Palabra de Antígona
La Sal de la Vida
Por Sara Lovera
Aludiendo a
un hermoso y vital libro de Anna Gavalda, cuyo relato reúne alegría, ternura,
nostalgia y humor, La Sal de la Vida se ha convertido en una frase elocuente de
que no todo es tragedia. Aunque tragedia sea que informes de INEGI documenten
que aumentó el desempleo; que se parta el corazón cuando se hace la dolorosa
evaluación de la desigualdad y cuando estamos todos los días frente a hechos
hirientes.
La Sal de la Vida
debiera convertirse en convocatoria a renovar la confianza de que otro mundo es
posible. El domingo 23 estuve en una sala repleta de jóvenes de preparatoria,
expectantes y con el ánimo del conocimiento, tan de bajo perfil en nuestros
días.
Se trataba de una
de tantas actividades de la Feria Internacional del Libro de Minería, una
charla inopinada donde se ofrecía un relato para saber qué hacemos las
periodistas a lo largo de la historia. Plática organizada por el Instituto de
las Mujeres del Distrito Federal. La conferencia, el intercambio, los viví como
ubicados en ese perímetro de la esperanza, sólo posible si ponemos una pizca de
sal en cada tramo de la existencia. Si acaso todavía tenemos la decisión de
vivir con alegría.
Pero la verdadera
sal con que me preparo para los múltiples discursos y evaluaciones que oiremos
estos días a propósito del Día Internacional de la Mujer el próximo 8 de marzo,
la viví entre dunas, montañas de sal dispuestas para el mercado internacional y
una comunidad de hombres y mujeres quienes durante 60 años han conseguido una
asombrosa hazaña ambiental: sólo necesitan agua de mar, viento y sol y ya está.
Es la sal de la vida.
La sal de la vida
es también una página de Facebook cuyo subtítulo reza: trabajo
compartido, semejante a la empresa productora de todas las sales inimaginables
donde hace seis décadas nació ESSA o Exportadora de Sal, una empresa
paraestatal mexicana (su socia es Mitsubishi, de dinero japonés) ubicada
en Guerrero Negro, lugar privilegiado que contiene la salina más grande
del mundo en el paralelo 28 de Baja California, exactamente en la división
entre el norte y el sur de la península y donde conviven más de mil 400
personas y sus familias. Ellos y ellas trabajan en una singular faena oponiendo
creatividad a la biósfera del Vizcaíno y los antiguos salitres naturales.
Ahí, donde el
esfuerzo y el tesón tiene rostro, fuerza y cara masculinas, desde el principio
de su historia, pero… existe una decisión sorprendente de hacer de la faena
cotidiana, una que consiga la igualdad como sistema de trabajo, y dónde, como
reza una inmensa manta colocada a la entrada de la tienda de ESSA para las
familias trabajadoras: la violencia contra las mujeres es inaceptable.
En ESSA, su recién
desempacado director se llama Jorge Humberto López Portillo Besave, y es él
quien firma la manta que reconoce que la violencia contra las mujeres no puede
operar en una comunidad que se asume espectacular, productiva y fuente de
riqueza y trabajo.
Como empresa creó
un código de ética, que declara “brindar igualdad de oportunidades para hombres
y mujeres en su desarrollo integral” y tiene el compromiso de ejercer la no
discriminación y prevenir la violencia laboral y el hostigamiento sexual.
Claro, no se hizo
el universo en un día. Su obstáculo: la tremenda idea y cultura machista que no
acaba de entender que la violencia, la discriminación y el mal trato a las y
los diferentes conspira contra la productividad, la democracia y la competencia
industrial. De esa que hemos oído hablar tanto y tan seguido en los últimos
tiempos. Claro, hay una decisión administrativa y gerencial que ha colocado a
ESSA entre las empresas certificadas por la Secretaría de Economía y la de
Trabajo, por su declaración ética, que podría alcanzarse, relativa a la
igualdad de género.
