Por Sara Lovera
Hace unos días escuché de un amigo la posibilidad de responder con imaginación y trabajo a las grandes empresas de comunicación, que no sólo ocultan, sino que envenenan la mente y a veces el carácter de quienes son sus espectadores (escuchas, televidentes o lectores) y generalmente explotan y/o no defienden a sus trabajadores, a sus periodistas, a las voces que son las que están en contacto con la gente.
Promover medios en el mercado informal, volver quizá a un gran equipo de pregoneros de las noticias que realmente importan a la gente y armar una cadena informativa sólo entre la ciudadanía, parece no tan loco si leemos a Miguel Ángel Granados Chapa llamando a esa ciudadanía indignada por el despido de Carmen Aristegui, a que ponga en juego toda su imaginación y haga algo para responder a lo que consideran un verdadero atropello a la libertad de palabra.
Para enfrentar a los grandes empresarios -como Joaquín Vargas, dueño de MVS-, a los monopolios televisivos o a las grandes cadenas de publicaciones que hacen su juego con el poder, no informan y manipulan, es necesaria una salida imaginativa y audaz.
El maestro Granados Chapa sabe de eso. De un golpe a la libertad de expresión nacieron hace más de 30 años la revista Proceso y el diario Unomásuno; la primera haciendo gala de su libertad y el segundo perdido para siempre por la ambición empresarial, que a la postre genera la creación de nuevos medios, como el diario La Jornada, y otros espacios semejantes en revistas y hay una multitud de espacios informativos en el espectro digital que no imaginamos; las redes sociales son ejemplo de comunicación horizontal y no controlada, pero hay espacios de periodistas profesionales que se hacen escuchar.
¿Cómo rescatar una voz que tapa el sistema, el entramado, el poder, el poder presidencial y sus testaferros?, por cierto, situados como empleados de los grandes empresarios de medios, en el monopolio, en sus faldas, a su alrededor, en espacios que parecen hasta interesantes, pero que no lo son. Ellos, los voceros del sistema, los intelectuales orgánicos, los controladores de espacios de radio y televisión que se benefician del rey o del faraón que permanece en el poder, que son misóginos, que respiran por su espina dorsal patriarcal, que con una mano son críticos y con la otra difunden imágenes y textos denigrantes para las mujeres, etcétera.
Durante mucho tiempo en horario nocturno en la cadena Televisa se contribuía a la compra de sexo casi infantil, propiciando la pederastia que en sus series de investigación devela. Son eso, doblemoraleros que solamente están en el negocio y nada más. Con sus empleadas y empleados, que hasta se creen con frecuencia, de la misma calaña que periodistas de esa cepa verdadera. Vaya, de los de a pie o no tan de a pie, pero que se la juegan.
El sueño de mi amigo y el de Granados Chapa es diferente. El primero, dice simplemente, vayámonos a otro mercado, a hacer otras cosas, donde la ciudadanía tome en sus manos la información que les merezca importancia y la difundan entre iguales. Granados Chapa dice vamos a crear un sistema de radio propio, compremos espacios en concesiones vacías de programación, armemos paralelamente vías de comunicación con las nuevas tecnologías de la comunicación. Recuperemos para periodistas, como Carmen Aristegui, la voz.
Los dos sueños son válidos. El problema es cómo y con quién. Venir de una experiencia parecida, picar piedra para que los medios miren a las mujeres, armar frente al poder estrategias para dar importancia a la condición de las mujeres, me hace reflexionar profundamente con lo que ha sucedido a Carmen Aristegui, interesada en esa mi insistencia, mirar a las mujeres.
Pero su caso es más grave. Ella es señalada por el poder y le han cortado la lengua o han creído hacerlo. Lo grave es que en el país haya, en 10 años, 66 periodistas asesinados y tenga que construirse un entramado para parar estos atropellos, en los que personas muy reconocidas, no se suman y mucha gente que se reconforta de los comentarios de las estrellas, que admira a esas estrellas y ahí pone toda su esperanza, pero que no estaría por crear un sistema como el que pide Granados Chapa, a una la enfrenta con una pared alta de desazón.
Mientras, empresarios y gobierno, poder y poder, juegan al gato y al ratón. Ellos que tienen la sartén por el mango, deciden, elijen, ponen perfiles humanos en sus líneas, en sus imágenes, en sus textos. Pagan y aplauden mientras no son atropellados por una voz fuerte.
Carmen Aristegui fue la periodista más insistente en mostrar cómo los soldados atropellaron a Ernestina Ascencio Rosario, indígena náhuatl de la sierra de Zongolica, Veracruz, atacada a los 73 años, que según el faraón Felipe Calderón murió de gastritis; Aristegui que dio el último golpe a Marcial Maciel, al poner en el micrófono a su doble moral, doble familia, doble de todo que caracterizó al fundador de los Legionarios de Cristo y confesor de la ya olvidada Martha Sahagún, que algunas feministas creyeron era buena onda. Aristegui también en ese espacio puso las íes en el caso de Atenco, donde el que quiere llegar, Enrique Peña Nieto, tuvo mucho que ver y donde más de 30 mujeres fueron atropelladas sexualmente por los policías del Estado de México. O sea, Carmen puede ser estrella, pero también toma algunos de estos casos a fondo y ayuda a esa larguísima tarea de poner algunos temas en la opinión pública y es, sobre todo, honesta e inteligente para al preguntar abrir asuntos que molestan a miserables, poderosos y lastima frecuentemente a intereses en juego. Es la misma periodista que hace preguntas inteligentes y abre espacios a muchos grupos sociales. Al pretender callarla, renace claramente el autoritarismo sin reversa en México.
No hay duda de que eso es lo que sucede. Hay quien juega con estos autoritarios a ganar espacios, hay quien podría pensar como Granados Chapa, que es el momento de crear un medio ciudadano con un alta voz potente, donde haya una cadena ciudadana capaz de potenciarlo, tanto económica como comunicativamente.
Pensemos. No todo es dinero, buena paga y todo lo demás. Una empresa del pueblo, suena bien, aunque parezca un sueño, podría concretarse.