lunes, 22 de abril de 2013

Mujeres y política: El poder y la enajenación



Dafne Carreño Bengochea
Mujeres y política
El poder y la enajenación

Soledad JARQUÍN EDGAR
El poder y la enajenación van de la mano. Quienes tienen el poder no lo quieren perder. Este embelesamiento por el poder sea económico o político les acorta la capacidad de sus sentidos físicos, sólo pueden ver, oír, palpar, gustar u oler lo que tienen a muy corta distancia. Además, ese éxtasis por el poder provoca daños severos en el cerebro, lo que nos permite entender la perdida de los sentidos.

Por eso decimos que el poder (económico o político-económico y político) deshumaniza a quienes hacen o viven de la política y más aún a quienes nombran para que ejecuten las políticas públicas cuando las hay o las ocurrencias que son más frecuentes.

La forma en que ha escalado la macabra violencia, es un ejemplo claro de la deshumanización del poder político-económico y en el caso de las mujeres se puede medir en un dato terrible y escandaloso: la impunidad. Es ahí donde se entiende que el quehacer de los gobernantes perdió el rumbo, no de ahora, desde hace tiempo, pero este es el momento más evidente de la ineficiencia gubernamental.

El poder político-económico envuelto en capas gruesas de corrupción no puede ver lo que sucede fuera de sus cómodas burbujas, lo más atroz es cómo esta enfermedad de la insensibilidad humana de los políticos no se queda en quienes deciden sino permea, se contagia hasta la más pequeña de las castas gobernantes.

El pasado lunes un grupo de ciudadanas, aparentemente sin membretes de sus organizaciones, decidieron pedir audiencia ante el más alto de los tlatoanis de Oaxaca, el mismísimo Gabino Cué, gran señor de la parsimonia, dios de la calma chicha. Desde lo alto del palacio bajó pronto la servidumbre para dar a conocer que no habría, al menos por ese día, tal audiencia que volvieran mañana porque el gran jefe tenía la agenda llena. ¿Qué puede ser más importante que la vida de las ciudadanas?

Entre las actividades del gran Cué-tlatoani estaba una reunión con cinco familias de mujeres que habían sido asesinadas, “las últimas cinco”, dijeron; reunión que se dio para corregir –si eso fuera posible- la insensibilidad (de la que estamos hablando) de uno de esos “servidores públicos” que le había pedido a las familias que si querían ver al gobernador que fueran a la próxima audiencia pública (ceremonia de incienso y copal) y también como resultado de la presión que la familia y amigos de Dafne le han impreso para que haya justicia con marchas y plantones.

Bien, pero esa no fue toda la explicación, más tarde descendió del reino-palacio otro enviado, era nada más ni nada menos que Enrique Pacheco, asesor jurídico de la gubernatura, de acuerdo al directorio de la página del Gobierno del Estado de Oaxaca, quien no entendía o no quería entender  la demanda de audiencia planteada por un pacto de mujeres por la vida de las mujeres y niñas de Oaxaca. Y como este servidor público, venido de la vallistocracia oaxaqueña, estaba frente a mujeres pretendió ser sensible respondiendo a los estereotipos establecidos en la construcción social del “deber ser” de mujeres y hombres, señaló tajante: “de corazón las entiendo”; la respuesta inmediata fue la que se merecía: “no use el corazón use la cabeza, piense”.

El tercer intento fue grotesco. Ellas se acercaron a lo que fanfarronamente llaman “la casa del pueblo”, no hubo acceso ni respuesta, en cambio les cerraron las puertas. Miedo es lo que hay, miedo a la ciudadanía. Y eso de las políticas de puertas abiertas no es sino una falacia.

El poder no deja pensar, debe –no me cabe duda- generar una sustancia química que mata o adormece las neuronas, por eso las cifras que alarman y que la sociedad oaxaqueña, o buena parte de ella reclama y es que habría que decir que si en los dos últimos años el gobierno de la alternancia hubiera hecho su tarea algo habría cambiado, habrían menos razones para el reclamo social, en específico sobre el feminicidio.

El grave problema es que mientras no funcionen los cerebros de los “servidores públicos” no funcionarán sus sentidos y no funcionará ninguna de sus acciones. Lo que hasta ahora se ha pretendido hacer es tapar hoyos, pero la presión social ante la inconformidad, la dolencia y el caos que provoca la falta de atención pública, la corrupción, su indolencia y la impunidad hacen que nuevos hoyos se abran en el piso firme de sus palacios y de vez en cuando algo los haga tambalear. Memoria corta, Enrique Pacheco (si supiera) debería contarle algo de historia al gobernador Gabino Cué.

La enajenación y el poder van de la mano. Muchas veces he escuchado a algunas mujeres en el sector de los servicios públicos quejarse amargamente de la falta de interés del gobierno por los “asuntos de las mujeres”, nada importan sus derechos, la vida misma de las mujeres, en el razonamiento de los señores del poder hay un entramado diferente sobre los por qué asesinan a las mujeres, todas ellas, claro está, tienen que ver con el machismo y la misoginia en los hechos y en el fondo con el patriarcado y el androcentrismo.

