Palabra de Antígona
Política de Género: de la superficialidad al desencanto
Sara LOVERA
En los días de asueto me
puse a revisar y ordenar papeles y libros. De pronto me di cuenta que en los
últimos años se multiplicaron por docenas los diagnósticos, estudios, guías de
lenguaje, de liderazgo, de derechos humanos, sobre la condición de las
mujeres y muchos más.
También surgieron toda clase
de iniciativas e instituciones nacionales, estatales y municipales. Se diría
que el país está cruzado por lo que se llaman políticas de género y acciones
de, por y para abordar la discriminación y la opresión de las mexicanas.
Esta enorme producción, que
en algunas ocasiones se liga al anuncio y puesta en práctica de políticas
públicas, programas, campañas y modificaciones de ley, que paradójicamente, no
ha conseguido una mejoría real en la vida de las mujeres y conlleva una
reacción de resistencia constante en el mundo del patriarcado que nos acosa.
Las estadísticas, los
estudios de caso que hacen las investigadoras, de todas las universidades e
instituciones del saber, muestran que no hemos logrado más que un avance lento
en la construcción de la igualdad, ahora signada por la ley.
Arrastramos toda clase de
calamidades. Como la inamovible cifra de la muerte materna, entre otras causas,
porque en 31 entidades del país el aborto sigue prohibido. Sólo en el Distrito
Federal es posible una interrupción voluntaria durante las primeras doce
semanas de gestación, lo que seguramente ha salvado muchas vidas. No es poco,
pero es insuficiente del todo.
La violencia contra las
mujeres, más bien ha crecido, se puede probar. Y los actos de discriminación
cotidiana son inenarrables. Los cuellos de botella en los partidos políticos,
la indescriptible banalización de la condición femenina en los medios de
comunicación, así los textos de las maravillosas y democráticas redes
sociales rebasan a la inteligencia y vemos cómo día a día se reafirma la idea
de que las mujeres valen menos que los hombres. A menos que el espejismo no nos
deje saber.
Esta parafernalia de
palabras, discursos, leyes y propuestas, curiosamente se ha dado en forma
exponencial durante los 12 años en que nos gobernó –bueno aún nos gobierna- el
Partido Acción Nacional (PAN), el que ostenta a la derecha reconocida, la otra
derecha está en todas partes. Y es curioso porque con los conservadores una
pensaría que hay retrocesos nada más. Y los hay.
De todo esto, dos cosas me
preocupan, cuando estamos en el dintel de un cambio de administración: uno, que
la política pública es pobre, que no se profundizó ni el interés ni la
eficacia. Que la llamada cultura feminista no existe para las masas y es escasa
en las élites. Que cientos de publicaciones son repetición inopinada de la
construcción de directrices internacionales. Algunas leyes son copia fiel de lo
elaborado por Naciones Unidas, lo que en sí mismo no es malo, pero se carece de
los claroscuros de nuestras realidades.
Dos, se han invertido
millones de pesos en difundir y catequizar sobre lo que se conoce como
“perspectiva de género”, en todas las instituciones gubernamentales, cada
secretaría, institución, órgano de derechos humanos o contra la discriminación,
han expandido un discurso de lo que podríamos considerar como la
difusión de una cultura de género y feminista.
¡Fantástico! La pregunta es
¿por qué no hay mejores resultados? Y entonces me puse a leer y leer. Y me
asaltó un enorme desencanto. Además de que las ideas o palabras se repiten,
como oraciones o tablas de multiplicar, pero muy pocos conceptos, no encontré
elaboración teórica y prácticas de campo que me acercarán a la realidad de las
mexicanas y, por otro lado, la avalancha de “talleres”, “pláticas” y
“seminarios” que se hacen con el dinero de la nación, tienen como
característica general la superficialidad y lo que he llamado
“tecnocracia de género”.
No sé con exactitud cuántas
instituciones surgieron, pero muchos institutos estatales y municipales de las
mujeres, están ahora en todas ciudades del país, casi siempre con pocos
recursos y muchas responsabilidades. Desde el centro, el Instituto Nacional
-cuyo nacimiento aplaudimos y queríamos- impone temas, campañas, como si los
problemas fueran idénticos; se han puesto en marcha mecanismos entre
clientelares y obscenos. Sólo apuntan a cumplir abultados informes: miles
de personas han pasado por talleres y reuniones, de tiempos mínimos, sin altura
de miras, sin formación en lo que las feministas conceptuales definen como
pedagogía feminista. Se trata de llenar formularios y acumular números.
Hay quien los define como “tortibonos”. Pero nada más.
