viernes, 15 de agosto de 2014

Controlar la sexualidad de las mujeres



La costumbre en nombre de la cultura:
Controlar la sexualidad de las mujeres

Norma REYES TERÁN*
La cultura política del país está retrasando el cumplimiento de las libertades y los derechos de las mujeres. Los cambios que anhelamos requieren forzosamente el convencimiento de los actores políticos. En México, las feministas aún no hemos podido producirlo. 
Desde luego, parece lógico y elemental que la clase política de un país deba conocer y respetar los compromisos internacionales de su nación, no obstante, frente a las desigualdades de las mujeres, los partidos políticos sólo han sido capaces de mostrar apatía e indiferencia. 
Por eso vuelco mis esperanzas en el activismo feminista, pensando que, si los sujetos obligados no han sabido responder a las mujeres, tendremos nosotras que encontrar la manera de influir y propiciar el reconocimiento de nuestros derechos de ciudadanía.
No hacerlo, significa que nuestros derechos continuarán postergados quien sabe para qué época del porvenir. Pero el recrudecimiento de la violencia machista y la escasa participación de las mujeres en todos los niveles de gobierno y en muchos otros ámbitos, nos llaman a romper ya con el orden establecido.  
Entonces, si los dueños del poder no son nuestros aliados, ¿con quiénes contamos en para lograr esta titánica empresa? Con la opinión pública, no; con los empresarios, no; con la sociedad civil organizada, no; con la academia, no; con las religiones, no. ¿Con quiénes, entonces? Es lamentable, pero no lo sé.
Existen países que han tenido ciertos logros y quisiera tomar prestados ciertos rasgos de esa cultura política para abreviar pasos y hacer que los días felices de las mujeres lleguen más temprano de lo que llegarán.  
Al paso que vamos, ni la generación actual ni la que sigue alcanzarán a mirar el desenlace de esta utopía. No obstante, es necesario construir un gran acuerdo político que redunde en los cambios que requerimos. Lograrlo, significa estar al corriente en cuanto al pensamiento feminista se refiere, de donde muchas hemos abrevado y al cual hemos decidió ser leales por convicción.  
En relación con el multiculturalismo, compartimos con el pensamiento feminista que en lugar de hablar de prácticas culturales, debiéramos hablar de abusos patriarcales, porque aquellos hechos que se pueden entender desde cierta lógica como choques culturales o como violencia cultural, tienen en realidad un trasfondo androcéntrico que legitima y reproduce una cierta posición de poder, el poder de los hombres sobre las mujeres.
Esto tratemos de aplicarlo en Oaxaca, el estado más multicultural de México: con 17 pueblos indígenas, entre zapotecos, mixtecos, nahuas, chocholtecos, zoques, chinantecos, huaves, triquis, mixes, afrodescendientes y más.
Es el único estado cuya legislación reconoce a los pueblos y comunidades indígenas, su derecho de regirse bajo el régimen de "usos y costumbres", es decir, mantener sus formas de organización social y gobierno no importando si estas se apegan o no a la cultura democrática que rige al resto de la ciudadanía.
El movimiento indigenista oaxaqueño, organizaciones sociales e incluso organizaciones no gubernamentales de mujeres han conseguido legitimar un salto bestial hacia el comunitarismo y la posmodernidad, sin darle oportunidad a la Modernidad de establecerse plenamente, borrando los derechos individuales en perjuicio mayoritariamente de las mujeres.
Por todo ello, Oaxaca se asemeja con un laboratorio de pruebas que reta al planeta entero, en cuanto a la promoción de la democracia y el respeto de los derechos humanos se refiere. El debate sobre las relaciones entre las culturas y el respeto que les debemos por el simple hecho de serlo, no debe impedirnos enjuiciar aquellas prácticas culturales que vulneren los derechos humanos, implique trato discriminatorio para las mujeres o erosionen e impidan la igualdad.
