Soledad JARQUIN EDGAR
A propósito del día Internacional de los Derechos Humanos
La trata de personas con fines de explotación laboral y/o sexual -esta última que afecta prioritariamente a mujeres, niñas y niños-, es una aberración que ocurre en pleno siglo XXI y que revela un profundo proceso de deshumanización.
La trata de personas no sólo es un hecho vergonzante para la humanidad que la ha permitido con su silencio, y aquí se aplica esa frase que pulula en estos días: somos más quienes queremos una vida mejor, un mundo menos injusto y más equitativo, que aquellos que buscan ocasionar daño; pero el silencio, el miedo y la impotencia que provocan tanta corrupción e impunidad, me da la sensación que nos ha paralizado.
La violencia sexual y la trata de personas son dos síntomas de un mundo enfermo, que nos muestra cómo el dinero, la ambición y el poder desmesurado o descomunal, reducen a nada o a casi nada a las personas y, peor aún, son otros supuestos seres humanos los que cometen estos aberrantes, lamentables y lastimosos hechos.
Hace unos días apenas, la feminista Teresa Ulloa, directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe, reveló que casi un millón 200 mil personas son víctimas de la trata en México.
Esto ubica a este país, golpeado por una guerra interna, la inseguridad y la pobreza, en una deshonrosa posición, al ser el quinto país de América Latina con más tráfico de personas.
Al igual que el asesinato de mujeres por ser mujeres, fenómeno conocido como feminicidio, una se pregunta qué pasa con las autoridades federales, estales y municipales que son responsables de velar por el bien más preciado de las y los mexicanos: la vida, su libertad y el goce pleno de sus derechos, en pro de un desarrollo justo, digno y menos desigual.
Y vuelvo a la cifra, ¿cómo un millón 200 mil personas pueden ser víctimas de trata en este país y pareciera que no pasa nada? ¿cómo hemos hecho para no mirar esa realidad? Y la respuesta está en esta sociedad paralizada, que no se manifiesta, que no es ciudadana… La comisión de este delito sucede más frecuentemente a quienes menos posibilidades tienen de defenderse, la gente con menos recursos para emprender una lucha frontal y descarnada contra ese enemigo, personas a las que la pobreza excluye, deja sin voz propia para ser escuchada a través de los medios de comunicación, “sin poder no hay medio”. Como en muchos otros casos en México, las victimas de trata se engrosan las estadísticas son parte de ese millón 200 mil personas y la sus familias son invisibles.
Pregunto ¿quién en este país utiliza los servicios de esas mujeres explotadas, tratadas como si fueran cosas? Pregunto ¿quiénes en este país engaña a campesinos, indígenas y a toda clase de personas para esclavizarlas en horarios y sueldos al margen de la constitución mexicana? Pregunto ¿quién en este país permite tanta corrupción y da permiso “legal” para tanta impunidad?
Cierto, Felipe Calderón está ocupado jugando a los soldaditos de plomo. La presidenta del DIF Nacional, Margarita Zavala se ilusiona con ser la Evita mexicana –Ay! Eva espero perdone la comparación-.Los gobernadores de los estados están reacomodando al país, se me olvidaba.
Entonces a quién le pregunto.
La trata de personas me lleva a pensar que tuvimos suficientes motivos para no conmemorar ni el Bicentenario de la Independencia ni el Centenario de la Revolución, pues hemos vuelto a esos viejos tiempos cuando la vida de las personas estaba tasada por su origen o por su pobreza. Los conquistadores europeos, en América como en África, exploraron a los hombres y mujeres. Testigo mudo es Valle Nacional, en Oaxaca, recuerdo de ese negro episodio de principios del siglo pasado o que decir del trabajo de esclavos que realizan indígenas mexicanos en la construcción de palacios y hoteles en la Riviera maya o que les parecen los campos agrícolas del norte o los cultivos de narcotraficantes o las miles – millones- de mujeres forzadas al trabajo sexual de un lado a otro, en la legalidad o en la ilegalidad de México, las que son arrancadas de sus poblaciones para viajar al otro extremo del mundo y la iglesia, los medios y el poder no dicen nada excepto que sea en su contra.
La trata de personas, destinado a ser usadas como si fueran cosas, afecta a dos menores de edad por cada 10 de las personas que sufren esta esclavitud, reveló Ulloa.
Hay avances dicen los legisladores, incluso en Quintana Roo, este mes han hecho una Ley para Prevenir, Combatir y Sancionar la Trata de Personas, como ya la tienen otros estados del país, estableciendo de esta forma reglas para perseguir ese delito y proteger a sus víctimas.
Hace unos días escuché a una funcionaria de la Procuraduría General de la República en el Noveno Seminario Internacional de Violencia Familiar en el DF, ella hablaba sobre las condiciones en las que son rescatadas algunas de las mujeres tras haber sido víctimas de la trata.
No tienen identidad por falta de documentos, muchas han sido explotadas sexualmente desde su infancia, han estado sujetas a la permanente violencia física, son adictas por conveniencia de sus explotadores y viven en el sórdido mundo que está frente a nuestros ojos los hechos más degradantes y misóginos, en pocas palabras, sus vidas son reducidas a nada o casi nada.
Leía con detenimiento parte de esa ley de Quintana Roo, como otras que hay en el país, sí a la letra son buenas, pero de no aplicarse se convierten en adornos, en pronunciamientos, en enunciados legislativos de esos que ya le cuelgan en las leyes mexicanas y que no sirven de mucho, en tanto, se encuentren siempre formas de burlar, a través de la corrupción y la impunidad.
Frente a la pobreza, la violencia que desata la guerra frente al narcotráfico -que no es nuestra guerra-, la trata de personas y la esclavitud humana del siglo XXI, la sociedad no puede seguir en silencio, espectadora. Tenemos que hacer algo y lo primero que pienso que podemos hacer es denunciar y vigilar que las leyes se cumplan, tenemos que rechazar lo que no está bien, sólo de esa forma empezaremos a construir un mejor futuro. Donde los hombres y mujeres no sean tratados como si fueran cosas.