¿Yo feminista?
Ana María Hernández Cárdenas: del susto a la
militancia
Soledad JARQUÍN EDGAR
La palabra que define a Ana
María Hernández Cárdenas es la pasión, considerada como una energía intensa que
refleja en cada acción que hace en lo individual y en lo colectivo. Ana María
sabe que para otras personas es una mujer polémica, protagónica y radical, crítica
que no le quita el sueño ni la altera. Le gusta llamar a las cosas por su
nombre y sin tapujos, los sustos por lo desconocido los pasó hace más años cuando
le daban miedo las feministas. Se considera inteligente, poderosa y hábil en su
trabajo y en su vida personal.
Su abuelo materno Manuel
Cárdenas, michoacano, fue villista y funcionario en el gobierno de su pariente
lejano, el mismísimo Lázaro Cárdenas, un abuelo con quien solo convivió 12 años
y quien le dejó las semillas que germinarían al ingresar al CCH, cuando tenía
15 años donde, además, se contagió de otras ideas revolucionarias.
Nació en el Distrito Federal.
A la distancia le viene bien el recuento de su historia que empieza con una
marca de nacimiento cuando su padre al saber que había nacido niña optó por
abandonarla.
Tiene
una carrera truncada en Economía que dejó para trabajar y ayudar a su madre
quien había sufrido un grave accidente automovilístico; después terminó la
carrera en Antropología y hace unos años estudió psicología Gestalt, estudios desde
las cuales disecciona a las personas, las mira desde sus historia y la que ha
producido el patriarcado, las razones y los por qué de sus acciones y busca
respuestas.
Hace
nueve años, con su pareja Eduardo Liendro, decidieron “cambiar de aires”, a un
sitio tranquilo, muy rico por su diversidad y con una característica
fundamental: la espiritualidad de sus pueblos. Ese estado era Oaxaca y con los
años, tras mucho tiempo de analizarlo, decidió arraigarse, quedarse para
siempre, “si hiciera un balance de lo que yo he ofrecido y lo que me han
ofrecido las mujeres creo que seguramente saldría ganando…me cambiaron mi
perspectiva feminista”, dice en referencia a las mujeres indígenas donde
desarrolla su trabajo.
La
diferencia sexual
Ana María tenía 15 años de
edad cuando ingresó al CCH y de inmediato se identificó y militó en movimientos
sociales y de izquierda revolucionaria, buscaba encontrar su lugar en el mundo
y quitarse las marcas del abandono paterno.
Pronto se envolvió en el
movimiento de solidaridad internacional con la revolución Nicaragüense. Fueron
años sin tregua para ella, quien luego hizo lo mismo por la lucha salvadoreña y
otros movimientos sudamericanos cuyos ecos fueron fundamentales entre la
juventud mexicana de finales de los setenta y principios de los ochenta, a
quienes ella considera como una segunda generación de jóvenes en lucha.
Desde entonces no creyó en
los partidos políticos, tenía puesta la mirada en la revolución proletaria y
socialista, estuvo en la organización del kilómetro de plata, de los kilos de
arroz, boteó en los camiones donde su consigna era “hoy luchamos con un bote y
mañana con un fusil en la montaña”, expresa y el recuerdo le produce una
sonrisa. Un día estaba militando en la Asociación Cívica Nacional
Revolucionaria de Genaro Vásquez y Lucio Cabañas, quienes para entonces ya
habían sido asesinados pero su ideario estaba en muchas organizaciones y
entidades.
Todavía no era feminista,
faltaba algunos años por llegar, pero ahí descubrió la diferencia entre el ser
hombre y el ser mujer. En 1985 detuvieron a un grupo de sus compañeros luego la
toma de tierra en Acapulco. A los cuatro hombres los golpean terriblemente,
explica Ana María, luego con voz pausada indica que a las dos mujeres no sólo
las golpean, también las violan. En la cárcel ellas viven el abandono de sus
parejas. En el caso de tres de ellos sus parejas permanecen al frente de sus
familias y están pendientes de sus maridos.
