martes, 14 de julio de 2015

El junio de las 1,100 mujeres víctimas de feminicidio en Oaxaca


Nallely Tello*
Suele ser frívola pero necesaria la tarea de contabilizar, de revisar todos los días los periódicos y enfrentarnos con una de las muchas realidades que nos hiere como sociedad: el feminicidio.
Más allá de las cifras que, organizaciones como Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad Oaxaca AC tienen documentadas: 39 feminicidios de enero a junio de 2015, 390 en lo que va del gobierno de Gabino Cué, 1,100 mujeres asesinadas durante los sexenios de José Murat, Ulises Ruiz y Gabino Cué, vale la pena preguntarse qué se expresa a través de ellas.
Evidentemente se trasluce el menosprecio a la vida de las mujeres, que se conjuga con otra serie de delitos y circunstancias. Por ejemplo, si se considera que, según datos del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, OCNF (2014), el 50 por ciento de los asesinatos de mujeres cometidos en Oaxaca son con arma de fuego, deberíamos preguntarnos por qué existe un alto porcentaje de posesión ilegal de estas armas en nuestro estado.
Si se parte de que existe un incremento en el número de feminicidios en Oaxaca -durante el gobierno de Ulises Ruiz se cometieron 283 mientras que aun faltando año y medio para concluir el gobierno de Cué van 390-, se evidencia que no basta la voluntad política o la creación de leyes para frenar este fenómeno pues, vale la pena recordar que el tipo penal de feminicidio entró en vigor en este último sexenio y que no ha contenido ni el asesinato de las mujeres ni ha garantizado justicia.
Rita Segato, estudiosa de este tema, señala en su libro Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres (2014) que en contextos en los que hay una violencia creciente, los feminicidios no son daños colaterales si no el mensaje de poder que entre grupos del crimen organizado se envían a través de la crueldad inscrita en el cuerpo de las mujeres. Es necesario apuntar que aun en el marco de la violencia que hoy vivimos en México, los feminicidios no son monocausales, por ejemplo, en Oaxaca el 46.4% de las asesinadas son amas de casa de acuerdo con el OCNF.
En Las estructuras elementales de la violencia (2003), Segato señala que las leyes no cambian de facto los afectos y las formas de relación y que no obstante son necesarias para nombrar lo deseable. Al respecto, creo que también habría que reflexionar y diferenciar entre “lo ideal y lo real”.
A todas luces se ha hecho evidente la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de la población, y ello es más claro en el caso de las mujeres. Por lo tanto, no es de sorprender que por más que salgan notas en la prensa exigiendo que responda y señalando la necesidad de que dicte justicia, esto no se verá pronto –si es que algún día pasa- pues no por nada el 98 por ciento de los delitos en este país permanecen en la impunidad.
Sin embargo, éstos –por sus características- no deberían ser los tiempos de la descalificación. Para quienes quieran seguir exigiéndole al Estado su efectividad en la impartición de justicia, en la creación de leyes, etc., el camino aun es largo como lo es para quienes prefieren motivar la autodefensa como forma de resistir y defender la vida. Recordemos que si algo salvó a Yakiri de su agresor fue justamente defenderse a sí misma y si algo la sacó de la cárcel posteriormente fue la solidaridad y la indignación que su caso generó en la opinión pública.
Se dice que somos una sociedad adormecida, que ve pasar los hechos violentos, las muertes de las mujeres, sin tener la suficiente fuerza para levantarse de su sopor y organizarse. Cuando el Estado no puede garantizar el derecho a la vida y a la justicia -por citar algunos-, voltear a mirar nuestras formas de organización, dignificarnos como interlocutoras desde la posición política que tengamos, se vuelve primordial pues gran parte de la labor de prevención y de defensa de la vida, tendrá que estar a cargo de las mujeres y hombres solidarios de a pie. Ante la crisis del “Estado de Derecho”, que el conjunto de movimientos sociales hacen tambalear, las feministas no deberíamos olvidar que el Estado es patriarcal y el Derecho, coercitivo y que, por lo tanto, no deberíamos perder nuestra capacidad de soñar más allá de la legislación. 
La solidaridad no es tampoco univoca, gracias a eso expresiones de indignación ante los feminicidios, no dejan de aparecer: marchas, conferencias de prensa, stenciles, carteles, perfomances, etc., que generalmente vienen luego de la muerte de otra mujer, si bien evidencian la impunidad, misoginia, machismo, etc., que permean en los feminicidios, deben ser acompañadas de otras acciones que no solo pertenezcan a la reacción sino que fortalezcan la construcción de nuevas formas de relación, de nuevas maneras de manejar las emociones, de abatir la pobreza, de combatir la impunidad, etc., es decir, de atacar las causas y no sólo los efectos de los asesinatos de las mujeres. Estas tareas por supuesto no les corresponden a ningún sector específico sino son parte de una construcción colectiva y social que pasa por la revalorización de la vida misma.
Si el todo es la suma de sus partes y en cada parte se encuentra el todo, entonces el asesinato de una mujer es por sí solo una tragedia.
Es junio, el junio de las 1,100 mujeres asesinadas a lo largo de tres sexenios en Oaxaca, es el junio que se expresa en la mirada de cada uno los familiares y amigos de las víctimas de feminicidio. Es junio y la tragedia no tiene fin.
*Integrante de Consorcio-Oaxaca.