Palabra de Antígona
Violencia y Pobreza: un rompecabezas
Sara Lovera
Los valles de Baja California probablemente son
una de las regiones más ricas y hermosas de nuestro país. Son inmensos
contenedores de riqueza agrícola y vitivinícola; el de Mexicali por el algodón
y el de Guadalupe por su variedad de uvas y olivas. San Quintín por su
producción agrícola. Nadie debía ser infeliz en esas tierras que solamente
visitó una vez Hernán Cortés y que durante los largos años de la independencia
y después de la Revolución se dejó aislada, casi desconocida.
Los cielos y los soles son apabullantes.
Especialmente porque los campos de cultivo, excepto el Valle de Mexicali, están
de cara al mar. Baja California es posible que haya sido inspiradora de la
imagen del Cuerno de la Abundancia que tantas expectativas dio a México durante
cientos de años.
Por eso no puedo entender la desigualdad, esa a
la que se refirió la semana pasada la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE) que nos ubicó como el cuarto país en el mundo más
desigual y contrastante. Solo desde esa vertiente del reparto de los bienes no
hay forma de entenderlo.
Hace muchos ayeres, cuando conocí a un grupo de
mujeres dedicadas a la comunicación en Mexicali, me pareció sorprendente que
una de ellas refiriera con toda seguridad que ahí, en Baja California no había
discriminación femenina, ni violencia contra las mujeres ni abandono cívico y
político.
Hoy Baja California tiene el tremendo quinto
lugar en violencia feminicida, en asesinato de mujeres. Y me duele el alma
cuando pienso en San Quintín y en los miles de hombres, mujeres y niños que
padecen las inclemencias de ese mal reparto de bienes materiales y simbólicos,
quienes trabajan jornadas extenuantes, que son los hermanos y hermanas del sur;
no entiendo el largo camino de los migrantes que se quedan varados en Tijuana o
en Mexicali, que engrosan día a día las fábricas, maquiladoras de exportación,
muchas veces sin derechos. Esa Tijuana heroica donde se producen hasta arneses
para la industria militar de Estados Unidos.
Esas calles tijuanenses polvorientas que
conviven con el mar y la festiva avenida Revolución, o los caminos del Valle de
Guadalupe de un verde que refresca, o los antiguos y modernos
centros de apuestas. Los lugares precisamente donde las mujeres son
intercambiadas y abusadas de forma cotidiana. Es la mítica frontera, donde
descubrimos en 2005, que era el lugar donde miles de mujeres no sólo dejaban
sus vidas en la maquiladora, sino que también las encontraban tiradas en los
campos, golpeadas, violadas, asesinadas.
El viernes último, en Mexicali, terminaron un
conjunto de foros “Por la Libertad de Expresión”, en los que se analizaron los
ingentes problemas de la maravillosa y pujante Baja California. En otras
palabras, los quehaceres y las miserias que la desigualdad, el machismo, la
exclusión y la impunidad van dejando como una herida más profunda que la falla
de San Andrés, esa que telúricamente atenta contra la integridad de sus
habitantes y sus ciudades.
El último foro tuvo como tema la violencia
feminicida: “Equidad y Feminicidios”, el asesinato de mujeres que acosa y
desgarra a nuestra inteligencia y la esperanza de la igualdad como una ruta
deseable.
Foros impulsados por un conjunto de
instituciones como el Congreso de Baja California, el Instituto de Estudios
Legislativos de Baja California, la Comisión de Derechos Humanos del
Noroeste, la organización Periodismo Negro, la Asociación de Periodistas
Universitarios, Bionero.org, Semanario El Cactus, Comunicadoras de Mexicali,
Fundalex y la Asociación Nacional de Estudiantes de Ciencia Política y
Administración Pública y a los cuales me invitaron para debatir y reflexionar.
No es posible, dijeron muchas mujeres
participantes, que en Mexicali donde no ha dejado de gobernar el Partido Acción
Nacional por más de 18 años, no exista un instituto de las mujeres, no se ha
instalado el Consejo Estatal para la Prevención y Atención de la Violencia y se busca menospreciar el
problema de la violencia de género, como le pasa a un sinfín de gobernadores y
autoridades por todo el país.
