lunes, 10 de agosto de 2015

Nosotras las pobres y la desigualdad social


Lourdes SANTIAGO
Trasladarse en camiones urbanos de la ciudad o colectivos de la periferia sufriendo el acoso masculino, hacer largas colas por un medicamento controlado en una institución de salud, vivir en una casa llena de goteras por la cual pagamos créditos carísimos, caminar con solicitud en la mano buscando un empleo mal pagado y con jornada extenuante, son actividades cotidianas de nosotras las pobres urbanas… y  no, no es que no tengamos deseos de superación, o que nos falte “actitud emprendedora” como aseguran quienes ven a las personas con carencias sociales como faltas de iniciativa para superar la pobreza. Lo que sucede es que esta sociedad está conformada sobre una estructura social, política y, sobre todo económica que provoca, permite y reproduce las desigualdades, es decir, hace falta que seamos y sigamos siendo pobres para que otras pocas personas puedan seguir conservando sus privilegios.
La desigualdad  económica es la disparidad que hay en la distribución del recurso que facilita las demás formas de desigualdad, incluyendo la de género, clase, etnia o  edad. Se manifiesta en la red de  posiciones de las personas en la sociedad, esto poco tiene que ver con el resultado del esfuerzo propio, más bien se debe a  las condiciones del entorno del que formamos parte y, este modelo económico alienta al dueño de la empresa a costa de los empleados, sanciona al consumidor y protege al productor. Así, no basta con querer dejar de ser pobre, sino que no están dadas las  condiciones para que sea posible y escasamente las habrá mientras este sistema permita que la riqueza la acumulen unos cuantos mediante una distribución injusta de la riqueza. ¿Cómo es eso?
Si una familia de cinco personas, en el último año ha visto reducido su ingreso y pese a ello tiene que cubrir las mismas necesidades comprando productos cada vez más caros y  pagar más por impuestos y derechos, sin duda esa familia ha reducido su calidad de vida y sus oportunidades de desarrollo. Pero ahora pensemos que a pesar de la crisis, uno de los integrantes de la familia está concentrando y disfrutando de manera individual tres cuartas partes de ese ingreso y la otra parte se reparte en  las cuatro restantes, sin consideración al trabajo aportado o necesidades de los demás, entonces se puede afirmar que existe una desigualdad en la distribución de la riqueza.
Una situación similar está sucediendo en nuestro país, a pesar de reformas y promesas de mejora de las condiciones sociales, la verdad es que la economía no crece, los precios de los productos básicos sí lo hacen en mayor proporción al salario y, a pesar de ello los ricos lo son cada vez más. Según un estudio del economista Gerardo Esquivel: “podríamos decir que al 1% más rico le  corresponde un 21% de los ingresos totales de la nación, el 10% más rico de México concentra el 64.4% de toda la riqueza del país y la riqueza de  los millonarios mexicanos excede y por mucho a las fortunas de otros en el resto del mundo. La cantidad de millonarios en México creció en 32% entre 2007 y 2012 y en el resto del mundo, en ese mismo periodo, disminuyó un 0.3%” [Oxfam, 2015]. Estas cifras resultan del todo indignantes, sobre todo si recordamos que, de acuerdo al Coneval hay en el país 53 millones de personas que viven en pobreza.
Si bien lo política social está orientada a resarcir las desigualdades sociales, no han sido suficientes los programas y proyectos porque el recurso se pulveriza al estar orientado a alentar el consumo inmediato y, muchas veces el de productos y programas chatarra. Los  empleos que se ofrecen en el mercado laboral son muy competidos, mal pagados y sin guarderías ni otras prestaciones sociales. Para sobrevivir las familias y, sobre todo las mujeres, debemos realizar tareas multifuncionales que limitan el tiempo libre para la preparación y la participación, poniendo una barrera más para el propio desarrollo y, en consecuencia, la brecha de desigualdad se amplía.
Somos nosotras las mujeres, las que sostenemos día a día con nuestro trabajo la productividad de este país, pues el 50% de las mujeres de 15 años y más se emplea en los diferentes sectores productivos y, en el estrato económico más bajo, también realizamos el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en un equivalente al 15.5 de la riqueza nacional o  PIB [ENDIREH, 2013] pero este trabajo permanece invisibilizado y sin reconocimiento formal. Todas las mujeres padecemos la desigualdad, pero somos las pobres en las que recae el mayor peso porque la riqueza de nuestro trabajo sirve a la familia, a la pareja, al patrón, al estado, a otras mujeres mejor posicionadas económicamente, al modelo capitalista, pero  la ganancia no regresa a las manos de quien la genera.
Revertir la desigualdad, sin duda requiere de más que una intensión personal, es necesario que los gobiernos realicen una redistribución del ingreso con una mirada de justicia social. No es concebible que se sigan exentando de responsabilidades fiscales  a los empresarios mientras se aumentan impuestos de productos básicos.  No es justo que se subsidien obras de uso elitista y se  regateen los presupuestos para los servicios púbicos. No está bien que tengamos en nuestro país 4 hombres que para el año 2014, “podrían haber contratado hasta 3 millones de trabajadores mexicanos pagándoles el equivalente a un salario mínimo, sin perder un solo peso de su riqueza” [Esquivel, 2015] y no es ético que ante un Estado sin capacidad financiera para enfrentar los problemas sociales siga habiendo fugas inmensas en corrupción.
Es por ello que, hoy más que nunca resulta importante  la participación social para transformar nuestra realidad tanto en el ámbito público como en el privado mediante acciones de concientización, tejiendo alternativas y  relaciones igualitarias pues sólo así podremos influir en las decisiones del Estado y equilibrar la balanza en la sociedad.
Si las condiciones cambian, no dejaremos de trasladarnos en transporte público, requerir servicios de salud o necesitar empleo porque nuestro objetivo no es llegar a tener privilegios sino tener acceso a calidad y condiciones dignas con menos contrastes sociales. Nacemos iguales y la Constitución así nos considera, entonces necesitamos hacer efectivo nuestro derecho de vivir una vida plena en una sociedad igualitaria.
@mayelule2