Escuchar las lamentaciones de algunas de las actuales funcionarias públicas, que ni la pena vale mencionar o escuchar de otras mujeres cómo “las pobrecitas” se quejan de la falta de condiciones para cumplir con el deber por el que juraron ante los símbolos patrios o de perdis ante otro funcionario y el fotógrafo de comunicación social que capturó para siempre ese momento sublime de su nombramiento, es realmente conmovedor.

Pero no toda la gente se convalida de la tristeza que proyecta el bajo rendimiento o eficiencia de las instituciones que dirigen estas “pobrecitas funcionarias” sin recursos, con menos sueldos que sus compañeros hombres en los mismos niveles o con personal impuesto; hay quienes pensamos por el contrario es más digno renunciar y explicar ante la sociedad las razones de su renuncia. Incluso, es más digno para el grupo que apoyó su designación en pago a una deuda con el gran tlatoani.

Pero eso no sucede, el poder y la embriaguez que produce ese poder les impide mirar con claridad lo que es indigno y lo que es honorífico en las personas. Se confunde entre las nubes mediáticas sin contenido real, las hace vivir en el engaño permanente, nadie o casi nadie se atreve a mirarse al espejo sin descubrir su propio desencanto.  No darse cuenta o pretender no darse cuenta de que no se es eficiente por lo que sea en una administración pública es corrupción, tanta como la que ejecutan los señores servidores públicos que como lo dicen los pobladores han comprado las grandes extensiones de tierra en Salina Cruz, municipio istmeño, el detonador económico de Oaxaca, como lo ha determinado un grupo de empresarios venidos a servidores públicos. Poder es comprar para luego vender más caro al mismo gobierno.

El entramado en Oaxaca se puede entender con frialdad y sólo con eso. El aplauso fácil, como dice esta frase común, es la que más le gusta a los servidores públicos; les encantan los reflectores, salir a ocho columnas, que su voz resuene en los medios…no alcanzan a ver que con sus inacciones y sus acciones lánguidas nada producen, es el poder y la enajenación la que los hace discutir si son 198 o menos las mujeres asesinadas; si son 57 o menos las mujeres desaparecidas y miles o cientos los casos de violencia familiar.

El caso de Dafne Denisse Carreño Bengochea es el más emblemático de todos, pero no el único. Sí es el reflejo de las acciones que no se emprendieron a tiempo, de forma preventiva, la que nos da una idea de que algo pudo hacerse concientizando a la ciudadanía y a quienes por ser hombres siguen creyendo que las mujeres son objetos, propiedad de ellos y por eso las asesinan. O como me dice una querida amiga, se sigue repitiendo un viejo y anquilosado esquema de enseñanza que en nada contribuye a garantizar una vida libre de violencia como señalan las leyes.

Su inacción hizo que nadie tomara en cuenta una primera denuncia por agresión por parte del hoy “presunto” feminicida Enrique Rivera López, situación que en Oaxaca se repite. ¿Qué importancia le puede dar un ministerio público o tal vez un policía a una denuncia por violencia de una joven denunciando a un muchacho? ¿Qué importancia tiene si eso es lo más normal? No se ha desmontado ni un centímetro el andamiaje del patriarcado, ese que nunca se fue y que se pensó que con institucionalizar o burocratizar el género se habría resuelto. Luego nos dicen que hacen diplomados, cursos y otras maravillas para capacitar al personal de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Eso sí salen muy bien en la foto. Pero la ineficiencia sigue, dinero tirado a la basura.

Qué hacemos con jueces y juezas que siguen pensando que beber es una condicionante para castigar o no a un muchacho que por celos asesina a su pareja. Luego la familia en un afán protector arguye que fue una riña. Incluso ya trascendió el reparto de dinero por parte de familiares cercanos, ex funcionaria del gobierno muratista que le rindió pleitesía al tlatoani de este sexenio, Aurora Acevedo López, y la ayuda del empresario que quiso ser gobernante de la capital oaxaqueña José Escobar. Las argucias malas, patéticas de defensores de la ley que aconsejan declararlo enfermo mental para atenuar la pena, recluirlo dos años en un hospital psiquiátrico y luego sacarlo del país y asunto olvidado.

Lo mismo que piensan deben hacer las madres y las familias de todas las demás mujeres que han sido asesinadas en Oaxaca, donde la alerta de género tampoco llega por conveniencia política. Nadie quiere derrotarse, menos hoy frente al gobierno federal, aun cuando tendrían más dinero para actuar. Y qué decir de los otros poderes siempre regateando los derechos de las mujeres, siempre menospreciando la vida y la libertad de las mujeres, poniendo sobre todo los intereses de sus fracciones en el caso de la legislatura hoy convertida en el trampolín político. Y el poder judicial una vergüenza, una pena que vale la pena analizar en otra ocasión porque no responde como los otros a la ciudadanía sino al interés ajeno del poder político, del grupo y su ambición.