El reto es producir un discurso crítico y políticamente coherente que haga coincidir la igualdad de género y el respeto a las comunidades culturales y, a las minorías oprimidas. Seguramente todas las culturas son valiosas, pero NO las prácticas patriarcales ni los privilegios masculinos confundidos y justificados de tradiciones culturales que atropellan los derechos humanos de las mujeres, por más que éstas se encuentren reconocidas e institucionalizadas.
Si bien la idea que sustenta el multiculturalismo es la necesidad de reconocer las diferencias y las identidades culturales, eso no supone que todas las culturas contengan aportaciones valiosas para el bienestar, la libertad y la igualdad de los humanos. La diversidad cultural y las ideas multiculturalistas son aceptables sólo si amplían la libertad y la igualdad de las personas: mujeres y hombres.
Entendemos por derechos culturales, el derecho a la libertad creativa, el derecho a la memoria histórica hasta los derechos colectivos y los derechos de las minorías culturales, desde ese punto de vista, el primer derecho cultural de las mujeres es el derecho a una vida libre de violencia, a partir de él, se puede empezar a identificar cuáles prácticas debemos o no preservar, no olvidemos que todas las culturas han tejido un universo simbólico y también de hecho, de violencia contra las mujeres.
Si por derecho cultural entendemos la libertad creativa, podemos testificar que una buena parte de la carencia imaginativa de las creadoras y creadores se suplanta con una presentación vejatoria y estereotipada de las mujeres, es decir, desde la libertad creativa se ejerce violencia contra las mujeres.
Si por derecho cultural se entiende la memoria histórica, desafortunadamente, podemos dar cuenta que una buena parte ha invisibilizado de manera permanente las aportaciones de las mujeres, consecuentemente, se ejerce violencia sobre la memoria histórica de lo que las mujeres somos y hemos sido.
Sobre los derechos colectivos -que forman parte del reclamo de las minorías culturales-, necesariamente tenemos que hacer referencia al concepto de identidad. Si bien, este concepto es clave para visibilizar a las minorías culturales, al mismo tiempo, es un concepto reactivo o contrario a la igualdad y la libertad de las mujeres; incluso de las mujeres de esas minorías. Haciendo una revisión del concepto de ciudadanía junto al de identidad, encontramos que el concepto de ciudadanía transitaba entre los rasgos de elección y participación. La ciudadanía se entendía como el derecho de las personas a elegir y ser electas, y participar de la construcción de la sociedad.
En los últimos años este concepto clásico ha sido sustituido por una ciudadanía que se mueve en torno al reconocimiento y a la identidad. Y el concepto de identidad es reactivo para las mujeres, debido a que todas las mujeres hemos sido reconocidas identitariamente no como personas con derechos, sino como “mujeres”.
Las minorías y las mayorías culturales reconocen esa identidad “ser mujer”, como específica y propia de todas las mujeres para ordenar los sexos en torno a la noción de complementariedad, es decir, a través de esa noción de complementariedad se transmiten y refuerzan todos los mecanismos de desigualdad. La complementariedad ha de ser sustituida por la igualdad.
 Los atuendos de las indígenas representan una clave de identidad importantísima y constituyen un prodigio artesanal; para su elaboración se aplican técnicas milenarias de fabricación de hilos o en la producción de tintas vegetales y animales.
En los aparadores, los atuendos van muy bien, pero en la realidad las telas, los colores, los holanes y hasta el peinado, representan en muchos de los casos, señales que dicen a los hombres de la comunidad si la portadora del folklórico traje es viuda, casada o soltera; si está disponible o comprometida.
La "Guelaguetza", considerada la máxima fiesta del estado, se significa como la celebración nacional más importante, se trata de una mezcla en términos de diversidad cultural y religión; ocurre cada año durante el mes de julio. Es un espectáculo emblemático.
Guelaguetza significa ofrecer, compartir y esa es la premisa de la celebración. Danza, música, productos y atuendos de los 17 pueblos indígenas de la entidad que se presentan en el nuestro auditorio de cantera estilo teatro griego, con 10 mil asientos para turistas de todo el mundo.
