jueves, 11 de abril de 2013

Urdimbre de memorias; Gabriela Bermúdez y María Sabina



Urdimbre de memorias

·      Homenaje a las abuelas curadoras, a las madres sabias que intervinieron ante la fuerza para que el espíritu de nosotros y del mundo prevalezca


Gabriela Bermúdez Santos
·      Gabriela fue descubrir la inmensidad de posibilidades de ser mujer y no sólo la “buena mujer”

Aline CASTELLANOS
Una siempre es un tejido inacabado. Yo soy un tejido inacabado. La urdimbre que me sostiene está hecha de las luchas de otras, las que estuvieron antes; las que están.
Ancestras que son espejos, maestras que son campanas. Las mujeres de mi tejido son tantas que si pienso en ellas en la mente aparece algo como la pantalla de cine con los créditos finales. Incontables nombres y rostros, historias que son raíz y savia cotidiana.
Palabra de mujer que me ha iluminado; lucha de mujer me ha abierto brecha; complicidad de mujer me ha sostenido.
Qué seria de mi sin las locas, las brujas, las putas, la sumisas, las tercas, las universales, las solidarias, las rientes. Porque ninguna se parece a la madre  Teresa de Calcula (tan perversa ella), sí a Remedios Varo que me regaló la maravilla de imaginar; a mi tía Rosario Castellanos –yo la adopté como parte de mi ascendencia-; a la Comandanta Ramona, a las madres de la Plaza de Mayo, a la Yourcenar, a Chavela, a mis amigas, las oaxaqueñas, la ayuuk y las tecas, las chilangas, la bolivarianas. Tan “palante compañera”, tan ciudadanas del mundo ellas; las que pisan la tierra y las que ya se fueron. Qué seria de mi sin la raíz negra que me regaló Mamá Ina, mi negra abuela; sin la dulzura de María, mi madre; sin la risa de Abya, mi hija.
Una está inundada de ellas; continúa –o pretende continuarlas-, una es afortunada heredera. Y ellas son las locas culpables de lo poco que una es. O, así, en primera persona, yo soy  un poco culpa de ellas.
Culpable es Virginia Woolf de que yo quisiera un cuarto propio y saliera a rentar un cuartucho de azotea en lugar de casarme e irme, como Dios manda, a vivir con mi marido.
De no querer casarme, de preguntarme si quería embarazarme, de pensar que soy gente –contra todo lo asegurado por siglos de sabiduría masculina-, de sentirme feminista, de pensar que mi cuerpo es mío, de creer que el cuerpo de cada mujer es de ellas, de pensar que yo soy yo, en gran parte es obra y gracia de ellas, las iluminadoras.
En la urdimbre personal ay un hilo que jala la madeja. Una especie de parteaguas personalísimo. Para mí fue Gabriela, la arrebatada.
La primera vez que la vi estaba sentada en la oficina de redacción del semanario La Hora. Un sombrero de palma bajo el cual había un par de ojos pequeños, sonrientes y preguntones y una sonrisa enorme que le ocupaba toda la cara. Toda ella sonreía. Yo iba a pedir trabajo, me habían dicho que hablara con la directora del periódico, una tal Gabriela Bermúdez. Yo esperaba a una señora “bien vestida” y adusta. A mis 17 años yo creía que una directora de lo que fuera, mínimo debía tener zapatillas y traje sastre. Era mi noción del buen vestir y de autoridad. Pero la chava ésa de huaraches –ella tenía 23 años- que me sonreía no tenía nada que ver con mi imaginario personal de “la directora del periódico”.
Me quedé en el periódico y Gabriela fue descubrir a Simone de Beauvoir  y a Gioconda Belli; las terracerías de las comunidades, las cantinas de Oaxaca; la inmensidad de posibilidades de ser mujer y no sólo la “buena mujer”. Descubrir –a fondo- la amistad y la complicidad insustituible entre las mujeres; la posibilidad del placer, de la noche, de lo negado por los siglos de los siglos para nosotras. Gabriela y las inacabables preguntas, la que metió dudas donde había anquilosadas certezas. Gaby es la mujer a la que especialmente quiero decir hoy gracias por las puertas que me ayudó a abrir.
Los hilos de mi urdimbre personal se tejen con la muchedumbre de mujeres que me habita, con las que he llorado, con las que he creído que otro mundo es posible para nosotras, con las que he dicho “basta”; basta de violencia, basta de controlarnos, basta de demonizarnos, de inferiorizarnos, basta de ser invisibles, basta de violentarnos, de desaparecernos, de asesinarnos. Ha sido tan difícil decretar “soy humana” en este mundo –patriarcal- que muchas mujeres han sido asesinadas por eso.
Ese caudal de mujeres que me habita, entró, estoy segura por las rendijas que Gabriela me ayudó a encontrar. Me faltaría hablar de tantas, de cada una, pero hoy quiero volver a la memoria a la Gabriela estruendosa, bailadora, solidaria. Ver una mujer libre me hace un poco libre a mi también.
Amiga, compañera, hermana, Gabriela arrebatada por la vida, tan a los 27 años. Qué regalo haber tenido una Gabriela para tejer con todas, reconocerme en otras, para caminar hombro con hombro, qué regalo para caminar un trecho de la vida.