el mal gobierno, sin las mujeres en el
centro. Y vuelta a empezar. Nadie está en contra de la defensa de todas y de
todos, pero la cosa es dónde estamos nosotras, nuestra vida.
El Noveno Encuentro Nacional Feminista ha dejado este
hecho al descubierto. Hoy no se habla de nuestro cuerpo sino como protegerlo de
la inseguridad social, pero no de la inseguridad de todos los días, de
esa que se vive en el noviazgo, en la pareja juvenil; ya no se habla de la
carga injusta de los hijos e hijas; ni de la libertad y la autonomía,
sino de la pobreza extrema, cierta y lacerante, pero donde las mujeres se
quedan hambreadas por dar a sus hijos; no se habla de la emancipación milenaria
de la opresión, sino de la injusticia y la violencia que nos oscurece al mundo,
pero donde no se ve ahí, en el centro, especialmente a las mujeres; hoy se
victimiza demasiado, por cierto, sin duda, de la desigualdad social, pero a un
lado está la desigualdad profunda entre hombres y mujeres.
Eso preocupa. Quizá porque ha rebasado la desgracia
nacional y ahora lo que urge, más que nuestros derechos, es horadar al sistema.
Quizá, pero urge conectar con el sistema patriarcal al feminicidio y no
solamente con el mal gobierno. La pobreza al patriarcado y no sólo a lo que
conocemos y decimos como sistema; a la subordinación con la corrupción, aún
dentro del propio movimiento; al desconocimiento milenario con el tema de la
clase, donde las mujeres somos las más pobres, no sólo por la cuestión
económica, sino por la exclusión patriarcal.
De eso se trata. Si no son los asuntos de cada una, en su
pueblo y su espacio, pudiéramos construir una fuerza, nacida, otra vez, de la
rebeldía.
saraloveralopez@gmail.com