Dafne Carreño Bengochea |
Mujeres y
política
El poder y
la enajenación
Soledad JARQUÍN EDGAR
El poder y la enajenación van de la mano. Quienes
tienen el poder no lo quieren perder. Este embelesamiento por el poder sea
económico o político les acorta la capacidad de sus sentidos físicos, sólo
pueden ver, oír, palpar, gustar u oler lo que tienen a muy corta distancia.
Además, ese éxtasis por el poder provoca daños severos en el cerebro, lo que
nos permite entender la perdida de los sentidos.
Por eso decimos que el poder (económico o
político-económico y político) deshumaniza a quienes hacen o viven de la
política y más aún a quienes nombran para que ejecuten las políticas públicas
cuando las hay o las ocurrencias que son más frecuentes.
La forma en que ha escalado la macabra violencia, es
un ejemplo claro de la deshumanización del poder político-económico y en el
caso de las mujeres se puede medir en un dato terrible y escandaloso: la
impunidad. Es ahí donde se entiende que el quehacer de los gobernantes perdió
el rumbo, no de ahora, desde hace tiempo, pero este es el momento más evidente
de la ineficiencia gubernamental.
El poder político-económico envuelto en capas gruesas
de corrupción no puede ver lo que sucede fuera de sus cómodas burbujas, lo más
atroz es cómo esta enfermedad de la insensibilidad humana de los políticos no
se queda en quienes deciden sino permea, se contagia hasta la más pequeña de
las castas gobernantes.
El pasado lunes un grupo de ciudadanas, aparentemente
sin membretes de sus organizaciones, decidieron pedir audiencia ante el más
alto de los tlatoanis de Oaxaca, el mismísimo Gabino Cué, gran señor de la
parsimonia, dios de la calma chicha. Desde lo alto del palacio bajó pronto la
servidumbre para dar a conocer que no habría, al menos por ese día, tal audiencia
que volvieran mañana porque el gran jefe tenía la agenda llena. ¿Qué puede ser
más importante que la vida de las ciudadanas?
Entre las actividades del gran Cué-tlatoani estaba una
reunión con cinco familias de mujeres que habían sido asesinadas, “las últimas
cinco”, dijeron; reunión que se dio para corregir –si eso fuera posible- la
insensibilidad (de la que estamos hablando) de uno de esos “servidores públicos”
que le había pedido a las familias que si querían ver al gobernador que fueran
a la próxima audiencia pública (ceremonia de incienso y copal) y también como
resultado de la presión que la familia y amigos de Dafne le han impreso para
que haya justicia con marchas y plantones.
Bien, pero esa no fue toda la explicación, más tarde
descendió del reino-palacio otro enviado, era nada más ni nada menos que
Enrique Pacheco, asesor jurídico de la gubernatura, de acuerdo al directorio de
la página del Gobierno del Estado de Oaxaca, quien no entendía o no quería
entender la demanda de audiencia
planteada por un pacto de mujeres por la vida de las mujeres y niñas de Oaxaca.
Y como este servidor público, venido de la vallistocracia oaxaqueña, estaba
frente a mujeres pretendió ser sensible respondiendo a los estereotipos
establecidos en la construcción social del “deber ser” de mujeres y hombres,
señaló tajante: “de corazón las entiendo”; la respuesta inmediata fue la que se
merecía: “no use el corazón use la cabeza, piense”.
El tercer intento fue grotesco. Ellas se acercaron a
lo que fanfarronamente llaman “la casa del pueblo”, no hubo acceso ni
respuesta, en cambio les cerraron las puertas. Miedo es lo que hay, miedo a la
ciudadanía. Y eso de las políticas de puertas abiertas no es sino una falacia.
El poder no deja pensar, debe –no me cabe duda-
generar una sustancia química que mata o adormece las neuronas, por eso las
cifras que alarman y que la sociedad oaxaqueña, o buena parte de ella reclama y
es que habría que decir que si en los dos últimos años el gobierno de la
alternancia hubiera hecho su tarea algo habría cambiado, habrían menos razones
para el reclamo social, en específico sobre el feminicidio.
El grave problema es que mientras no funcionen los
cerebros de los “servidores públicos” no funcionarán sus sentidos y no
funcionará ninguna de sus acciones. Lo que hasta ahora se ha pretendido hacer
es tapar hoyos, pero la presión social ante la inconformidad, la dolencia y el
caos que provoca la falta de atención pública, la corrupción, su indolencia y
la impunidad hacen que nuevos hoyos se abran en el piso firme de sus palacios y
de vez en cuando algo los haga tambalear. Memoria corta, Enrique Pacheco (si
supiera) debería contarle algo de historia al gobernador Gabino Cué.
La enajenación y el poder van de la mano. Muchas veces
he escuchado a algunas mujeres en el sector de los servicios públicos quejarse
amargamente de la falta de interés del gobierno por los “asuntos de las
mujeres”, nada importan sus derechos, la vida misma de las mujeres, en el
razonamiento de los señores del poder hay un entramado diferente sobre los por
qué asesinan a las mujeres, todas ellas, claro está, tienen que ver con el
machismo y la misoginia en los hechos y en el fondo con el patriarcado y el
androcentrismo.
