lunes, 15 de diciembre de 2014

¿yo feminsita? María Ferrina, rechazar las limitaciones de la sociedad patriarcal



¿Yo feminista?
María Ferrina
Rechazar limitantes de la sociedad patriarcal
* “…más de 300 cadáveres y nadie sabe quien lo hizo…”

Soledad JARQUÍN EDGAR
Enamorada del mar y del viento de las montañas, María Ferrina carga su guitarra en la espalda, su complemento de vida desde que tenía nueve años cuando empezó a tocar imitando a sus vecinos de la calle de Oaxaca, en Putla de Guerrero, el último filón de la mixteca ubicado a 374 kilómetros de distancia a la capital del Estado por una carretera sinuosa.
De su infancia, entre “agüita fresca de mar y espejitos de luna…”, Ferrina recuerda el mercado de domingo en Putla, colorido, pintado casi a mano por los vestidos de tacuates, mixtecos, triquis y amuzgos que bajaban de sus comunidades para comprar en el viejo asentamiento de la mixteca. El mismo mercado de domingo que se convertía en una canción por el rumor de las voces de las distintas lenguas, cascada de léxicos étnicos, que en aquellos días se pronunciaban y le parecían “agüita mágica”. Una alegría increíble de color y de sonidos.
Compositora, guitarrista y cantante, cantante, compositora y guitarrista, guitarrista, compositora y cantante, María Ferrina (Alonso Fenochio) de niña fue la gran rebelde de su familia y de adulta sigue la línea de la transgresión porque asume que no quiere la camisa de fuerza de los convencionalismos: los seres humanos somos más que binomios.
Respira…porque respirar la libra de cualquier enfermedad –dice- esta estudiosa del feminismo en esa búsqueda por entender a la humanidad que aunque depredadora mantiene alguna esperanza que refleja optimista en sus poesías que luego vuelve canciones y, al mismo tiempo, critica al feminismo que ha excluido a una gran mayoría de las mujeres, como las indígenas y las negras, apunta.
(“…tanto azul, azul, tal inmensidad, tu canto de viento y de sal…”) escribió en su estrofa al mar Pacífico donde años más tarde colocaría un mundo mágico, de leyendas y de mitos a través de Justina (Fuentes),  la pintora de mares nocturnos, de lunas que se reflejan en el inmenso azul marino, de alcatraces y de sirenas voluptuosas.
Su principal lucha ha sido contra ella misma, explica la cantautora que contra todo pronóstico se abrió paso en la vida y a quien nunca le dolieron los dedos para rendirse ante su guitarra, mientras se recuerda aprendiendo como autodidacta hasta que la familia con la que vivía en la ciudad de México a donde partió a los 13 años,  le pidió a su mamá que por favor la inscribiera en una escuela, “ya no aguantaban que tocara mal y en una guitarra desafinada”.
Atrás habían quedado los años de observar a sus vecinos Miguel y a Luis Vásquez cómo tocaban y luego ella de memoria repetía los pasos, causando admiración pero también molestia. O cuando entre los tres adolescentes se cooperaban para comprar la revista “Guitarra fácil” y devorar sus enseñanzas.
Así que ahora con guitarra nueva y una maestra de folclore latinoamericano, la estudiante de secundaria pasaba hora tras hora tratando de hacer menos ruido y más música, para lo cual también estudió durante un largo periodo guitarra clásica.
Su tesón hizo que un maestro le recomendara que también estudiara cantó y la llevó incluso con el prestigiado maestro José Pulido con quien llegó a estudiar varias horas al día durante más de un año, hasta que su mamá le advirtió que antes de seguir con la música tenía que estudiar “una carrera decente” y la obligó a inscribirse en una universidad privada donde terminó como licenciada en Administración de Empresas y más tarde realizó una maestría.
José Pulido, su maestro, recuerda la cantate María Ferrina con orgullo, fue un famoso tenor mexicano a quien la gente de su pueblo natal en Michoacán le pagó el viaje a Europa para que se prepara en la Scala de Milán, lo que hizo con gran éxito hasta que se vio obligado a regresar como resultado de la Primera Guerra Mundial.
Tenía menos de 18 años cuando, una de sus maestras le dijo que aunque por su edad podría ser ya mayor, veía en ella un gran futuro, pero Ferrina entendió muy pronto que lo que realmente quería era ponerle música a sus propias composiciones.
Ella asegura que sabe poco de feminismo, pero revela sus lecturas preferidas y a las autoras que le han cambiado la vida como Simone de Beauvoir, Judith Butler, Riane Eisler y Beatriz Preciado, entre otra muchas a quienes ha estudiado y de quienes ha obtenido respuestas a sus muchas preguntas y de quienes habla como si las conociera en persona, como quien habla de sus mejores amigas.
Desde hace un tiempo, explica empezó a interesarse por los planteamientos de la teoría Queer, que entre otros temas rechaza la clasificación de las personas en categorías universales.  “Me parece increíble lo que hace Judith Butler quien cuestiona desde que está leyendo a Simone de Beauvoir que si la feminidad es una construcción la masculinidad qué es?
La construcción social, añade, nos pone limitantes culturales a las personas a partir de la sexualidad: hombres o mujeres heterosexuales, homosexuales o lesbianas, tansgéneros…Pero somos más que eso y ya llegó el momento de cambiar, plantea.
María Ferrina afirma que la determinación de las personas a partir de sus identidades sexuales y de sus orientaciones sexuales son construcciones culturales, sociales o políticas, como afirman las autoras, lo que ha generado una sociedad sumamente discriminatoria, excluyente.
