Soledad JARQUIN EDGAR
En Oaxaca hay más 14 mil comunidades, esta misma entidad tiene en su amplio territorio los 100 municipios más pobres del país. Otra cantidad importante apenas supera esa pobreza y la migración es un factor de escape a esa lacerante carencia de lo fundamental: educación, salud, empleo… Esa larga lista de los derechos que ya conocemos.
San Lucas Quiavini es un ejemplo de esas muchas comunidades oaxaqueñas donde la suerte cambia viajando miles de kilómetros, se arriesga la vida, se atraviesa el río Bravo y en medio de ese recorrido todas las explotaciones inhumanas que sabemos no se cuentan, agravadas hoy por la guerra contra el narcotráfico y que disfrazan el sueño americano, sueño profundo en el que también han dormido los gobernantes.
El envío de dinero es de todos los días, antes viajaban sólo los hombres, hoy las mujeres también están del otro lado, son residentes ilegales de las entidades norteamericanas de Nueva York y California, principalmente. Trabajadores que aceitan la maquinaria estadounidense sin recibir sus derechos. La vida se convierte en trabajo sin derechos. La diferencia con su lugar de origen es que aquí no había ni trabajo ni derechos y menos lo que conocemos como políticas públicas capaces de hacer la diferencia.
San Lucas Quiavini es un asentamiento zapoteca fundado hace 424 años, desde la ciudad de Oaxaca se recorren 50 kilómetros, es decir, en menos de una hora pasando Tlacolula y ahí está el caserío gris, gris por el color de los bloques de cemento que sustituyeron las cercas vivas de cactus columnares, “el desarrollo” llegó a través de los dólares a Quiavini palabra zapoteca que significa “piedra que brilla, piedra rocío o piedra preciosa” y que algunos dicen que se habría equivocado el historiador José María Bradomín cuando señaló que significaba “piedra que llora”. El origen del nombre debió ser sin duda por sus minas, porque las piedras lloran o brillan.
Es extraño y hasta increíble, pero San Lucas Quiavini es una muestra de cómo todo se detiene frente a la inacción de los gobiernos y la corrupción que sigue penetrando todos los niveles, ese barril sin fondo de la ambición humana que practican con cinismo cada día muchos políticos a quienes no les interesa cómo los habrá de juzgar la historia y cuyo resultado es letal para las demás personas.
Desde que los hombres empezaron a partir, las mujeres de Quiavini buscan cómo resolver los problemas de su casa, la educación de sus hijos, cultivan la tierra, incluso ya son parte de los comisariados ejidal y comunal, sí están labrando su historia, sus historias personales también cambian, saben de la importancia de aprender y van a la escuela, buscan vencer ese panorama desolador que produce la pobreza –más del 40 por ciento de sus habitantes tiene carencias educativas-, el abandono de sus pueblos no por los hombres que se fueron sino por los buenos gobiernos que no llegan, tras más de 400 largos años ¿increíble no?
Lo que si llegó hace apenas un año, gracias a la gestión de la antropóloga Socorro León Monterrubio, fue la Misión Cultural Rural número 19, educación extraescolar, dependiente de la Coordinación de Educación para Adultos del IEEPO. Algo brilla en ese abismo negro.
La Misiones Culturales, me informó el supervisor de la zona, el profesor Fausto Reyes Calvo, se crearon tras aprobación de un decreto de fecha 20 de octubre de 1923, cuando José Vasconcelos era Secretario del Departamento de Educación y Cultura para la Raza Indígena y estás quedaron bajo el mando del maestro Rafael Ramírez Castañeda, se trataba de capacitar a los maestros y maestras rurales en técnicas de enseñanza y debido a su éxito se extendió a los habitantes de las comunidades.
En Oaxaca, estas misiones se instalaron en 1926, empezaron en Santiago Yolomécatl y en San Antonio de la Cal. Se suspenden en el periodo Cardenista porque rebasaban el principio de la educación socialista y se reinstalaron en 1942. A partir de 1981, estas misiones integraron la especialidad en educación básica, para disminuir el analfabetismo y atender a las personas para que estudien primaria y secundaria. Entonces uno no entiende esos barriles sin fondo en que se convierten otras “instituciones” que atienden la educación de los adultos.