Junto con Pilar Murriedas, compañera
y mejor amiga desde hace más de 30 años, hacen un comité de liberación por
Rosita e Ileana, por lo que fueron acusadas de pretender dividir el movimiento,
de sexistas…lo cierto –añade- es que no teníamos claridad de por qué queríamos
hacerlo, pero sentíamos que ellas estaban frente a una problemática distinta.
Ellas, militantes de 24 horas
La experiencia también la
marcó y fue determinante para no militar en partidos políticos, aunque apoyó a
Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y observó como las mujeres eran utilizadas, eran la
carne de cañón, las militantes de 24 horas que no tomaban las decisiones. A la
distancia no se arrepiente de vivir lejos de la vida partidista y admira a las
que sí militan por “la capacidad de guante ante tanto machín, sí lidió con
otros hombres, pero no son con los que tengo que sentarme a negociar todos los
días”.
Tras el sismo del 85
participó en colectivos de mujeres que luchaban por la vivienda en la capital
mexicana. En 1987 asistió al Encuentro Internacional Feminista, ahí descubre a
las mas transgresoras de las transgresoras: las feministas lesbianas; el
trabajo de Mar, “una especie de sirena con piernas”, le impacta y la
transforma. Mar tomaba sangre de su menstruación con la mano y pintaba cuadros
en la pared. “Estos campanazos me hicieron entender que la menstruación no era
sucia y que no tenía por qué asustarme,
ni sentirme impropia cuando estaba menstruando, se transformó mi percepción de
ser mujer”.
En Taxco también participa en
el taller de autoexploración vaginal impartido por Nirvana González, actual
coordinadora general de Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del
Caribe. Aprendió de esta forma a tener “poder sobre su cuerpo”, a conocerse y
entendió que la relación médico-paciente es una de las expresiones más claras del
patriarcado. Con los años, Ana María Hernández se convirtió en la tallerista
mexicana experta de autoexploración vaginal.
Tras el fraude electoral de
aquel año, Ana María Hernández Cárdenas, Pilar Murriedas, María Eugenia Romero
y Mercedes Ballesté fundaron Salud Integral para la Mujer (SIPAN). Ahí
permaneció y creció como feminista durante 14 años y conoció a mujeres
determinantes en su formación como Esperanza Brito con el tema de maternidad libre
y voluntaria o Marta Lamas, entre otras muchas.
SIPAN, en coordinación con el
Instituto Nacional de Enfermedades y Referencia Epidemiológica, instala en
México el primer centro de atención de VIH-SIDA para mujeres. Eran tiempos difíciles
donde había que parar la enfermedad y cambiar algunas estructuras mentales y
lingüísticas, porque el planteamiento se reducía a la estigmatización, porque
el VIH no se adquiere por ser gay sino por tener prácticas sexuales inseguras,
que hacían vulnerables a las mujeres. Se subió entonces a otro camión uno que
luchaba por dar un viraje a la forma de enfrentar este problema de salud
pública.
El placer sexual y la libertad
Al mismo tiempo Ana María
Hernández se fue por el mundo a capacitar mujeres en lo que todavía resultaría
inusual: prácticas placenteras de sexo protegido y seguro, “un tema difícil de
escalar pero crucial para las libertades de las personas”. Evalúa que no se
puede negar que hay avances en el reconocimiento a los derechos sexuales y
reproductivos de las mujeres, como las plataformas de acción de las
conferencias del Cairo o Beijing, donde se reconoció el aborto como un problema
de salud pública, sin embargo, en México se sigue criminalizando a las mujeres
que abortan.
Por ello, la directora de
Consorcio Oaxaca apunta que es posible afirmar que el discurso político
feminista ha permeado, pero en la vida cotidiana hay un retraso claro que
ahonda el problema. En el caso específico de Oaxaca la vivencia de las mujeres
corresponde a un déficit de desarrollo democrático de 40 años, que se expresa
en la falta del ejercicio, respeto y protección que debe tener el Estado para
con sus derechos. La problemática es visible: feminicidio lacerante que el
gobierno “reconoce” como grave, “a todo el mundo le preocupa” pero sigue
creciendo el índice de asesinadas.
Los gobiernos no han entendido
que la violencia de género contra las mujeres es multi-causal y que es un
asunto en el que deben colaborar varias las dependencias. En el tema de
justicia vemos una historia repetida de impunidad, que provoca el incremento de
permisividad y las mujeres siguen en estado de indefensión.