Se puede tener en un solo golpe de vista una visión panorámica de cada cultura y del mestizaje, ambas mezcladas con la religión. Pero al analizar los rituales que ofrecen, el resultado es terriblemente abrumador:
En un baile las mujeres son literalmente capoteadas por el hombre; hacen de bestias para burla, simulando el astado con sus dedos índices a la altura de las sienes; verónicas, medias verónicas, gaoneras y chicuelinas se festejan en el graderío. Es la representación de las relaciones de pareja, habrá infidelidad, violencia, desigualdad en el trato; sólo uno tendrá reconocimiento y honor.
En otro baile, el hombre persigue a la mujer a lo largo de toda la pista hasta forzarla a recibir un beso. Llanamente, es hostigamiento sexual. En otro, le cantan a las mujeres "...te amarras bien tu calzón, te bañas con agua fría si mucha es la comezón", afirmo que es violencia de género.
En otro de los bailes, las mujeres recorren la pista con la cabeza gacha, ordenadas de la más vieja a la más joven, tirando pétalos de rosa en su camino; así es todo el tiempo, nunca les vemos el rostro, nunca sabremos quienes son. Allí van las idénticas, me digo, recordando pasajes filosóficos de Celia Amorós.
La mujer es una guajolota en una de las danzas de la costa oaxaqueña; tras un breve cortejo termina arrodillada en el piso para que el macho la pueda "calzar" o "pisar", es decir, poseerla sexualmente, opino por lo que se mira en el baile que sin producirle gran placer.
La danza de la pluma, acto cumbre de la celebración, representa la conquista de América; la bailan hombres que encarnan a emperadores indígenas, todos muy amistosos y felices hasta que, en el segundo acto, llega una mujer, la Malinche, para traicionarlos y facilitar el acceso de los españoles a sus pueblos.
Hay más representaciones canónicas de lo femenino en las culturas de Oaxaca, sólo he descrito unas cuantas. Muchas ancladas en las épocas prehispánicas y otras en la colonia. En ambos casos perduran y coinciden en ratificar que las mujeres somos “identitariamente mujeres” no somos personas libres con derechos, sino animales, ornato (como en los bailes del Istmo) o accesorios de los hombres. En cuanto a papeles, pues nos dejan la traición, la sumisión y el depósito de esperma.
Curiosamente, el atuendo de los hombres es el mismo en prácticamente todos los bailes: camisa y pantalón blanco con un pañuelo rojo, a veces en la cabeza, a veces en la cintura, a veces en la mano, a veces en la cola. ¿No se trataba, pues, de culturas distintas? La Guelaguetza 2014, ha sido una de las mas misóginas y violentas contra las mujeres.
De la orografía de su territorio a su sistema electoral mixto; de su megadiversidad biológica a la megadiversidad cultural; de la exclusión de las mujeres en la elección de autoridades locales en más de cien municipios, al incremento de los feminicidios. La única constante en Oaxaca es la complejidad.
Más de 400 municipios de Oaxaca se rigen por usos y costumbres y en un centenar de ellos prevalece la costumbre de no permitir el acceso de las mujeres a las asambleas generales donde se determina quienes representarán a la comunidad. No votan ni pueden ser electas, no estudian porque hacerlo es un privilegio de los hombres y, en algunos casos, no pueden elegir pareja ya que tendrán que vivir con quien su padre disponga previo arreglo económico.
Estamos presenciando un uso político distorsionado de la defensa de los derechos de igualdad de las mujeres; estamos presenciando cómo, en nombre de la opresión de mujeres, se convoca, se moviliza y se reclama; pero no encontramos congruencia entre esos actos y la vida interna de las organizaciones sindicales, los partidos políticos, los gobiernos emanados de cualquier signo o incluso las organizaciones civiles.
En Oaxaca, habremos de seguir exigiendo revisar los usos y costumbres pero no existe consenso para forzar dicho proceso. Nuestro reto es impulsar el reconocimiento político y social de las mujeres como sujetos políticos, con base en ello, construyamos un pacto político distinto, por ahora imposible.


Fotos: Tehuanas. Foto: Juan Carlos REYES