Increíble, el lugar donde otrora se levantó la
bandera blanca de la total alfabetización, el mismo donde se han erigido
enormes empresas vitivinícolas exitosas, donde se derrama creatividad y
trabajo, cultura y literatura, el lugar de la esperanza para nuestros hermanos
del sur, está hoy en una situación de desigualdad. Recuerdo que sólo ahí he
visto mantas enormes colgadas de las fachadas de las empresas
tijuanenses donde casi a gritos piden personal y se exhiben las condiciones
de trabajo favorables.
Sí, la Baja California, el otro México como le
llama Ricardo Rafael, donde corrían los dólares y el vino mientras el resto del
país estaba en crisis en 1929; de
donde salieron algunos de los presidentes de México; el lugar dónde se eligió a
la primera diputada federal, Aurora Jiménez de Palacios en 1954, ahí discutimos
en un espacio de reconocimiento a las mujeres, una sala con sus retratos y
biografías, que muestra a sus lideresas históricas, en la que está la primera
diputada, pero también quién organizó el Asalto a las Tierras y una emblemática
periodista.
¿Por qué negar que existe el asesinato de
mujeres? ¿por qué tanto temor a develar el carácter patriarcal y machista de la
acción feminicida? ¿por qué negar que estamos envueltos en una vorágine que
ninguna política o ley puede parar?
En la sala, una mujer de duro rostro y palabras
fuertes, nos contó cómo ha vivido la violencia de los hombres, violencia
cotidiana en su quehacer de prostituta y cómo organiza mujeres por sus
derechos.
En el Foro hablaron las diputadas y las mujeres
organizadas; se escuchó a las y los comunicadores de la falta de espacio real
para ejercer su derecho a decir, a investigar, a contar lo que realmente está
pasando.
Me duele ese otro México, porque ha dejado de
ser una quimera. Ahí estaban las y los diputados felices porque avanzaron en la
tipificación del delito de feminicidio y se reflexionó cómo eso no significa
nada, porque no hay instituciones que hagan posible hacer justicia. Y no hay
justicia, hay impunidad. Los datos aportados por un funcionario
del INMUJERES que fue invitado, señalan que todos los días en este
país donde se practica el estado de Derecho, son asesinadas 7.1 mujeres y
que esa vergüenza cubre a todo el país.
Luego esos datos que acosan de los organismos
internacionales, en plena campaña contra el hambre, porque somos con
Turquía, Chile y Estados Unidos, los de mayor desigualdad. México un país donde
el 10 por ciento de las y los mexicanos concentra el 36.7 por ciento de la
riqueza y ellos mismos el poder; mientras que otro 10 por ciento apenas vive
con el 1.2 de los recursos. Esto es la balanza tremenda de nuestra realidad.
Los Foros llevarán nuevos aires para legislar
nuevas cosas, como una comisión de feminicidio que un día de estos se va a
formar; o una revisión a fondo para crear dispositivos de protección a
periodistas, sin embargo, nada hace posible convencer a quien gobierna que es
de ley y honradez usar los recursos federales para atender la violencia
contra las mujeres, no da cuentas, no da información, como me dijo el
Observatorio Ciudadano del Feminicidio, ni se consigue tampoco parar la
explotación laboral en el Valle de San Quintín.
Digamos que es lo que todos los días nos afecta
y lo que cotidianamente se quiere ocultar, como si callando se resolvieran los
problemas. Este flagelo está en las manos de todas y todos. Habría que pararlo
realmente, con medidas de fondo, sin discursos, para que un día se pueda volver
a gozar de las bellezas de los valles de Baja California; las sierras de
Chihuahua; los mares de Veracruz; los valles, montañas y mares de Oaxaca; los
cielos de Sinaloa, las caídas de agua de Chiapas y sus lagunas. Los hermosos
pueblos del Estado de México; la riqueza petrolera de Tamaulipas, en fin de
cada una de las riquezas de las entidades en que geográficamente se divide
México.
Es decir, volver a la felicidad que nos contaron
quienes nos antecedieron, esa del cuerno de la abundancia, de la revolución
social, del Estado de Derecho que nadie encuentra por ninguna parte. La que
puede hacer la diferencia para cegar, definitivamente, la discriminación y el
oprobio que vivimos las mexicanas.