A RESERVA
MI VOTO
Bárbara
GARCÍA CHÁVEZ
Desde la
primera vez que vote hace 36 años, ha
sido por los partidos de la izquierda mexicana, siempre. No hubo desde entonces
quien encaminara mi decisión, más que la reflexión y por supuesto mis propias deliberaciones, claro,
congruentes con mi militancia y mis convicciones, sustentadas teóricamente y de
frente a candidaturas que realmente correspondían en serio a los planteamientos
conceptuales socialistas y las prácticas tanto del partido postulante como de
las personas que se postulaban.
Antes de
1976, los años más oscuros para la democracia representativa, esa que se
inscribe en nuestra Constitución y que había sido trastocada, apabullada y casi
desgranada en los sexenios anteriores, el de Gustavo Díaz Ordaz (64-70) y el de Luis Echeverría Álvarez (70-76). La
persecución política, la represión, el encarcelamiento y desaparición de
jóvenes, líderes obreros y campesinos todos activistas comunistas fue la
constante de la acción política de estos gobiernos a los que se recuerda mundialmente
por la matanza de Tlatelolco y con los que se da fin ese periodo que en México
se le conoce como de “desarrollo estabilizador”.
En las
elecciones de 1976 no había mucho que hacer o a quien elegir, toda vez que hubo
un solo candidato a la presidencia –como en las más agrias dictaduras-. El PRI, partido hegemónico, lanzó la
candidatura de José López Portillo que fue candidato también del PPS y el PARM,
el PAN no tuvo candidato y el Partido Comunista no tenía registro, aún así postuló
como su candidato independiente al líder ferrocarrilero que había abandonado
Lecumberri donde pasó gran parte su vida. Muchas y muchos votamos por él,
ejerciendo nuestra libertad ciudadana sin considerar si nuestro voto era útil o
no.
El periódico
Oposición del Partido Comunista Mexicanopublicó al día siguiente de las
elecciones que “Campa obtuvo 1 millón de votos”. Así la izquierda partidista
entraba al terreno electoral y se alejaba de los movimientos armados.
En el año
82, ya varios partidos de izquierda habían
obtenido su registro legal y una pequeña presencia parlamentaria, las
izquierdas postularon a Arnoldo Martínez Verdugo y a Rosario Ibarra de Piedra, quienes
obtuvieron resultados modestos. Seguía predominando el casi partido único
y mi voto como muchos se asentaron a
favor de Rosario o de Arnoldo, y claro que considerábamos útil votar por quienes
si representaban un cambio estructural verdaderamente progresista.
Después, en
88 tras la escisión de un grupo importante del PRI encabezado por Cuauhtémoc
Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, hace solo 24 años y cuatro procesos
electorales, los partidos de izquierda (PMS, PSUM y PMT) pusieron en la mesa de
discusión, con profundos y álgidos debates la interferencia del priismo
arrepentido, resolviendo no sin
detracción, darles cabida a los priistas y Cárdenas Solórzano –el hijo del tata
Lázaro- fue postulado como candidato de unidad formando el Frente Democrático Nacional.
No solo mi voto fue para Cárdenas, trabajé en su promoción arduamente aún con
las dudas naturales que no habían asentado la certeza de estar perdiendo
identidad de lo que estoy segura implica “la izquierda”.
Fue una
sacudida política que alcanzó a la izquierda, que repercutió en las estructuras
partidarias que derrumbaron en estricto sensu los postulados estatutarios y
programáticos socialistas, para dar paso al nacimiento del PRD, desde el
principio dirigido por la corriente democrática (léase la corriente del
PRI) que desde entonces ha decidido mayoritariamente
las posiciones electorales).
Es cierto
que a partir de la inserción de los cuadros que pertenecieron y se formaron
estratégicamente en el PRI, partido oligárquico y hegemónico, “la izquierda” ha venido a ser competencia con
posibilidades de conquistas electorales; ni duda cabe que la escuela de quienes
aprendieron bien “como se juega la política electoral” y saben quiénes son y
cómo son sus otrora compañeros, han permitido llegar a posiciones de poder a
los dogmáticos de la izquierda, que poco
a poco han abandonado sus principios rectores en pos del poder.
El problema
es que este poder político ha truncado la mística de la militancia de izquierda
dando paso al espectáculo electoral y el debate manipulado sin verdaderos
argumentos frente a las relaciones de
producción capitalista en el país, pero de ninguna manera rescatando un modelo
socialista contra el capital neoliberal.
Cuando la
izquierda formada conceptualmente ingresó al
juego expansivo electoral de manera formal desde las elecciones
intermedias de 1979, hasta antes del 88, los espacios ganados eran mininos, y
se ocupaban por las fórmulas instauradas como plurinominales o de
representación de minorías.
