A Reserva
Reflexión frente a la boleta
electoral
Bárbara
GARCÍA CHÁVEZ
Dos
candidaturas, dos perfiles soportados con estigmas sin justificar lo que se
dice y se cree, o cuando menos genera condicionamiento de premisas sin
referentes ciertos. Los dos candidatos punteros se sitúan en descripciones
conexas con personajes políticos que están muy lejos de su alcance real, para
bien o para mal, no son ni con mucho cercanos a quienes se consideran ejemplos
o moldes propicios para hacer comparaciones incómodas y que verdaderamente les
resultan muy pero muy lejanos.
A Peña
Nieto del PRI y PVEM se le imputa ser hijo adoptivo del grupo Atlacomulco, que
tiene como bastión el Estado de México y como impulsor político a Carlos
Salinas de Gortari, adjudicándole una perversa cercanía, amistad, tutoría,
complicidad, incluso, hay quien afirma que el innombrable, el más malo de los
malos es padrino del candidato. Nada más lejos de la realidad, bastaría revisar
historias, fechas, trayectoria de ambos, para darnos cuenta que los tiempos de
uno no son los del otro.
En 1988,
Peña apenas hacia los mandados en la campaña de Emilio Chuayffet y para 1995, su tío, Arturo Montiel lo juntó
como subcoordinador financiero de su
campaña, hasta el 2003 salta a una
diputación por Atlacomulco; para entonces Salinas de Gortari ya estaba
autoexiliado en Irlanda.
No, no son
del mismo equipo, aunque eso no quita ni pone más responsabilidades de las que
si tiene en su desempeño político: el caso de San Salvador Atenco, represión excesiva, abuso de la fuerza pública en la que se pisotearon
los derechos humanos y se hizo caso omiso a las recomendaciones de la CNDH, el
caso Paulette, el alto número de feminicidios, la creciente inseguridad y la
impunidad de capos en el Estado de México.
No cabe
duda que el estigma Carlos Salinas, pretende ensombrecer al candidato
presidencial del PRI que por sí mismo arrastra sus propias tinieblas, que no
logra maquillar con su fuerte campaña mediática, frente a un electorado
convulsionado y evidentemente dividido.
A Andrés Manuel
López Obrador, candidato del PRD, PT y MC, se le vincula con el presidente
venezolano Hugo Chávez, se dice que así son los de izquierda, se le atribuyen
calificativos como populista, radical, autoritario, expropiador sin ton ni son
y hay quien lo acusa incluso de “hereje”.
El mismo
candidato López Obrador se deslinda de esta perversa comparación, “ni lo
conozco, es una campaña de desprestigio”, dice y tiene razón. Muy poco tienen
en común Chávez y AMLO, casi nada.
AMLO no es
socialista, aunque si populista, nunca ha hablado del proyecto Bolivariano ni
de los mecanismos anti neoliberales que modifiquen de fondo la política
económica capitalista; AMLO tiene acuerdos con grandes empresarios, habrá
pactos con jerarcas religiosos que impedirán de facto un verdadero estado
laico; aunque sus reacciones son radicales no se traducirán en cambios
estructurales; en fin, Chávez nunca negó su propuesta política socialista, con
lo que esta implica frente al poder globalizador.
En ambos
casos los candidatos niegan la relación y argumentan expresamente no tener
relación de dominio político con los personajes con quien se les pretende
relacionar en perjuicio de sus respectivas postulaciones; claro que no es real
la supuesta incidencia ni en los alcances políticos ni en los principios
ideológicos.
Salinas de
Gortari es un político determinantemente conocedor de la política económica
neoliberal, funcionalista de Estado, que implicó las bases teóricas de Parsons
en un modelo neocapitalista con políticas sociales novedosas que le permitieron
legitimarse en el ejercicio del poder alcanzado impositivamente.
La astucia
política de Peña Nieto no alcanza estos niveles, por lo que acude a su imagen y a las
fructíferas alianzas con los poderes mediáticos monopólicos y a la retórica del
nuevo PRI.
Hugo Chávez,
militar de carrera y convencido socialista, basa su política de Estado en el
cambio social a través de la revolución Bolivariana y la permanente transición
democrática desde los principios del nacionalismo y la justicia social. Las nuevas
alianzas con los núcleos más desprotegidos, la autodeterminación del pueblo a
partir de la educación popular y la cultura de solidaridad que combate las
viejas expresiones oligárquicas, las concentraciones criminales de la riqueza y
el poder manipulador de la jerarquía eclesiástica.
El discurso
maniqueo de López Obrador no asume posiciones teóricas ideológicas, sin aludir
al socialismo como tal, solo se queda en el populismo y la soberanía tan
aludida se basa únicamente en la renovación de votos de amor y perdón con el
objetivo fundamental de “serenar” al país.
Ambos
candidatos e incluso la candidata del PAN – Josefina Vásquez Mota, con sus
pocas posibilidades- han caminado electoralmente desde el poder de los medios
de comunicación -los de siempre y los de ahora- frente a las masas (teoría
estructural funcionalista de Lasswell) persuadiendo por medio de las siguientes
preguntas: quién dice que, a través de qué medio, a quién y con qué efecto, preguntas
referidas al poder político de los medios y al análisis de contenidos de lo que
transmitan. La transmisión es superficial y alude al aspecto noticioso que
permiten capitalizar los discursos en un primer momento. Es decir, las campañas
son mercancía, juego del mercado mediático.
Y mientras
los estigmatizados candidatos endurecen sus campañas con insultos frenéticos o
subrepticios, descalificaciones y hasta amenazas abiertas o veladas, con
propuestas populistas superficiales sin fondo político, sin sustento en agendas
que realmente respondan a las múltiples necesidades sociales y económicas que
refrenden su compromiso serio en rubros trascendentales, la ciudadanía divide
sus preferencias con una serie de interferencias mediáticas, que a pocos días
de la elección se percibe confusión y hartazgo por un lado, y por otro,
decisión irrevocable del electorado duro que se manifiesta intolerante y dispuesto
a todo por “el cambio” que ambos candidatos ofrecen.
Las
opciones se diluyen, impactan razonamientos individuales y colectivos hay
quienes opinan que Peña Nieto representa la corrupción y la intolerancia
autoritaria del viejo PRI, alguien más
arguye el mesianismo y la soberbia obstinada de López Obrador, ¿quién
piensa en el mujerismo conservador de la derecha representada por Vásquez Mota?
¿quién representa un mal menor? y claro también está la tercera vía, anular el
voto considerando que es indigno conformarnos y avalar lo menos peor, decisión
personal que solo requiere del respeto y la propia convicción.