Durante su infancia escuchó una y otra vez que como mujer debía cuidar su virginidad, recomendación que siempre venía de otras mujeres mayores de su familia, porque ellas eran guardianas de esa tradición. “Era entendible, si en un pueblo pierdes la virginidad, vales mais”.
Esa, añade María Ferrina, es una primera diferencia con otros varones de su familia. Pero ella juega un papel diferente frente la debilidad mostrada su hermano: a mi me toca defenderlo, entrarle a los trancazos en la escuela o en la calle, después venían los regaños de mi madre porque no había actuado como una mujer.
Sin embargo, vive cada una de las prohibiciones que le hacen por ser mujer como un nuevo reto porque le resultaba fácil subir a los árboles, jugar futbol y seguir defendiendo a su hermano, aunque fuera a trancazos.
Niña aplicada, dedicada a sus estudios, afirma que la clave estaba en cómo enfrentaba la vida, donde era mejor sustraerse del mundo real para imaginar la rotación de las tierra y el sistema solar, mientras el maestro les daba la clase de Geografía, o tal vez idear las batallas mientras estaba en clase de Historia una de sus materias favoritas hasta hoy, dice esta asidua lectora de “lo que nos dicen que pasó con las mujeres egipcias, sumerias o griegas, entre otros pueblos a través de mitos y leyendas con verdades que luego la historia oficial ocultó”.
Curiosa y cuestionadora, inquieta y respondona, María Ferrina estaba condenada a ser una joven difícil, le advertían las mujeres mayores de su casa, quienes le señalaban que si seguía así “no me iba a casar nunca, aunque en realidad quien nunca se interesó por el matrimonio fui yo”.
Me querían asustar y los curas o las monjas me decían que por mis decisiones Dios me iba a castigar y yo pensaba ¿por qué me va a castigar? Si así me hizo y desde niña me pregunto ¿por qué me exigen perfección si no me hicieron perfecta?
Aquellos días de fiestas de color y sonidos, también le mostraron una cara triste y gris. Las indígenas vivían más violencia que los indígenas. Mientras ellos serán engañados, maltratados y robados, ellas que cuidaban el café, sus duraznos o engordaban el marranito, sufrían del despojo de sus ventas a manos de sus propias parejas, quienes terminaban embriagándose con el dinero de ellas. Entonces ellas terminaban más amoladas que ellos que enfrentaban otro tipo de violencia en sus comunidades, pero que desafortunadamente no opacaban las historias más espeluznantes de agresión a mujeres, que jamás haya escuchado.
Con los años, ya en la universidad, Ferrina comprende que la violencia no es un hecho exclusivo de las indígenas, sino que también se observa en las clases económicamente altas, que a diferencia de las primeras, éstas viven un silencio mordaz y asesino. Incluso pensó que era un problema de México y creyó que esa violencia no se veía ni en Estados Unidos ni en Europa, pero no fue así. Con los años vivió en Estados Unidos y viajar por Europa durante meses por motivos de trabajo y comprobó que la violencia permea a todas las mujeres, de todas las clases y condiciones sociales, lamentablemente.
Compartió sus estudios con el trabajo, lo que exigía de ella mucho esfuerzo, a veces asistir hasta muy tarde las peñas o viajaba sola de un lado a otro, sin dejar de cumplir con la escuela y ser la responsable de sus hermanos menores que para entonces también estudiaban en la ciudad de México. Eso implicaba llegar tarde a casa o parecer una “loca” ante los ojos de sus compañeras y compañeros de escuela, a quienes les asustaba la libertad de Ferrina.
Aun cuando arrastraba una conciencia humana profunda desde muy niña, abonada por la riqueza cultural y las condiciones sociales de sus paisanas, Ferrina dice que fue hasta el año 2000 cuando tras leer El Cáliz y la Espada de Riane  Eisler (México, 1997), entendió muchas cosas que sucedían. El planteamiento de la pensadora austriaca sobre la dominación de un género por encima del otro no como decretos divinos, ni predeterminados por la biología sino de la evolución de hombres y mujeres como seres antagónicos, al tiempo de plantear la esperanza.
A través de los planteamientos de Eisler, añade, comprendió la visión patriarcal en la que todo se justifica a través de un dios y de los binomios como mujer-hombre y donde lo que vale no es solo ser un hombre, sino su masculinidad, porque si eres un hombre homosexual o un hombre sensible, artista, poeta o bailarín eres cuestionado. Un hombre en nuestra sociedad es aquel que demuestra ser hombre a través de la agresión, de la violencia.
Somos, plantea en la conversación periodística, una sociedad destructiva y muy jodida. “Algún día, yo me imagino, si sobrevive la especie a tanta barbarie, van a decir y estos por qué creían en esos dioses, en esas religiones”.
El Cáliz y la Espada, la mujer como fuerza de la historia, le dan a Ferrina una mirada diferente, donde ellas no son seres pasivos sino activos capaces de hacer cuánto sea necesario para sobrevivir y que su descendencia lo haga también “me parece más lógico que ellas se levanten en dos piernas para alcanzar un arbusto o construya armas para cazar porque sabe que debe alimentar a la criatura que lleva dentro de su vientre o que va detrás de ella”.
Como seres humanos no tenemos garras ni dientes, somos las y los más endebles y hemos masacrado a las demás especies en nombre de nuestro desarrollo, por eso no creo que lo nuestro haya sido evolución. Después se descubrió la agricultura y nos sentimos superiores, por eso pienso que la evolución debe ser en conjunto no como yo, sostiene seria la creadora de Eres Mujer, la canción escogida por el como el himno para el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

