Mujeres y
Política
Llamado
desde mi sillita
Soledad JARQUÍN EDGAR
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia
contra las Mujeres, que se conmemora este lunes es motivo de diversos análisis
y llamados que me recuerdan uno de los episodios con los que Quino nos llevaba
hace algunos años a reflexionar a través de la ironía y la inocencia perspicaz
de una niña: Mafalda, cuando se subía a su sillita y hacía un llamado por la
paz del mundo y le daba lo mismo no ser escuchada porque decía que “su llamado” tenía la misma
eficacia que aquellos que hacían la ONU y el mismísimo Papa.
Nuevamente las mujeres de una buena parte del mundo
harán esa tarea de subirse a la sillita y pedir porque cese esa violencia de
género contra las mujeres que es una violación a los derechos humanos y que
afecta a un 70 por ciento de ellas -las
otras y nosotras- en el mundo de acuerdo con el mismo organismo internacional
arriba citado.
Sería ingrato decir que nada ha pasado desde que las
mujeres de América Latina propusieron en un encuentro feminista conmemorar cada
25 de noviembre en memoria de las hermanas Mirabal: Patria, Teresa y Minerva,
sacrificadas violentamente por el dictador de República Dominicana, Rafael
Leónidas Trujillo, en la década de los sesenta.
Mucho se ha avanzado, claro. Al menos en eso que se
llama la visibilización de esta pandemia global, no así en los resultados que
quisiéramos ver, a pesar de los que se denominan avances en materia legal, como
las leyes constitucionales para castigar los diferentes tipos y ámbitos en que
se clasifica. Es decir, la diferencia sustancial entre los dichos y los hechos,
es en concreto algo que todavía no logramos (sociedad-gobierno) hacer coincidir.
Tal parece que a la otra mitad de la humanidad le
resulta difícil aceptar que las mujeres tienen el mismo valor, que no hay
ninguna supremacía varonil y que ellas tienen derecho a vivir libres de esa
violencia, por plantearlo de manera sencilla y simple.
Esta violencia contra las mujeres, cuya manifestación
más cruda y cruel se manifiesta en el feminicidio y en la trata de mujeres de
todas las edades con fines de explotación sexual, tienen sin embargo muchas
formas de expresión sutiles, a veces en una sola mirada, condicionamientos
económicos, presión psicológica y social para cumplir con el “deber ser de una
mujer”, acoso laboral, ratificada y normalizada en expresiones comunes como las
canciones que se tararean sin reflexionar que lo que encierran son actos para
perpetuar la disminución de las mujeres y muchísimas veces más en actos
vergonzosos para la humanidad como la violencia sexual.
Expresiones que se dicen en la calle disfrazadas de
piropos; actitudes que se muestran en la escuela o el trabajo donde se topan no
sólo con techos de cristal, sino también con muros invisibles, y golpes que
marcan no sólo el cuerpo sino también el alma, lo profundo, inmovilizan y
frustran su desarrollo. Hechos que muchas veces las dejan sin capacidad física
y emocionalmente.
Actitudes que, para quienes les interesa el aspecto
financiero, como se ha demostrado afectan el Producto Interno Bruto de un país,
aumentan la pobreza y también tienen un impacto financiero, cuantificado ya por
las especialistas, en la atención hospitalaria y en el bajo rendimiento laboral
y escolar, que al final también significa dinero, pero que en este caso resulta
lo menos importante, porque lo que se afecta verdaderamente es la vida y el
desarrollo de las mujeres (personal, íntimo, social). Eso sin contar a las
víctimas “secundarias”, como las y los hijos, que a veces engrosan los números
de la orfandad real y ficticia porque muchas mujeres que viven violencia no
pueden “arrancar” cada día, viven una tristeza interna que las marchita.
Todo ello resultado de una cadena de infortunios
derivados de la complicidad social, el silencio familiar y claro la impunidad emanada
de la falta de una respuesta contundente, re-educadora, real y no sólo
discursiva o demagógica por parte de los gobiernos. Gobiernos no han hecho su
parte, por el contrario han engrosado la burocracia con instituciones que no
responden de manera eficiente y eficaz contra la violencia y sus muchas formas.
En cambio son muchas, cientos, miles de mujeres feministas que organizadas,
activistas, académicas, en su comunidad, en su barrio, en la colonia, en todos
sus espacios, siguen jalando su sillita para llamar a erradicar la violencia,
pero han hecho mucho más que eso. Las mujeres han sido las que han acompañado a
las víctimas, las que han salvado a otras mujeres, incluso, de morir, y las que
han impulsado propuestas para cambiar legislaciones, han creado organismos de
apoyo, han propuesto políticas públicas que todavía no funcionan porque se
dejan en manos de ejecutivos que siguen atravesados por la discriminación, esa idea
de que las mujeres valen menos y en el fondo nada o poco importa lo que con
ellas suceda, porque de otra forma me decía hace unos días una entrevistada
hace tres décadas que algo más habría cambiado y no sólo el sistema burocrático
del género.
Cierto. Coincido con ella. Si los programas
gubernamentales sirvieran de algo no tendríamos que soportar tanta violencia
hacia las mujeres. La cifra es espeluznante y grotesca. En 25 años, entre
1985-2010, se consumaron en el país poco más de 36 mil 600 feminicidios, según
dato que dio a conocer el coordinador jurídico del Instituto Nacional de la
Mujeres, esto significa que fueron asesinadas 6.5 mujeres por día.
Esa es la violencia extrema. Pero la violencia sutil
es tan terrible que niega todo tipo de oportunidades y en muchas ocasiones se
gesta desde las propias instituciones de gobierno:
Se violenta a las mujeres cuando no se destinan
recursos para transversalizar la perspectiva de género en los programas de
gobierno.
Se violenta a las mujeres cuando se les niega atención
médica oportuna en casos “tan elementales” como parir a sus hijas o hijos.
Se violenta la vida de las mujeres cuando una jueza
decide carear a la victima que es menor de edad con su agresor sexual (hecho
que podría ocurrir este lunes 25 de noviembre en la población de Tlaxiaco).
Se violenta a las mujeres cuando en lugar de castigar
al violador de una niña, su maestro de escuela, que pertenece a la sección
sindical más “fuerte” de Oaxaca solo se le cambia de municipio y nadie lo
molesta, en cambio él volverá a cometer ese delito en otra comunidad.
Se violenta a las mujeres cuando en una universidad
del Estado se le niega el acceso a una joven sólo porque no habla inglés o no
sabe computación en tanto su rector viaja en helicóptero.
Se violenta la vida de las mujeres cuando se le hace
firmar un documento en el que la obligan tener como prioridad el cuidado de sus
hijos sobre su educación,.
Se violenta la vida de las mujeres cuando sus padres
abusan sexualmente de sus hijas durante mucho tiempo, porque se les ha dicho
que esos son problemas de la familia y que nadie más puede saber, porque nadie
les ha dicho que sobre su cuerpo ellas deciden y que cuando se dice no es no.
Se violenta la vida de las mujeres cuando se les niega
votar en sus asambleas y se les impide ser parte del gobierno.
Se violenta la vida de las mujeres cuando las
asesinan, sí, pero se les re-victimiza cuando no reciben justicia pronta y
persiste la impunidad.
Y todo eso sucede en Oaxaca y todo eso es violencia.
@jarquinedgar