Mujeres y Política
La decisión en el aire
Soledad
JARQUÍN EDGAR
Se acaba el
tiempo, el próximo domingo 1 de julio se realizarán las terceras elecciones
presidenciales del siglo XXI en México y la verdad es que todavía flota en el
aire la misma duda: ¿por quién votar?
Especialistas
en el tema tienen sus propias aproximaciones sobre la dilación en la decisión,
sin duda y siendo súper optimista, quiero pensar que la principal razón está
directamente relacionada con la cada vez mayor conciencia de las personas sobre
el incalculable valor de su voto y, por tanto, cada vez está más lejana la idea
de que votar no tiene importancia y se reduce la ciudadanía que dejará la
boleta en blanco o anularán su voto, lo que también es parte de la democracia,
de la pluralidad, así es, finalmente es una decisión, lo cierto es que
quisiéramos que eso no pasara.
Pero ¿por
qué a unos días de las elecciones todavía la ciudadanía no puede decidir su
voto con claridad y confianza y tienen miedo de no elegir correctamente?
Efectivamente,
no hay vuelta de hoja, las y los propios candidatos han sumado a crear este
aire de desconfianza, de incredulidad y de atonía frente a la tercera jornada
electoral para elegir a quién gobernará el país en los próximos seis años, en
el caso de la Presidencia, y tres o seis años para la representación popular en
las cámaras.
Tierra
abonada por lo que ya sabemos ha sucedido en los partidos políticos
secuestrados por grupos de poder (económicos, religiosos y medios), por
ambiciosos proyectos de esos grupos y atravesados por el viejo y lamentable
flagelo que llegó para quedarse y que sigue identificando a México en el mundo:
la corrupción.
Si vamos
por parte lo entenderemos. La militancia partidista es muy pequeña considerando
el tamaño de la ciudadanía de este país. Es cuestión de hacer cuentas. Luego, acomodo en esta lista a los simpatizantes de
los partidos políticos y también quienes sólo coinciden con aquellas personas
que aspiran a ocupar cargos de elección popular, pero tampoco son tantos ni
tantas. El tercer grupo del electorado está compuesto por quienes no militan ni
simpatizan en partidos políticos y menos coinciden con los abanderados y son ni
duda cabe la gran mayoría de los votantes en este proceso electoral 2012.
Por eso, no
hay duda, la moneda está en el aire y será el resto de las y los votantes, que
son esa mayoría cansada del dispendio partidista, quienes pueden decidir el
rumbo del país, cómo queremos que sea el país y qué candidato o candidata se
acerca a nuestras aspiraciones ciudadanas. Y ahí está el problema.
PROMETER NO
EMPOBRECE
Las
campañas políticas nos muestran un candidato del PRI precedido por una historia
que nadie puede borrar y que tampoco está en el ánimo de la población mexicana,
o al menos en buena parte, repetir los 70 años de gobiernos priistas.
Sobre
Enrique Peña Nieto lo supimos todo, especialmente lo peor de su vida personal y
vida pública como gobernador del Estado de México.
Quienes están
afiliados al PRI y simpatizan con ese partido político lograron escuchar sus
propuestas y fueron testigos de que su “oferta” política se firmó ante notario,
pero que sabemos no significan nada, no lo obligan a nada.
La pesada
losa de los hechos de su gestión en el Estado de México, sus consabidos pecados
políticos como la violación a derechos humanos en el caso Atenco, omisión de
asuntos como el feminicidio, incluso, recordemos que junto con Guanajuato de
las únicas entidades sin un mecanismo institucional para el adelanto de las
mujeres y otros tantos hechos concretos cometidos y que son del dominio púbico.
Errores,
falta de cálculo de sus operadores, mediocridad propia que fue develándose
conforme el candidato priista “avanzaba” y todo se volvió suficiente para hacer
de ello circo, maroma y teatro aderezado con humor negro para exhibir las
carencias de quien pretende gobernar el país, a veces burdas e increíbles,
quizá porque la población mexicana aspira a tener un digno representante en
todo sentido. Los ejemplos son lo sucedido en la Feria Internacional del Libro
en la ciudad de Guadalajara o su conducta errática y hasta miedosa en la Universidad
Ibero, sólo por citar dos hechos, tal vez los más popularizados en la campaña.