Eres mujer
Cerca de ti, nada me sorprende
La imaginación contigo se enciende
Porque para ti nada es imposible
Cuando te decides, eres invencible
Tu que las estepas,
los desiertos y las nubes has caminado
Tu la que sin armas mil batallas has ganado…

Como Riane Eisler, el trabajo creativo de María Ferrina Alonso Fenochio, deja una esperanza, “algo positivo”, dice esta feminista que también ha creado una de las canciones más emblemáticas contra la discriminación a través de Indolencia en la refleja su profunda preocupación por la violencia hacia las mujeres e invita a tomar una actitud diferente frente a un problema tan grave como el VIH-SIDA.

Dicen que allá en ciudad Juárez
la muerte tiene permiso,
más de 300 cadáveres
y nadie sabe quien lo hizo
qué por la legislación,
qué si la soberanía,
pareciera no importarles
que se pierdan tantas vidas,
quién nos puede asegurar
que son sucesos aislados,
que todo está controlado,
que a ti no te va a pasar...
Ni una más, ni una más…
Ni una chica más sin vida,
no más desaparecidas,
ni una madre más sufriendo,
justicia estamos pidiendo…
Ni una más, ni una más…

La artista que ha producido por su “cuenta y riesgo” al menos cinco discos (Reina Gitana, 2000; Cantantes Contantes, 2003; Canto a mi tierra, 2004; Realismo Mágico, 2009 y la más reciente producción Voces de Copal y uno que no se produjo porque el resultado final simplemente no le gustó), asegura que las mujeres debemos recordar lo que valemos (históricamente) y desechar la idea de que la nuestra es una contribución sin valor.
Ese ha sido su trabajo, recobrar el valor de las mujeres, y aunque no tiene la solución ante la desigualdad y la violencia, piensa que lo que se tiene que hacer es reinventar lo que hemos sido, “tenemos que proponer un nuevo sistema, este ya no funciona. Nos ha tocado una pisca del pastel y nos exigen mucho a las mujeres, pero nadie exige a los hombres”.
María Ferrina la artista es mucho de lo que dice en sus canciones, tiene un camino alterno tanto en su vida profesional como en el personal y asume con toda congruencia lo que propone y si pudiera produciría sus propios alimentos, en su huerta, mientras tanto consume los productos que cosecha en casa de una amiga, dice entre risas.
Nada de lo que emplea es hecho de manera industrial desde su champú de pelo hasta sus guitarras, que son elaboradas por lauderos mexicanos, “es un instrumento personal, nunca compraría una guitarra japonesa hecha en serie”.

Eco-feminista que le canta a la naturaleza y que en cada acto le rinde homenaje a la vida, en especial a la vida de las mujeres.