Por Sara Lovera
La madrugada del 5 de febrero murió Elena Baptista. Una multitud de personas que la conocían y amaban la despidieron el domingo 6 en el Panteón Municipal de Tula, Hidalgo, ese histórico lugar donde los Atlantes de piedra basáltica custodian el Templo de Trahuizcalpantecutli o Estrella de la Mañana.
Mientras cantaban los y las avecindadas de Tula y su féretro descendía, un viento duro se batía contra los árboles. Elena del Rosario, a quien el cura que dio la última misa por su incorporación al mejor sitio del siempre prometido en la religión católica, fue conocida en su tierra natal como Charito.
Elena/Charito no tiene un sitio en el feministómetro que hace, por la falta de estructuras, a muchas mujeres del feminismo rostros y biografías conocidas, discutidas y controvertidas. Elena, era constructora del feminismo contemporáneo, simplemente, por congruencia y convencimiento.
Elena Baptista fue una mujer que alumbró, como una “estrella de la mañana” uno de los procesos más importantes del avance de las mujeres en la época contemporánea; lo alumbró con absoluta convicción, con emoción y con una férrea voluntad. Era una mujer fuerte, decidida, elocuente, sonriente y muchas veces su energía podía calcularse de lejos, sobre todo cuando se indignaba.
En 1996, las feministas emprendimos una larga marcha hacia la unidad y la posibilidad de incidir realmente en la política pública. El impulso a que convocó Cecilia Loría (+) fue emulado por decenas de grupos y mujeres. Lo muy importante es que acudieron las dirigentes de los diversos y variados partidos políticos de la época.
De esa convocatoria nació la Asamblea Nacional de Mujeres y después el Parlamento de Mujeres. De esa travesía nacieron en los congresos las comisiones de equidad y género, los presupuestos etiquetados y un primer programa global de propuestas, que elaborado por todas esas mujeres, fue entregado a los candidatos de toda clase ese año. Era la primera vez que reunidas durante nueve meses, feministas y dirigentes políticas, algunas feministas y otras no, nombramos juntas la discriminación femenina.
Nada de ello hubiera sucedido, con la puntualidad y calidez necesarias, sin la tarea permanente de Elena Baptista, quien convencida de la urgencia del diálogo entre las mujeres, la seguridad de que hablando se entiende la gente, se hizo cargo de convocarnos cada semana durante nueve meses, de organizar el mejor sitio donde reunirnos --las instalaciones de la Fonda Santa Anita de la calle de Londres-; la paciencia que debe tenerse para que todo transcurriera, para opinar, para armar comisiones de trabajo, para escribir acuerdos.
Elena/Charito se convirtió, para la gloria histórica, sin visibilidad inmediata, en ese motor que hace posible la resolución para fortalecer un vínculo, en ese eje de acercamiento. La comunicación, esa que no es virtual, sino presencial, la que anima y da calor, la que se trasmite con una buena palabra, una sonrisa, una opinión certera.
Durante la Asamblea de Mujeres la obligamos a ponerse al frente como una principal hacedora de este ejercicio, que entre mujeres, sigue siendo necesario y fundamental. Le dio pena, pero pudo ahí desencadenar sus convicciones y puntos de vista, su solidaridad con las madres de los desaparecidos, con las mujeres pobres, con las divorciadas, con las que necesitan conocer sus derechos, con las débiles para fortalecerlas, ahí supimos de sus inclinaciones a la izquierda que no negó jamás.
Me dirán que eran otros años, muy parecidos a los que dieron vida al Frente pro Derechos de la Mujer en los años 30, cuando en este país todo se estaba por inaugurar. En esa época nunca imaginamos cómo las invitadas de Acción Nacional se irían hasta un extremo, ni advertimos la traición de las priistas y mucho menos olimos que nosotras mismas iríamos por diversos derroteros al cabo del siglo XX. Pero la Asamblea Nacional de Mujeres fue un momento fundamental para todas.
Elena Baptista es una de las muchas que hicieron posible aquella Asamblea de Mujeres, memorable, señera, histórica, que como todo, decayó por la ambición de poder y el autoritarismo de mujeres de los partidos políticos y la inocencia de quienes creen que en efecto, alguna vez, las o los poderosos ceden o entienden el valor de la justicia y el reparto.
Recordarla en ese contexto y no en uno personal o plañidero, porque las ausencias, todas duelen, las pérdidas siempre dejan un hoyo en el alma, me importó más porque hay que poner nombre a nuestras fundamentales.
Elena siguió el derrotero de esos años. Crítica y aguda, no se dejó llamar por las sirenas y sus llantos; nunca dejó de mirar el contexto para imaginar mejores cosas para la vida de las mujeres; con su madre, sus hermanas y sus hijas, ella también hizo lo que tenía que hacer, pasar en calca su vida ética y clara.
Por supuesto que Elena Baptista fue mi amiga. Y pude oírla y discutir con ella en los tiempos que enfrentó una enfermedad, esa que se ha llevado a muchas queridas feministas, como se llevó a Esperanza Brito, a Cecilia Loría, a Graciela Hierro y a otras, porque a mi querida Nellys Palomo se la llevó un accidente. Claro que lloramos juntas en los últimos tiempos y nos reímos a carcajadas haciendo bromas de la tercera edad. Y unimos nuestras manos haciendo cruces para el futuro, que le seguía preocupando y por supuesto que tenía su visión clara para indignarse frente a la violencia que no cesa en México.
Elena y las que se fueron, son entre otras las constructoras de puertos y caminos para continuar, a Elena la despidieron con un aplauso prolongado mujeres de 19 entidades del país reunidas el 5 de febrero en Xalapa, Veracruz, para ratificar el Pacto Nacional por la Vida, la Libertad y los Derechos de las Mujeres, como si Elena hubiera escogido esta fecha para irse ratificando que unidas, logramos más que desunidas.
El aplauso volvió a repetirse en el Panteón Municipal, mientras el viento arreciaba y nuestras gargantas se constreñían, porque con la savia de estas mujeres, con sus dolores y sus alegrías, con su generosidad y con sus orgullos, a veces innecesarios, es como se siguen construyendo las vidas, las libertades y los derechos de las mujeres mexicanas.
Elena, gracias por haberme enseñado el valor de la amistad, a pesar de las diferencias.
saralovera@yahoo.com.mx