Escuchar las lamentaciones de algunas de las actuales
funcionarias públicas, que ni la pena vale mencionar o escuchar de otras
mujeres cómo “las pobrecitas” se quejan de la falta de condiciones para cumplir
con el deber por el que juraron ante los símbolos patrios o de perdis ante otro
funcionario y el fotógrafo de comunicación social que capturó para siempre ese
momento sublime de su nombramiento, es realmente conmovedor.
Pero no toda la gente se convalida de la tristeza que
proyecta el bajo rendimiento o eficiencia de las instituciones que dirigen
estas “pobrecitas funcionarias” sin recursos, con menos sueldos que sus
compañeros hombres en los mismos niveles o con personal impuesto; hay quienes
pensamos por el contrario es más digno renunciar y explicar ante la sociedad
las razones de su renuncia. Incluso, es más digno para el grupo que apoyó su
designación en pago a una deuda con el gran tlatoani.
Pero eso no sucede, el poder y la embriaguez que
produce ese poder les impide mirar con claridad lo que es indigno y lo que es
honorífico en las personas. Se confunde entre las nubes mediáticas sin
contenido real, las hace vivir en el engaño permanente, nadie o casi nadie se
atreve a mirarse al espejo sin descubrir su propio desencanto. No darse cuenta o pretender no darse cuenta
de que no se es eficiente por lo que sea en una administración pública es
corrupción, tanta como la que ejecutan los señores servidores públicos que como
lo dicen los pobladores han comprado las grandes extensiones de tierra en
Salina Cruz, municipio istmeño, el detonador económico de Oaxaca, como lo ha
determinado un grupo de empresarios venidos a servidores públicos. Poder es
comprar para luego vender más caro al mismo gobierno.
El entramado en Oaxaca se puede entender con frialdad
y sólo con eso. El aplauso fácil, como dice esta frase común, es la que más le
gusta a los servidores públicos; les encantan los reflectores, salir a ocho
columnas, que su voz resuene en los medios…no alcanzan a ver que con sus
inacciones y sus acciones lánguidas nada producen, es el poder y la enajenación
la que los hace discutir si son 198 o menos las mujeres asesinadas; si son 57 o
menos las mujeres desaparecidas y miles o cientos los casos de violencia
familiar.
El caso de Dafne Denisse Carreño Bengochea es el más
emblemático de todos, pero no el único. Sí es el reflejo de las acciones que no
se emprendieron a tiempo, de forma preventiva, la que nos da una idea de que
algo pudo hacerse concientizando a la ciudadanía y a quienes por ser hombres
siguen creyendo que las mujeres son objetos, propiedad de ellos y por eso las
asesinan. O como me dice una querida amiga, se sigue repitiendo un viejo y
anquilosado esquema de enseñanza que en nada contribuye a garantizar una vida
libre de violencia como señalan las leyes.
Su inacción hizo que nadie tomara en cuenta una primera
denuncia por agresión por parte del hoy “presunto” feminicida Enrique Rivera
López, situación que en Oaxaca se repite. ¿Qué importancia le puede dar un
ministerio público o tal vez un policía a una denuncia por violencia de una
joven denunciando a un muchacho? ¿Qué importancia tiene si eso es lo más
normal? No se ha desmontado ni un centímetro el andamiaje del patriarcado, ese
que nunca se fue y que se pensó que con institucionalizar o burocratizar el
género se habría resuelto. Luego nos dicen que hacen diplomados, cursos y otras
maravillas para capacitar al personal de la Procuraduría General de Justicia
del Estado. Eso sí salen muy bien en la foto. Pero la ineficiencia sigue,
dinero tirado a la basura.
Qué hacemos con jueces y juezas que siguen pensando
que beber es una condicionante para castigar o no a un muchacho que por celos
asesina a su pareja. Luego la familia en un afán protector arguye que fue una
riña. Incluso ya trascendió el reparto de dinero por parte de familiares
cercanos, ex funcionaria del gobierno muratista que le rindió pleitesía al
tlatoani de este sexenio, Aurora Acevedo López, y la ayuda del empresario que
quiso ser gobernante de la capital oaxaqueña José Escobar. Las argucias malas,
patéticas de defensores de la ley que aconsejan declararlo enfermo mental para
atenuar la pena, recluirlo dos años en un hospital psiquiátrico y luego sacarlo
del país y asunto olvidado.
Lo mismo que piensan deben hacer las madres y las
familias de todas las demás mujeres que han sido asesinadas en Oaxaca, donde la
alerta de género tampoco llega por conveniencia política. Nadie quiere derrotarse,
menos hoy frente al gobierno federal, aun cuando tendrían más dinero para
actuar. Y qué decir de los otros poderes siempre regateando los derechos de las
mujeres, siempre menospreciando la vida y la libertad de las mujeres, poniendo
sobre todo los intereses de sus fracciones en el caso de la legislatura hoy
convertida en el trampolín político. Y el poder judicial una vergüenza, una
pena que vale la pena analizar en otra ocasión porque no responde como los
otros a la ciudadanía sino al interés ajeno del poder político, del grupo y su
ambición.