jueves, 13 de noviembre de 2014

Violencia simbólica y la televisión mexicana





































Violencia simbólica y la televisión mexicana

Anel FLORES CRUZ
México es uno de los países más felices del mundo, asegura la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde). Es también un país donde la televisión sigue siendo el medio de comunicación de mayor confianza (antes que la radio, los periódicos y el Internet), donde la mayoría de sus habitantes tiene como principal actividad recreativa ver la televisión y 97 por ciento de sus viviendas cuenta con al menos un receptor para ello. Paradójicamente, México también es uno de los países más violentos y más peligrosos para las mujeres.
En este país de profundos contrastes, la televisión ha funcionado como una instancia socializadora que se entreteje con la vida cotidiana de sus habitantes. La particularidad de dar vida e ideas a representaciones sociales, susceptibles de estimular sentimientos y emociones, hace que sus efectos esenciales resulten —en palabras de Bourdieu— «un colosal instrumento del orden simbólico».
Las televisoras mexicanas, y los medios de comunicación en general, han tenido la potestad (otorgada con consentimiento tácito) de edificar un orden social conveniente a sus intereses económicos e ideológicos; para esto se han valido de imágenes estereotipadas cuya carga de significados disimula relaciones de poder y legitiman, a partir de las expectativas de su público, al grupo dominante. Este proceso se explica, desde la perspectiva de Bourdieu, como violencia simbólica.
Para Bourdieu, la violencia simbólica se ejerce con la complicidad de quienes la padecen y también, a menudo, de quienes la practican, en la medida en que unos y otros no son conscientes de padecerla o de practicarla. Para el autor, la violencia simbólica actúa desde el reconocimiento del poder como algo natural por parte de quienes son dominados y hace que dicha estructura de dominación tienda a la reproducción. «Las diferencia entre ambos actores dominantes y dominados, no son reales, son simbólicas, aunque aceptadas, a pesar de que no exista ninguna ley, ninguna norma escrita, que así lo establezca o, es más, habiendo leyes que así lo contradigan. La violencia simbólica no mata cuerpos, pero esclaviza mentes, lo cual en cierta manera es un modo de morir en vida».

Expresiones de la violencia simbólica

El público y la programación
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (enut, 2009), las mujeres de 12 a 19 años de edad son las que pasan más tiempo a la semana viendo la televisión (15.5 horas), aunque la diferencia con los varones en este rango de edad es mínima (14.9 horas). Este dato se vuelve relevante porque las mujeres y los hombres de dicha edad están en plena formación y sus referentes simbólicos más próximos pueden determinar su participación en la sociedad.
En este sentido, el género funciona como principal clasificador del público en tanto constituye una serie de estrategias comerciales en su producción, emisión y recepción de mensajes. Al tomar como referencia a Televisa, una de las más grandes televisoras de México ―declarada de manera reciente por el Instituto Federal de Telecomunicaciones como agente preponderante― se puede señalar que la producción de sus programas se realiza en función del constructo social femenino y masculino.
Esta noción se hace evidente cuando advertimos que en su canal principal (Canal 2) las novelas y los noticieros ocupan el mayor tiempo en la programación semanal (20 horas, respectivamente), seguidos de los programas religiosos y “aleccionadores”, producidos desde un pensamiento conservador, en defensa de la religión católica y de valores de un modelo de familia tradicional (institucionalizada) que ya no representa a la mayoría de la población mexicana.

Los estereotipos

Las actitudes, creencias, ideas y discursos preconcebidos que expone la televisión ubican a mujeres y hombres en diferentes espacios, con diferentes roles y, en consecuencia, con categorías sociales desiguales. Esta idea se ve reflejada en la televisión en diferentes dimensiones discursivas, desde el escenario, la música, los tiempos, el vestuario, el número de veces que aparecen los personajes, la diferencia en el tipo de actividades que realizan, hasta el uso de los recursos retóricos en los diálogos (metáforas, metonimias, cosificaciones, elipsis, etcétera).
La capacidad intelectual, estabilidad emocional, autoestima, autonomía, dependencia, afectividad y sexualidad de mujeres y hombres se pueden ver de manera clara en las telenovelas (en realidad puede ser observable en todos los programas televisivos). Las mujeres protagonistas “las buenas” son sensibles, bondadosas, sumisas, comprensivas, torpes y víctimas indefensas de otras mujeres; y las antagónicas “las malas” son amantes, madres de protagonistas, arribistas, impulsivas, psicópatas, madres que abandonan a sus hijos, y delincuentes.
En contraste, los personajes masculinos se exponen como agresivos, dominantes, independientes, con poder adquisitivo y con una actividad profesional interesante. La diferencia en la personalidad de los personajes protagónicos y antagónicos es mínima y se distingue en el grado de violencia al disputar a una mujer.

La construcción simbólica del amor romántico

Por otra parte, las relaciones amorosas que se establecen entre los personajes de las telenovelas encierran expresiones de desigualdad que se reflejan en la manera en que aman y son amados. Las mujeres atribuyen su felicidad, éxito, autoestima y valoración social a la compañía de una pareja, mientras que los varones manifiestan su amor con la conquista, pero cuando no lo consiguen no experimentan sentimientos de desdicha al grado de llegar a la locura, como ha sucedido con villanas memorables de la televisión mexicana.
La fantasía del amor expresada en las telenovelas posee una carga trágica —principal característica del amor romántico— que asume que amar es sufrir, y que lo único que importa es el amor, a pesar de la vida misma. El final de una telenovela no puede ser otro más que el matrimonio entre los personajes principales. Se casan y viven felices, ese es el mensaje.

La construcción de los cuerpos

Los esquemas de pensamiento universal respecto al cuerpo de las mujeres operan de manera perniciosa en la televisión. A las mujeres se les ve altas, delgadas, voluptuosas, de tez blanca y, en la medida de lo posible, sin ningún atisbo de rasgos indígenas, aunque en algunos momentos se requieran para personajes secundarios e incidentales que encarnan trabajadoras domésticas o personas humildes dentro de la historia.
El sentido de la cosmología sexuada exige a las mujeres una belleza artificial que las orilla, entre otras cosas, a realizarse operaciones estéticas que ponen en riesgo su vida, a sufrir trastornos alimenticios y a la reducción de una imagen que anula sus cualidades humanas y les otorga valor a partir de la satisfacción de los varones. Dentro de estos estándares de belleza no ser “bonita” puede ser motivo de discriminación y baja estima.
Aparentemente es a través del cuerpo como se define la participación de las mujeres en los programas televisivos y en su publicidad. Se mercantiliza el cuerpo cuando se les desnuda como recurso publicitario de productos dirigidos a varones como cervezas, autos, perfumes, entre otros. De este modo, el mensaje que la televisión envía a los hombres respecto al cuerpo de las mujeres es totalmente distinto: a ellos les simboliza un trofeo y a ellas una exigencia.
A pesar de la ratificación de convenios internacionales para la eliminación de estereotipos sexistas en los medios de comunicación y de las dúctiles recomendaciones en la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres (reformada en 2013), hasta la fecha, México no cuenta con una política específica de género y medios de comunicación que regule y sancione formal y categóricamente los mensajes discriminatorios contra las mujeres; no obstante ―como un resquicio de optimismo― se observa que en algunos espacios educativos de nuestro país comienza a incorporarse la idea de desarrollar, en las recientes generaciones, aptitudes comunicativas y semiológicas para la lectura crítica de los contenidos televisivos y de los medios de comunicación en general.

97% de hogares tiene televisión. Paradójicamente, México también es uno de los países más violentos y más peligrosos para las mujeres.