En San Lucas Quiavini las mujeres, más de 200, se inscribieron de inmediato hace un año y esta semana muchas de ellas terminaron sus primeros cursos que les permiten auto emplearse en una gama diversa de actividades que nos sonaran comunes y otras que rompen con el sexismo como la carpintería, actividades agropecuarias, albañilería y textilería, además de las culturales como la música y danza.
Esta que fue una puerta en sus vidas, las llena de alegría, porque no aprendieron una actividad sino dos o tres, y lo mejor, muchas de ellas culminaron en un año su primaria y otras avanzaron en la secundaria, la mayoría de ellas madres de familia, mujeres que encabezan solas sus hogares, porque los hombres, parejas, padres o hijos están lejos a kilómetros de ellas. Qué orgullo ver a una mujer de más de 70 años decir que ya puede escribir y leer su nombre.
Me hubiera gustado que muchos servidores públicos de Oaxaca hubieran observado las caras de alegría de las mujeres de San Lucas Quiavini cuando recibían de manos de sus autoridades locales y sus maestros sus constancias de estudios y detrás del micrófono el entusiasmo de las maestras, orgullosísimas de sus alumnas, increíbles las maestras alentando, hablando de la importancia de la educación, algo que las alumnas ya habían comprendido y seguirían invitando a otras mujeres para que siguieran su ejemplo.
Sin duda, ante la parálisis educativa que vive este país, derivada de lo que ya sabemos provoca el barril sin fondo que permite que su lideresa Elba Esther Gordillo tenga a muchos políticos de todos los partidos postrados a sus pies y a sus órdenes, que sea “dueña” de su partido político y que instaure –para vergüenza de muchas mujeres- el nepotismo partidista con el nombramiento de su hija como secretaria general del PANAL o que su yerno ocupe un sitio en la SEP, etcétera, etcétera… o que el magisterio oaxaqueño, también postrado por sus líderes, pasen de apóstoles de la educación a verdugos de Oaxaca, y que el titular de Educación Pública, Alonso Lujambio esté en campaña buscando ser el candidato de la derecha a la presidencia de México, cosa que hizo desde que llegó a ese lugar, nos dice que si no fuera por las Misiones Culturales Rurales, un programa de la segunda década del siglo pasado, este país estuviera peor, mucho peor.
Qué pena que los grandes funcionarios no lleguen nunca a estos eventos que visten de gloria a las comunidades de Oaxaca, qué pena que se pierdan del privilegio de ver el rostro que produce la educación extraescolar en las mujeres de San Lucas Quiavini y ver la satisfacción de sus maestras y maestros. En San Lucas Quiavini, por sus mujeres, la piedra no llora, la piedra brilla.
Me pregunto si Vasconcelos y el maestro Ramírez pensaron que las misiones tendrían que durar toda la vida o lo planearon de manera temporal, mientras la educación formal llegaba a las comunidades, es decir, un profesorado competente, instalaciones educativas dignas y adecuadas, programas educativos eficientes…llegada que todavía no sucede, por todo lo que toca la corrupción, la ambición, el poder que no se entiende para la población sino para beneficios personales, esos de los que hoy se habla tanto y se castiga poco.
El único castigo es la exhibición pública: desde el que se roba más de mil millones de pesos del erario en la administración de URO hasta los funcionarios que acosan sexual o laboralmente a las trabajadoras, como la denuncia valiente hecha por la licenciada Elizabeth Vásquez Blas, por el acoso laboral por parte de Carlos Alberto Robles Montoya, hermano de Benjamín Robles secretario particular de Gabino Cué (¿Quién es el hermano incómodo?). Este hermano incómodo es jefe de la Unidad de Desarrollo Intercultural y Medicina Tradicional de la SSO (El Imparcial/1 julio 2011/Yadira Sosa). ¿Qué no iba a ser diferente todo en Oaxaca? A creer a la iglesia, como decía mi abuelita Lucha.
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