miércoles, 13 de mayo de 2015

El uso político del silencio




Erika Lilí Díaz Cruz*
La impunidad es un término que define aquello que ha quedado sin pena, que ha cortado la verdad de tajo en quienes han sufrido el agravio, el abuso, la lesión; todo ello quedado en el cuerpo de las víctimas, traducido en sentimientos, emociones, que se congestionan ocasionándoles un dolor permanente, un abatimiento que impide olvidar, que impide sanar las heridas internas y externas, un vilo permanente desde lo más leve hasta lo  más grave.

La impunidad es la “no satisfacción” de la víctima en cuanto a la restitución íntegra e integral del ejercicio de sus derechos dañados; esto quiere decir que las personas víctimas del delito, no piden necesariamente la privación de la libertad de quienes le perpetraron ese daño, muchas veces puede estar privada de su libertad la persona pero eso no necesariamente repara el daño ocasionado a la víctima o sobrevivientes, no sólo es impunidad el “no castigo” a la persona responsable, es la ausencia total de una participación activa de la víctima en la defensa de sus derechos como titular de ellos, sólo las víctimas saben lo que necesita para sentir y tener la restitución de su derecho o se salve aquello que ha sido dañado. La lógica de la justicia mexicana implica la corrupción, el tráfico de influencias y por tanto la subordinación a estas prácticas que significan la “justiciabilidad”.

“La población presenta una enorme insatisfacción con las instituciones públicas… cuando se presentan ante operadores de justicia, la situación se convierte en miedo, no hay confianza ni credibilidad”

La población en Oaxaca, como el resto del país, presenta una enorme insatisfacción con las instituciones públicas en general, sin embargo cuando se presentan ante operadores de justicia, la situación se convierte en miedo, no hay confianza ni credibilidad, pero lo peor de todo es que tienen un temor bien fundado cuando se presentan ante ellas y su manera de actuar será bajo ese enfoque de miedo.

Con la impunidad, es como se mide la ineficacia del sistema de justicia. Mujeres y mujeres indígenas en específico, han vivido con el lastre de la impunidad silenciada, hay indicios de los efectos de la impunidad hacia las mujeres, Yarkin Ertük afirmaba que la pobreza se mide en violencia de género hacia las mujeres, Oaxaca es un claro ejemplo, con 12 feminicidios en lo que va del año y ninguno resuelto, ninguno de ellos se ha esclarecido, la verdad no se hace presente, las y los familiares de las víctimas directas continúan siendo vulneradas y vulnerados en sus derechos. Oaxaca ocupa el mismo lugar de violencia y de pobreza, es decir se ubica entre las entidades federativas más críticas, aunque las autoridades digan lo contrario, la realidad se ve y se siente, pero se silencia.

El lastre que acompaña a la justicia oaxaqueña, impide nombrar la impunidad, si se empieza a nombrar, empieza a existir, como invoca el principio feminista lo que no se nombra no existe, la política de impunidad es tolerada por quienes operan el sistema, porque de esa manera no se tocan los intereses de quienes tendrían que rendir cuentas, es mejor callar porque muchos y muchas se encuentran coludidos; así la política del silencio o de silenciar, mejor dicho, acaba por imponerse y dejar huellas en quienes aún esperan un solo acto de justicia.

Nombrar la impunidad, con cada caso, con cada trámite, con cada proceso; hará evidente lo que se quiere esconder, nombrar es un acto de valentía, trasgresión, es romper las malas prácticas, es apropiarse de un derecho que es de cada quien, implica el aseguramiento plural, integral, en condiciones de igualdad, del derecho a nuestra vida digna. (*Coordinadora de Lunas del Sur, A.C.)