Si no lo hacemos estaríamos peor
Ana María Hernández sostiene
que la violencia contra las mujeres le causa indignación, dolor, coraje,
impotencia…pero aprendió con los años a hacer humilde. A veces creemos que
podemos transformar la realidad con lo que hacemos y no podemos, lo que ganamos
es una enorme frustración. Entonces tenemos que darnos cuenta que nuestras
acciones, solas o colectivas, son pequeñas frente al tamaño de problema y cita
a Carlos Monsiváis quien afirmaba que la tarea de la sociedad civil es la
transformación cultural, sin duda, la parte más difícil y más lenta de
transformar.
Frente a la realidad, añade
la entrevistada, no debo sentirme la salvadora del mundo, porque traería todo
ese peso sobre mis espaldas y sentiría que no vale la pena el trabajo, pero si
somos autocríticas nos daremos cuenta que si no lo hiciéramos, estaríamos peor.
El feminismo implica movilización
Mientras los estudios de
género nos explican los conceptos, el feminismo implica movilización, acción,
transformación profunda, personal y política, hoy mas que nunca el feminismo
sigue, yo lo vivo como militante de un movimiento mundial, sin estructura eso
que nos ayuda, a veces nos dificulta y otras nos hace bolas. Vivo el feminismo
y su propuesta “profundamente transgresora” al patriarcado, al sistema
establecido, aunque me dirán come hombres o frustrada, pero yo no dejaré de
militar en el feminismo ni dejaré de decir que soy feminista donde me plante.
Y así lo ha hecho. Desde hace
varios años, Consorcio junto con otras organizaciones del colectivo Huaxyacac
cuestionaron a algunos de los dirigentes de la APPO por violentar a sus parejas
y también lo hicieron con algunos funcionarios del gobernador Gabino Cué, lo
que hoy es una de las líneas de investigación de los dos allanamiento a sus
oficinas y de las amenazas telefónicas que siguen haciendo a la oficinas de
Consorcio.
En sus horas confesionales,
Ana María Hernández Cárdenas revela que ha sido señalada como la persona que
“maneja los hilos” y de esta forma algunas mujeres ocupen un cargo importante
en el actual gobierno estatal, “lo que hacen es magnificar a Consorcio y
ridiculizar a las funcionarias”, dice en su defensa, y la otra es la imagen que
tiene frente a algunos dirigentes que han afirmado que “con Ana María ni a la
esquina”, pero no se inmuta, no se inquieta, permanece tranquila, el tono de su
voz no cambia, para ellos tiene cuatro palabras…
Efectivamente, Hernández
Cárdenas no es monedita de oro y reconoce que otra de las críticas que recibe
con frecuencia es su protagonismo. Explica que esta diferencia tiene que ver
con un tema no resuelto entre las mujeres. A diferencia de Consorcio Oaxaca organización
feminista con una estructura laboral, donde 15 personas trabajan en proyectos distintos, hay otras feministas
que colaboran en sus ratos libres, a veces tras una jornada de que nada tiene
que ver con su militancia. De ahí que muchas de las iniciativas se generen en
Consorcio donde hay tiempo, personal y dinero para hacerlo, esa es la razón por
la que Consorcio y Ana María se convierten en protagónicas, plantea.
No es pecado ser hábil,
inteligente ni poderosa, revela seria Ana María, “para mi es una ventaja”, la cual
aclara sin tapujos ha construido a lo largo de 25 años en los cuales no se ha
hecho rica con los recursos de la cooperación internacional que la obligan a
tener al menos tres auditorías por año y visitas permanentes de las agencias de
cooperación, son donatarias autorizadas y colaboran con otras organizaciones
feministas. Por ello, apunta esperaría otro tipo comentarios más favorables,
pero su piel se ha hecho gruesa y entiende las sinrazones de la crítica.
Como sea, Ana María Hernández
Cárdenas seguirá su militancia feminista y siempre será catalogada como una
mujer radical y protagónica, con eso
poco o nada le falta para seguir el camino que nunca ha sido terso.