Hay diagnósticos
millonarios, como uno sobre feminicidio impulsado por la Secretaría de
Gobernación, que todavía no conocemos. Se hizo un previo, al comienzo del
gobierno de Felipe Calderón, signado por nuestra máxima casa de estudios: la
UNAM, que desechó la “autoridad” y que complementaba el realizado por la Cámara
de Diputados entre 2005 y 2006. Hay un compendio hecho en la legislatura que
acaba de terminar, específicamente estadístico sobre la tremenda cifra de los
asesinatos de mujeres.
Asusta que en este tema, el
más grave que nos rodea, haya como 300 publicaciones de todo tipo, programas,
guías de atención, cartillas, sin ir realmente al fondo.
La doctora Irma Saucedo,
encontré, es la única que aporta nuevos conceptos prácticos para abordar la
violencia contra las mujeres y advierte, esta estudiosa del Colegio de México,
de cómo la superficialidad puede revictimizar a las mujeres que viven la
violencia y sugiere que mientras se hagan intervenciones irresponsables,
no científicas, los operadores de los programas no ayudan y con
frecuencia destruyen cualquier avance, que podrían hacer las tan llevadas y
traídas instituciones y políticas públicas.
Entonces pensé: En lugar de
tantos discursos, palabras, publicaciones, expresiones superficiales, el
gobierno debía hacer una tirada millonaria de los dos tomos del Segundo Sexo de
Simon de Beauvoir; editar el voluminoso libro de Kate Millet sobre Política
Sexual o llevar a las preparatorias los ensayos de John Stuart Mill, y tantas
otras clásicas de la misma manera como se estudia a los clásicos
para entender la Teoría del Estado; entrenar a talleristas, conferencistas,
escritoras u opinantes en la verdadera ciencia feminista.
Hay muchos más libros y
posibilidades infinitas, elaboraciones históricas fundamentales que hacen
algunas feministas. Ellas si que profundizan y veo, con horror, cómo libros y
ensayos se quedan en los almacenes con tirajes pírricos o en los estantes de
las librerías, mientras los clásicos escasean, no se reeditan y menudea
la no reflexión, que sumada a la exponencial revolución de las comunicaciones,
como dicen los científicos, vamos a un sendero donde no se reflexiona ni se
discute, cómo sería una cruzada de género para transformar las relaciones entre
los hombres y las mujeres. Sería una tarea del gobierno y si se quiere del
Estado en su conjunto.
Nada de eso. Por el
contrario, se dan recetarios, que a veces conducen a las mujeres y también a
los hombres, a senderos, por decir lo menos, inapropiados. Se habla con
ligereza en todas las tribunas, da horror el funcionariado cuando tiene
espacios en la televisión.
Me imagino a varias
historiadoras, que estudian y bien escriben, desesperadas por tanta ignorancia,
entre quienes tienen la obligación de hacer transversal la cuestión de género y
cómo éstos personajes ayudan a una visión confusa y poco ilustrada.
Dirán que exagero. Salvo
algunas organizaciones civiles que procuran la ilustración y hacen estudios
sustantivos, todo lo que se hace en la oficialidad es como para llorar, entre
otras cosas porque los panistas y otros gobiernos, echaron a la basura
una oportunidad preciosa.
A eso agregamos el bajo
nivel de políticos y políticas, la inexistencia de gobernabilidad en buena
parte del territorio nacional, la violencia institucional como la gran maestra
de nuestra juventud, así como las propuestas legislativas, que se multiplican
como programas de cine, para pasar el examen de diputado, diputada,
senador o senadora.
Las responsables de los
institutos de las mujeres, jefas de programas, auténticas esforzadas por
mitigar la condición de las mujeres, han sido lanzadas sin instrumentos a la
realidad de millones de mujeres. Ellas, con buena voluntad, no atinan y como no
se transforman ni cambian su mirada del mundo, reafirman las peores
circunstancias de las mujeres, las revictimizan, funcionan como soporte de la
familia tradicional; huyen, no por mala onda, sino por ignorancia, de los temas
de la diversidad sexual y se santiguan frente al matrimonio entre personas del
mismo sexo, hablan en voz baja sobre la prostitución, no reconocen la
variedad de las familias, no se conmueven de fondo por prácticas como la
esterilización de las indígenas o la trata de niños y niñas, reafirman la
discriminación y profundizan la desigualdad.
Habría que decir una cosa,
en el terreno oficial, no hablo de las feministas civiles y constructoras
cotidianas sino de las funcionarias. Decir que ha sido en estos años de panismo
algo asombroso la tarea del Fondo de Cultura Económica que editó a muchas
escritoras, cuyos libros eran inaccesibles, se habían dejado de editar.
Consuelo Saízar hizo una labor estupenda. Pudimos leer, entre muchas, a Elena
Garro y contar por primera vez con dos volúmenes de la Vida Cotidiana en
México.
Esto todo significa que el
desencanto puede ser mayor. Nada, absolutamente nada, nos hace pensar que el
llamado nuevo PRI, hará por las mexicanas algo distinto, sino como se
dice, todo lo contrario. Qué miedo.