ESSA exportó en
2013, ocho millones de toneladas de sal con un duro trabajo bajo los cielos
nublados de un desierto lleno de dunas de arena; en un espacio de 55 mil
kilómetros, (el mismo del Distrito Federal) en medio de la nada, lejos del
mundanal ruido del consumismo y las innumerables noticias de cómo, a qué hora,
de qué forma y con quién o quiénes fue detenido el Chapo Guzmán.
En el inmenso
espacio de la cosecha de sal, de sus tractores, de las barcazas que apenas
hacen un guiño alterando a la reserva de la biósfera para arrancar esos granos
blancos que van a la mesa, sin duda, pero que tiene una multitud de usos
industriales, en ese inmenso sol/cielo/sal, el 11 por ciento de quien trabaja,
son mujeres. Concentradas en la administración, el empaque de sal de mesa y
como personal de limpieza, porque no ha llegado la tecnología de apretar un
botón y lograr desde lejos que operen los inmensos tractores o las barcazas que
llevan, cada una, 120 mil toneladas de sal, no obstante algunas, pocas e
importantes han llegado a ocho de los 62 altos puestos, químicas en la
producción y obreras en las necesidades de mantenimiento. Hay quien se asombra
porque una mujer puede cambiar una llanta del tractor de hasta tres o cuatro
metros de circunferencia.
La empresa tiene en
su haber de años, varios sindicatos, contratos y un sin número de personas con
quien se puede compartir, hablar y disfrutar; directivos que se abren a
cualquier interrogante y mujeres ejecutivas. Guerrero Negro es una
comunidad territorial y política que pertenece al municipio de Mulegé. Me topé
con muchas mujeres, trabajadoras y familiares de los operarios que ya no hacen
tortillas de harina como en el pasado y viven o padecen el norteño machismo.
Lo que reina,
a pesar de las relaciones tradicionales, y dígase lo que se diga, es una
paz alucinante, que está cubierta de aire puro y un mar abierto donde cada año
puede apreciarse, también, la llegada de las ballenas que ocupan nuestro
pacífico norte para aparearse y dar a luz. El espectáculo –muy conocido- se vuelve
sorprendente, cuando se camina por un brazo de mar hasta 15 kilómetros adentro,
porque se las puede apreciar y tocar. Los salineros les hablan, han tejido
historias míticas y las esperan, como quién espera la visita familiar y
afectiva.
La limpieza de la
sal se hace con un sistema que se construyó ahí mismo, hace lustros. Luego,
limpia y escogida, sale al mundo a través del puerto de Isla de Cedros, con esa
sal que quita dolores de cabeza a las poblaciones del norte cuando nieva,
porque la sal aminora los efectos invernales y de tormentas de nieve.
La sal en
verdaderas pirámides blancas, navega en barcos inmensos que llevan la
producción a los sitios más inesperados e impensados. Es como la imagen del
esfuerzo en los antiguos caminos recorridos para hacer comercio inventados por
los fenicios.
Se la piensa, a
esta Sal de la Vida, inscrita en la historia de aquella película sobre la
vida de un joven griego criado en Estambul, que tenía un abuelo filósofo
culinario que le enseña que tanto la comida como la vida necesitan esa pizca de
sal para aportar ese toque de sabor que ambas, comida y vida, requieren. El
personaje, llamado Fanis, con el tiempo se convierte en un excelente cocinero
que emplea sus habilidades culinarias para darle sabor a las vidas de todos
quienes le rodean.
Guerrero Negro, ese
lugar ignoto del que habla Ricardo Raphael en su libro El Otro México,
nos reta a realizar la evaluación de todas las hazañas de mexicanos y
mexicanas, hundidos hoy en la desconfianza y el horror hacia el futuro. Hagamos
este alto, para imaginar que no todo es tremendo y que a pesar de la impunidad
y la injusticia de todos los días, podemos ponerle a la vida una pizca de sal.