Sin
embargo, a pesar de todo, los priistas confían en lo que dicen las encuestas.
La diferencia, de acuerdo a sus encuestas, será de entre 11 y 7 puntos entre
Peña Nieto y quien será su más cercano contrincante político, es decir, Andrés
Manuel López Obrador. Si las cosas resultan como lo plantea el priismo
oaxaqueño, según una encuesta reciente, habrá varios candidatos y candidatas
que resultarán favorecidos por el efecto “Peña Nieto” y con el apenitas, se
cree hasta el día de hoy que Elizabeth Acosta del distrito 8 ganará apenas con
una diferencia de 4 puntos y, se dice, que el candidato al Senado Eviel Pérez,
también, ¿por cuánto? ¡Quién sabe! Eso desde la trinchera priista.
Y la
candidata Josefina Vásquez Mota, candidata del PAN, representó una caja de
sorpresas para el propio partido conservador mexicano (de oficio, porque hay
otros partidos que son conservadores aunque no corresponda a su guión y por
supuesto qué nadie espere que hagan eso).
Josefina
Vásquez Mota fue designada, plantean los estudiosos de la materia, para
competir con el “producto” priista, confiando en que el hecho de ser mujer
daría un giro importante a favor de su partido para seguir en los Pinos.
El
resultado no fue el esperado. El panismo no cerró filas como debía y hubo un
momento en que la dejaron sola, lo que al paso del tiempo de estos
interminables meses de campaña siguió zanjando al partido de la derecha
mexicana.
Nadie duda,
ella se equivocó al erigirse como la futura madre de la población mexicana,
respondiendo a un enmohecido y viejo, pero mutante rol que el contexto
social-patriarcal asignó a las mujeres como tarea fundamental y única desde el
principio de los tiempos, provocando que otras mujeres pintaran una raya y
explicaran que las trampas de la fe-electoral seguían apareciendo: candidatas
mujeres en sitios donde los partidos políticos no tenían asegurado el triunfo,
caso concreto la capital mexicana, donde PRI-PVEM, PAN y Nueva Alianza
asignaron candidatas que compiten en un territorio asegurado para las
izquierdas, representadas claro está por un candidato varón.
Aparecieron
las esposas, las tías, las primas, hermanas, las novias, cuñadas y las madres para
que cumplir con la cuota de género, es decir, le hicieron “manita de puerco” a
la jerarquía partidista porque de otra manera no garantizan a las mujeres sus
derechos políticos.
Y,
finalmente, hubo que explicar que la estrategia del panismo había fracasado
porque el hecho de ser mujer no le garantizaría a Vásquez Mota el voto del 53
por ciento de quienes elegirán el próximo domingo, es decir, las mujeres. Eso
es mujerismo, dijeron las feministas, por ella y muchas otras candidatas, pero
sobre todo, por el partido al que Vásquez Mota representa y que se opone
sistemáticamente a la libertad de decisión de las mujeres en relación con sus
cuerpos. Recordemos a los alcaldes panistas que prohíben el uso de minifaldas y
las entidades gobernadas por la derecha, como Guanajuato, donde varias mujeres
han sido acusadas de crímenes en razón de parentesco, es decir, por abortar aún
cuando es de forma imprudencial o producto de una violación.
Por otro
lado, se escuchan voces que plantean que hay que respaldar a esas mujeres y que
hay que ayudar a su sensibilización. Las feministas responden que es cierto
¿cómo hacerlo? si muchas políticas de todos los partidos no comparten ni se
quieren comprometer con la agenda de las mujeres, la minimizan o no les importa
porque creen que plantear la política desde un contexto social diferente, les
restará importancia, las hará menos, porque equivocadamente no tiene ningún
caso porque los derechos de las mujeres están debidamente reconocidos y lo
cierto es que nada más lejos de la realidad.
Sin
embargo, tal vez ahora sí suceda lo que planteó Patricia Mercado, presidenta de
Iniciativa Suma, en el sentido de que al haber más diputadas y más senadoras
habrá un sentido distinto en las leyes que se requiere para el avance las
mujeres. Lo que tal vez haga la diferencia, como decía la campaña del IMO sobre
la participación política de las mujeres.