Estratégicamente
y con cierta razón, jugar a las elecciones implica la tendencia del triunfo, es
decir, se juega para ganar; lo que difícilmente lograrían los partidos de
izquierda por sí mismos, aun aliándose entre ellos, lo que entonces no sucedía
por las diferencias insalvables y egocentrismos “de conciencia revolucionaria”
que como hasta ahora permea en las terribles descalificaciones entre unos y
otros.
En este
contexto se da el binomio de perversos intereses. Por un lado, los partidos
políticos que se autonombran de izquierda, ahora comandados desde sus
estructuras formales por expriistas que dicen se volvieron democráticos, (que
no es lo mismo que de izquierda) buscan y aceptan personajes con ponch
electoral, o sea con raiting en los medios de comunicación, con suficiente
poder económico y social o clientelar que además por angas o mangas sean
bateados por su partido, en concreto, que resulten buenos productos que
permitan extender sus conquistas
electorales. Modificarles el status político es lo de menos, se hace
manipulando al electorado con unciones mesiánicas.
Por otro
lado, los militantes casi siempre priistas, que se sienten degradados por sus
compinches partidarios, recurren al chantaje y la amenaza de cambiar de bando,
con muy buenos resultados, son acogidos generalmente pasando por los derechos
políticos de otras y otros militantes que ven cancelada la oportunidad de
participar en aras de alcanzar el laurel electoral a toda costa.
No cabe
duda, el juego electoral ha cambiado
desde la óptica personal, social y política; los medios masivos de comunicación
y las redes sociales juegan un gran papel, que no es siempre el mejor; pero
como siempre el poder político hace de las suyas, hoy por hoy, descalificando
casi al grado de amenaza social si no actúas o te pronuncias por quien controla
esos medios, casi linchando conciencias desde posiciones lapidarias que sin duda
atentan contra la tan acudida democracia.
Yo voto por
la izquierda y no veo ni candidato ni proyecto ni postulados de izquierda; muy
por el contrario veo al PRI en la mayoría de las candidaturas que no son
francamente de derecha. Veo en mi tierra, Oaxaca, donde voy a emitir mi voto
solo al PRI, vestido con otros colores para engañarnos pero es sin duda el PRI
.
Quien gane
la representación en el senado por Oaxaca será encarnando los intereses más
impúdicos y nefastos, porque además de ser del PRI viejo, ese que no queremos
son transformes, embaucadores sin ética: Eviel Pérez Magaña, cínico y perdedor
nato; Diódoro Carrasco Altamirano ex gobernador priista con un historial de
autoritarismo represivo que no disfraza con su nuevo traje azul; Irma Piñeyro
Arias ex priista obnubilada y sin nada que rescatar hoy desde el Partido de
Elba Esther; Benjamín Robles Montoya antes sucio militante del PRI venido de
espía a aliancista convergente con aspiraciones indecorosas desde sus
anteriores posiciones políticas, que ha utilizado en su posicionamiento
individual traicionando incluso a sus benefactores. Joaquín Ruíz Salazar quien ha fungido como Presidente del Consejo
Indígena del Sureste siempre vinculado y patrocinado por los gobiernos del PRI
hoy como siempre aliado candidato del PVEM. ¿Acaso hay una opción diferente? PRI + PRI= PRI
Quién con
dos dedos de frente puede creer que Manuel Bartlett Díaz, ese priista que operó el fraude contra Cuauhtémoc
Cárdenas a favor de Salinas de Gortari en el 88, ahora es el principal defensor
de la democracia solo porque los decidió AMLO y ahora será senador por las
“izquierdas”; o en su momento Ricardo
Monreal gobernador del PRI en Zacatecas y hoy vocero de MORENA; o Raul Bolaños Cacho aristócrata militante
del PRI, ahora nombrado representante del movimiento de López Obrador.
No nos
engañemos, no hay mano divina que unja priistas y los convierta en buenos, en
honestos, mucho menos si la mano del mecías también tiene el mismo origen: el
PRI.
Esta
elección acudiré a cumplir con mi obligación ciudadana de sufragar y estoy
segura que anular mi voto es una digna expresión de argumentar mi inconformidad
con un sistema de partidos en el que no está representada mi inclinación
política, que no cumplen con la obligación de informar debidamente a la
ciudadanía su programa de acciones y porque se funden las candidaturas en la
hogaza neoliberal y conservadora.
Existe una
situación antisocial a partir de las elecciones que atenta contra mi libertad y
mi derecho de decisión. Se llama al voto útil aunque no se para quien. Se habla
intermitentemente de conciencia política y voto reflexivo, pero me dicen por
quién votar. Argumentan que el voto nulo es una traición a la transición. Yo
opino que no hay transición porque no hay proyecto alterno, voy a anular mi
voto porque es mi decisión no dar mi
deprecación a favor de ninguna
opción, precisamente porque para mí, ninguna es opción.