En fin,
recuerdo todo esto, porque Josefina Vásquez Mota fue perdiendo fuerza más que
por ser mujer porque el camino ya estaba socavado no sólo por su pasado
inmediato como servidora pública al frente de la SEP y SEDESOL, su ambigua
relación con la lideresa magisterial Elba Esther Gordillo, sino porque detrás
de ella hay 12 años de gestión panista que dejan sembrado (con la respectiva
contribución priista) todo un baño de sangre para México.
El
planteamiento de “Josefina diferente” no se mostró, nunca se deslindó de las
acciones de quien hoy todavía ocupa la silla presidencial y el último golpe le
será asestado esta semana con la aparición del libro “La debacle del PAN,
Josefina Vásquez Mota la candidata de la ruptura”, de Juan Veledíaz, donde de
acuerdo con la reseña, se le pinta como una mujer ambiciosa, fría, calculadora
y al mismo tiempo “frívola” porque lleva a la peinadora entre su equipo; gasta
grandes cantidades en una de sus “debilidades femeninas”, sus aretes de
diseñador y su muy costosa ropa, para un país donde lo que sí creció en este
sexenio fue la población pobre.
Sin duda se
confirma con este libro que no se rompe la regla: las mujeres que hacen
política son las más violentadas, las más juzgadas y sabe por qué, porque ellas
trasgreden el terreno de lo público, el que no les pertenece.
Y la
tercera y más conocida de las vías, la de las izquierdas representada por Andrés
Manuel López Obrador, con quien ya no funcionaron las campañas del descrédito
porque antes exhibió a sus detractores, aprendió la lección y ahora acudió un
paso delante, pero como a los otros, también lo persiguió su pasado, sobre todo
su propia historia priista.
Obrador hizo
una campaña del “yo acuso”, así que para cuando lo acusaban el efecto era
antídoto. Las propuestas llegarían al final presionado por la propia
ciudadanía, la que no es partidista, pero así como llegaron fueron desmentidas,
se convirtieron en promesas vacías, por inalcanzables, porque como decía mi
abuelita, prometer no empobrece.
El problema
de López Obrador, desde la perspectiva de sus más acérrimos críticos, es su
actitud mesiánica, su necedad permanente, su ambición de poder y tal vez de una
dulce y amorosa venganza, los mismos defectos de los que adolecen quienes
aspiran a ocupar un cargo de esa naturaleza, en ello empeñan todo lo que son y
lo que no son, lo que tienen y hasta lo que les prestan.
De Gabriel
Quadri nada hay que decir, excepto que como en todo proceso electoral, hace la
función de comodín y se acomodará como quiera quien lo maneja, la ventrílocua.
La y los dos
candidatos tuvieron errores garrafales que mostraron toda escases; se
convirtieron en productos mediáticos refinados por el maquillaje, el peinado y
el vestuario; candidata y candidatos fueron perseguidos por la sombra de la
falta de claridad de recursos para sus campañas, el dispendio, la charola a
empresarios o el uso de aviones de narcotraficantes; Josefina, Andrés Manuel y
Enrique volvieron a prometernos el oro y el moro y quedaron frente a la
imposibilidad de que esos proyectos económico-financieros, sociales y
políticos, de seguridad y educativos como falsarios, como mecías de un
renacimiento para el México que del “ya merito…” pasa al “ahora sí…”.
Ese es el
recuento de quienes aspiran a gobernar desde los Pinos y en ese camino perdimos
de vista a quienes quieren llegar a las cámaras alta y baja, nada o casi nada
sabemos de ellos y ellas, hay quienes ni siquiera saben los nombres de los
aspirantes en sus distritos electorales, no es extraño.
Estamos
como al principio sin decisión alguna, la oferta electoral es tal vez la más
pobre de toda la historia moderna de los procesos comiciales, pero la cada vez
mayor conciencia sobre el valor del voto nos hará tomar la decisión frente a la
boleta misma, sin dejar de pensar en la importancia de votar, en el país que
queremos.